Lion observaba desde su Jeep Wrangler negro al subdirector Montgomery salir del porche de la adorable casita de la pequeña Cleo. Seguramente la joven policía había reaccionado tal y como él le había dicho a su superior.
Escucharía cada palabra con atención, haría algunas preguntas, no se dejaría llevar por el pánico y aceptaría a ciegas la misión, aun sabiendo de los riesgos que conllevaba, porque no medía nunca donde estaba el peligro. Por eso era tan buena policía; y por ese mismo motivo sería una excelente agente.
Ese hecho de no valorar los riesgos le hacía su compañera perfecta para el desenlace del caso Amos y Mazmorras. Necesitaba una partenaire digna de su arrojo, que pudiera competir con él de tú a tú para llamar la atención de la Reina y los Villanos. Y sabía que Cleo llamaba la atención tanto como su hermana, pero de un modo adorablemente diferente.
Durante doce meses había llevado el caso con la máxima disciplina. A él no le fue tan difícil asumir el rol como lo había sido para sus mejores amigos, Clint y Leslie, porque él, Lion, ya jugaba en la liga del DS desde hacía años, y lo hacía por gusto. Lo había hecho desde que descubrió que el sexo convencional le aburría.
Era un agente del FBI, por supuesto, pero sus gustos sexuales, nada que tuviera que explicar públicamente, eran especiales. Sus aficiones no eran ni mejores ni peores que las de la mayoría de la gente, simplemente, distintas.
Para él, la dominación, el bondage, el sado y la sumisión eran un juego para practicar entre parejas. Un juego de consentimiento mutuo en el que se trabajaban la disciplina, el desafío, el atrevimiento, los límites de cada uno y, ante todo, la confianza.
Por eso, saber que le habían elegido para dirigir el caso no le pareció tan escandaloso como a la buena de Les. Dudaba que los del FBI supieran que él era practicante y que en sus ratos libres, para desconectar y desestresarse, le gustaba jugar fuerte.
Leslie y Clint se sorprendieron muchísimo cuando él les explicó que era un Amo. Pero por otra parte, eso les sirvió para relajarse y darse cuenta de que, si su amigo practicaba el BDSM y era una persona normal y corriente, no debían temer esos ejercicios. No quería decir que estabas desequilibrado, ni traumatizado, ni loco… Esos estigmas debían erradicarse de la conciencia popular. Para él, el BDSM no era una desviación, era un modo de sentir y experimentar.
No obstante, el problema era que el caso en el que trabajaban estaba relacionado con la trata de blancas, y tenía como trasfondo el universo de los dómines y los sumisos. Un mundo que él no iba a permitir que unos sádicos de mierda mancharan.
Amos y Mazmorras se había convertido en una misión personal que se había cobrado la vida de Clint, un hombre leal y maravilloso, un grandísimo amigo. Y también se había llevado a Leslie, la mejor amiga que nunca había tenido. Por eso, confiaba en que Leslie siguiera viva, porque perderla supondría su destrucción.
Apretó el volante con los dedos y frunció los labios en una fina línea.
Se echaba encima de sus hombros la muerte del agente Clint y el secuestro de la hermana de Cleo. No debería hacerlo, porque la gente era imprevisible y no se podía controlar todo; pero él se atormentaba muchas veces por lo que no pudo hacer y debería haber hecho. ¿Qué había pasado esa noche para que asesinaran a Clint? ¿Por qué?
Lion había estado en otro local de Nueva York, con una esclava del rol, y no una cualquiera. Se trataba de Claudia, una mistress, un ama reconocida en el roleo, la cual adoraba jugar con él. Claudia era valorada en el mundo rol con el rango de acróbata, como la protagonista Diana de Dragones y Mazmorras.
No era la primera vez que jugaban juntos. Pero Lion lo hacía porque sabía que Claudia tenía, de forma indirecta, posible acceso a los participantes del torneo.
Para entrar en el torneo y jugar, todos los miembros debían superar los análisis de sangre pertinentes. Querían gente sana, pues se iban a mantener relaciones sexuales, muchas veces sin látex, y necesitaban análisis actualizados de todos los amos, sumisas y practicantes que entraran a rolear. La mujer le había revelado que cada participante, dependiendo del país o la ciudad que fuera, tenía agenciada una clínica privada para realizarse los análisis. Después, enviaban todos los informes con las personas aceptadas y las que no, y un correo con la invitación correspondiente.
Necesitaba averiguar quién recibía los resultados y llevar esas mismas pruebas a un laboratorio de identificación de ADN.
Así sabrían los nombres de todos los asistentes a los juegos.
Pero Claudia sabía poco más sobre ello y no le había servido de mucha ayuda; aunque él a ella sí, a tenor de los gritos de satisfacción que había emitido durante la sesión.
Lion fijó sus ojos azules en la puerta de la casa de Cleo.
La verdad era que estaba ansioso por verla.
Siempre le había pasado lo mismo. Además, seguro que ahora estaba llorando en su habitación, intentando asumir el golpe de la desaparición de Leslie y concienzándose de que iba a tener que trabajar con él.
Sonrió con cansancio.
Si ella supiera que la había deseado desde que cumplió los catorce y la vio en la playa con aquel bañador azul oscuro con agujeritos en las caderas, ¿qué haría? Entonces él tenía dieciocho años, y su hermana, Les, diecisiete. ¿Le acusaría de pervertido?
Cuando eran pequeños, Cleo les perseguía a todos lados. Quería participar en sus bromas, seguir sus chistes y jugar a lo que ellos jugaban. Y la pequeña se enfadaba cuando Lion la dejaba de lado o la incordiaba para que los dejara tranquilos.
La pelirroja se ofendía, pero él adoraba ver cómo sus mejillas se ponían rojas de la impotencia y su mirada se tornaba verde oscura. Lo tenía fascinado y le molestaba que una mocosa de catorce años lo abdujera de ese modo. Así que Cleo dejó de ir con ellos y formó su propio grupo de amigos, más acorde a los de su edad.
Pero Cleo se hizo mayor y ellos también, y perdieron el contacto. Les y él se trasladaron a Washington, y la joven se quedó en Nueva Orleans como policía. ¿Y qué? ¿La distancia hizo que la olvidara? Para nada. No podía olvidar a alguien que se había grabado en su alma.
El año pasado, cuando la vio delante del Smithsonian, con aquella ropa, las gafas que cubrían sus expresivos ojos, los pies descalzos con manicura francesa sobre el capó, y su abundante pelo rojo recogido de aquel modo, por poco se corrió en los pantalones, y tuvo que hacer un esfuerzo excepcional para mantener el mismo tono crispado y la misma normalidad que antaño, cuando lo que realmente deseaba era clavarse de rodillas en el suelo y besarle los tobillos.
Desde aquel día, soñaba a menudo con ella. Y se sentía incluso mezquino; porque Les era su mejor amiga, él su superior, y tenía sueños tórridos y húmedos con su hermanita, a la que protegía como una loba. ¿En qué lugar le dejaba eso?
Sin embargo, Cleo tenía veintisiete años. Ya no era una niña. Y él tampoco.
Ambos eran profesionales y debían trabajar juntos en la misión.
¿Se aprovecharía de ello? Por supuesto que sí.
Le enseñaría y la prepararía para la misión, y de paso se rascaría el picor que tenía en los huevos desde hacía, al menos, veintidós años; desde que una niñita de cuatro añitos, con ojos verdes y un vestidito de flores, le dio su propio conejo de peluche desmadejado para consolarle y que dejara de llorar. Aquel día él estaba hecho polvo, su abuelo Timothy había muerto y no sabía encajar su perdida. Estaba en las escaleras del porche de la casa de su padre, con la cara hundida entre las rodillas, y los vecinos entraban y venían a su casa para dar el pésame. Él no quería hablar con nadie. Pero entonces, alguien le pegó a la nariz un conejo rosa con la barriga llena de estrellitas. Y cuando levantó la mirada se encontró por primera vez con Cleo y su imperturbable sonrisa. Leslie salió tras ella para reprenderla, pero su hermana también lo miró y, en vez de irse, se sentaron las dos a hacerle compañía. Ahí empezó su amistad.
Esa fue la primera vez que vio a Cleo y conoció su bondad.
Estaba deseando ver su reacción cuando lo encontrara al otro lado de la puerta.
No le esperaba esa noche. Pero cuanto antes se acostumbrara a su presencia y a su rol, su papel sería más creíble en Dragones y Mazmorras DS. Y eso, al fin y al cabo, era lo más importante. No lo que él pudiera sentir por Cleo; y más valía que se lo grabara en la cabeza.
Abrió la puerta del Jeep, y cogió las dos bolsas militares negras de viaje, una en cada mano.
El hogar y la cama de su nueva y anhelada compañera le esperaban.
Una antigua amiga. Una futura agente.
Y su presente esclava.
Aunque, por ahora, solo lo fuera para prepararla en el rol.
***
Hacía veinte minutos que el señor Montgomery se había ido de su casa. Diez minutos que había vomitado, dos que lo había recogido todo y uno que se había vuelto a dar una ducha.
Pero seguía llorando, sin hipidos, sin gemidos, solo lloraba. Sus ojos parecían una destilería. Su casa estaba en silencio, vacía, ¿o la vacía era ella? Qué más daba… se sentía sola como nunca.
Cuando el timbre de su puerta sonó por segunda vez, esperaba encontrarse de nuevo al subdirector del FBI. Puede que se hubiera dejado algo.
Pero cuando abrió la puerta sin ni siquiera mirar por la pantalla de identificación y se encontró con el cuerpo enorme y alto de Lion, por poco le da un ictus.
Llevaba dos bolsas de viaje en mano, y la miraba con preocupación.
Vestía unos tejanos anchos, unas Adidas Casual blancas y una camiseta negra marca benditoseas, muy ajustada, que pronunciaba su excelente estado de forma. Bajo sus ojos azules oscuros se asomaban unas ojeras, y la barba de tres días oscurecía tenuemente su barbilla, difuminando su personal hoyuelo.
Ella sintió rabia al verlo. Estaba en una situación bastante incómoda. Se suponía que debía llegar mañana, y aparecía ahora, a las doce de la noche, en la entrada de su pequeño mundo. Tenía los ojos hinchados de llorar y se sentía muy frágil, ¿y Lion tenía que verla así?
—Hola, Cleo. Abre la puerta —le pidió con tono tierno.
Las lágrimas brotaron de nuevo y empezó a hacer pucheros humillantes. No podía permitirse el lujo de derrumbarse delante de él.
—Maldita sea, Cleo. No… No llores. Abre la puerta —Lion sabía que la vería así; pero las lágrimas de Cleo cuando era niña no eran nada comparadas con las de la mujer que tenía delante intentando aguantar el tipo ante su superior. Le hacían polvo.
Ella abrió la puerta. Nunca hubiera imaginado lo que iba a pasar a continuación. Se encontró con el rostro sepultado en el pecho de Lion y los brazos de él aprisionándola y cubriéndola como si quisiera protegerla de todo y de todos. Sin saber cómo reaccionar, se quedó inmóvil, recibiendo las atenciones del agente al mando, Lion. ¿Por qué era todo tan raro y, en cambio, se sentía más calmada ahora que hacía unos minutos?
—¿Estás bien?
—No.
—Lo sé —murmuró él, poniendo su mano sobre la parte posterior de su cabeza.
—Entonces, ¿por qué preguntas?
—Por educación —se encogió de hombros y sonrió sobre su pelo. Olía a fresa. Esa chica olía a fresa… Encantador.
Cleo se apartó, empujándole un poco por el pecho. Dio un paso atrás y lo miró directamente a los ojos.
—Te esperaba mañana.
—He decidido venir antes. —No le diría que necesitaba estar con alguien, a poder ser con ella, antes que permanecer solo en su apartamento echándose la culpa de todo cuanto había acontecido en los últimos días—. Cuanto antes empecemos, mejor, Cleo. Quedan solo cinco días, seis a lo sumo —murmuró suavemente—. Podemos aprovechar esta noche para que te acostumbres un poco a mí. Podemos hablar todo lo que quieras… No tenemos por qué hacer nada. Tú puedes preguntarme todo lo que te incomode y yo podré explicarte lo que vamos a hacer y en qué consiste tu instrucción.
Cleo lo escuchó en silencio. Y cuando acabó de hablar, lo miró fijamente y le dijo:
—No vas a tocarme ni un pelo, Lion.
—Esta noche no —concedió él—. Pero mañana empezaré a enseñarte; y lamento decirte que sí que te voy a tocar. Y mucho. Has accedido a tu formación. En siete días empiezan los juegos… Vamos muy justos y necesitas familiarizarte con el DS. ¿Lo entiendes? Dime que entiendes lo que va a pasar entre nosotros a partir de ahora.
¿Entender? ¡No entendía una mierda! Lion iba a manosearla y a ejercitarla para la dominación y la sumisión porque se suponía que en el Dragones y Mazmorras DS debían hacer unas performances sublimes y creíbles.
Pero se trataba de Lion. El chico que le hacía la vida imposible y que se reía de ella en cuanto podía.
—Sí, lo entiendo. Pero es solo que esperaba que me dierais un poco de espacio antes de empezar con…, —hizo aspavientos con las manos— con… ¡esto! ¡Contigo! —Le señaló y dirigió una mirada acerada a las dos bolsas que había dejado en el suelo de la entrada—. ¿Qué hay en esas bolsas?
—Mañana lo verás. ¿Vas a dejarme pasar? ¿O me vas a dejar eternamente al lado del ficus de tu preciosa y acogedora recepción?
Cleo entrecerró los ojos hasta que solo fueron una línea verde.
—Relájese, agente —Lion levantó las manos en señal de indefensión—. Vamos a trabajar juntos y debemos llevarnos lo mejor posible para que esto funcione. Soy su superior al cargo, así que debería mostrarme algo de hospitalidad.
Cleo puso los ojos en blanco y miró al techo.
—Muy bien, pasa. —Se dio la vuelta, y mientras caminaba hacia el salón le dijo—: Mano izquierda el baño inferior, al lado la cocina. El salón —señaló la cristalera—, el jardín, y arriba están las habitaciones. La tuya es la que tiene las fustas y las cadenas.
Lion la miró de reojo y se echó a reír. Mejor eso que seguir embebiéndose de lo bien que se ajustaba ese pantalón a su delicioso trasero.
—Un comentario de ese tipo durante la instrucción será penalizado —le aseguró él sin disimular su diversión—. Y no vamos a tener habitaciones separadas. Dormiremos juntos. —Toma norma que se había inventado.
—No. Ni hablar. Oye, vas demasiado deprisa.
—Te digo que no hay tiempo.
—Me estoy estresando —repuso ella con los brazos en jarras—. Eso es extralimitarse. No tenemos por qué…
—Vamos a interpretar los papeles de amo y sumisa, agente Connelly. Quiero que nos fusionemos tanto que nadie dude de que estamos terriblemente sincronizados. Es muy importante que vean que respiramos a la vez.
¿Agente Connelly? Era extraño oírlo en boca de él.
—Demasiada información. —Levantó la mano y se dio la vuelta para mirar al jardín—. Esto me sobrepasa —se cubrió los ojos con los dedos, exasperada—. Debo avisar a la comisaría y decirles que no podré ir…
—De eso se encarga Montgomery. Mañana tu jefe de policía tendrá la notificación privada del FBI. No te preocupes por eso…
—Pero es que… ¡No puedes presentarte aquí por la noche, en mi casa, diciéndome que vas a ser mi amo y que…!
—Pues lo he hecho, Cleo. El caso, la misión y tu hermana —enumeró— son importantes para mí y no podemos cometer ningún error, estamos a punto de…
—¡¿Mi hermana es importante para ti?! ¡Pues la han cogido! ¡Y su compañero ha muerto! —le gritó dándose la vuelta como un vendaval, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Tú debías cuidar de ellos y no lo has hecho! ¡¿Qué tipo de agente al mando eres?!
Sus palabras fueron a hacer daño y se clavaron como dagas en su pecho. Sí. Eso era algo que también se recriminaba a sí mismo. Él debía cuidar de Leslie y de Clint. Y había fracasado…
Cleo se calló de golpe, y entendió que se había propasado. Pero todo se había convertido en demasiado; y verlo a él ahí, en su territorio, sabiendo que al día siguiente iba a desnudarla para hacerle vete a saber qué, la puso de los nervios. ¿En qué se había metido?
—Su compañero se llamaba Clint y era uno de mis mejores amigos. Todavía puedo hablar con Montgomery y decirle que no estás preparada para esto. —La voz de Lion inundó el salón de hielo y escarcha—. Lo entenderían. El caso te toca muy de cerca y estás emocionalmente relacionada, Cleo. Puede que me precipitara al sugerirles que…
—¿De qué hablas? —preguntó asombrada. Se secó las lágrimas con las manos. ¿Por qué le había acusado de algo tan horrible? Debía disculparse inmediatamente—. Quiero hacerlo. Y estoy dispuesta a todo por rescatar a mi hermana.
Lion asintió seriamente.
—¿Seguro? Puedo rectificar y…
—¡Lion! —gritó apretando los puños a cada lado de su piernas—. ¡Para! —Clavó los ojos en los desnudos dedos de sus pies. Era injusto que utilizara aquella carta contra ella; pero también había sido injusto lo que le había dicho. Dios, debería aprender a morderse la lengua—. Yo… Está bien.
—No lo está —la reprendió—. A partir de ahora deja de verme como Lion, Cleo, o esto no irá bien. Debes respetarme, soy tu superior. Y sí, te han elegido a ti por la proximidad y el parecido que tienes con Leslie y yo les he dado el visto bueno.
—¿No ha sido por mis aptitudes académicas? —preguntó herida—. Menuda decepción —dijo sarcástica.
Él apretó los dientes y marcó mandíbula.
—Estamos juntos en esta misión. Es una situación un tanto peculiar, lo sé. Pero debes obedecerme. De nosotros depende la vida de muchas personas; y no pienso arriesgarme llevando al torneo a alguien que puede echarlo todo por tierra.
—Lo he entendido, Lion —expresó sin saber a dónde mirar.
—Señor.
Cleo dio un respingo y se mordió el labio inferior. ¿A qué tipo de señor se refería? ¿A señor como superior en la jerarquía de agentes o a señor como llamaría una sumisa a su amo?
—Sí, señor. Mañana empezará mi instrucción. Deberé acatar sus órdenes. Y hoy… Si debe de ser así, podemos dormir juntos —cedía porque no quería que le apartaran del caso.
—No. Está bien. Esta noche dormiré solo. Ha sido un viaje largo hasta Nueva Orleans y necesito descansar. No quiero presionarte. Incluso, podría ir a mi Jeep y dormir ahí; y mañana volvería a llamar a tu puerta como si esta noche no hubiera irrumpido en tu reserva privada.
—¿Hablas en serio?
—No —sonrió malignamente—. ¿Mi habitación es la de las fustas, entonces?
—Sí. Está al lado de la mía —contestó contrariada.
—¿La de Cenicienta?
—Humph… Qué gracioso.
—Por cierto, la seguridad de tu casa es una mierda. Mañana lo solucionaré.
—¿Además de agente eres de Fire and Burglar Alarm?
Lion sonrió y la miró por encima del hombro.
—Buenas noches, Cleo. Que duermas bien.
—Tú también.
—Gracias por dejarme quedar en tu casa.
—Eh… De nada.
—Si necesitas hablar de algo o no puedes dormir, puedes charlar conmigo sobre lo que quieras.
—No creo —arqueó una ceja roja.
—O bien… —abrió una de sus bolsas y sacó una carpeta marrón—. Podrías leer esto e ir adelantando —se lo ofreció y esperó a que ella lo tomara—. Es toda la información que hemos recopilado sobre el caso Amos y mazmorras. Rangos de los miembros, escenarios que más les gustan, zonas de acción, roleadores DS asiduos… Mañana te preguntaré. Lo que no entiendas lo solventaremos juntos. Nos vemos mañana.
—Sí. Nos vemos.
¿Pero qué demonios le había pasado a su vida en un abrir y cerrar de ojos?
Así, sin más.
Cleo ocultó una sonrisa incrédula mientras observaba cómo su superior ascendía las escaleras hasta su nueva habitación.
Lion Romano estaba en su casa. Guapo y sexy como solo Satanás podía ser. Pero había cambios en él. Tenía una cicatriz que partía horizontalmente su ceja derecha y, esta vez, debajo de su oreja izquierda había un tatuaje con letra japonesa. ¿Qué querría decir?
De repente, la idea de dormir sola le pareció atroz.
Estaba hecha polvo, esa era la verdad, y necesitaba compañía. Pero no la de él. Seguro que no dormiría ni un minuto con él al lado. Su presencia la alteraba en muchos sentidos, algunos que no estaba dispuesta a reconocer.
Se quedaría en el sofá e intentaría dormir viendo una de sus películas. Mejor distraerse, que pensar en que una versión más morena de Stephen Amell estaba en la habitación de invitados.
***
Las voces le despertaron.
—Espera, espera, ¿quién dices que canta esa canción? —decía una mujer.
—La cantan Earth, Wind and Fire…
—Entonces deja que la canten ellos.
¿Qué era eso? ¿Quién había abajo?
—Los príncipes azules siempre acaban destiñendo…
Lion se cubrió los ojos con el antebrazo y bostezó. La habitación que le había facilitado Cleo era cómoda y tenía de todo. La chica sabía cómo ser hospitalaria. Desde televisión, ordenador, iPod con música… Hasta un balcón cubierto de madera, con un par de tumbonas y una mesa de mimbre.
¿Lo que oía era una película? Encendió el reloj digital. Las dos de la noche.
Mañana debían madrugar para empezar con el entrenamiento, y Cleo todavía no se había acostado.
Joder, sabía que la iba a incomodar, pero se había imaginado el recibimiento de otro modo. Menos hostil. Había sido un desastre.
Se levantó de la cama y salió de la habitación.
Seguramente la chica no podía dormir pensando en todo lo que se le venía encima.
«Pobrecita», pensó con ternura.
Bajó las escaleras con cuidado. La luz de la pantalla plana iluminaba el acogedor salón. La casa era como ella. Especial y cálida.
Él no era así. No era de esas personas que hacían suyo aquello que les rodeaba. Su apartamento en Washington era de tonos grises y negros. Ordenado y recto. Tenía algún marco con fotos de su familia, de su hermana y su sobrino; una biblioteca y equipos multimedia de última generación. Pero allí donde Cleo tenía plantas y flores, él tenía esquinas vacías; donde Cleo colocaba percheros de formas imaginativas, él solo ponía una balda gris con ganchos vacíos en la pared; donde Cleo ubicaba figuras enormes como el gato de los sueños de Alicia, que estaba en la recepción y tenía entre sus garras un paragüero, él tenía uno de metal, liso y funcional.
Cleo era única, y él, un soso.
Luz y oscuridad.
Por eso se había llevado tan bien con Leslie. Porque Les y él eran parecidos; y el mundo de Cleo les parecía un caos encantador y enigmático que ponía el de ellos patas para arriba.
Cleo era explosiva. Les y él eran comedidos y serios.
Cleo era un terremoto. Ellos eran un pequeño sismo.
Se colocó frente a ella. Estaba dormida en el sofá, abrazada al cojín en forma de corazón con dos brazos que le rodeaban la cabeza.
Mierda, seguía teniendo esa sensación de estar en terreno puro y ser un sembrador de corrupción. La chica parecía una jodida hada.
El pelo rojo desordenado, la nariz insolente asomándole entre un mechón… Y aquella boca rosada y grande.
—Bueno —gruñó, frotándose la cara con las manos—. Vamos allá.
Hitch. Se había quedado dormida viendo Hitch. Apagó el DVD y la televisión.
Con cuidado, coló las manos bajo su cuerpo y la cargó en brazos. No pesaba nada, pero era compacta y blanda al mismo tiempo.
—Agente Connelly… Hoy ha sido un día duro para ti, ¿eh, preciosa?
Cleo se removió en sus brazos y abrió los ojos poco a poco.
—Voy a acostarte —le explicó en un susurro.
Ella asintió mientras luchaba por mantener los ojos abiertos.
—¿Lion?
—¿Sí?
Cleo, entre el sueño y la vigilia, apoyó la cabeza sobre su pecho y cerró los ojos.
—No llevas camiseta.
Él ahogó una sonrisa.
—Chist… duerme.
—¿Me dejas en mi habitación?
—Sip. No quieres dormir conmigo, así que… —Llegó al rellano de la segunda planta y se dirigió a la que, se suponía, que era la habitación de Cleo. Pero ella negó con la cabeza y le señaló la que él ocupaba.
—Esa.
—¿Estás segura? —preguntó sorprendido. Estaba señalando la habitación en la que él descansaba. ¿Había cambiado de parecer? ¿Quería dormir con él?
Ella sonrió como si hubiese dicho una estupidez.
—Sí, claro que sí.
—Bien —contestó feliz.
Entró con ella en la habitación y la dejó al lado izquierdo de la cama. Él se puso en el derecho y los cubrió a ambos con la colcha morada. La luna alumbraba el rostro etéreo de Cleo, y Lion la miró atentamente.
—Siento mucho haberle fallado a tu hermana —confesó en voz baja—. Y siento violentarte así… Pero tú y yo haremos un buen equipo. —Le retiró el pelo de la mejilla y aprovechó para acariciarla con los dedos… Por favor. Quería tocarla. Quería quitarle la camiseta y el pantalón y verla completamente desnuda—. No te voy a decepcionar.
Le dio un beso en la frente y se acercó a ella hasta rodearla con un brazo. Apoyó la barbilla sobre su cabeza y cerró los ojos.
—Hueles jodidamente bien.
***
La nariz le picaba y tenía algo duro y musculoso entre las piernas. Abrió los ojos y se encontró con la nuez de Adán de un hombre.
Lion.
Frunció el ceño y miró hacia abajo. La enorme pierna de su superior se había colado entre las de ella. ¿Pero qué hacía él ahí? ¿Ese era su modo de respetarla? Le había dicho que no iban a dormir juntos.
Miró a su alrededor. Era su habitación.
Recordaba haberse quedado dormida y, después, que alguien la levantaba y la llevaba a la cama. Lion se había tomado la molestia de cargarla hasta la planta de arriba pero, con el favor, se permitió la licencia de meterse en su cama.
Fíate de los buenorros morenos con ojos azules. ¡Ja!
El corazón latía desaforado bajo su pecho. El sol se colaba entre las persianas de su balcón, y uno de sus rayos alumbraba el rostro viril de aquel hombre.
Lion siempre le había parecido muy guapo. Insoportable, pero hermoso. No se podía tener todo en la vida, ¿verdad?
Ahora estaba dormido y su rostro era… enternecedor. Como el de un niño grande y bueno. Pero no se engañaba. Lion ya no tenía nada de niño, y menos de bueno. Los años le habían endurecido y marcado.
Hoy empezaba su entrenamiento. No conocía a Lion como lo hacía Leslie. No sabía si era muy estricto o muy duro. Pero a Cleo le recordaba a una pantera negra. Siempre al acecho en las sombras. Tomó aire y aceptó lo que venía.
Había dormido bien y estaba descansada. ¿Serían los efectos placebo de haber dormido con compañía? Sin ser consciente de lo que hacía, su mano tomó vida propia y se levantó hasta tocar delicadamente su labio inferior.
La boca de ese agente debería ser multada por promover el pecado.
Sin perder ni un minuto, alargó el otro brazo hasta alcanzar el iPhone que había en su mesilla, puso el silenciador y le hizo una foto. Con una estúpida risita, se levantó poco a poco de la cama y lo dejó descansar.
Cuando bajara a desayunar, le abroncaría por haberse atrevido a meterse en su cama y en su habitación. Pero mientras él descansara, ella tenía trabajo que hacer. Leería los informes del caso que había dejado sobre la mesa del salón.