Capítulo 2

Un año después

—¿Por qué no mira en el jardín del vecino? Seguro que Sansón estará montando a la Chihuahua del señor Spencer.

—Señora Macyntire, por el amor de Dios… —Cleo apoyó la frente sobre la mesa de su oficina de Nueva Orleans mientras escuchaba la perorata diaria de la anciana—. Ha crecido la población mundial de perros callejeros gracias a su querido bulldog.

—No digas ordinarieces, jovencita.

—No lo hago, señora —se frotó la cara con la mano libre—. Pero cada día me llama diciendo que Sansón no está y que ha desaparecido. Y cada noche Sansón regresa a su casa para que lo alimente y lo ponga a dormir en la cama.

—Sí, pero un día te llamaré, y Sansón habrá desaparecido de verdad. Es un perro muy mayor y le puede suceder cualquier cosa.

—Señora, créame: mientras haya perras en el mundo, Sansón será inmortal.

Toc toc. Llamaron a la puerta de su despacho.

—Teniente Connelly. —El oficial Tim Buron alzó la mano para despedirse de su superior. Ya había acabado su turno diario.

Cleo puso los ojos en blanco y deletreó con los labios: «dispárame. ¡Dispárame!».

El rostro sonrojado del rubísimo y bueno de Tim se iluminó con una sonrisa.

—¿Es la señora Macyntire? —susurró señalando al teléfono.

Cleo asintió cansada.

Tim soltó una risita y le dijo:

—Suerte.

Cleo lo despidió con un gesto de su barbilla. Mantuvo la conversación con la anciana cinco minutos más, hasta que localizó al perro a través del chip y le dijo en qué esquina estaba: en la calle Perdido con Union.

—Oh, ahí está la caniche de Margaret —convino la mujer emocionada.

—¿No me diga? —preguntó fingiendo asombro—. Pues, ¡hala! ¿Ya está más tranquila?

—Sí, bonita, gracias. Que Dios te bendiga…

—Y a usted, señora Macyntire. Y a Sansón.

—Y a los Estados Uni…

—Amén —bizqueó.

Después de colgar el teléfono, se levantó y repasó los informes de la denuncia por malos tratos que recaía sobre Ben Fleur, y de la pequeña red de camellos adolescentes que asediaban los institutos de De La Salle, Cabrini y Ben Franklin. Cleo y el jefe de policía, Magnus, ya habían repasado las zonas de acción de los grupos. Y mañana habían previsto dar con el facilitador de las pastillas de éxtasis: el capo.

Y, al final, clavó la vista con tristeza en la nota que le había dejado Magnus en la pantalla de su ordenador: «Billy Bob está fuera».

—Joder… ¿Cómo puede ser, Martha? —se preguntó, sin poder creerse que ese maltratador estuviera libre de nuevo porque su mujer había retirado los cargos.

Había cosas que no podía controlar; y el miedo y la estupidez de las personas, eran dos de ellas.

Salió de su despacho y condujo con su Mini hasta su casa, en la calle Tchoupitoulas. No podía decir ese nombre sin partirse de risa y pensar que quien le puso el nombre adoraba los «Tchoupitos».

***

Nueva Orleans era una ciudad más bien tranquila. Después de haber sido parcialmente destruida por el Katrina, responsable de la muerte de más de la mitad de la población, los ciudadanos tomaron conciencia de todo aquello que les rodeaba, y desde que se levantaron de la tragedia, la ciudad vivía en una relativa y sana paz.

Obviamente, no quería decir que fuera una ciudad de santos, ni mucho menos. Menos mal que estaba el Barrio Francés, una zona preciosa y muy popular, repleta de casas de todos los colores y ambiente muy nocturno, en la que había clubes y restaurantes donde siempre sonaba de fondo el inmortal jazz… Y en el que cada tres pasos también te encontrabas un club de striptease o un burdel camuflado. Ella, siempre que pasaba por ahí, se decía: «Bienvenida al Barrio Francés, donde te pueden tocar lo que quieras: el saxo o el sexo». Seguía habiendo vicio y alcohol, los jóvenes se encargaban de alimentar las peleas de barrios y cometer algún que otro robo ocasional… Pero no. Nueva Orleans no era el Bronx.

Sí, no le faltaba el trabajo. No obstante, echaba de menos esas emociones fuertes que soñaba experimentar desde pequeña. Las mismas que te recordaban que estabas viva. Y perseguir a Sansón o vigilar a un grupo de chavales en fase de experimentación no era nada arriesgado, ni nada por lo que pudieran darle una medalla al honor.

A Leslie sí que se la darían en algún momento; y Cleo se emocionaba solo de pensarlo.

Seis meses atrás la habían ascendido, eso sí. Magnus, el actual capitán de policía, la promovió de sargento a teniente. ¿Por qué? Porque había detenido a Billy Bob a punto de matar a su mujer, Martha, a golpes.

Sus padres estaban tan orgullosos de ella que no cabían en sí de la emoción.

Pero a Cleo le costaba fingir que se sentía bien y feliz. Para que la entendáis: adoraba su pueblo, su ciudad. Pero ansiaba estar en Washington, donde se gestaban la mayor parte de las decisiones estatales. Tal vez pecara de ambiciosa, pero esa era su naturaleza de superhéroe. Y hacerle la maniobra de Heimlich al viejo Luke porque por enésima vez se había tragado la boquilla de su pipa de madera no era nada por lo que poder tirar cohetes. Sí. Había salvado una vida. Pero… ¿no había algo más?

¡Pues sí! Por eso, en una semana, realizaría de nuevo las oposiciones para entrar en el FBI. Lo haría todo de maravilla y no se dejaría embaucar por el maldito Stewart. No. Esta vez diría aquello que el viejo Gollum anhelaba oír.

***

Tchoupitoulas Street

Su casa era una preciosa chocita de cuatro habitaciones con jardín trasero y porche delantero. Las casas en Nueva Orleans son las típicas casitas que veis en las películas: de maderita, grandes, amplias, y de muchos colores; complejos residenciales donde casi todo el mundo se conoce. Cleo regentaba una de esas viviendas. La llamaban híbrida, de madera y ladrillo, y estaba barnizada de colores blancos y azules, con macetas de madera llenas de flores de muchas tonalidades. El suelo interior era de parqué claro, y las paredes estaban pintadas de colores neutrales.

Cleo vivía sola, acompañada de un pequeño camaleón al que llamaba Ringo, como el de la película. Lo dejaba salir del terrario y lo soltaba por el porche, entre las plantas y las cañas de bambú. Así decía que el pobre animal hacía algo de ejercicio.

El porche estaba decorado por un conjunto de butacas y sillones de mimbre de color marrón oscuro, con cojines blancos y rojos.

En el jardín tenía un pequeño jacuzzi bitermal. Cuando quería, y sus necesidades lo solicitaban, era de agua fría o caliente, y lo utilizaba tanto para el verano como para el invierno. A Cleo le encantaba tomarse los mojitos nocturnos entre burbujas, la música de Enya y el sonido de los grillos durante algunos de esos pocos sábados noche en los que libraba.

Magnus, su guapísimo capitán de policía, siempre insistía en autoinvitarse cuando ella tenía fiesta. Y cuando decía guapísimo, se refería a un mulato altísimo de ojos turquesa y espaldas de acero. Pero Cleo consideraría un gravísimo error mantener más que una estricta relación profesional con su jefe. Por ese motivo, y muy educadamente, siempre lo rechazaba. Aun así, si había una palabra que definía a Magnus, esa era la perseverancia; por tanto, el hombre no dejaba de intentarlo una y otra vez.

¿Qué veía en ella? Solo él lo sabría.

Subió a su habitación y se quitó la ropa de calle para colocarse su pantalón corto, su top y los guantes Adidas rosas y negros de boxeo. Recogió su pelo en una cola alta y roja. Después de su jornada laboral le gustaba desahogarse con el saco de pie Lonsdale que tenía en el jardín.

Un puñetazo arriba, dos seguidos al centro… ¡patada! Y volvía a repetir.

Ejecutaba sus movimientos al ritmo de Give me something for the pain de Bon Jovi, cuando la música de sus cascos cesó y dio paso a la llamada de su madre, Darcy.

—Mamá.

—Hola, cielo. ¿Cómo estás?

—Igual que este mediodía cuando me has preguntado qué comía —dio un salto y pateó el saco con la pierna derecha.

—Cariño… ¿sabes algo de Leslie? —preguntó con voz temblorosa—. Nunca había estado tantos días sin decirnos nada. Ella siempre nos habla, de un modo o de otro, y tu padre y yo estamos preocupados.

Cleo se detuvo y se quedó con la vista fija en el saco rojo. Hacía tres días que su hermana no se ponía en contacto con ella para nada. Tenía su teléfono desconectado y no lo podían rastrear. No había modo de localizarla, y la verdad era que Cleo estaba tan preocupada por ella que no quería pensar demasiado.

Leslie aparecería. Llamaría. Como siempre acababa haciendo.

Sin embargo, entre hermanas había una especie de conexión especial. Ellas siempre la habían tenido. Y a Cleo se le hacía un agujero en el estómago cuando esa intuición negativa sobre la salud y el bienestar de su hermana sacudía todas sus sinapsis. No quería pensar en negativo, pero Leslie ni siquiera le había mandado un mail con la cuenta falsa que se había creado.

—No, mamá. No sé nada. Pero no te preocupes. Leslie es muy lista y siempre sale de todos los líos en los que se mete.

—Tu hermana es una agente infiltrada del FBI, Cleo. Sus líos no son líos cualesquiera —contestó más dura de lo que había pretendido sonar.

—¿Y los míos sí?

—Oh, señor, Cleo… Sabes que no es eso lo que he querido decir —se disculpó su madre—. No podría estar más orgullosa de las dos.

Cleo exhaló el aire y se apretó el puente de la nariz.

—Lo sé, mamá. Yo también estoy nerviosa por esta ausencia demasiado larga de la tonta de Leslie. Pero seguro que no le sucede nada. Ya sabes cómo son las misiones encubiertas.

—No, cariño, no tengo ni pajolera idea. Empiezas a hablarme como papá. Él se cree que soy una eminencia en rangos policiales y estatales, pero soy una humilde ignorante. Sé que tú y Les os ponéis en peligro porque habéis sacado el mismo cerebro que vuestro padre y su misma inconsciencia. Pero no me hables de misiones encubiertas porque visualizo a Les vestida de camuflaje y no me sienta nada bien.

No. L no estaría así. Pero, dado que desconocía la naturaleza de la misión en la que estaba involucrada, no sabía qué tipo de vestimenta llevaba.

Cleo sonrió y se quitó los guantes.

—Mira, mamá. En cuanto sepa algo de ella te aviso, ¿vale?

—Vale, cielo. ¿Ya te has ligado al grandullón moreno con nombre de helado?

Subió los escalones del jardín y se metió dentro del salón.

—Mi jefe se llama Magnus, mamá. El helado se llama Magnum.

—Sí, Tom Selleck, qué guapo era… ¡Oh, por Dios, Bill!

—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó ascendiendo la escalera de dos en dos escalones. Entró en su habitación para encender el agua de la ducha.

—Me he olvidado de cerrar la puerta del horno…

—¿La misma que papá te repite una y otra vez que cierres cuando la has acabado de usar?

—¡Me cago en todo lo que…! —se oía decir a su padre de fondo—. ¡Mi espalda!

—Sí, creo que sí —contestó Darcy con voz contrita—. Te dejo, cielo. Llámame en cuanto sepas algo.

—Sí, mamá.

—Te quiero.

—Te quiero.

Se desnudó y se metió bajo la alcachofa de la ducha, que destilaba chorros constantes de agua caliente. Mmm… Su champú olía a fresa y era tan cursi que le encantaba. ¿Dónde se había visto que una teniente disfrutara de esas chucherías de mujeres? ¿Dónde? En la ducha de Cleo.

Rauda y veloz, se medio secó el pelo y cubrió su cuerpo con su pantalón azul corto y la camiseta que utilizaba para dormir en la que rezaba: «El cuerpo de la policía está así de bueno».

Con una ensalada y un par de pechugas a la plancha, se sentó sobre su viejo sofá con chaise longue y puso una de sus películas favoritas: pero apenas la miraba porque no dejaba de revisar su teléfono.

Tres días eran demasiado para Leslie.

¿En qué estaría metida? ¿Por qué no se ponía en contacto con ella?

Si tuviera el teléfono de Lion a lo mejor podría hablar con él y preguntarle, aunque oír su voz la llevara a momentos de frappuccinos y besos robados.

—No vayas por ahí, amigo —le dijo a su cerebro. No tenía pilas para su pequeño Don Consuelo. Y si no había pilas, no había pensamientos calenturientos.

Lion Romano… «Basta. Basta. No vayas hacia la luz, Cleo».

Dio un sorbo a su té de melocotón helado y con el portátil sobre las piernas revisó el correo.

Ni rastro de su hermana.

Estaba tentadísima de llamar a su amiga Margaret, la hacker que trabajaba para la policía de New Orleans, y pedirle que localizara la última IP desde la que Leslie se conectó y le envió el último mail.

De: L

Para: C

Loquita, estoy bien.

No tengo mucho tiempo para escribir, pero me alegra comunicarte que estamos a punto de cerrar el caso. Ya te contaré. Un beso muy fuerte, nenita.

L

Eso querría decir que, fuera el caso que fuese, ya lo tenía casi resuelto, ¿no? Lo cierto era que actuar como un infiltrado del FBI acarreaba muchos riesgos y, también, sembraba inseguridades en las personas más cercanas a tu círculo.

Miró a Ringo. Hacía media hora que el camaleón intentaba camuflarse con el cojín verde en el que estaba jugando. ¿Ringo sufriría por ella cuando entrara en el cuerpo?

Al ver que empezaba a darle la paranoia al imaginarse a L en situaciones delicadas, cogió a Ringo entre sus manos y lo alzó hasta la altura de sus ojos.

—Eh, Ringo —susurró acariciándole la cola—. Ringo, mírame… Mírame —por una extraña razón que no se atrevía a analizar, Cleo se creía capaz de hacer que un camaleón, que movía sus ojos de forma independiente, es decir el izquierdo hacia Canadá y el derecho hacia México, sincronizara sus pupilas y las dirigiese hacia ella a la vez—. Al frente, Ringo, al frente… —chasqueó los dedos de la mano libre delante de la cómica carita del reptil—. ¿No puedes? Ay, qué mono…

El sonido del timbre de la puerta hizo que se tensara.

Eran las diez y media de la noche y no tenía visitas a esa hora.

Con el ceño fruncido y Ringo en mano, puso la película de Willow en pausa y se levantó para abrir la puerta.

Tras la mosquitera que cubría el marco de la entrada se reflejaba la sólida figura de un hombre alto y delgado, pulcramente trajeado.

Cleo activó la pantalla ofimática que identificaba a sus visitantes. El monitor mostraba a un hombre calvo de ojos azules que miraba directamente a la pequeña cámara que había a mano izquierda del timbre.

No lo conocía. No sabía quién era ese individuo.

—¿Señorita Connelly? —preguntó mirando fijamente por el visor informático.

Cleo abrió la puerta y dejó a Ringo sobre el ficus de la entrada.

—Buenas noches, señorita Connelly —se llevó la mano al trasero y levantó su placa de identificación—. FBI. ¿Puedo entrar?

Elias Montgomery: subdirector del FBI.

Malas noticias. Cuando el FBI llamaba a tu puerta solo podía significar dos cosas. O que te creían indirectamente involucrado en un delito federal, o bien que podías aportar pistas para solventar uno. O eso, o su madre, Darcy, había sido acusada por su padre, Charles, por intento de homicidio.

Pero Cleo entendió que el subdirector del FBI no estaba ahí por ese motivo.

Tres días era demasiado tiempo para Leslie. Y ese hombre estaba ahí por algo relacionado con su hermana. Su intuición innata así se lo decía.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y tragó compulsivamente.

—Es Leslie, ¿verdad?

—¿Me deja entrar, por favor? Este no es sitio para hablar —contestó el agente con educación.

—Claro. Disculpe.

El subdirector Elias se detuvo en la entrada.

—Después de usted, señorita Connelly. Necesito hablarle largo y tendido sobre algo, y es estrictamente confidencial.

Cleo asintió firmemente. La barbilla le temblaba y los labios le hacían pucheros. «Por favor, por favor… Que no me dé malas noticias».

—Tome asiento. —Llegaron al salón y le señaló el sofá—. ¿Desea tomar algo?

—No, estoy bien gracias —contestó sentándose en la butaca solitaria—. Siento haberla importunado. Estaba cenando, ¿verdad?

—Oh, no se preocupe —retiró la mesa auxiliar y la dejó en la cocina—. Ya no tengo hambre. —Su pantalla plana Sony tenía congelada la imagen de Willow lanzando una bellota al cielo. Entornó los ojos y apagó la televisión con el mando a distancia. Nerviosa como jamás había estado, se sentó en el sofá, al lado del señor Elias—. ¿Cuál es el motivo de su visita? Y debe de ser algo importante para que venga un alto cargo del FBI a mi casa. ¿Mi hermana está bien?

Él entrelazó las manos y apoyó los codos en sus rodillas.

—¿Le dijo su hermana Leslie en qué estaba trabajando?

—¿Además de que era agente especial? No. ¿Sigue viva, verdad? —preguntó impaciente.

—No lo sabemos. Creemos que sí, pero… No podemos asegurarlo a ciencia cierta.

Cleo se mordió el labio inferior y cerró los ojos. ¿Así que eso se sentía cuando te daban noticias de ese tipo? Por Dios, quería morirse. Llorar y morirse.

—¿Qué se sabe? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo… Cómo ha desaparecido?

—Señorita Connelly, antes de que yo le explique nada, déjeme advertirle de que, si en algún momento sale de su boca algo de lo que hayamos hablado aquí, será considerado como un delito y una traición al Gobierno de los Estados Unidos de América. ¿Entendido?

Cleo no pudo valorar si lo que más la enfureció de ese comentario era su tono o lo que daba a entender con sus palabras.

—Soy policía de Nueva Orleans, señor. Trabajo para mi país, para su bienestar. Creo que su advertencia está de más —le dijo desafiante.

Algo parecido a una sonrisa cruzó los ojos azules de Elias.

—Me habían dicho que tenía un problema en controlar su lengua. Excelentes notas en la preparación cadete de Quantico —chasqueó con la boca—, pero un desastre en la entrevista personal. No obstante, no creo que sea un caso perdido.

—¿Así que han hablado de mí?

—Sí, por supuesto. Leslie es un diamante como agente especial, y tienen los mismos genes, así que esperábamos que usted nos diera los mismos excelentes resultados… Ella es muy disciplinada y usted es más… impulsiva. Pero nada que no se pueda limar, ¿no cree?

¿Así que habían hablado de ella? Eso ya no importaba. Leslie sí.

—Soy una tumba, señor. Sé dónde y para quién trabajo. Y L es una excelente profesional. Espero ser como ella algún día.

—Me alegra saberlo.

—Y ahora, por favor, ¿puede explicarme el motivo de su visita?

—¿Sabe? He cambiado de idea. ¿Me puede ofrecer un café con hielo?

***

El subdirector le daba vueltas a su café solo y después lo vertió todo en el vaso con cubitos de hielo.

—Leslie trabajaba como agente especial infiltrada en un caso de trata de blancas.

Cleo abrió los ojos, y las palmas de las manos se le enfriaron.

—Después del narcotráfico, la trata de personas es el delito más redituable. ¿Lo sabía?

—Sí, señor. —Estaba al tanto de los índices de delitos federales. La mayoría de las veces, la trata de blancas se relacionaba con la esclavitud, el abuso sexual y los trabajos forzosos. Por Dios, tenía ganas de vomitar, y un manojo de nervios muy inestable le oprimía la boca del estómago.

—Todas las naciones sufren de tráfico de humanos y, como con todos los delitos, intentamos erradicarlo, pero no es fácil. Hace quince meses se encontró el cadáver de Irina Lewska. Una mujer rusa de veinte años hallada muerta por sobredosis en el desierto de las Vegas, cerca de la interestatal 215. Irina llevaba un collar de perro en la garganta con un medallón en el que rezaba «pertenece a los hombres lagarto».

—¿Un collar?

—Sí. Un collar de sumisa. ¿Cuánto sabe de DS, Cleo?

—¿Perdón? ¿DS? Mmm… Que es el apellido de Nintendo.

Elias entrecerró los ojos y frunció los labios. El silencio se tornó espeso y pesado entre ellos.

—Dominación y sumisión.

—Ah, BDSM —contestó como si esas siglas no le dieran un terrible respeto—. ¿Bondage y sadomasoquismo?

—Bueno, ahora lo llaman solo DS, porque quieren acercarlo un poco al populismo. Como le decía, Irina llevaba un collar de sumisa y al parecer tenía a un amo o, en este caso, varios amos. Hasta ahí, todo indicaba que podía ser un crimen pasional sexual y que se les fue la mano con las drogas ¿verdad?

—Sí, continúe.

—Desde Las Vegas se pusieron en contacto con Washington, y desde entonces llevamos el caso nosotros. Investigando, nos dimos cuenta de que Irina había desaparecido de su país dos meses atrás —tomó un sorbo de café helado—. Era practicante principiante en el mundo DS. En sus extractos bancarios descubrimos compras por Internet a varias tiendas de fetiches y sumisión, por tanto, la mujer sabía lo que se hacía.

—¿Y cómo fue a parar a Las Vegas?

—Irina había comprado dos billetes con destino a Miami, en respuesta, posiblemente, a una invitación.

—¿Qué tipo de invitación?

—Un encuentro de DS.

Cleo se removió en el sofá. Aquello era incómodo.

—Un encuentro de sado, de acuerdo. ¿Cómo sabían que su visita a Miami respondía a ese tipo de invitación?

—Por lo que averiguamos luego gracias a Leslie y a Clint, que después le explicaré.

—Dios… —Apoyó los codos en las rodillas y se cubrió el rostro con las manos.

—Una vez la joven llegó a Miami, se perdió su pista totalmente. Ninguna actividad bancaria, ninguna conexión a internet, ninguna llamada telefónica… Cero.

—Hasta que la encontraron muerta, con el collar que la identificaba como propiedad de los hombres lagarto.

—Sí. El cuerpo de Irina no nos decía mucho más. No había rastro de semen ni de agresión física, excepto un exceso de un tipo de droga que se halló en su cuerpo, conocida como popper, mezclada con cocaína.

Cleo sabía lo que era el popper. Era una droga afrodisíaca que se servía en forma de inhalador, y de la que si se abusaba, podía causar graves daños cerebrales, incluso la muerte.

—Irina murió por una sobredosis y por una reacción asmática al inhalador; pero su hallazgo propició que entráramos en uno de los casos de trata de blancas más importantes y mejor camuflados de los últimos tiempos. Después de Irina, vinieron Katia, Roxana, y Marru… Las tres en un espacio de diferencia de tres semanas.

—¿También cerca de Las Vegas?

—No. Esta vez en Phoenix, Arizona; en Albuquerque, Nuevo México y en Sacramento, en California. Las relacionamos con el mismo caso sobre todo porque también murieron por sobredosis.

—También por popper.

—Sí. Todas tenían la misma droga en su sangre. Se había denunciado la desaparición de una de ellas, Marru, dos meses atrás en Noruega. Estudiamos sus movimientos bancarios y descubrimos similitudes con Irina: le encantaba lo fetish y las fustas; y lo último de lo que el sistema tiene constancia es de que vino a Albuquerque para algo, y ahí se perdió su rastro. La hallaron muerta en la frontera entre Nuevo México y Juárez. Las otras dos víctimas, Katia y Roxana, no presentaban ninguna denuncia por desaparición y eran originarias de Phoenix y Sacramento, respectivamente. Ambas adoraban el sado, y una de ellas tenía un tatuaje que rezaba: «Los monos cuidarán de Dorothy».

Cleo sacudió la cabeza. No podía hilar casi nada. Ni una sola vez había nombrado a Leslie todavía.

—¿Dorothy? ¿El Mago de Oz? —preguntó confusa—. No logro entender…

—Hasta entonces, nosotros teníamos un rompecabezas del que solo teníamos a cuatro chicas muertas: dos pelirrojas y dos morenas, de rostro pálido y ojos claros, esbeltas —enumeró—. Tenían en común sus inclinaciones por el sado y la dominación. Dos de ellas estaban declaradas desaparecidas en sus respectivos países. Y las cuatro habían muerto por una variante de popper con cocaína. Lo único que teníamos claro era que el escenario en el que debíamos trabajar era el DS.

—Mi hermana cuadraba en el perfil —entendió con voz monótona y la mirada perdida—. Morena, piel clara y ojos claros. Esbelta.

—Sí. Decidimos trabajar con ella por muchas razones. La agente Connelly se internó en el mundo del DS como practicante: se infiltró.

¿Su hermana? No… ¿Leslie había hecho eso? ¿En eso estaba metida? Dios… Se le puso la piel de gallina.

—El collar de sumisa de Irina y el mensaje tatuado de Roxana les llevó a buscar por todos lados el significado de los hombres lagarto y la relación que podían tener con Dorothy y los monos. La agente Leslie y el agente Clint hicieron un trabajo de investigación sublime. Internarse en el DS, conocer su mundo y hacerse pasar por practicantes les llevó a un juego de rol muy popular en el ambiente: Dragones y Mazmorras DS.

***

«Dragones y mazmorras, un mundo infernal, se oculta entre las sombras las fuerzas del Mal», canturreó Cleo mentalmente. Increíble: había un juego de rol inspirado en Dragones y Mazmorras, que, a su vez, era el primer juego de rol de la historia. Y todo mezclado con un ambiente BDSM.

—El medallón de Irina hablaba de los hombres lagarto y el tatuaje de Roxana insinuaba que los monos cuidarían de Dorothy. En el juego de rol de Dragones y Mazmorras, en el real, existen los hombres lagarto: son seres oscuros que esclavizan a los débiles. Y también existen los monos voladores. Los adictos al rol afirman que estos personajes los incluyeron en honor al Mago de Oz de Judy Garland. Todo apuntaba al rol de Dragones y Mazmorras DS, cuyas iniciales D&M son conocidas en el ambiente como Domines y Mistresses: amos y amas. Pero, como habrás podido deducir, no es solo un juego de rol. Hay una organización que está utilizando este juego BDSM como tapadera para traficar con mujeres y hombres. Buscan esclavas y esclavos sexuales con un determinado perfil. Piel clara, ojos claros y pelo largo y liso.

—Demonios… ¿Dónde está Leslie? —preguntó frotándose las manos, levantándose con brío—. ¿Sigue viva?

—Esto es todo lo que Leslie nos ha filtrado. En una semana se celebran los juegos de Dragones y Mazmorras DS; una cita del ambiente que se realiza cada quince meses. Esta vez son solo cuatro días de juegos eróticos, dominación y sumisión. Una especie de torneo, como unas olimpiadas, en el que al parecer es la única ocasión en la que se muestran los tres cabecillas más poderosos del rol, conocidos como los Villanos. Algunos miembros del rol que intimaron con Clint y Leslie afirman que el colofón final viene cuando presentan a un grupo de esclavas y esclavos neófitos y se los dan como carnaza a los Villanos. Primero juegan con ellos públicamente, pero luego se los llevan y nadie sabe qué es lo que hacen con ellos…

—¿Piensan que se trata de gente que no ha consentido?

—La última vez que se realizaron esos juegos se hizo una ruta por el sur de Estados Unidos. Una ruta que pasó por Nuevo México, Las Vegas, California y Arizona.

—Coincide con los puntos donde aparecieron los cuerpos de las víctimas.

—Y, al menos, dos de esas mujeres estaban desaparecidas. Leslie lleva tres días fuera de cobertura. Ella y Clint estaban a un paso de descubrir a los miembros que forman la estructura piramidal de esa organización. Dragones y Mazmorras DS mueve muchísimo dinero, y para elaborar los escenarios donde escenifican los juegos se necesita una gran infraestructura económica. Hay gente importante detrás. Nuestros agentes estaban a punto de dar con ellos; esperaban el torneo con ansiedad. Los juegos iban a ser el colofón al año de investigación. Los Villanos son invisibles, aunque todo el mundo habla de ellos. Pero en este año no han llegado a averiguar nada sobre su identidad y su paradero. El BDSM que se practica fuera del rol es extremadamente limpio y sano —dijo contrariado—. No han hallado rastro de popper, ni esclavitud forzada, ni nada mínimamente denunciable. La gente que han conocido en el sado está al margen de los homicidios que conocemos, y practica de manera consentida. Pero en el torneo se reúnen los miembros más selectos y ahí es donde ocurre todo. Los Villanos y aquellos a los que sirven, son los que mueven el tráfico de personas y facilitan el popper. Son a ellos a los que debemos capturar. Sin embargo —su rostro se endureció y los ojos azules se opacaron—, perdimos al agente Clint, señorita Connelly. Él era la pareja de su hermana. Lo hallaron muerto a las afueras de unos de los clubes de DS de Nueva York. Leslie iba con él, pero no hemos vuelto a contactar con ella. Está… desaparecida.

—¿Cómo murió el agente?

—Le asfixiaron. No tenía señales de agresión física en el cuerpo, pero la necropsia reflejaba la presencia de sangre desoxigenada en los tejidos, protrusión de los globos oculares, mordiscos en la lengua y edemas en el pulmón.

Horrible. Una muerte horrible y muy violenta.

—Lo siento mucho por Clint, de verdad… Pero, mi hermana… —lamentó con voz temblorosa—, ¿usted cree que está…?

—Clint nos dijo que la agente Leslie llamaba mucho la atención a la Reina de las arañas: la líder de las dominas del juego rol. De hecho, gracias a ella, tenían la invitación personal para el torneo de Dragones y Mazmorras DS. Ellos creían que la reina jugaba el papel de informador de los Villanos, que les decía si había bocados suculentos entre los nuevos miembros del rol. Confío en que su hermana siga viva, pero ahora mismo desconocemos en manos de quién está.

—¿Y si ha huido? ¿Y si ha escapado?

La miró con abatimiento y sonrió comprensivo.

—La agente está capacitada para contactar con nosotros en cualquier situación. Incluso con usted.

Claro. Y no lo había hecho.

—¿Cómo sabía que Leslie iba con Clint?

—Porque nuestro infiltrado al cargo nos lo dijo. El foro rol tiene una vida muy rica y estructurada y, aunque está todo controlado por los Villanos, encontraron el modo de comunicarse y dejarse mensajes cifrados a través de los avisos privados del foro.

¿Había otro agente más? ¿Quién era?

—Entiendo… ¿Ha venido para decirme solo que Leslie ha desaparecido? —retiró el vaso vacío de café—: ¿Le apetece otro?

—No, gracias. Y no, no he venido solo para anunciarle la desaparición de su hermana.

—¿Entonces? Dígamelo de una vez.

El subdirector Elias exhaló.

—Necesitamos otro cepo —Cleo se detuvo de espaldas a él—. Y usted y Leslie se parecen mucho. La agente Connelly no deja indiferente a nadie, y Clint se encontraba en serias dificultades para alejarla de los otros amos. Usted tiene su misma estructura facial, se parecen mucho, aunque son inquietantemente distintas y, definitivamente, cuadra con el tipo de perfil que, al parecer, les… atrae, a los Villanos o a quienes sea que haya detrás de ellos. Si la infiltramos con nuestro tercer agente y la Reina la ve, es posible que la atraiga del mismo modo que hizo su hermana; y, si es así, tanto su amo como usted podrían ser presentados ante la cúpula.

Cleo seguía inmóvil con las manos ocupadas por los vasos. ¿Amo? ¿Iba a tener un amo?

—Necesitamos su colaboración. Queremos encontrar a la agente Connelly y seguir adelante con este año de dura y sacrificada investigación que hemos realizado. Estamos a un paso de revelarlo todo. No queremos que la muerte de Clint sea en vano y…

—¿Quieren que me infiltre como agente especial? —Lo haría. Lo haría por su hermana y, además, a ciegas. Pero si el FBI reclamaba su ayuda, esta sería su oportunidad para reclamar también algo a cambio.

—Tenemos poco tiempo para reaccionar. Hemos perdido a dos agentes y no se me ocurre nadie mejor que usted para asumir este cargo.

—¿En serio? —Se dio la vuelta y dejó los dos vasos de nuevo sobre la mesa—. Tiene miles de agentes mejor preparadas que yo, que soy una policía con instintos homicidas de Nueva Orleans, ¿recuerda? Ya habrá leído mi historial y el señor Stewart le habrá alertado sobre mis politonos.

—Me han recomendado que fuera usted, señorita Connelly. No le voy a engañar: no es una misión fácil. Tiene que meterse mucho en el papel, y sé que no debe de ser agradable exponerse de ese modo ante nadie. Pero, si es usted tan obstinada y profesional como él dice que es, estoy convencido de que puede funcionar.

—¿Quién me ha recomendado? —preguntó curiosa.

—Es confidencial. Nosotros nos fijamos en usted y él decidió ser su pareja en esto. Escuche: usted y su hermana Leslie se parecen mucho. Y además es policía, ya trabaja para la ley. Queda una semana para los juegos de D&M. Entiendo que esto es muy inesperado, así que le daré esta noche para que se lo piense… Pero, si al final acepta, su instrucción empezará inmediatamente.

—¿De qué tipo de instrucción está hablando?

—Le explicaremos cómo funciona el rol y tendrá todos los archivos del caso. Y le enseñarán a ejercitar su papel y a entender el mundo de la dominación y la sumisión. Tendrá que sentirla en carne propia, señorita Connelly. ¿Comprende lo que le digo?

Cleo sabía que se estaba metiendo en camisa de once varas. Ni siquiera confiaba en que fuera capaz de relajarse ante un hombre con un látigo, un hombre que, seguramente, no iba a conocer de nada. Pero también tenía consciencia de lo que suponía ejercer su trabajo. Agente especial, agente doble… La acción que ella anhelaba estaba ahí, los sacrificios debían asumirse y, sobre todo, su hermana la necesitaba. Aquella era la única razón por la que aceptaba.

—No tengo que pensar nada. Acepto, por supuesto —levantó la barbilla.

—Leslie tuvo tres meses de preparación para asumir su papel como sumisa —explicó Elias.

—¡¿Tres meses?! —Imaginarse a L entrenando sin ropa con un potro no era una imagen agradable—. ¿Y yo solo voy a tener una semana? Esto no va a funcionar —negó con la cabeza—. Es demasiado precipitado…

—Lo sé. Pero no hay tiempo. Clint y ella se entrenaron juntos para estar plenamente sincronizados como pareja. No podemos despertar sospechas y se tienen que fusionar con el ambiente. Usted lo hará estos días con su compañero, que todavía sigue en misión; de hecho es el agente especial al mando. Entrarán juntos, como amo y sumisa. Él necesitará a alguien que no levante suspicacias. ¿Puede asumir ese papel o es demasiado?

Cleo arqueó una ceja y lo miró como si fuera una cucaracha.

—Acepto por mi hermana, subdirector Elias. Pienso encontrarla.

—Bien —sonrió más relajado.

—Pero si me infiltro, les ayudo y saco a mi hermana del agujero en el que esté metida, ustedes me aceptarán en el FBI.

Elias aceptó sin dudarlo. Cleo era su única esperanza, y si el agente especial Romano se había ofrecido a instruirla y a entrar en el torneo con ella, era por una razón: la chica ayudaría en la misión y se adaptaría bien. Además, Lion no se había equivocado. Había asegurado que Cleo no perdería la oportunidad de exigir su lugar en el FBI, y así había sido. Al parecer, conocía a esa impetuosa joven muy bien. Pero no le extrañaba nada. Lion estaba especializado en perfiles.

Abrió su carpeta negra y extrajo las hojas de su precontrato con la seguridad Estatal.

—Aquí tiene su contrato como agente especial de la Oficina Federal de Investigación. De ahora en adelante, trabajará para nosotros. Él nos dijo que pediría justamente esta gratificación.

Caray, qué eficacia… Cleo se había imaginado ese momento de mil formas distintas, y en ellas siempre estaba celebrándolo con su hermana. Pero Leslie se hallaba en paradero desconocido, sola, y puede que herida y vulnerable… Y ella había sido precontratada por el FBI para encontrarla. No había ni una pizca de felicidad en su alma.

—Firme aquí.

Cleo, aturdida, firmó donde señalaba el índice del subdirector.

—Si todo se desarrolla con éxito, cuando regresen, oficializaremos su entrada en el cuerpo. Mientras tanto, en unas horas, nuestro agente al mando se pondrá en contacto con usted y le informará sobre cómo van a desarrollar esta misión. —Tomó su carpeta y se levantó del sofá. Con gesto automático le ofreció la mano—. Ha sido un placer.

—Ya… Gracias —aceptó su mano. Retiró el flequillo rojo de sus ojos verdes y se abrazó por la cintura mientras acompañaba al subdirector a la puerta. Se había quedado destemplada—. ¿Señor Montgomery?

—Dígame —preguntó mientras descolgaba su americana oscura de la percha de madera de la entrada.

—No se mueva —se acercó a él y sonrió, aunque el gesto no le llegó a los ojos—. Tiene a Ringo en su hombro.

—¿Ringo? —preguntó inclinando la mirada. Sus ojos azules se toparon con los ojos locos de un bicho que cambiaba de color, de verde a rojo—. ¿Es una iguana? —Su cara manifestaba repulsión.

—Es un camaleón —lo cogió apresuradamente y lo cubrió con sus manos, dejando solo su cabeza descubierta—. Tiene la mala costumbre de camuflarse con los invitados. Pero creo que es daltónico… Su americana es de color negro —se echó a reír, esta vez con más ganas.

El hombre miró a la joven de arriba abajo. Con esa camiseta, el pelo rojo, los ojos tan verdes que tenía y lo menuda que era, tuvo la sensación de que era una especie de ninfa inocente a la que se la iba a meter en un mundo de oscuridad y sombras. Él no tenía ni idea de lo que era estar en ese ambiente. Dominación y sumisión eran palabras mayores. Intimidaban mucho, y admiraba a sus agentes por infiltrarse en ese reino prohibido para muchos.

Cleo era igual de valiente que su hermana. No había duda.

—Dé lo mejor de usted, señorita Cleo. Acaba de entrar en la misión Amos y Mazmorras.

—Lo haré, señor —asintió con la barbilla—. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—Dispare.

—¿Quién es él? —Solo había una persona que pudiera conocerla de ese modo, que supiera su ansiedad por entrar en el cuerpo, y que entendiera su inconsciencia e impulsividad a la hora de aceptar una misión como esa.

—El agente Lion Romano. Él está al mando.

Si el subdirector vio la sorpresa y el impacto que le provocó aquella revelación lo supo disimular muy bien.

Montgomery abandonó su casa con el precontrato firmado y con la esperanza de que ella pudiera ayudarles.

Pero Cleo estaba en medio de un ataque de inseguridad.

Lion Romano.

Sin pensarlo dos veces, subió a su habitación y dejó a Ringo en su espectacular terrario. Volvió a enfundarse la ropa de boxeo y bajó al jardín.

Su hermana Leslie estaba en peligro.

¡Dos puñetazos arriba! ¡Uno abajo! ¡Patada voladora!

Lion era el agente al mando de su misión. Era el superior de Leslie, pero nunca pensó que trabajarían juntos en aquel caso. Lion en un caso de amos y sumisas… Infiltrado. Dios…

¡Patada! ¡Patada!

Leslie siempre había sido una mujer muy íntegra y honesta, pero mucho menos flexible que ella. Era elegante y serena, y tenía un aura especial que inspiraba respeto en los demás.

¡Puñetazo! ¡Patada!

¿Qué sintió cuando empezó a instruirse en el DS? ¿Una mujer como ella aceptaría ese rol? Tuvo que hacerlo para interpretar tan bien su papel, ¿no?

Pero imaginársela en manos de los Villanos o de la maldita Reina de las Arañas le revolvía el estómago.

Tantas preguntas sin respuesta…

¡Patada! ¡Puñetazo al frente! ¡Izquierda, derecha! ¡Izquierda, derecha!

Una pelota de angustia atoró su garganta y, de repente, se dobló sobre sí misma y vomitó. Con los ojos rojos fijos en el césped, no dejaba de pensar en que L estaba en peligro. ¿Y si le estaban haciendo daño? ¿Y si abusaban de ella? ¿Y si…?

—Leslie… —gimoteó entre lágrimas. Se incorporó y, dando un paso derrotado, dio un último puñetazo al saco para luego abrazarse a él y llorar.

Lloraba como nunca lo había hecho. Por nervios, por miedo, por rabia… Porque L nunca le explicó lo que hacía; porque, como hermanas, nunca se sinceró con ella ni le dijo cómo se sentía con el papel que estaba desempeñando… Porque no la pudo ayudar; y porque cuando la cogieron, ella no estaba ahí para detenerlos.

Los sollozos de Cleo fueron sofocados por Mr. Lonsdale, pero el dolor que sentía su alma solo sería sofocado por las ansias de venganza.

Y su archienemigo, Lion Romano, por muy odioso y prepotente que fuera, tenía que dar lo mejor de él para ayudarla. Iba a ser su superior. Su instructor…

Apoyó la frente en el saco y sorbió las lágrimas.

—Menuda mierda…

En esa misión no importaban ni su orgullo ni la inquina que se tenían. Solo importaban Leslie y las otras personas que estuvieran en su misma situación.

Debían liberarlas.