En el BDSM hay amos buenos y amos malos. Igual que en la vida hay personas vainilla buenas y personas vainilla malas. Una mujer debería saber identificar inmediatamente quién es un amo real y honesto y quién no por el modo en que la acaricia con la fusta. Si golpea y hiere repetidas veces y hace que te sientas inseguro/ra, aléjate.
El Jeep corría y derrapaba por la carretera. Cleo miraba al frente. No temía la velocidad, nunca le había dado miedo correr. Pero correría con Lion esa noche y asumiría los riesgos de provocar al animal más salvaje de todos.
Lion apretaba tanto la mandíbula que se la iba a partir.
Llegaron a su casa en veinte minutos; y nada más aparcar, él le abrió la puerta como un caballero, pero la sacó del coche como un pirata.
—Al jardín, Cleo. —Ordenó tirando de ella y llevándola casi a trompicones.
—Claro, señor —canturreó motivada por la excitación, la rabia y la adrenalina.
Lion no podía creérselo. Cleo había bailado con Prince, mientras este le sobaba la oreja. Prince y él no se llevaban nada bien por algo que había sucedido en el pasado. Y ahora el amo quería devolvérsela jugando con su Cleo.
Ni hablar. No le iba a dejar.
Y Cleo… Cleo estaba jugando con fuego. ¿Qué pensaba que estaba insinuando cuando había dicho ante todos que ella era de él y que nadie la podía tocar? Pensaba que lo había comprendido. Pero al encontrársela en brazos de Prince, se dio cuenta de que Cleo solo comprendía lo que le convenía.
No sabía jugar con él.
No sabía obedecerle.
No quería hacerle feliz.
No entendía que él no quería hacerle daño jamás y que los castigos que a él le gustaban eran los que implicaban juegos sexuales, no lecciones de comportamiento.
Pero ella lo estaba pidiendo a gritos. Pedía a gritos un cuerpo a cuerpo.
La dejó bajo el platanero del jardín.
—¿Quieres que juguemos duro, Cleo? —preguntó atormentado y asustado por sus emociones.
—Quiero complacerte, señor —musitó dulcemente, llevando su interpretación hasta sus últimas consecuencias.
—¡¿De verdad?! —le gritó a la cara.
Cleo se retiró levemente; lo suficiente como para recomponerse y parpadear por la impresión.
—¿Cómo puedes jugar conmigo así cuando teníamos a la Reina de las Arañas con nosotros? ¿Te das cuenta de que no le puedes dar ningún tipo de poder? ¿Por qué crees que la Reina va a estos sitios? ¡Porque quiere conocer a las parejas, averiguar los puntos débiles de los demás y luego desafiarlos y jugar con ellos! ¡Le gusta llevarlos al límite! Ella es… Ella se da cuenta de todo, es muy inteligente… ¡A Sharon no le puedes dar cancha, Cleo! ¿En qué mierda estabas pensando?
Cleo tuvo la decencia de sonrojarse y callar. No había pensado en ello. Cuando vio a Sharon, lo único que le vino a la mente fue una tela de araña y Leslie apresada en sus redes. Y después, la vio como una mantis, cuando sacó a bailar a Lion.
Lion nunca había bailado con ella. No sabía cómo bailaba. Pero Sharon se había encargado de asegurarle que lo hacía muy bien.
Zorra. ¡Zorra!
—Conoces muy bien a Sharon, señor —repuso ella, observando cómo trabajaba Lion colocando la cuerda por el arnés de la rama del árbol. ¿Cuándo lo había puesto ahí? Claro, olvidaba que Lion había hecho de su jardín chill out, una mazmorra de dominación y sumisión—. Prince también lo cree.
—¡Prince es imbécil, Cleo! —le gritó—. Y tú tonta por creer lo que dice. Ese hombre no vería la verdad ni aunque le pateara el culo. Está ciego…
—Él piensa más o menos lo mismo de ti, aunque algo peor.
—¿Y tú le crees?
—Yo tampoco pienso demasiado bien de ti, señor.
—Le crees —gruñó decepcionado—. Crees de verdad que me voy metiendo en camas ajenas… Increíble. Puede que tenga gustos distintos en cuanto al sexo, pero no soy de ese tipo de hombres, Cleo.
—¿Ah no?
Lion hundió los hombros, de espaldas a ella. No podía ser que Cleo pensara que era tan hijo de puta. Se había portado mal con ella esa tarde; y ahora estaba pagando el recibo.
Tiró de los extremos de las cuerdas para afianzar su sujeción. La miró y le dijo con dureza:
—Ven aquí.
Cleo no se echaría atrás. Dio un paso y se colocó donde él pedía.
Lion la desvistió hasta dejarla en braguitas, medias y ligas. Le alzó los brazos por encima de la cabeza hasta atar sus muñecas con la cuerda.
—¿Tienes miedo? —le preguntó intentando tranquilizarse.
—No me das miedo, Lion. Tú eres responsable de tus actos, señor. Y yo he accedido a participar en esto contigo. No me pienso echar atrás. Si la doma tiene que ser así, que así sea.
—¿Crees…? —Inhaló, apretando los dientes, como si no creyera su actitud—. ¿Crees que de verdad te podría hacer daño?
«Ya me has hecho daño, Lion», reconoció a punto de derrumbarse. Sabía que él nunca la dañaría físicamente. Lo que iba a hacerle solo sería una estimulación para luego someterla al placer. Los azotes sexuales no le daban miedo.
No le contestó y se quedó callada, ambos midiéndose con los ojos.
—Odias a Prince, pero me llevaste a su local para ver si le escogía como amo. Me ofreciste a él al principio —le recordó herida—. ¿Y ahora te pones así porque he bailado con él?
Lion le ató las muñecas con la cuerda, sin sujetarla ni apretarla demasiado fuerte, para asegurarse de que la circulación corría perfectamente.
—Me pongo así porque has expuesto tus emociones ante un montón de gente que puede que nos encontremos en el torneo. Me pongo así —repitió tirando de la cuerda con la polea y alzándola dos palmos por encima del césped—, porque has puesto en riesgo nuestra misión. ¿Sabes la de gente que ahora querrá retarnos o querrá eliminarme para quedarse contigo? Los amos buscan sumisas, ¿comprendes? Sharon sabrá cómo dirigir los duelos y disfrutará poniéndonos en situaciones comprometidas. Yo no podré protegerte con tantos frentes abiertos, ¿no lo entiendes? Y nuestro objetivo es llegar a la final, Cleo. Se trataba de dar una imagen de unidad y no de constante desafío. La has jodido, Cleo. Soy el amo más fuerte. E irán todos a por nosotros —se lamentó.
Cleo asumió su parte de culpa. Lion tenía razón: las emociones se le habían ido de las manos. Él podía fingir y actuar porque no sentía nada por ella; pero ella no podía comportarse así, como si no sucediera nada.
Le dolía su rechazo.
Le hacía daño verlo bailar con Sharon.
Y lo peor: enfermaba si pensaba en él compartiendo lecho y juegos con ella, una mujer del mundo BDSM que era una cabeza importante en Dragones y Mazmorras DS y que podía estar relacionada con la desaparición de Leslie y la muerte de Clint.
—¿Te has acostado con Sharon? —se lo preguntó de golpe, con voz monótona, sin pensar siquiera.
—Sharon está en el BDSM desde hace años. Es una domina importante, Cleo. Y es un reclamo para el torneo, por eso está ahí como Reina de las Arañas —explicó cansado.
—No me has contestado.
—No te mereces mi contestación después de lo que me has hecho esta noche —replicó seco.
Cleo se mordió el labio inferior, reteniendo sus palabras, pero no pudo.
—¡Sharon podría estar involucrada en la desaparición de Leslie! —gritó perdiendo la calma, colgada de la cuerda.
—Ella no tiene nada que ver con eso —contestó llanamente—. He bailado con ella para preguntarle por su visita a Nueva York en el local en el que estuvieron Leslie y Clint aquella noche. Sharon jugó con los roleadores, pero estuvo solo una hora con ellos. Llegó, jugó y se fue antes de que Clint y Leslie entraran en escena.
—¡¿Cómo lo sabes?! ¡¿Por qué la crees?! ¡¿Por qué la defiendes?!
—Porque Sharon no es una sádica, Cleo. Ella puede ser una mujer dura y fría, pero no es una jodida psicópata asesina. La utilizan para un fin, como a casi todos los demás. Y nuestro trabajo es averiguar quién es consciente de lo que están haciendo con algunos sumisos y quién no. Debemos encontrar la manzana podrida. Pero tenemos que hacerlo con disimulo, joder, no a base de numeritos y llamando la atención como esta noche.
¿Numeritos? ¡Aquello era el colmo!
—¡Tú me has sacado de la mansión a rastras! ¡Tú debiste aclararme qué querías de mí y cómo debía comportarme! ¡Eres el agente al cargo y tienes que avisarme de esas cosas, Romano! ¡Debiste darme el motivo por el que fuimos a esa maldita fiesta!
—Por tu disciplina —contestó nervioso.
—¡No! ¡No es verdad! ¡Debiste decirme que querías encontrarte con la Reina, que ella acudiría a esa última fiesta antes del torneo! ¡Y no lo has hecho!
—¡No lo he hecho porque no sabes controlarte, Cleo! ¡Sé lo que piensas de Sharon! ¡La quieres ver como a una villana!, pero no puedes confundirte y no me puedo arriesgar a que lo eches todo a perder con tu temperamento! Llevo un año metido en el rol, Cleo. ¡Sé lo que hay! ¡Sé que no tienen ni puta idea de lo que ocurre! ¡Por eso estamos infiltrados, para ver perfiles e investigar cosas, Cleo! —exclamó tomándole de la cintura y zarandeándola—. ¡Por eso no te he dicho nada!
—¡Me has mentido! ¡Mentiroso! —La fiesta daba igual. Que conociera íntimamente o no a la Reina daba igual. Le había mentido. La había utilizado, se había acostado con ella… Toda su rabia venía de ahí.
Cleo apretó los labios y, de repente, necesitó que él la castigara. Necesitó concentrarse en algo que la estimulara, en algo que la calmara e hiciera que sacara toda la furia que arrollaba sus sentidos.
Lion la estaba volviendo loca. Y Lion tenía razón en muchas cosas, en otras no.
Necesitaban el torneo.
Necesitaban centrarse en la misión.
No podían pasar más tiempo juntos de ese modo, porque uno de los dos acabaría muy mal. Y Cleo tenía todos los números.
Lion se quitó la camisa y la pajarita, y se descalzó, quedándose solo en pantalones negros y con el antifaz blanco en su rostro.
—No vuelvas a llamarme mentiroso —pidió educadamente, mientras la hacía rodar en la cuerda.
Cleo sonrió, de vuelta de todo.
—¡¿Por qué no?! ¡Me has mentido! —gritó dando vueltas.
—¿Estamos hablando de la Reina o de otra cosa, Cleo? —La detuvo por las caderas desnudas.
—Si te lo tengo que explicar, señor, es que no has estado atento. —Le echó en cara sus propias palabras—. ¡Venga, dame, Lion! ¡Lo estás deseando! —le provocó.
Lion se pasó la mano por la cabeza rapada. Cleo no tenía ni idea de lo que él quería hacerle. El dolor no tenía nada que ver. Lo que quería era poseerla y echarla a perder para otros. Marcarla hasta que Prince y el mundo entero supieran que Cleo le pertenecía. Que estaba con él y que la reclamaría después del torneo; no antes ni durante.
Corrió al salón, abrió el armario blanco que había al lado de la tele y cogió el rollo de cinta aislante plateada. Si Cleo seguía despotricando, la oirían los vecinos; y él no era inmune a sus palabras. Le afectaban.
Salió de nuevo y se colocó enfrente de ella. Cortó un trozo de cinta.
—¿Me vas a poner eso porque no quieres que me oigan gritar, señor? —dijo con malicia—. Puedes darme tan fuerte como quieras. Cuanto más fuerte, mejor para ti, ¿verdad? Sé que las caricias y la ternura te aburren; y no queremos que te quedes dormido en medio de un castigo. Dios no lo quiera… —Dramatizó dándole donde más le dolía.
—No… No es verdad —replicó ofendido—. Te repito que nunca te haría daño. No pego, no golpeo, no marco a las mujeres, Cleo. No me confundas con uno de esos —pidió sintiéndose culpable por las acusaciones de la joven—. Pero no quiero seguir escuchando cómo me insultas. Si te pongo la cinta no podrás decir la palabra de seguridad; pero te daré esto…
—Antes me muero, que decirla y dejar que ganes. No temas por mí…
—Temo por ti y por mí. Por los dos, Cleo. Esto no es un juego, no es una competición entre tú y yo. —Le puso una pelota de goma roja, que había sacado de la bolsa, entre las manos húmedas y frías. Él las tenía igual—. Si la tiras al suelo, dejaré el castigo y te desataré. Has aceptado ser mi sumisa este tiempo. Esto implica serlo. —Señaló el árbol y su cuerpo desnudo—. No te haré daño, te lo prometo… Solo lo justo para que pique, escueza y te guste. Pero no te correrás. Los castigos implican sumisión; y muchos no merecen orgasmos.
—¿Crees que me importa? Ten clara una cosa: estoy aquí no porque me obligues, no porque seas mi tutor… Si he hecho algo malo de verdad, asumiré el castigo porque me estás formando; pero lo haré porque así lo decido yo, no porque a ti te plazca. Nadie me va a obligar nunca a recibir algo que no quiero recibir.
—Esa es la base del DS. Me alegra ver que lo entiendes por fin. ¿Debo suponer que deseas la azotaina?
—Tú no puedes hacerme daño, Lion. Y tus flagelaciones son inofensivas. Así que hazlo de una vez y deja de darme explicaciones. ¡Venga! —le gritó acongojada.
Lion hundió los hombros y clavó la mirada atormentada en el suelo.
—No. Puede que no me entiendas…
—No. No te entiendo. Y no me interesa hacerlo. Ya no —disfrutó del efecto que tuvieron esas dos últimas palabras en su pose—. Entonces, como desee el señor. —Acercó el rostro a la cinta—. Cúbreme la boca; así no tendrás que escuchar a tu conciencia hablar sobre lo cerdo y cruel que has sido conmigo, agente Romano. Estoy lista. ¡Márcame de verdad!
Lion sacudió la cabeza y le cubrió los labios con la cinta.
Dio un paso atrás. Estudió que las cuerdas estuvieran bien sujetas y que no le hirieran la piel. Vigiló que la cinta no se enredara en ningún pelo.
¿Cómo podía Cleo pensar que él la azotaría con fuerza y crueldad? Un amo de verdad nunca dañaría a propósito a su mujer. Nunca. Sus azotes iban destinados a motivar y a ejercitar. No a herir. Su dominación y su sumisión no tenían inclinaciones sadomasoquistas. Ni las tendría jamás.
Con la cinta plateada, el antifaz rojo, las braguitas y las ligas, colgada como si se sacrificara como una ofrenda a los dioses, era la mujer más hermosa y cautivadora que había visto nunca. Lo esclavizaba.
Lion tuvo ganas de clavarse de rodillas ante ella y entregarle la fusta y el flogger. Todo.
Le temblaban las manos, el pecho le dolía y el corazón amenazaba con salírsele por la boca.
Exhaló y, obligándose a calmarse, le dijo:
—Necesito calmarme. No doy castigos cuando estoy enfadado —se frotó la cara con las manos—. Dame cinco minutos. Ahora vengo.
Lion salió del jardín y de la casa hasta sentarse en el porche delantero. Forzándose a sosegarse, se cogió la cabeza con ambas manos y apoyó los codos en sus rodillas.
Lamentaba lo que estaba pasando entre ellos. Todo se le estaba yendo de las manos. Cuando accedió a tomar el caso y después a trabajar con Cleo se imaginó las cosas de otro modo. Se imaginó a Cleo riendo y pasándolo bien con él, introduciéndola en el mundo de la doma de manera amable, no así.
Y no era así porque, al final, todo lo que sentía por ella había estallado en sus narices. Como la noche anterior.
Y ella se sentía utilizada y ultrajada. Y con razón.
Se calmaría, le hablaría lo mejor que pudiera, intentaría calmarla y decirle la verdad de por qué había decidido ser amo e instruirla a ella.
Y después de todo, solo Cleo decidiría.
Necesitaba caminar. Daría una vuelta a la manzana y regresaría. Nunca pondría la mano encima a Cleo si estaba enfadado.
Tenía principios y le habían educado bien.
***
Cleo se mecía de un lado al otro del árbol. Lion acababa de dejarla sola, atada y amordazada a una de las ramas de su platanero.
Lloraba en silencio. Las lágrimas se deslizaban por su máscara y sus mejillas húmedas.
Eso era lo que sucedía cuando sentías algo por alguien y no eras correspondida del mismo modo: que se producían enfrentamientos.
Pero tenía derecho a una pataleta. Lion lo había hecho muy mal. Él no sabía lo que ella había descubierto: le quería.
La noche anterior se lo había dicho; pero él no se acordaba de nada, el muy desgraciado.
Un ruido al lado de la casita de los trastos y la lavadora llamó su atención.
«Ya están los gatos otra vez», pensó…
Pero uno de los paneles del muro de madera macizo se movió y se abrió de abajo a arriba por completo. A través del hueco del panel apareció un hombre rubio, vestido de etiqueta, con una máscara azul y una sonrisa en los labios hermosa y sin alma.
Cleo abrió los ojos de par en par; no se podía creer lo que estaba viendo. Se meció en la cuerda de lado a lado.
Era Billy Bob, cara de ángel. Alto, fuerte, musculoso, guapo, libre, malvado y enfermo.
Había estado en la fiesta; por eso tenía la sensación de que alguien la vigilaba; por eso él llevaba máscara. Y no era la primera vez que estaba en su casa, porque ese era uno de los paneles que no se fijaba bien. Cleo había creído que era por la intrusión de los gatos, ya que había surcos en el suelo, como agujeros escarbados, pero el único gato malvado que había entrado en su jardín era Billy Bob. Y tenía ganas de vengarse.
—Vaya… Vaya —murmuró con voz dulce—. Zorra Connelly, nunca me hubiera imaginado que te gustaban estas cosas. —Se acercó y le arrancó el antifaz de golpe—. ¡Me metiste en prisión por algo así! —Caminó alrededor de ella.
«Y una mierda. Esto no tiene nada que ver con lo que tú haces. Tú pegas, reduces y menguas. Eres un maltratador las veinticuatro horas del día. Eres un enfermo cruel».
—Llevo un año en prisión por tu culpa, ¿sabes?
«No, hijo de perra sádico, llevas un año en prisión porque te gustaba acariciar a tu mujer con el puño y los dientes. Porque le rompiste el pómulo y por poco la dejas ciega de un ojo. Porque la violabas cada noche y la golpeabas, y le dabas tan duro que hiciste que abortara tres veces. Por eso».
Le pasó la mano por las nalgas desnudas. Cleo cerró los ojos. La estaba tocando y sentía repugnancia hacia él.
Movió el cuerpo hacia un lado retirándose de su roce; pero Billy Bob le puso una mano en la cadera y la detuvo, para luego darle un golpetazo en toda la nalga con la mano abierta.
Cleo abrió los ojos y tomó aire a raudales. ¡Por Dios bendito! ¡Cómo le dolía! La pelota de goma roja que le había dado Lion cayó de sus manos…
—¿Esto es lo que te gusta? Es lo que os va a las mujeres, ¿no? No servís para otra cosa. —Le pellizcó el trasero con fuerza, clavándole las uñas, provocándole heridas en la piel.
Cleo gritó por el dolor, dolor de verdad, pero nadie la podía oír. Tenía la boca tapada con cinta aislante.
—Por eso, porque le gustaba, mi mujer ha decidido retirar la denuncia que tú le obligaste a poner. Pero he querido hacerte una visita antes de ir a verla de nuevo.
Le dio un puñetazo con fuerza a la altura de los riñones.
«¡Hijo de puta!». A Cleo se le saltaron las lágrimas por la impotencia y el dolor.
Billy Bob dejó de torturarla y se centró en la caseta.
«Dios, no». Ahí guardaba Lion los floggers, los látigos y los juguetes… «¡Lion, por favor, vuelve!», gritaba agonizando de miedo y dolor.
Billy Bob salió de la caseta con la bolsa en mano. ¿Cuántas veces había estado ahí desde que lo soltaron? Sabía dónde estaba todo.
—La otra noche os vi dormir juntos —murmuró sacando un látigo, observándolo con malicia y lascivia—. Oí lo que os decíais… Yo también le decía a mi mujer que la quería, por eso hacíamos las paces. Pero luego… Me hacía enfadar y tenía que enseñarle quién mandaba. —Acarició la punta del látigo—. Como hace ese tipo contigo.
«Así que esa era la diferencia». Billy Bob miraba esos objetos como un medio para hacer daño, para lastimar de verdad, para reducir y asustar. «No compares a Lion contigo, demente. Él no hace daño a las mujeres. Tú sí. Él no maltrata gratuitamente. Tú sí. Nunca abusaría de mí. Tú lo hacías con tu mujer».
La diferencia entre que algo de ese tipo de instrumentos cayera en manos equivocadas o no, era el dolor que podrían llegar a infligir y la fuerza con la que se utilizaban.
Y dolía. Dolía mucho; porque Billy Bob no se reservó nada.
Odiaba a Cleo por apartarlo de su mujer pero, sobre todo porque, siendo mujer, pudo reducirlo y meterlo en la cárcel, y un hombre como él eso no lo podía permitir. Y ahora quería demostrarle quién mandaba, tal y como él decía.
El maltratador alzó el brazo y la azotó repetidas veces con el látigo, por delante y por detrás, cortando su piel, lacerándola y llenándola de marcas y moretones. Lastimándola con inquina y a conciencia. Pero era un maltratador: y eso hacían los maltratadores sádicos.
—¿Te duele? Lloras mucho, zorra. Con él no lloras.
«¡Lion! ¡Lion! ¡Por favor…!». El dolor y la quemazón insoportable hicieron que se orinara encima.
Pero entonces todo cesó. Dejó de escuchar las palabras, los insultos, los menosprecios… Y solo escuchó los gritos de Billy, claudicando y llorando bajo los puños inclementes de Lion.
Las tornas habían cambiado.
Y también escuchó otro llanto.
***
El de la rabia de Lion.
Lion no cesaba de golpear a Billy en la cara. No entendía por dónde había entrado ese tipo, no sabía ni quién era… Pero estaba en la fiesta el muy cabrón. ¿Los habría seguido?
No comprendía cómo tenía un látigo en la mano y estaba azotando de aquella manera a su Cleo.
Lo vio todo rojo y el sentido común se le fue al garete.
Hacía un año, Cleo había caído en la última entrevista con el señor Stewart porque fue sincera y honesta, como ella era, y admitió que si se encontrara cara a cara con alguien que había matado o hecho daño a una persona cercana a ella, seguramente, se tomaría la justicia por su mano.
Pues él se la iba a tomar en ese momento; y a la mierda todo.
—¡Toma, hijo de putaaaaa! —le gritaba zarandeándole, dándole en la cara y en el pómulo, partiéndole cualquier hueso que ese desgraciado de rostro atractivo y amable utilizaba para engañar a los demás—. ¡Pégame a mí, cabrón! ¡Pégame a mí! ¡A alguien de tu tamaño, no a una mujer! —Le partió el labio, le rompió la nariz… Le hizo la cirugía.
Lo utilizó como saco de boxeo hasta que quedó inerte en el suelo. Inconsciente y deshecho, reventado por dentro y por fuera; pero lamentablemente vivo.
No. Ni hablar. Un tío así no podía seguir viviendo. ¿Qué mierda hacía en ese mundo? ¿A qué había venido? ¿A hacer daño?
Billy sangraba por todos lados, incluso por los ojos. Lo dejó irreconocible, como carne de cañón.
Al menos no podría engañar a nadie más. Monstruo por dentro. Monstruo por fuera.
Quería asfixiarle y matarlo con sus propias manos. Llevó sus manos a su cuello. Billy Bob no opondría resistencia…
Y entonces, entre la bruma de la inconsciencia y la ira, entre la niebla borrosa de alguien que se tomaba la justicia por su cuenta, escuchó los gritos y el llanto desgarrador de Cleo.
Lion levantó la cabeza y la miró. La bola de goma roja estaba a sus pies, tristemente abandonada como él la había dejado a ella.
Cleo le estaba llamando, colgada del árbol en el que él, inconsciente e irresponsablemente, la había alzado. Su cuerpo temblaba por la impresión de lo vivido. Las marcas que tenía en los muslos, el estómago y el pecho lo estaban destrozando.
Lion se levantó y le dio una patada en la cabeza al deshecho que había dejado en el suelo y, después de eso, se dirigió hacia ella.
Lloraba como un niño mientras se maldecía al verla así, por su culpa. Por su maldita culpa.
«No es tu culpa, Lion. Ha sido una fatalidad, un accidente… gente mala hay en todas partes… «, le decía Cleo con su mirada. Negaba con la cabeza y lloraba, estremeciéndose, deseando que él la sacara de ahí.
«No lo mates. No lo mates, Lion…».
Lion tenía los puños abiertos y sangrantes, el torso sudoroso por la adrenalina y el rostro hermoso y viril lleno de chorretones de lágrimas. Se forzó a mantener la calma, pero le era imposible. Las manos le temblaban mucho más que cuando se había ido de ahí.
—Espera, nena —le musitó con dulzura—. Yo te bajo.
Cleo cerró los ojos y asintió. No podía dejar de temblar.
Cuando Lion la sostuvo, ella gimió por el dolor. Había zonas del cuerpo que no podía tocar. El látigo había hecho su función y las tenía muy rojas e inflamadas, algunas hasta con sangre.
—Chist… Sé que te duele. —Le retiró la cinta de la boca con suavidad para no hacerle más daño.
La desenganchó e inmediatamente la tomó en brazos, con ternura y cuidado.
—Ya está, nena. Ya está… Cleo… ¡Diosssssss! —gritó con las venas del cuello hinchadas—. Ha sido culpa mía. —Le acarició el rostro pálido.
—N-no —Cleo tiritaba y tartamudeaba—. N-no ha si-sido tu culpa…
Lion se sentó con ella en brazos en uno de los peldaños de la escalera. Le retiró el flequillo del rostro, dándole besos por toda la cara… Abrazándola.
—Perdóname, perdóname… —repetía—. Nunca debo dejar a nadie así, y menos sin poder hablar. No pensé… Yo estaba aquí —señaló el porche delantero, mientras hablaba atropelladamente, besándola en las mejillas—. Solo caminé hasta la esquina y escuché un sonido de látigo y… ¿Pero quién…? ¿Quién era ese?
Cleo negó con la cabeza y se acurrucó contra su cuerpo, con las pupilas dilatadas y en estado de shock.
—Te-tengo frío… —murmuró abrazándose a sí misma.
—Tengo que llevarte al hospital… —Él la cobijó y la tomó de la barbilla.
—¡No! —gritó ella—. Si-si me llevas ha-harán un info-forme y… Y todos sabrán lo que… que ha pa-pasado…
—Estás en shock.
—¡No-no! —gritó ella—. El jefe de la policía está al tanto de to-todo… Si se ente-tera de es-sto me-me tendrán en observación y me-me apartarán… No… No lo p-pueden hacer…
Lion la abrazó con fuerza y le pasó la mano por el pelo, acariciándola con cariño, como solo un protector podía hacer.
Se quedaron en silencio.
Cleo recibía el calor de Lion y poco a poco se calmaba.
—Hay que llamar a alguien de confianza y avisarle sobre el hombre que hay en coma en el jardín. Tienen que…
—Ma-Magnus. Es el capitán. Pu-puedes contar con él. Se lo pu-puedo explicar to-todo… Él sabe quién es…
—Verá tus marcas, nena… No —decidió—. Te llevaré al hospital.
—¡No! Me cubriré… Me ayudas a desinfectarme y ya-ya está. Y necesito un tranquilizante-te.
Lion no sabía cómo hablar con ella y hacerle entender que no podía hacer eso. Tenía a un psicópata medio muerto.
—¿Quién es, Cleo? —Se levantó y entró en la casa para tomar un manta de las que Cleo tenía en la cómoda del salón y que utilizaba para cubrirse mientras veía películas en su sofá. Le echó la manta por encima mientras revisaba las marcas que el sádico y loco de ese enmascarado le había hecho en la piel—. ¿Quién es…? —repitió acongojado. Dios, cuando había visto a ese tío con el látigo en mano, y a Cleo colgada e indefensa, aguantando los latigazos dolorosos… Le entraron ganas de salir de nuevo y aplastarle el cráneo.
—Bi-Billy Bob…
—¿Quién? —Acercó el oído a sus labios.
—Bi-Billy Bob… Es… Es una la-larga historia. Déjame que me tranquilice y aviso a… a Magnus para que se haga cargo de todo… Te-tenemos que re-retocar un po-poco la escena del ata-taque…
—¿Crees que puedes hacerlo? ¿Crees que…? No quiero. —Cambió de parecer—. Quiero que descanses.
—He dicho que sí. Sí, Lion. —Contestó hundiendo el rostro en su cuello—. Déjame quedarme así un ra-ratito más…
—Por supuesto, Cleo. —Lion apoyó la mejilla sobre su cabeza roja y despeinada. Él también necesitaba tranquilizarse, y solo teniendo a Cleo, viva aunque un poco magullada entre sus brazos, lo conseguiría—. Todo lo que tú quieras.
***
Lion recogió el jardín y Cleo se quedó mirando a Billy Bob con repulsión y asco, de pie ante él, con la manta por encima del cuerpo.
Lion lo había destrozado, preso de una furia animal. Nunca había visto a nadie golpear así a otra persona.
Aunque tampoco había visto a un hombre mirar con tanto desprecio a una mujer como Billy Bob la había mirado a ella.
Lo que diferenciaba a un hombre de un monstruo eran sus principios y cómo y para qué utilizaba su fuerza.
Billy Bob era un monstruo. Un niño rico que no entendía que las mujeres no eran propiedad de nadie. Que no sabía que había cosas que no estaban bien ni eran correctas. Billy Bob utilizaba su poder para doblegar a los que eran más débiles que él. Y usaba su cuerpo, para someter y abusar de su mujer. Como había hecho toda su vida.
Lion era todo lo contrario. No tenían nada que ver el uno con el otro. Él era un protector, un defensor… Si estaba con una mujer nunca le levantaría la mano, nunca la menospreciaría ni la infravaloraría, no cambiaría su forma de ser ni la maltrataría psicológicamente… Él era un hombre con gustos distintos en la cama. Podía jugar con sus fantasías siempre que su compañera estuviera de acuerdo; y el modo que tenía de usar esos instrumentos como el látigo, la fusta, las cuerdas… Era diferente al que había utilizado Billy Bob.
Por todo eso, Cleo confiaba en Lion ahora más que nunca.
El jardín volvía a estar como antes. No había rastro del arnés ni la polea del árbol, ni cuerdas, ni la bolsa de las fustas… Estaba todo en orden.
Lion no tocó el cuerpo de Billy Bob. Lo dejó tal y como estaba.
La tomó de la mano, cabizbajo, y la guió hasta el amplio baño superior. Se ducharon juntos y en silencio.
El silencio podía decir muchas cosas: hablaba de disculpas y lo sientos; hablaba de lamentos y de dolor; hablaba de amor y de corazones rotos; de miedo a aceptar quién uno es en realidad y de miedo a que no te acepten.
Las caricias también se daban en el alma. Lion la tocó con adoración, limpiando su cuerpo, tratando sus marcas con cremas calmantes que bajaran la hinchazón y los derrames… Poco a poco, esas marcas desaparecerían, aunque el recuerdo tardaría más en borrarse.
La abrazó, pegando su pecho a su espalda, ambos desnudos. Él la besó en el cuello, sobre el hombro, en la mejilla… Cleo se dejó porque necesitaba que cuidara de ella, que la calmara con sus manos… Con cualquier cosa que le hiciera sentirse querida, aunque fueran a niveles de amistad.
—No entiendo lo que ha pasado —murmuró cariacontecido—. Nunca he sentido tanto miedo y tanta rabia como la que he sentido cuando te he visto ahí… Con él…
—No hay nada que entender —le explicó Cleo más tranquila—. En cualquier momento puede entrar un hombre en tu casa y hacerte daño…
—Me siento avergonzado y arrepentido. No debí dejarte sola.
—No sabías lo que iba a pasar… Está bien. Yo no te culpo.
—Yo sí.
—No es culpa tuya que haya maltratadores sueltos. Yo debí explicártelo, pero no le di importancia… No pensé que la tuviera.
—Debiste explicármelo, Cleo. No entiendo cómo no me dijiste que había un tío suelto al que tú no le caías demasiado bien. Yo habría tomado precauciones en todos los sentidos.
—Estuvo en casa la noche anterior. Cuando nos emborrachamos… Dijo que nos vio dormir —explicó avergonzada.
Lion soltó diez mil maldiciones y se puso hecho una furia. Pero Cleo observó asombrada que, por muy pequeña que fuera la ducha y muy cabreado y furioso que estuviera, con todo lo grande y fuerte que era, no sentía ningún miedo de él.
Jamás de Lion.
—Estaban mis padres y tus padres, Cleo… ¿Sabes lo que podría haber pasado? ¿Sabes… ¿Te imaginas…? ¡Y tú y yo durmiendo! ¡Y si ese tío hubiese sacado un cuchillo o algo y…!
—Lo sé, Lion —replicó arrepentida, cerrando los ojos—. No necesito que me riñas ahora, por favor, Lion. —Apoyó la cabeza en su hombro.
—No, claro que no —Lion la rodeó con los brazos y apoyó su barbilla sobre su húmeda cabeza—. Cleo… ¿Qué voy a hacer contigo?
Al salir de la ducha, Cleo se tumbó en la cama y dejó que Lion le pusiera los ungüentos en la piel lastimada.
A veces se quejaba, pero era una mujer fuerte. Y Lion actuaba suavemente y con mucha atención.
Podría cerrar los ojos y pensar que la estaba tocando porque la amaba. Pero no pensaría más así. Ya sabía lo que había entre ellos; y si se comportaba profesionalmente y dejaba de entrar en terrenos emocionales y pantanosos ambos podrían llevarse bien.
Lion era buena persona. Tenía que dejar de provocarlo y, simplemente, colaborar con él. Olvidarse de que era un hombre que salía en el sesenta por ciento de sus fotos de infancia y preadolescencia y centrarse en que era el agente al cargo de una misión de tráfico de blancas.
Eso era lo que debía haber pensado desde el principio, y ahora actuaría en consecuencia.
Después de que él le pusiera las cremas, se vistió. Se colocó unos pantalones de chándal holgados y una camiseta de deporte ancha. Debía ocultar las marcas para verse cara a cara con Magnus.
—¿Estás preparada para tu papel? —preguntó Lion solícito, sin querer presionarla.
—Sí.
Cleo marcó el teléfono de Magnus.
—¿Magnus? Sí… Sí, todo bien… Oye, Billy Bob ha venido a mi casa y ha intentado matarme… Sí, no tranquilo. Magnus, por favor… Estoy bien, sí. Lion lo ha interceptado. Hemos llamado ya a la ambulancia, Billy Bob no está muy bien… Por favor, nada de sirenas. Ok. Te esperamos…
***
Magnus observaba el cuerpo de Billy Bob en la camilla de la ambulancia. Estaba en coma y se lo llevaban a urgencias. Probablemente tendría varias lesiones de por vida.
—Vuélvemelo a explicar, Cleo —pidió Magnus, preocupado por ella.
—Yo estaba en el jardín, sentada en mi mecedora —explicó con calma—. Oí un ruido cerca de la caseta y fui a ver qué era. De repente, uno de los paneles se abrió, y apareció Billy Bob vestido de esta guisa, con antifaz y todo… Llevaba como una vara elástica en la mano, como una fusta. Empezó a azotarme y yo intenté defenderme; pero justo cuando ya estaba a punto de reducirme, Lion salió al porche, le placó y pelearon. Lion lo golpeó un par de veces…
—¿Un par de veces? Cleo —resopló incrédulo—. Ese tipo probablemente no podrá volver a hablar ni a sumar dos más dos en toda su vida. Y necesitará una reconstrucción facial…
—Te cuento cómo fue —aseguró ella, parpadeando serena—. Se golpearon el uno al otro.
—Lion no tiene ni un rasguño en la cara —observó Magnus.
—Tiene el hueso y la carne muy dura. Has visto que está como un toro.
—Billy Bob no era precisamente un enclenque.
—Le lanzó contra la caseta y Billy Bob aterrizó con la cabeza… Se quedó inconsciente y así ha sido.
Magnus estudió a uno y a otro.
Lion y Cleo eran la viva imagen de la inocencia. Uno al lado del otro como excelentes cómplices y compañeros.
Pero no iba a sospechar nada más; porque la buena noticia era que Billy Bob no volvería a tocar los cojones nunca más.
—¿No vas a tomarnos más declaraciones? —preguntó Cleo esperanzada.
—No. Aunque, aquí, entre nosotros… —Magnus se acercó a ellos en petit comité—. No me creo que solo fueran un par de golpes. ¿Fueron más?
—No —contestó Cleo.
—Sí, fueron muchos más —aseguró Lion mirando fijamente a Magnus. No tenía nada que ocultar, y Magnus debería de estar feliz de que él protegiera a su chica, ¿no?—. Uno detrás de otro.
Magnus no supo cómo reaccionar, hasta que una sonrisa se dibujó en su rostro moreno.
—Bien hecho —adujo.
Lion parpadeó y lo miró extrañado.
—Cleo, ¿puedes dejarnos solos un momento? —pidió Magnus.
—Eh… —«Ay, Dios. No… Nada de conversaciones entre hombres».
—De hombre a hombre —añadió Magnus.
Mierda.
—Sí, Cleo. —Lion la invitó a irse—. Déjanos solos.
—Mmm… De acuerdo. —Se metió dentro de la casa, mirándolos insegura.
Los dos se hallaban cara a cara, estudiándose y midiéndose como dos toros.
—¿Tú sabías lo de Billy Bob? —le preguntó Lion de frente.
—Lo sabíamos todos en la comisaría. Pero ya sabes cómo es Cleo… No le dio importancia a su salida bajo fianza.
Sí. Sabía que era una inconsciente que no veía el peligro.
—Lo que me extraña es que no te dijera nada a ti —confesó Magnus—. Eres su pareja, ¿no? ¿Por qué no te ha dicho nada a ti?
Lion se quedó de piedra y lo miró de hito en hito.
—No soy su pareja… No oficialmente —su lengua iba sola y no pasaba por filtros mentales. ¿Cómo?
—Entonces, ¿estáis juntos?
Joder, ¿de qué le sonaba esa conversación? Ah, sí. Era la misma que había mantenido con Cleo sobre su supuesta relación con Magnus.
—Depende… No me gusta meterme donde no me llaman. —Lion tenía un extraño nudo en el estómago—. ¿Tú y ella tenéis algo?
Magnus abrió los ojos verdes y le miró como si estuviera loco.
—¡Ojalá! Pero no —confesó el policía—, ni una vez. Y no será porque yo no lo he intentado… Cleo es muy complicada —añadió con el orgullo herido.
Cleo no era complicada, pensó Lion.
En realidad era una arpía mentirosa y manipuladora que quería volverle loco.
—No voy a interrogarte sobre la naturaleza de vuestra relación —aseguró Magnus, recolocándose su pantalón y mirando hacia la casa—, pero Cleo me importa. No es una chica cualquiera, ¿de acuerdo?
—Lo sé.
—Y si le haces daño o se lo haces pasar mal… —El cuerpo grande y moreno del capitán de policía se cernió sobre el igualmente grande y alto de Lion— removeré cielo y tierra para encontrarte y vaciarte los huevos. ¿Entendido?
—¿Te gusto, capitán Magnus? —preguntó socarrón.
—¿De qué hablas?
—A mí no me provoques —lo amenazó Lion—. Y preocúpate de tus asuntos. Cleo es mi asunto, ¿comprendido?
Ambos hombres se desafiaron hasta que el sentido común de Lion, que no quería más enfrentamientos, decidió dar un paso atrás en su nombre.
—Gracias por sus servicios, capitán Magnus. Ya se puede retirar.
El hombre arqueó una ceja negra y preguntó:
—¿En qué dices que trabajas?
—Tengo un negocio de hardware y software en Washington…
Magnus sonrió sin ganas.
—Ya, seguro…
—Capitán. —Le despidió Lion dándose media vuelta.
—Señor.
Lion dio un respingo pero lo disimuló muy bien.
Magnus era un buen tipo, más espabilado y despierto de lo que él había creído. Si no tuvieran ambos tanta testosterona, seguro que podrían ser amigos.
***
Las ambulancias y la policía abandonaron la calle Tchoupitoulas.
Cleo esperó, sentada sobre la cama, a que llegara Lion y le dijera de qué habían hablado Magnus y él.
—Tu novio es un tipo simpático, —Lion entró en la habitación y se apoyó en el marco de la puerta, con un pie cruzado delante del otro y las manos en los bolsillos de su pantalón tejano.
—Eh… —Cleo se miró las manos—. Sí, es buen hombre.
Lion ocultó una sonrisa, pero en su interior no tenía ganas de reír.
Como amo, había cometido un error imperdonable. Por su culpa, había estado indefensa ante un hijo de puta sádico. Si no hubiese llegado a tiempo no quería ni imaginarse lo que podría haber sucedido…
Como compañero, le había ocultado datos como los de la fiesta.
Como amigo, había sido un puto desastre.
No merecía la luz de Cleo. No era merecedor de su compañía. La había puesto en peligro y ni siquiera podía prometer que no volvería a hacerlo.
Con ella en el torneo tendrían muchos desafíos directos; y estaría dispuesto a llegar a las cartas de duelos de caballeros con cada uno de ellos.
No podría trabajar a gusto. No podía llevarla.
Además, esa chica era un polvorín. Tenía un carácter explosivo…
Como amo y sumisa podían dar el pego; pero Lion tenía sentimientos por ella que estaban naciendo y arraigándose en su interior; y así no podría trabajar. Necesitaba mantener la cabeza fría; y Cleo lo mantenía caliente y en erupción.
No podría protegerla.
Cleo le había mentido respecto a su relación con Magnus. Y, además, no le había dicho nada sobre Billy Bob.
¿Acaso no le había preguntado sobre ello? ¿Sobre sus casos? Sí, lo había hecho; y sin embargo, Cleo se limitó a nombrar temas superficiales… No le explicó que ese Billy Bob hacía cinco días que había salido de la cárcel.
Se sintió como una mierda por ser el último mono.
A esos flecos, se añadió el hecho de que se habían acostado; y él, para evitar vinculaciones emocionales durante la misión, la había apartado de su lado de un modo horrible y atroz.
Cleo no lo olvidaría; ni él tampoco.
Y después estaba el shock que había sufrido. En cuanto Cleo viera que él tomaba una fusta, un látigo, un flogger, unas cuerdas, unas esposas…, lo que fuera, entraría en pánico. El miedo seguiría ahí; y dudaba de que Cleo fuera tan fuerte como para relegarlo y negarlo. Y así no podrían trabajar juntos.
Tenían un problema. Un enorme problema.
—Necesito descansar, Cleo —confesó Lion caminando hacia la cama—. ¿Me dejas dormir contigo?
Cleo levantó la cabeza. No comprendía aquella pregunta.
—Pensaba que ya estábamos durmiendo juntos.
—Sí, pero… Solo quiero dormir.
Lion se tumbó en la cama, a su lado izquierdo.
Observó su espalda elegante, aquel pelo espectacular y rojo y el rostro de hada, que lo miraba por encima del hombro.
—¿Te has tomado algo para dormir? —le preguntó abriendo los brazos, esperando a que ella se sumergiera entre ellos.
—Sí, —Cleo se estiró a su lado, juntando las manos debajo de su mejilla y ovillándose con las rodillas casi tocándole el pecho.
—No, nena. Esto noche necesito dormir contigo así. —La tomó de la cintura, pegándose tanto a su cuerpo que no sabía dónde empezaba uno y acababa otro—. Quítate los pantalones o te morirás de calor —le sugirió amablemente.
Cleo se los quitó.
—Y la camiseta —le pidió con mirada ardiente—. Los verdugones se rozarán con la tela y te molestarán.
Ella asintió; se la quitó por la cabeza y se quedó desnuda, solo con unas braguitas blancas normales y corrientes de algodón.
—Espera. —Lion se sentó en la cama, e hizo lo propio. Fuera camiseta y pantalón; se quedó en calzoncillos—. Ven aquí.
Ayudó a Cleo a tumbarse a su lado y la rodeó con los brazos, apoyando la barbilla sobre su cabeza. Los torsos desnudos y las extremidades entraron en contacto total.
—Cleo…
Ella cerró los ojos y sepultó su garganta en su cuello. Olía tan bien, tan a Lion. A lluvia, hierba, limpio…
—Me has salvado —comentó con voz dormida. La medicación hacía su efecto.
—No. Te he puesto en peligro.
—No, Lion… Billy Bob era el verdadero peligro… Tú no. ¿Qué le has dicho a Magnus?
—Que es afortunado por tener a alguien como tú en su vida.
Cleo bostezó y cerró los ojos, medio dormida.
—¿Mmm?
Lion le acarició la espalda, con cuidado de no hacerle daño en las marcas, hasta que notó la respiración profunda y relajada de su compañera.
—Y también le he dicho que me perdone por querer a su falsa novia con todo mi corazón.
—¿Mm?
—Chist, duerme, mi niña…
Lion estaba conmovido por todo lo que Cleo provocaba en él. Quería tenerla así para siempre: que nadie la hiriera, que no cometiera más errores y que confiaran el uno en el otro.
Si la llevaba con él, Cleo podría cansarse de todo aquello y entrar en pánico en algún momento. Al final le odiaría.
Si no la llevaba y la dejaba en su casa, ella le odiaría igual pero podría olvidarse poco a poco de lo experimentado esos días, rodeada de sus amigos y su familia. Podría cicatrizar sus heridas… Él no volvería a molestarla, suficiente daño le había hecho ya.
Y con el tiempo, se olvidarían de todo.
Bueno, al menos ella podría hacerlo.
Lion no la podría olvidar jamás porque amaba a Cleo desde que ella tenía cuatro años y él ocho.
Como los lobos que se ligan a su pareja durante toda la eternidad. Así estaba él con Cleo. Esa era la única verdad.
Mañana debería preparar las maletas, los pasaportes y todas sus provisiones para acudir al torneo. El avión salía el domingo de madrugada…
¿Qué debía hacer? No quería hacerle más daño.
¿Llevaba a Cleo a Dragones y Mazmorras DS o no la llevaba?
¿Dejaba que continuara en la misión Amos y mazmorras o la retiraba por baja psicofísica?
Hiciera lo que hiciese, ella acabaría odiándole.
Así que, mejor que le odiase estando ella a salvo, que no estando en peligro.