Capítulo 15

Un amo enamorado desnuda su alma más, incluso, que su sumisa.

Lion escuchó la puerta cerrarse. No iría tras ella. No lo haría. Tenía que mantenerse fuerte en su decisión. Cleo le había desobedecido: había traído a Magnus a su casa. Y estaban en el porche en el que habían cenado la noche anterior con sus padres.

¡¿La habría tocado? ¿Le había hecho algo?

Pensar en eso, sabiendo que Cleo solo había recibido sus atenciones durante los últimos días, lo enervó. Le ponía enfermo, joder.

Él había traspasado la línea esa noche. Pero si querían seguir trabajando juntos sin que todo el tema emocional les salpicara, debían cortarlo de inmediato. Él fingiría que no se acordaba de lo sucedido; y la traición al traer a su rollo a su casa cuando la estaba disciplinando le facilitaba mantener su nueva actitud.

Pero esa no la fingía. Se sentía traicionado por ella de verdad, y le dolía su oscuro corazón. Sino, ¿para qué Cleo iba a traer a Magnus a su casa si no era para estar con él?

No sabían que iba a llegar antes, y por eso les había pillado. Era cierto que no se estaban besando ni se estaban desnudos, pero su actitud, llena de complicidad y coqueteo como buenos preliminares, ya le decía demasiado. Y no necesitaba saber más.

El moreno la habría llevado a la cama tarde o temprano. Y Cleo no se habría resistido, porque Magnus ya estaba en su vida antes de que él irrumpiera en su mundo. Y seguro que lo echaría de menos.

Echaría de menos el sexo convencional y que alguien como Magnus la complaciera sin tener que llevarla al límite de su resistencia.

Se estiró en la cama y cubrió sus ojos con su musculoso antebrazo.

Pateó el colchón con el talón y se reprendió por haber sido tan duro con ella.

Esperaría a que llegara y hablarían.

Pero esperó varias horas, pasó la hora de comer y Cleo no llegó.

Llamó a su iPhone y escuchó cómo el teléfono sonaba en la cocina, señal de que se lo había dejado ahí.

¿Dónde habría ido? ¿Habría comido? ¿Correría mucho con el coche?

Se había ido llorando, eso seguro. Él había escuchado los sollozos mientras la joven se alejaba y se metía en su Mini.

Él tampoco comió, tenía el estómago cerrado.

¿Se habría ido con su amigo el policía? ¿Le estaría llorando a él, hablándole de lo malvado que era su amo?

***

Regresó varias horas después, casi al atardecer.

No había dejado de conducir en ningún momento. Su coche era su lugar de meditación; y, mientras las ruedas corrieran, ella podría centrarse en la carretera y no en todo lo que había escupido Lion con su cruel lengua.

Le había dado una lección: una lección para no construir castillos en el aire, para no ilusionarse con un hombre que conocía desde pequeña y que la pasada noche le había hecho sentir como una mujer querida y adorada.

Había sido todo mentira; y saberlo resultó muy amargo y duro.

Pero lo que no era mentira eran la dominación y la sumisión, su disciplina, su doma, su hermana en apuros, y el caso que tenía entre manos.

Había sido tan tonta… Tanto. Una noche divertida en familia, Lion distendido y gracioso, ambos en la cama acariciándose, riéndose y tocándose sin cuerdas, ni floggers ni órdenes… Quiso creer que había algo más en su docilidad y en su amabilidad. Pero no lo hubo.

¿Él se durmió de verdad, por aburrimiento? ¿Perdió el interés? Lion no podía disfrutar si no tenía a una mujer capaz de soportar sus castigos, que lo estimulara del modo en que él exigía en su dominación. Y a ella, cuando la llevó a su habitación, lo único que le pasaba por la cabeza era pensar en hacer el amor y no en tener sexo ni castigo. Solo eso.

Creyó que sería suficiente; pero Lion lo había menospreciado todo. La había menospreciado a ella.

Habían estado deliciosamente ebrios los dos… Él se lanzó a hablar de cosas que ella creyó importantes, confesiones de amantes.

Y, al final, esas palabras solo fueron un medio para que se la tirara; y, después de eso, a dormir.

Prefería al amo. Prefería al amo mil veces antes que a ese Lion mentiroso. Porque, al menos, al dominante lo veía venir y sabía cómo jugar con él. Con el risitas, cariñoso y dulce de la noche anterior, no. De hecho, la había destrozado.

A las nueve tenían una fiesta, ¿verdad? Ya eran las siete de la tarde y ella debía acicalarse.

Lion había fingido todo este tiempo. Ni siquiera la tenía en alta estima por ser una amiga de la infancia, ni siquiera eso; sino, no habría cruzado la línea tanto en su ataque. Y lo había hecho.

Bueno, lo que tenía claro era que ambos debían trabajar juntos. Y ya se había lamido las heridas demasiado.

Abrió la puerta de su casa.

Llevaba horas llorando. Nunca había llorado tanto como en ese momento. Se sentía mal, poco valorada, poco querida… Pero también tenía pundonor. Y puede que Lion no la deseara como mujer, pero lo que no le iba a permitir era que pusiera en duda su profesionalidad.

Esta vez se metería en su papel de verdad. No iba a quedar nada de la Cleo amiga ni de la tonta soñadora que se creía que estaba enamorada de él.

Puede que lo estuviera, y por eso todo le dolía tanto.

Pero enamorarse del hombre equivocado era un error que muchas mujeres cometían.

Todo pasaría. Pasaría, porque el tiempo curaba las heridas.

Y, mientras cicatrizaran, sería una sumisa que Lion no iba a olvidar nunca. Ni él ni los organizadores del Rol. Esos días se había documentado muchísimo sobre la personalidad y la actitud de una sumisa perfecta; y actuar así sería un modo de alejarse de su dolor y de centrarse en algo en concreto.

***

—Cleo.

La voz de Lion la detuvo y le puso tensa.

Lo veía de refilón, sentado en su butaca favorita.

—¿Dónde has estado? —preguntó serio, aunque con su voz grave y afectada.

Bueno. Se había acabado el tiempo de parecer una pardilla. Ahora era su momento: «And the Oscar goes to… Cleo Connelly por su excelente papel en Amos y Mazmorras».

—Necesitaba salir de aquí, señor —contestó sin alzar la voz—. Quería tomar un poco el aire.

El silencio se alargó más de la cuenta, pero ninguno de los dos se movió.

—¿Puedo subir a cambiarme, señor? —preguntó con voz suave y disciplente. Por el rabillo del ojo observó cómo Lion tomaba aire y se tensaba ante su educada pregunta.

—Te ayudaré a cambiarte. —Se levantó de la butaca.

—No hace falta, señor.

—Sí hace —contestó tenso—. No has visto el vestido.

Cleo pensó en el tipo de disfraz que debía llevar, y sintió arcadas imaginándose que debía ir en plan conejita o algo por el estilo. Pero cuando se fijó en el frac de Lion, todo vestido de negro, excepto por su pajarita blanca, todos sus pensamientos se dispersaron.

Iba tan guapo. Tan viril y masculino. Con su tez oscura y su antifaz blanco, estaba arrebatador.

Si él iba así, ¿cómo iría ella?

Subió las escaleras sabiendo que Lion la seguía a su espalda y entró en la habitación, manteniendo los hombros rectos pero la cabeza inclinada y la mirada hacia abajo, en actitud sumisa.

En la cama perfectamente hecha, yacía un precioso vestido negro con lacitos rojos, del mismo color que su pelo. La falda abombada era roja y negra. Un vestido de época victoriana con corsé de seda y raso.

Lion la colocó delante del espejo, y la desnudó sin decir ni una palabra, mirándola a través del espejo. Cleo no apartaba sus ojos del suelo en ningún momento.

Lion apretó los dientes y cuando le quitó las braguitas le acarició las nalgas con suavidad. Cleo era suave y perfecta. Dulce y bonita pero, al mismo tiempo, perversa y provocativa en su supuesta inocencia.

Como él tampoco tenía ganas de hablar, aceptó su papel. Si Cleo fingía ser una sumisa perfecta, mejor para su misión.

Mejor para ambos. Menos discusiones, menos peleas, y podrían centrarse en lo que de verdad importaba.

—Llevarás estas ligas y estas braguitas rojas —le dijo mientras se las subía por las piernas, hasta cubrir su sexo. Ajustó las ligas a sus muslos y subió sus medias rojas hasta pinzarlas con los enganches.

—Sí, señor.

—Vas a estar preciosa, Cleo.

Ella tuvo el buen tino y el descaro de sonrojarse como una tímida y perfecta sumisa, cuando ella no era tímida para nada.

—Gracias, señor —contestó.

Lion tomó aire por la nariz y su pecho subió y bajó oscilando al mismo ritmo que su paciencia. Estaba bien, pero esa no era Cleo. No obstante, seguiría jugando y manteniendo aquella actitud. Mejor así que aguantar sus ojos verdes despechados y heridos, llenos de decepción.

Él la había decepcionado y tenía que asumirlo.

Tomó el vestido y se lo colocó como un perfecto sastre. Primero la falda con el canesú; después el corsé, que alzó sus pechos de manera considerable y casi insultante.

—¿Puedes respirar?

—Sí, señor.

—¿Te lo aflojo un poco?

Cleo observaba atónita su reflejo en el espejo. Dios, parecía la mujer del demonio; y Lion era Satán.

—No, señor. Está bien así.

Lion sonrió ligeramente al ver el asombro en los ojos verdes de la agente Connelly. La verdad era que quitaba el hipo. Le pasó los dedos por los hombros desnudos y por el escote.

—Voy a tener muchos problemas esta noche —murmuró Lion abriendo la palma para cubrir la unión hipnotizadora de sus senos.

«Eso es, tócame Lion, porque voy a convertir tu vida en un maldito infierno. Voy a hacer que te sientas tan incómodo conmigo que espero que, cuando acabe la misión, te alejes de mí para siempre».

—Espero que no, señor. No quiero importunarte en nada. —«No, no quiero importunarte en nada, cerdo».

—No será tu culpa, Cleo. Los hombres se vuelven locos ante los caramelos apetecibles. ¿No lo sabías?

Cleo se encogió de hombros.

—No debemos llamarnos por nuestros nombres. Tú puedes llamarme señor y yo te llamaré Lady Nala. ¿Qué te parece?

—Muy Disney, señor. El rey león se empareja con Nala en la película. Pero no me extraña nada tu agudeza, señor. Eres tan inteligente —alargó el «tan» un poco demasiado.

Lion achicó los ojos azules. ¿Debía pasar por alto sus impertinencias porque estaba enfadada con él? ¿O, como amo que la estaba disciplinando para el rol debía castigarla? Lo decidiría al regresar de la fiesta.

—¿Quieres ir con el pelo suelto o recogido?

—Prefiero ir con el pelo medio recogido.

—Entonces eso deberás hacerlo tú. No se me dan bien los peinados, señorita.

—Lo dudo, señor. A ti se te da bien todo. —«Una sumisa sabe halagar al amo», recordó. «Púdrete, Lion. Y mira lo bien que lo hago».

Lion dejó de tocarla y escondió sus puños cerrados en los bolsillos de su pantalón.

—Fantástico. —Se inclinó sobre su oído y, mirándola a los ojos, le ordenó—: Deja de mirar al suelo y mírame.

Cleo dio un respingo con inocencia, como si no supiera que estaba haciendo eso a conciencia.

—¿Señor?

—¿Me estás halagando gratuitamente, Cleo? Porque no deberías hacer eso. No quiero que me hagas la pelota. Si crees que debes felicitarme por algo, hazlo; pero no des cumplidos sin razón. No me gusta.

—Para nada, señor. —Alzó los ojos y lo enfrentó directamente en el espejo—. Señalo tus aptitudes, que son muchas. No es tu culpa ser tan perfecto.

Tan cerca como estaban, vestidos de aquel modo, él tan moreno y ella tan pálida, con esas ropas tan sexys y elegantes, casi parecían la pareja perfecta; o, al menos, una de esas que inspiraban los libros románticos que su madre, Darcy, acostumbraba a leer.

Pero su historia no parecía ser una historia de amor.

Lion lo había dejado muy claro.

Era su amo; no su pareja.

Era su superior; no su amigo.

El sexo, o su disciplina, como él prefiriese, era un medio para llegar a un fin. Casi parecía que estaba prostituyendo su alma, aunque lo hiciera con un hombre que tenía el don de atraerla como la miel a las abejas.

Lion frunció los labios en una fina línea y dio dos pasos para alejarse y tomar su antifaz rojo entre las manos.

—Cuando acabes, ponte esto.

—Sí, señor.

Iba a dejarla sola, porque se estaba poniendo nervioso con aquella educación fría y distante. Pero se detuvo y le dedicó una mirada prendida en el fuego más sincero.

—Serás la más bonita de la fiesta, Cleo.

—Entonces haremos muy buena pareja, señor —murmuró con toda la ojeriza que pudo maquillar, acompañada con una sonrisa espléndida—. El zorro y la zorra.

Lion rechinó los dientes, pero se obligó a inclinar la cabeza como un caballero.

—Ese comentario te ha hecho perder puntos como sumisa, Cleo; y como dama, todavía más. Qué pena, parecía que íbamos por buen camino… Deberías mantener a raya tu carácter —le dijo mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

—No tienes ni idea de cómo es mi carácter —susurró mirando la puerta cerrada—. Pero te juro que voy a hacer que te comas todas tus palabras hirientes, Lion Romano —acarició su antifaz rojo con la punta de los dedos—. Una detrás de otra.

***

La Mansión LaLaurie era una de los puntos visitados en el tour Bloody Mary. Nueva Orleans estaba llena de tours para visitar cementerios, lugares claves de la práctica de vudú y sitios encantados como ese. De hecho, la cultura de la magia, los hechizos, los zombis y todo tipo de fatalidades y criaturas mitológicas estaba muy arraigada al carácter supersticioso de los orleaninos.

En ese momento, la estaban remodelando para que se convirtiera en apartamentos de lujo. De hecho, la casa era bonita, de arquitectura francesa, como casi toda Nueva Orleans y el French Quarter. El actor Nicholas Cage la compró; pero al no poder pagar el IRS porque era muy alto, la perdió.

Mientras tanto, y gracias a algunos contactos exclusivos del organizador de la fiesta clandestina BDSM, la utilizaban para sus propios menesteres solo durante esa noche.

A Cleo el lugar le ponía la piel de gallina; pero también le erizaban la piel algunos amos y sumisas que había oteado en el interior de la sala de baile.

Algunas llevaban collares de dominación tan grandes que parecían caballos; después, estaban los típicos y típicas que lucían a sus sumisos y sumisas con cadenas atadas al cuello.

Por supuesto, esos eran los más extremistas; aunque lo más curioso de todo para Cleo era comprobar lo felices que ambos se veían por verse así.

Allí nada era humillante, ni degradante. Nada era demasiado escandaloso. Todos vivían el BDSM a su manera.

Lion y ella no se hablaban. Si Lion le preguntaba algo, ella contestaba con síes y noes escuetos y tímidos.

Hasta que le mató lo curiosidad; y mientras bebía un poco de ponche que él le había traído, le preguntó:

—¿Puedo hacerte una pregunta, señor?

—Habla —contestó secamente, mirando con desaprobación y desafío a los hombres enmascarados que se acercaban demasiado a Cleo.

—¿Quién ha organizado esta cena?

—Los miembros de BDSM de Nueva Orleans.

—¿Y tú formas parte de ellos? —Cualquier pregunta que le hacía, no le miraba directamente a los ojos, en señal de respeto y sumisión; y la verdad era que se lo estaba pasando de muerte actuando así.

—Sí. Pero por mi trabajo no vengo nunca.

—Te tienen en cuenta, al menos. Pero es normal; mi señor es excelente.

Lion la miró de reojo.

—Estoy añadiendo azotes, Nala. No me hartes.

—Pero no lo entiendo, señor —protestó fingiendo arrepentimiento—. No he hecho nada que le pueda importunar, ¿verdad?

—Te estás riendo de mí. No me gusta. Te conozco lo suficiente como para saber que tu comportamiento sumiso es ficticio. Finges.

Oh, pero Lion no la conocía. Él creía que sí, porque Cleo había sido transparente y honesta con él, siempre, sin subterfugios. Sin embargo, no conocía a la Cleo que no se daba a los demás; y menos a quienes la habían herido.

—¿Me conoces, señor? —dio un sorbo a su ponche.

—Sí.

—Por eso eres tan buen amo, señor. —Lo alabó de nuevo, con un tono dulce y afable—. Un buen amo debe saber en todo momento cuáles son las necesidades de su sumisa —repitió uno de los códigos de dominación y sumisión.

—¿Quieres ser una sumisa de verdad, Lady Nala? —se acercó a ella, irritado y confuso—. Porque si es así, soy capaz de hacerte un spanking público como el que Brutus le está haciendo a esa chica con peluca blanca. Mira cómo tiene las nalgas: están tan rojas que parece que vayan a estallar —gruñó rozándole el lóbulo con los labios—, y mírala a ella, cómo disfruta. Estoy convencido de que, si la toca entre las piernas, se va a correr. —Y eso mismo hizo otro amo. Se acercó a los dos, y Brutus le dio permiso para que la tocara. La joven se corrió como una loca desatada.

—Si eso le hace feliz, señor —contestó Cleo, asombrada por las demostraciones públicas que se estaban dando en medio de la sala entre amos y sumisas.

—¿Ah, sí, Lady Nala? —Se colocó tras ella, y le acarició los hombros hasta deslizar sus manos por los brazos. La besó en la garganta; y ella intentó apartarse como si la proximidad con él la asustara, o peor, la repeliera; pero rectificó rápido y se obligó a relajarse. Lion nunca había sido rechazado antes. Y Cleo le había dado la primera, pero leve, bofetada—. Mira a esa ama de ahí. Le está dando con el látigo en el pecho a su sumiso enmascarado y descamisado. Él se queja, pero después de que el látigo le toca la piel fíjate qué exclama.

Cleo prestó atención.

—¿Qué dice, nena?

—Dice «gracias, domina» —contestó con los ojos dilatados.

—¿Te ves capaz de hacer eso? ¿De exponerte en público y de agradecer lo que te haga? —acarició su vientre plano y después subió las manos hasta cubrirle los senos.

Cleo apretó los ojos durante unas décimas de segundo, pero después se autoimpuso abrirlos. Frente a ellos, ya tenía a varios voyeurs.

—Frente a ti, en esta sala, hay hombres y mujeres que están deseando ver tu cuerpo hermoso —continuó azotándola con su lengua—. Como ves, hay de todo: mujeres y hombres, jóvenes y mayores, gays y lesbianas; hay obesos y obesas, delgados y delgadas, altos y bajos, muy musculosos y muy fofos… El BDSM es como la vida misma. Hay de todo. —Pasó sus labios por su nuca mientras apretaba y relajaba sus pechos—. Pero no tienen ningún miedo a exponer sus cuerpos o a mostrarse tal y como son frente a los demás. Se han aceptado a sí mismos y han aceptado su placer. Son libres. A algunos no los habrás visto en la vida; a otros los verás muy a menudo. Pero el mundo del BDSM es muy discreto e íntimo. Todos se tienen demasiado respeto los unos a los otros como para revelar identidades.

Cleo cerró los ojos, esta vez ida por la música, el tono seductor de Lion y la magia de sus manos. ¿Se estaba excitando? Se estaba excitando, sí.

—Son valientes. ¿Tú eres valiente, Cleo? —preguntó pellizcándole los pezones por encima del corsé—. ¿Tienes los ojos cerrados? Dios… Lo que provocas en los demás solo con permanecer así, sumisa ante mí… —La voz de Lion también era ronca—. Mira lo que provocas en mí —adelantó su pubis y la rozó con su erección—. ¿Te gusta eso? ¿Te gusta tener ese tipo de poder?

¿Le gustaba? ¿A ella le gustaba eso? Una vez, Lion le dijo que tenía alma de provocadora. ¿Sería cierto?

—Sí, señor.

—En el torneo vas a volverles locas y locos a todos, Cleo. Lo sé. Y me pone nervioso. Abre los ojos y mira lo que haces.

Cuando abrió los ojos, tenía delante a bastantes parejas bebiendo ponche, mirándoles entretenidos, excitados y felices, algunos más divertidos que otros. Para ellos era como contemplar arte en movimiento. Si había algo lascivo o no en ello, no lo podría averiguar, esa era la verdad; pero parecía que disfrutaban más de su actitud y de su disponibilidad al escuchar a Lion, que del hecho de que todo ese contexto y todos esos precalentamientos llegaran a un fin sexual.

Hasta que alguien entre la multitud dijo:

—¿La vas a mostrar o es solo para ti?

Cleo dirigió los ojos hacia el origen de la voz.

Prince. El príncipe, uno de los amos que había encontrado en el club de las mujeres de Laffitte, estaba ahí, todo vestido de blanco, excepto por su antifaz negro y su pajarita roja. Era muy atractivo y tenía el pelo recogido en una coleta negra y alta. Sí, como una especie de príncipe persa.

Dio un paso adelante y se colocó a un metro de ella, esperando el permiso de su amo.

—¿Quieres que te muestre, Lady Nala? —le preguntó Lion al oído, apretando los pechos entre sus manos.

—¿Deseas mostrarme, señor? —Entendió su rol a la perfección por primera vez. Ella podía tener ganas de hacer algo, pero la clave estaba en que Lion también disfrutara de ello. Hacía topless y no le importaba que le vieran los pechos, ero lo que iba a suceder ahí. No obstante, difería de una sesión de solárium. Iba a exponer sus senos para poner cachondos a todos los demás. Hombres y mujeres indistintamente. Tragó saliva y se preparó para la respuesta de Lion.

Lion sonrió y la besó, de verdad, en la mejilla. Parecía un beso auténtico, más sincero que cualquiera que le había dado hasta ahora, teniendo en cuenta que todos los besos que le dio la noche anterior eran mentira. Alejó la rabia de su mente y se dispuso a aceptar lo que fuera que Lion quisiera hacer.

Se estaba entregando. Eso era lo que él quería, ¿no?

—Es solo para mí. Nadie puede tocarla —contestó fulminando al príncipe goloso con los ojos—. Pero, Prince.

—¿Sí, King?

—Puedes hacerme los honores.

Dio la vuelta a Cleo y le ofreció la espalda.

Lion la miró a los ojos y la tomó de la barbilla. Cleo parpadeó confusa, nerviosa, un poco asustada y excitada… Extraña mezcla.

—Deshaz un poco el lazado —ordenó Lion sin dejar de mirarla—. Voy a atormentarte un rato, Nala.

Ella entreabrió la boca y sacó la lengua para lamerse el labio inferior. Sus ojos verdes de gato se veían enormes tras el antifaz rojo.

—Como desees, señor.

Prince procedió a deshacer el lazado con suavidad y se permitió la licencia de acariciarle la espalda con los dedos.

—Prince. —Lion le dirigió una mirada de advertencia.

El príncipe levantó las manos y murmuró una disculpa divertida:

Mea culpa, pero no lo he podido evitar. Se me han ido las manos.

La gente se echó a reír y aplaudió al príncipe por ayudar a Cleo.

—Una silla —pidió Lion con ojos ardientes.

Cleo no veía a nadie en la sala, solo a Lion. A Lion y a esa mirada hambrienta que depositaba en toda su persona. No había música, Annie Lennox no empezaba a entonar su Love song for a vampire y no existían los mirones. Solo él y ella.

—Mira qué concentrada está en él —cuchicheaban las voces, agradadas por su actitud.

Alguien trajo una silla y todos aplaudieron de nuevo.

Y en ese preciso momento, Lion la tomó de la cintura y la subió a la silla. Pensaba que la iba a sentar sobre sus rodillas, pero nada de eso. Quería ponerla a prueba y exponerla ante todos. La silla no era muy alta, pero sí lo suficiente como para que sus pechos, ahora más libres y sueltos dentro del corsé, quedaran a la altura del rostro de Lion.

—Nadie te tocará, nadie te tendrá. No tengas miedo, preciosa.

—No, señor —replicó hipnotizada.

—Te luzco porque detrás de un gran amo siempre hay una gran sumisa; y quiero que todos vean lo bonita que eres y lo que nunca podrán tener. —Con suavidad y reverencia bajó un poco el corsé y expuso sus pechos blancos con sus pezones rosados de punta por el repentino frío y también por su ardor interior—. Dios…

—¿Señor?

Lion abrió la boca, apretó los pechos entre sus dedos y empezó a morder los pezones con fuerza y después con suavidad. A lamerlos y a succionarlos con un hambre inhumana.

Cleo abrió la boca para coger bocanadas de aire. Sus rodillas temblaron sobre la silla. No estaba preparada para ello y, sin embargo, lo estaba. Era una situación insólita y nueva para ella. Llevó las manos a su cabeza y le abrazó con fuerza mientras echaba el cuello hacia atrás, con su pelo largo y rojo medio recogido, cayendo en cascada por su espalda; como un tributo a la canción de amor para un vampiro que sonaba en aquellos momentos; una imagen que era una oda al pecado y al libertinaje y que, por la belleza de su estética, quedaría grabada para siempre en la retina de todos los asistentes a aquella cita clandestina.

***

Después de los aplausos y de todo lo que provocó el número de Cleo y Lion, los asistentes se dispersaron.

Lion estaba preocupado por Cleo. Ahora ya ni hablaba. Antes podía soltar comentarios demasiado halagadores y falsos; pero después del rato que estuvo estimulándole los pechos ante todos, la joven se quedó callada y muy acalorada.

Lion no permitió que nadie se le acercara, tal y como había prometido. Podían admirarla desde lejos o desde cerca, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, tocar. Él era muy celoso de lo suyo y no compartía. No como otros amos hacían.

Había hombres y mujeres que adoraban ver a sus parejas disfrutar con otros, amaban el placer que eso les provocaba; y Lion ya había dejado de juzgar lo que era correcto o no. El placer era placer, fuera como fuese, y cada uno lo encontraba en diferentes formas.

Pero él no.

—¿Te molesta que te miren, lady Nala?

—¿Debería, señor?

—No debería —dijo una voz de mujer a sus espaldas—, si es lo que desea tu pareja.

Cleo y Lion se giraron a la vez.

Lion inclinó la cabeza con una sonrisa y Cleo hizo lo mismo.

Conocía a esa mujer. La había visto en las fichas de consulta de los informes policiales. Era ella.

Se trataba de Sharon: la Reina de las Arañas; y la foto, para su desgracia, no le hacía justicia.

Llevaba un vestido de pedrería negra y una máscara igual del mismo color. Sus ojos color caramelo estaban pintados con kohl oscuro, de modo que incluso parecía que llevaba un antifaz debajo del suyo de pedrería.

Era hermosa, alta y atractiva. De labios gruesos y seductores. Llevaba el pelo rubio y rizado recogido en lo alto de su cabeza, y caía haciendo ondas graciosas sobre sus hombros.

Pero, inquietantemente, no había nada de gracioso en Sharon.

Era una mujer muy peligrosa, fría y tan segura de sí misma que incluso provocaba respeto. Hermosa como un tigre, y agresiva como sus fauces.

Sharon sonrió a Lion con otra inclinación de cabeza y después centró toda su belleza de los hielos en Cleo.

Cleo pensó automáticamente en Leslie; y el respeto que pudiera tenerle a esa beldad, se evaporó como el hielo en el fuego.

No sabían hasta qué punto esa mujer, de no más de treinta años, estaba involucrada con el tráfico de personas. Lion confiaba en que no lo estaba, y opinaba que solo los Villanos sabían lo que se cocía con el popper y los secuestros; por eso nunca se dejaban ver.

—¿Será tu pareja en el torneo, King? —preguntó Sharon estudiándola con intriga—. Es deliciosa.

—No lo sé, aún —contestó dejando a Cleo de piedra. La Reina de las Arañas no recibía los informes de los asistentes finales hasta el día de inicio del torneo. Podía hacer un tanteo entre clubes para invitar a los más especializados en según qué técnicas, pero no era ella quien decidía a quien escogían y a quien no. Eso pasaba por los Villanos.

Cleo apretó los puños, pero bajó los ojos al suelo.

—Eh, monada. —Sharon le alzó la barbilla con delicadeza.

—Mi señor no deja que nadie me toque —contestó Cleo con los ojos verdes claros y muy desafiantes. Demasiado para una sumisa. «No me toques o te corto la mano, guarra». ¿Por qué le tenía tanta rabia? Tal vez Sharon solo era otra practicante más de BDSM con otro tipo de rango superior dentro del mundillo, pero practicante al fin y al cabo. No obstante, según decía el informe, aquella noche la Reina de las Arañas estuvo en el local en el que se encontraban Leslie y Clint. ¿Tenía algo que ver con la muerte del amigo de Lion? ¿Y con la desaparición de su hermana?

Sharon arqueó las perfectas cejas rubias por encima del antifaz, y sus ojos caramelo la miraron con un respeto renovado.

—Así que tu amo no deja que te toque nadie, eh…

Cleo miró a Lion de reojo para ver cuál era su actitud. El muy cretino sonreía entretenido mientras miraba la interacción que tenía lugar entre ellas.

—No —recalcó sin miedo.

Ella se echó a reír y se llevó la mano a un compartimento que tenía en el interior de la falda.

—Casualmente, Lady Nala, tengo algo por aquí que tal vez te interese. —Sacó una tarjeta roja, con un dragón enrollado en su esquina, en la que ponía:

Estás invitada al segundo torneo de Dragones y Mazmorras D/s.

Si deseas asistir, regístrate en el foro de Dragones y Mazmorras D/s

y

no dudes en contactar por mensaje privado con la Reina de las Arañas.

Ella te lo facilitará todo.

—Si al final tu señor no acaba llevándote —dirigió a Lion una mirada acusadora—, a mí me encantaría verte en él. Es una invitación doble. Puedes traer a quien tú quieras para jugar.

Cleo aceptó la tarjeta y se la guardó provocativamente en el interior del corsé.

—No creo que la necesite, pero gracias…

Domina —recalcó ella, deseando escuchar el título dominante de sus labios.

Cleo no sabía si decirlo o no. Odiaba a esa mujer, puede que injustificadamente, pero no le caía bien. Tal vez por el modo que tenía de mirar a Lion como si lo conociera mejor que ella.

O, tal vez, porque había visto a Leslie aquella noche en la que desapareció y la había dejado en manos de gente peligrosa.

Pero no quería decírselo; sobre todo porque ella, como sumisa, solo se entregaba a Lion: solo le había prometido sumisión a él, los demás se la traían floja. Seguramente, habría sumisas que también obedecían a otros amos. Ella no.

Cleo permaneció callada, y un fulgor de interés y atención apareció en las profundidades caramelo de la domina.

—Tienes la opción de venir sola también —le explicó Sharon—, en calidad de lo que tú quieras; pero, si no lo haces y al final apareces con King —sonrió segura de sí misma y acercó su nariz respingona hasta casi rozar la de Cleo—, reza por encontrar los cofres y superar los duelos. De lo contrario, si yo estoy en el escenario, y créeme que estoy en todos —remarcó—, te enseñaré a obedecerme de verdad. Y me encantará hacerlo, chica rebelde. —Le golpeó la nariz con el índice de modo cariñoso.

Cleo sonrió con frialdad.

—Ya veremos. —Estaba loca. Estaba desafiándola ante los presentes en la sala y era consciente de que había muchos ojos posados en ellos tres.

—Ya veremos. —Le guiñó un ojo coqueta, tomó a Lion de la mano y le dijo—: Saco a tu amo a bailar. ¿Sabes que se mueve muy bien? Apuesto a que tú ya lo sabes.

Lion y Sharon desaparecieron entre la multitud que se congregaba para bailar una balada que empezaba con las notas de un piano: Hush Hush Hush de Paula Cole y Peter Gabriel.

Cleo, estupefacta por ver cómo Lion sí que podía irse con la Reina de las Arañas y bailar con ella, se dio la vuelta en busca de más ponche. Se sentía expuesta e inquietantemente observada, y no solo por los hombres y mujeres que la deseaban.

Chocó con el pecho de Prince. El amo miraba penetrantemente a Sharon y, curiosamente, Sharon era consciente de su mirada negra sobre ella porque, de vez en cuando, miraba hacia él.

Cleo frunció el ceño, vigilándolos a uno y a otro. ¿Qué pasaba ahí?

—Sharon ya ha atrapado a King en su tela de araña —murmuró Prince. Parecía contrariado y desaprobaba abiertamente la actitud de la rubia—. ¿Te apetece salir al balcón a tomar el aire?

Cleo buscó a Lion con los ojos…

—A él no ha parecido importarle dejarte sola en medio del mar de tiburones —dijo el guapo y alto amo—, no tienes por qué preocuparte por lo que él vaya a pensar. Ya me ha dicho que no puedo tocar… Así que… No lo haré.

—No estoy segura de eso —musitó Cleo con atrevimiento.

Prince sonrió.

—No muerdo, pero es mejor retirarte un poco de los lobos. Tu performance en la silla ha despertado el interés de muchos amos que buscan mujeres como tú.

—¿En serio? —miró por encima del hombro—. ¿Y cómo soy yo?

—Especial. Bella. Única y entregada.

¿Él la veía así de verdad o era una treta para llevársela al balcón y tirarle los tejos? Prince era como un príncipe, tal y como su apodo de amo indicaba: apuesto, galante, caballeroso y con un porte distinguido. Y era guapo, muy guapo. Pero había algo oscuro y peligroso detrás de su antifaz y de sus ojos negros como la noche.

—Gracias. Pero creo que no habéis mirado bien. —Claro que no. Ella se había dejado ir porque era el cretino de Lion quien la sujetaba. De lo contrario, nunca hubiera hecho eso…

—Oh, no lo creo, belle. Veo lo que hay. Y lo que ahora hay es que tienes a unas cuantas hienas a tu alrededor. King se ha ido con Sharon sin importarle ese detalle. ¿Te está probando?

¿Lo hacía? Le buscó entre la multitud enmascarada. No lo vio.

—Eres una novata. Se nota a leguas. Déjame escoltarte mientras tu amo no lo haga.

Sí. Prince tenía razón. Pero se equivocaba en una cosa: a ella no le importaba que Lion estuviera con la rubia mantis. Y para demostrárselo a él y a sí misma, accedió en tomar el brazo que ofrecía el príncipe y salir con él de la sala.

***

—¿Hace mucho que tú y King estáis juntos?

Cleo bebió ponche. Mejor beber que hablar. Prince estaba apoyado en la barandilla de hierro negra y observaba la plaza a sus pies. La gente iba y venía, las luces del Barrio Francés alumbraban sus rostros ebrios y alegres, faltos de auténtica diversión, deseosos de algo más que no encontraban. El rostro del príncipe recortado por la luz de la luna era digno de un retrato bucólico y embrujador.

—¿No me vas a contestar?

—En realidad, yo no hablo con nadie de mi relación con King.

—¿Hay una relación sentimental de por medio?

—No creo que eso deba importarte.

Prince se giró hacia ella sonriendo asombrado.

—Eres una sumisa muy maleducada.

—No soy una esclava. Yo solo respondo a King. No me apetece probar nada más.

Los ojos azabaches de Prince brillaron con animadversión hacia algún recuerdo no muy pasado, y también con anhelo por esperar oír de otra boca esas mismas palabras hacia sí mismo.

—Eso es algo que a King nunca le importó respecto a otras mujeres. No le importó que ya estuvieran vinculadas a otro amo; no le importó que no se debieran tocar. No le importó nada…

Cleo dejó de beber su ponche, que, por cierto, estaba delicioso. Tuvo ganas de quitarse el antifaz y coger a Prince de la pajarita para sacudirle y que le explicara todo. ¿Estaba hablando de Lion y su relación con otras mujeres? ¿Con alguna que había importado más de la cuenta a Prince? ¿De qué hablaba?

—¿Quieres hablar sobre mi amo? —preguntó recordando que debía comportarse como una sumisa ejemplar.

—Solo te advierto. Me caes bien; y si no tienes sentimientos por él, siempre podrías probar conmigo más adelante. Soy un amo muy cariñoso.

—¿Crees que King no lo es? —«Lo era hasta que decidió volverme loca, emborracharme, llevarme a la cama y decir muchísimas tonterías románticas para, al día siguiente, romperme el corazón sin titubear».

—King no respeta a nada ni a nadie.

«No me digas».

—No tiene sentimientos —continuó Prince.

«¿En serio?, no me había dado cuenta».

—Así que no esperes que se enamore de ti y te prometa fidelidad, porque no sabe lo que es eso —espetó con acidez—. Puede que un día vea a la mujer de otro hombre, una mujer enamorada, y decida marcarse el reto de llevársela a la cama. Y King es muy persuasivo: consigue todo lo que se propone, por muy imposible que sea.

Cleo miró hacia otro lado, a un grupo de chicos que vitoreaban y silbaban a un grupo de chicas. Así que Prince había tenido a una mujer a la que había amado mucho y King se la había levantado… ¿A eso se refería?

—En todo caso, Prince, King puede hacer eso porque es un hombre libre, amoral, pero libre —recalcó asqueada—. No obstante, si hay alguien a quien se deba culpar en ese caso que me estás exponiendo es a la mujer, la única que tenía un compromiso real con otra persona.

—Supongo que tienes razón, pero quería advertirte sobre el peligro de salir con el rey de la selva: al final, todos los animales se doblegan ante su ley.

Prince apretó el vaso del ponche y, controlando el temblor de su mano, lo dejó en una mesita de la terraza. Observó a Cleo y ella lo miró a su vez por encima del hombro.

—Gracias por tu… advertencia —agradeció Cleo. Pensaba que la conversación se iba a quedar ahí, pero no fue así.

—Señorita —Prince se inclinó como un príncipe de verdad—, ¿me permite este baile?

Cleo frunció el ceño. Ese hombre no desistía. Y bien mirado, ¿por qué no? Lion estaba bailando con Spiderwoman en algún rincón de aquella sala. La había dejado sola; y aunque pretendía hacerse la fuerte, se sentía ultrajada.

Bailar podía. Bailar le apetecía.

Claro que sí. Bailaría con Prince; y al demonio con las consecuencias.

—Con mucho gusto, Prince —hizo una reverencia femenina.

Prince sonrió, rodeado de oscuridad, como el príncipe de las tinieblas que luchaba por alcanzar un poco de esa luz que acabaría con su tormento.

Cleo tomó su mano y Prince la atrajo a su cuerpo.

«América engendra a unos hombres enormes y grandes», pensó mientras echaba el cuello hacia atrás para mirarle a los ojos.

Él la rodeó por la cintura con un brazo mientras le tomaba la mano con la otra.

Se movieron al ritmo de Crush, de David Archuletta.

No era exactamente una balada; pero eso a la gente del salón le daba igual. Era una excusa perfecta para rozarse y buscar consuelo los unos en brazos de los otros. Para rozarse, acariciarse y seguir jugando.

A veces se escuchaba el sonido de una fusta o de un látigo al hacer contacto con el cuerpo de algún asistente, a lo que le seguían gemidos y risas.

Cleo permanecía embrujada por la variedad de sonidos que se daban lugar allí. Todos excitantes.

Do you ever think when you’re all alone —canturreó Prince al oído de Cleo con voz preciosa y melódica—… All that we can be, where this thing can go? Am I crazy or falling in love? Is it really just another crush?

Cuando Cleo escuchó su voz, se lo imaginó cantando desnudo en el balcón de su castillo, con sus murciélagos volando a su alrededor y los lobos blancos a sus pies, encantando a la luna con su belleza y su increíble voz… Y supo, sin miedo a equivocarse, que Prince tenía el corazón roto. Como lo tenía ella.

—Lo siento, Prince —le dijo Cleo, descubriendo un poco de sí misma ante la sinceridad reflejada en la mirada atormentada de Prince—. Siento que te hicieran daño. —«Y que fuera King quien te lo provocara».

Él se tensó y hundió los dedos en la cintura de Cleo para transmitirle fuerzas, o quizá para recibirlas de ella.

—Yo también lo siento por ti. —Reconoció inclinándose sobre su oído, dando vueltas con ella sobre su mismo eje, bailando como si fueran una pareja que se hiciera confidencias.

—Y yo también lo siento por ella —dijo la voz cortante de Sharon a sus espaldas.

***

Cleo se dio la vuelta, sobresaltada por la interrupción y la frialdad de sus palabras. Lion estaba detrás de Sharon, mirándola con reprobación.

Cleo no soltó a Prince y él no la soltó a ella: como si se hubieran puesto de acuerdo en desafiar a aquella otra pareja poderosa.

La Reina de las Arañas y el rey de la selva.

Increíble pareja la que hacían ambos y, aun así, les separaba un mundo, pensó Cleo.

Sharon se apoyó en la puerta del balcón fingiendo diversión ante lo que veía. Aunque sus ojos marrones claros, que analizaban a Prince, descubrían un despecho intrínseco.

Lion no se divertía. En absoluto. Sus ojos índigos destilaban rabia y decepción por todos lados.

Prince miraba de reojo a Sharon y mantenía la mano de Cleo enlazada con la suya.

—Pensé que King te había dicho que nadie podía tocarte, Nala. —Sharon alzó el índice y lo movió de un lado al otro, haciendo una negación y riéndose de la situación—. No, no, no… Chica mala. No puedes desobedecer a tu amo en público, ¿acaso King no te lo ha enseñado?

—Sharon. —Lion la calló con solo pronunciar su nombre, sin apartar su atención de Cleo—. Cl… Lady Nala, ven aquí ahora mismo.

Un escalofrío recorría la columna vertebral de Cleo.

—¿He hecho algo mal, señor? —preguntó Cleo candorosamente, soltando la mano de Prince.

—Si me lo estás preguntando —Lion habló entre dientes y dio tres pasos hasta coger a Cleo del antebrazo y apartarla de la cercanía de Prince de un tirón—, es que tenemos un problema.

—No sea muy duro conmigo, señor. Puede que no me hayas explicado bien las cosas, aunque seguro que no lo he entendido bien porque tú eres perfecto… Amo. —Cleo hizo un mohín, riéndose de él ante Sharon y Prince.

La Reina de las Arañas abrió la boca sorprendida, estupefacta ante la osadía de aquella chica.

—Dios mío… O estás loca o te encanta que te zurren —susurró Sharon pasmada.

Prince escondió una carcajada y eso provocó que Sharon frunciera el ceño y se concentrara en él, como si nunca lo hubiese visto reír.

A Lion le palpitaba un músculo en la barbilla; o varios.

A Cleo ya le daba igual. Adoraba volverle loco y hacerlo rabiar. ¿Quién se había creído que era? Lion, King, como se llamase… No era el hombre que ella creía. Si podía meterse en la cama de otras parejas y destruirlas; si podía follar sin sentimientos; si no le importaba hacerle daño como había hecho aquella tarde… Y le daba igual ponerse a bailar con la Reina de las Arañas, dejándola sola en un salón atestado de amos deseosos de hincarle el diente; entonces, desaprobarlo, enfurecerlo, desafiarlo o no… Ya no le importaba. Porque ella no le importaba a él.

Estaba cansada. Y lo único que quería era meterse ya en el torneo, llevarse a Leslie y acabar con esa locura. Y no volver a ver nunca jamás a ese hombre vestido de negro con el antifaz blanco.

No lo vería más si quería seguir cuerda. Lo aguantaría esos días y después punto y final.

Prince se echó a reír y se apartó de la terraza, rozando el brazo de Sharon. Esta lo retiró de golpe, como si el contacto le hubiera quemado.

Prince la miró de soslayo, de arriba abajo, y ella, inverosímilmente, miró al frente, ignorándole mientras se frotaba la zona en la que se habían rozado.

—No seas demasiado duro con ella, King. Esta sí que vale la pena —murmuró Prince.

Sharon se tensó ante aquellas palabras e inclinó el rostro a un lado, esperando que el príncipe desapareciera.

—Vete a la mierda, Prince —gruñó Lion con voz ronca, sin dejar de mirar a Cleo—. Elige.

—¿Que elija qué, señor? —replicó Cleo acercándose a Lion y tocándole la pajarita. Era genial actuar así. Nada era verdad; podía ser tan dañina como quisiera.

—¿Dónde quieres que te castigue? ¿Aquí, delante de todos, o en otro sitio?

—¿Pero me vas a castigar, señor? ¿Por bailar una sola vez con Prince? —deslizó el índice por el cuello abotonado de su camisa.

—No tienes ni idea, querida —susurró Lion como un animal herido—. ¡Ni idea!

Esas palabras hicieron tambalear un poco su atrevimiento, pero ya iba lanzada de cabeza. Esa era Cleo fingiendo ser sumisa y disciplente. Si la quería así esos días, así la tendría.

—Entonces, señor, si es tu deseo castigarme, hazlo aquí: delante de todos. —Le retó, manteniendo el tipo—. No hay nada que esconder, ¿verdad?

Lion se retiró como si le hubiera dado una bofetada.

Ella entrecerró los ojos.

Él detuvo la mano que hurgaba en el botón del cuello de su camisa.

—¿Ese es tu deseo, Nala?

«¿Nala? ¡¿Nala?! ¡¿Quién coño era Nala?! ¡Soy Cleo!», quiso gritar Cleo. Nadie sabía quién era. Ella no era ella. No era Cleo Connelly, porque Cleo no era ese tipo de mujer. Y, definitivamente, Lion no era el niño a quien ella tiraba de las orejas de pequeño. Este hombre, peligroso y nocivo para su salud emocional, era un desconocido, un amo y soberano, pero solo de él mismo; de ella no lo iba a ser jamás.

—Sí, señor. Ese es mi deseo. Hazlo aquí. Súbeme la falda y azótame. Vamos, lo estoy deseando.

Lion sonrió cínicamente y la desdeñó.

—Qué pena que no me importe lo que desees ahora. Y menos, cuando me has desilusionado de este modo. Tendrás tu castigo. —Tiró de ella y la alejó de la terraza, alejándose de la Reina—. Pero no aquí.

Esta sonrió gélidamente y la despidió con la mano.