Capítulo 14

No hay nada que nos de más miedo, que quedarnos indefensos por voluntad propia ante alguien. Tampoco hay nada más liberador.

Si hablas con tu hermana Leslie dile que haga el favor de llamarme; que no hay derecho a que me trate así —lloriqueó Darcy en la puerta, en el cénit de su cogorza, mientras se despedía de ellos.

—Sí, mamá. Se lo diré —aseguró Cleo mareada.

Charles se echó a reír y la abrazó como un oso.

—Sabes que te quiero, ¿verdad? —Su madre era un terremoto, pero su padre era la calma; y cuando la abrazaba así, casi todos los problemas se esfumaban.

—Sí, papá.

—Sabes que ella te quiere, ¿verdad?

—Y yo a ella. Y a ti. Os quiero mucho a los dos. —Lo abrazó con más fuerza e inhaló el olor característico de su padre a jabón de Marsella.

—¿Y sabes que me puedes contar lo que sea?

Cleo cerró los ojos y se estremeció. Su padre sabía que algo no iba bien, no era tan confiado ni crédulo como su madre.

«¿Cómo te lo digo, papá?».

Desde luego, ese no era el momento, porque tenía grandes dosis de alcohol en la sangre.

—Sí, lo sé.

—Perfecto —canturreó, dándole palmaditas cariñosas en la espalda. Charles se quedó con la vista clara fija en Lion—. Chaval.

—Padre —lo despidió Lion alegremente.

—No se te ocurra pasarte un pelo con mi hija, o te aseguro que al día siguiente tienes a todos los oficiales de policía de Louisiana pisándote los talones. ¿Entendido?

Lion asintió severamente.

—Nunca se me ocurriría hacerle daño a propósito, señor.

—¡Consuegrooooo! ¡Vamos, la noche es joven! —le llamó Michael.

Arrevoire, ma filles.

Arrevoire, papá —Cleo cerró la puerta emocionada y a la vez con ganas de partirse de la risa. Se arremolinaban muchas emociones en ella. La principal: debía cortarle la garganta a Lion. Se dio la vuelta y encaró a su compañero en la misión—. ¿Cómo se te ocurre no recoger las bolas…?

—Chist.

Lion el borracho pasó a ser de golpe y porrazo, Lion el serio y seductor. Cubrió sus labios con los dedos y le dijo:

—Sube arriba conmigo, Cleo.

Sí. Estaba borracho. Y sí, deseaba a Cleo.

La quería en ese momento. Con el alcohol liberando todas sus restricciones y sus «no debería». Seguían en misión y se había prometido no tocarla de modo emocional ni íntimo mientras estuvieran involucrados en el trato de blancas y en el rescate de Leslie.

Pero se encontró con que la chica era un imán; y él deseaba acoplarse a su polo. Y con el cuerpo como una destilería, todos sus noes desaparecieron.

Además, era adecuado. Perfecto. La noche joven y estrellada se convertiría en testigo de su liberación… Los grillos cantaban en el jardín y ella estaba tan bonita con ese vestido y olía tan bien que se estaba colocando.

Cleo parpadeó ebria y sonrió inclinando la cabeza a un lado.

—¿Que suba contigo arriba? ¿Por qué? —preguntó divertida—. ¿Quiere azotarme el señor?

—Puede que sí… —Dio vueltas al anillo con los dedos y entrecerró los ojos.

—Menos mal que se han acabado las pilas del anillo de Saurum…

—No se han acabado.

Lion tiró de ella y la guió por las escaleras.

Cleo se tropezó y Lion se mondó de la risa.

—Ten cuidado, patita. Despertarás a tu lagartija bizca.

—Ringo es un camaleón —protestó ofendida.

—Tú sí que eres un camaleón. —La metió en la habitación y cerró la puerta tras ella, aplastándola con su propio cuerpo.

La música que todavía sonaba en el jardín se les subió a ambos a la cabeza. Don’t let me stop you de Kelly Clarkson.

Cleo se sentía tan bien y tan relajada… Observó a Lion y después la puerta tras ella, fría al tacto.

—¿Por qué me llamas camaleón, señor?

—Tus vestiditos… —coló el índice por su tirante blanco—, a veces niña, a veces mujer fatal… Tu pelo, tus ojos… Tu… Tú. —Se encogió de hombros, adorándola con la mirada.

—¿Y-yo? —Cleo estaba lo suficientemente borracha como para dejar que en esa noche pasara lo que tuviese que pasar; pero no tan ebria como para no ser consciente de lo que estaba haciendo. Sabía muy bien lo que estaba sucediendo cuando le cogió el dobladillo de la camiseta negra—. Suba los brazos, señor. —Pasó la prenda por las abdominales hasta sacársela por la cabeza.

Agradecido por no tener que dar muchas explicaciones sobre lo que quería hacerle, cedió a su orden. Lion no se atrevía a moverse. Tenía una postura agresiva hacia ella: el cuello inclinado sutilmente hacia adelante, como si se la fuera a comer en cualquier momento; los brazos abiertos a cada lado de las caderas…

Un guerrero que quería reclamar su recompensa.

—Tus pecas… —murmuró él alzando una mano y pasándole el índice por el puente de la nariz—. Tu boca…

Cleo la abrió cuando el dedo jugó con su labio superior. Ambos se miraron durante largos segundos, como si llegaran a un acuerdo tácito y, entonces, Lion introdujo su dedo en el interior de la cavidad bucal. Ella lo lamió y lo succionó.

—Oh, joder… —El agente se desabrochó el pantalón con la mano libre, mientras sacaba y metía el dedo en la apetitosa boca del hada—. No pares. Haces que quiera correrme rápido. No… No eres buena para mí.

—Ni tú para mí. —Lo tomó de la muñeca y mordió su dedo con fuerza.

Los pantalones de Lion se deslizaron por sus anchos y duros muslos hasta quedar en los tobillos como un amasijo de tela azul.

—¿Me estás mordiendo, nena?

Ella asintió alegre con el dedo entre sus dientes.

Lion pateó sus pantalones y retiró el dedo de su boca, decidido a sustituirlo por la suya.

Se quedó en unos maravillosos y blancos calzoncillos Hugo Boss.

A trompicones, mientras se besaban y se mordían los labios, tropezaron y cayeron sobre la cama.

—Me moría por besarte, Cleo… —murmuró sobre sus labios. No vocalizaba muy bien, pero se le entendía todo o, al menos, él creía que así era—. No… No pienso en otra cosa desde que te veo por la mañana. Es una… gran mierda.

—¿En serio? ¿Por qué es una mierda? A mí me gusta que pienses así… Yo también quiero besarte.

Él se quedó muy quieto ante esa confesión y le retiró el adorable pelo de los ojos.

—¿Desde cuándo, Cleo?

—Bufff. —Su cara estaba perdida entre los recuerdos y los efectos del Hurricane—. No sé… —El alcohol hacía que uno perdiera la vergüenza—. No me acuerdo, señor. Hace mucho tiempo… Luego me caíste muy mal y ya no quería darte besos. Pero después, siempre que te veía… Me apetecía darte uno. Soy patética, ¿verdad?

Lion parpadeó una vez; se echó a reír, y ella también, y ni siquiera sabían de qué se reían.

—Sí. —Le inmovilizó la cabeza con las manos.

—¿Soy patética? —preguntó horrorizada.

Lion se encogió de hombros.

—Y yo. Me apetece besarte, Cleo… Mira… —Rectificó el ángulo del cuello y le introdujo la lengua—. Sabes a Hurricane… —Succionó su lengua y jugó con ella.

—Y tú… —musitó Cleo, rodeándole la cintura con las piernas. «Oh, Dios… me voy a acostar con Lion de verdad. Nada de juguetitos ni cuerdas. Lo voy a tener a él entre mis piernas».

—Cleo… —ronroneó, hundiendo la nariz en su cuello, y lamiéndola en todos los puntos sensibles desde la barbilla a la clavícula—. Te voy a llenar de marcas.

—Sí… —sonrió ella con su desenfocada vista en el techo, abrazándolo por la cabeza. Movió las caderas hacia adelante y hacia atrás mientras la succionaba y le hacía chupetones por todos lados.

—No te frotes. No se te ocurra. —Se sentó encima de su vientre y la señaló con el dedo. Y al mismo tiempo que lo hacía empezó a reírse—. Mira qué carita… No… No puedo así…

Cleo soltó una carcajada y se tapó el rostro con las manos.

—Estamos borrachos.

—Sí. —Lion le subió el vestido blanco hasta arremangarlo sobre su cintura y su vientre plano. Le abrió las piernas con las manos y acarició a su camaleón tatuado—. Tú eres un camaleón, Cleo.

—¿Yo?

—Sí. Tienes la capacidad de adaptarte a cualquier situación, incluso a las más espinosas… Como yo. Te adaptas a mí como nadie.

—¿Eres espinoso?

—Sí.

—¿Como un cactus?

—Sí.

—A los camaleones les gustan los cactus.

Lion pegó su frente a la de ella y, apoyándose en un brazo, bajó las braguitas de Cleo hasta dejarla desnuda.

—A mi cactus le gustas tú. Mira qué suave eres… —murmuró maravillado. Estaba suave y húmeda por la bala que tenía depositada en el ano.

—Quítame antes el arma nuclear que tengo atrás.

Lion negó con la cabeza y se estiró sobre ella. Le dio un beso tan profundo que Cleo se quedó sin respiración; y mientras lo hacía, se dejó caer a un lado con uno de sus poderosos y morenos muslos sobre su cadera.

—Vamos a acabar de gastar las pilas —le aseguró, acariciándola entre las piernas. Disfrutando de su calor.

—¿Qué? ¿Entonces no se han acabado?

—No, brujita. Yo he decidido parar, eso es todo.

—¿Me vas a hacer el amor con eso ahí metido? No voy a poder…

Los ojos azules oscuros brillaron lujuriosos.

—¿Sabes? La mayoría de los terapeutas afirman que hay dos fantasías recurrentes en las mujeres. Una es la de ser forzadas a albergar un hombre en su interior: la fantasía de la violación; como es solo una fantasía, se permiten tenerla; y la otra es la de ser penetrada a la vez por dos hombres. —Le dio al control del anillo—. ¿Tú tienes alguna de ellas, Cleo?

«Yo tengo la fantasía de hacer el amor contigo. Solo contigo», dijo su subconsciente. Pero, si tenía que ser sincera, lo de que dos hombres se lo hicieran a la vez… No estaba nada mal. Aunque ella no necesitaba dos hombres. Podían ser Lion y un juguetito de los que tenía.

—Me gustaría que me llenaras por los dos lados, señor. Solo tú y nadie más.

—Bien, porque no me gusta compartir —gruñó deslizando dos gruesos dedos en su interior. Los movió de tal modo que podía sentir la bala al otro lado de la pared interna—. Pero eres muy estrecha y hay que prepararte bien antes. Cleo, por Dios…

La besó, a la vez que movía los dedos y la bala vibraba por el otro lado.

—No aguantaré mucho, señor… —bromeó ella recibiendo gustosa cada uno de los besos.

—No, ahora llámame Lion. —Y volvió a comérsela entera. Retiró los dedos y se untó el miembro con ellos—. Voy a hacértelo, Cleo —se asombró al decirlo en voz alta—. No… No me lo puedo creer. Me… Me prometí que no lo haría.

—¿Qué te prometiste?

—Que no perdería el control.

—Pues diría que estás fallando de pleno. —Cleo adelantó las caderas y se frotó contra la cabeza de su pene.

—No… Tú no lo entiendes, Cleo…

—No hay nada que entender, Lion. —Le rodeó con los brazos y lo besó, quitándole hierro al asunto. Estaban borrachos y necesitaban acostarse juntos. No era precisamente un secreto el hecho de que se gustaran. Él lo notaba y ella también, ¿no? Si estaba equivocada, entonces, su sentido arácnido de la atracción estaba atrofiado.

—No tengo condón.

—No importa, me estoy tomando la píldora desde los veinte…

—Sabes que estoy sano. Los análisis del torneo…

—No me hables ahora de eso y házmelo. Basta de torneos. Solos tú y yo, y lo que queremos hacer, ¿sí?

La orden puso en guardia a Lion y pulsó alguna tecla de piloto automático desaforado. El agente le tomó las manos y se las colocó por encima de la cabeza, sosteniéndolas con una de las suyas. Colocándose entre sus piernas, se ubicó en su entrada y se puso en posición. La penetró poco a poco, disfrutando de cada gemido y quejido de Cleo.

—Lion…

—Cleo…

Ambos se miraron a los ojos y entonces, ¡zas! Él se zambulló hasta el fondo, provocando que abriera los ojos asustada y notara la presión en su parte trasera, donde la bala no dejaba de hacer de las suyas.

—¡Lion!… Poco a poco. —Lion era muy grande. Demasiado. Debería estar un poco más preparada para él…

—Oh, sí. —Lion oscilaba hacia adelante y hacia atrás, con energía—. La vibración me masajea… —gimió muerto de gusto.

Cleo cerró los ojos, y después de la impresión, empezó a disfrutar de la posesión. Lion la estaba poseyendo. Y lo hacía hasta la empuñadura, por completo, con tantas ganas que ella misma se excitó todavía más.

Cleo rodeó de nuevo la cintura con sus piernas.

Él rugió y ronroneó.

—Eso es… Acéptame, Cleo. No me sueltes…

Ella negó con la cabeza. ¿Soltarlo? ¿Cómo? Lion la inmovilizaba por las manos y estaba tan metido en su interior que juraría que había alcanzado el útero.

—¿Te gusta?

—Sí… —asintió ella, disfrutando de cada embestida.

—¿Mucho?

—Sí…

—Estás cerca. —Entonces la tocó con el pulgar en aquel punto de placer que tenía la propiedad de lanzarla a un universo paralelo—. Vamos…

—Oh… Sí, no pares. ¡No pares!

Lion también estaba a punto; y cuando empezó a notar que su útero palpitaba, él se dejó ir.

Se corrieron a la vez. Sudorosos, gritando y besándose como locos poseídos por el alcohol y la lujuria.

Cleo hubiera deseado mirarle a los ojos mientras lo hacían. Todavía no había visto su expresión de éxtasis, pero Lion se ocupó de no mostrársela.

—Cleo… Cleo… —repetía él con la cara hundida en su hombro, estremeciéndose por los coletazos del orgasmo. Paró el motor del anillo y, ni corto ni perezoso, tiró de la goma y le extrajo la bala vibradora.

Cleo se quejó cuando, por fin, el alien salió de su cuerpo.

—Me vuelves loco, bruja —musitó acariciándole los pechos por encima del vestido, que no le había quitado—. Me dejas sin fuerzas para luchar contra mí mismo…

—Dios, Lion… —Estaba sorprendida por lo abierto y extrovertido que él se mostraba con ella—. Me encanta que hables así y que te abras a mí…

—¿Te has corrido a gusto?

—Sí.

—¿Qué se dice? —Le frotó los pezones por encima del vestido.

Ella sonrió secretamente.

—Gracias, Señor —se lo decía al dios. Y le daba las gracias por haber vivido aquel orgasmo con Lion.

Una sesión de sexo tierna, loca y divertida con su amo. Sincera. Una sesión que para ella había significado mucho más. Por eso su corazón abría las alas y volaba por su pecho de lado a lado, feliz como una perdiz.

Y, por todo lo que decía Lion, para él también debía haber sido especial.

—Siempre fuiste tú, Lion —susurró besándole en la sien, dándole consuelo.

Siempre fue él quien poblaba su mente cuando estaba con los demás. Lo intentó, pero siempre acudían a ella el descaro y el mal humor de Lion; o sus ojos azules rasgados, que cuando sonreían se cerraban tanto que parecía chino.

—Ya no habrá nadie más. —Él cerró los ojos poco a poco.

—Ahora ya no… No me hará falta pensar en ti —murmuró sobre su cabeza—. Te tengo, Lion.

—Me tienes. No me sueltes —pidió él rendido.

—No te soltaré.

Se quedaron dormidos, con las puertas del balcón abiertas; sin saber que, tras ellas, alguien les estaba observando.

***

La luz del sol le daba de lleno en la cara.

Se despertó abrazada a la almohada, con una migraña que amenazaba con reventarle la cabeza.

Confusa, y todavía un tanto mareada, se incorporó sobre un codo, luchando por abrir los ojos; pero cada intento era un latigazo a sus córneas.

Al final, logró medio levantarse y se quedó sentada en la cama, mirando a su alrededor.

Se sentía dolorida ahí abajo. No le extrañaba nada. Lion fue muy impetuoso; y considerando las dimensiones de su Mini Yo… Tenía la sensación de que había estallado un géiser entre sus piernas.

Sonrió y recordó lo que había pasado durante la noche.

Ella y Lion habían hecho el amor.

Habían hecho el amor de verdad, sin juego de dominación ni sumisión de por medio; y había sido muy tierno y divertido.

—¿Lion? —lo llamó esperando contestación. Como no oyó respuesta, miró al terrario en el que se encontraba Ringo y le preguntó a su sorda mascota—: ¿Dónde ha ido?

El camaleón miró arriba y abajo descoordinadamente, con su visión de casi trescientos sesenta grados e, inmóvil como casi siempre se quedaba, alargó la lengua para comer uno de los artrópodos que tenía en su bandeja de la comida.

Lion se la habría puesto esa mañana, ya que la noche anterior estaba vacía. Qué atento era ese hombre… Parecía que vivieran juntos desde casi siempre. Arreglaba los desperfectos de su casa, solucionaba los problemas de su lavadora, reconstruía el jardín y, encima, era un amante espectacular.

Se estiró poco a poco y se levantó de la cama, con una sonrisa satisfecha en los labios. Abrió uno de los cajones de su cómoda y sacó el álbum de fotos. En las primeras páginas, que describían su infancia, tenía muchísimas fotos de Leslie, él y ella juntos. Había una muy divertida en la que Leslie sonreía como una princesita, Lion estaba levantando los brazos haciéndose el cachas, y ella, con nueve años, le estaba tirando de una oreja, por lo que Lion se inclinaba hacia un lado, con cara de dolor.

Cleo se echó a reír cuando la vio. La sacó del álbum y canturreando, la pegó en el espejo del baño, esperando que Lion la viera y riera como ella.

Después de la ducha, se vistió con unos shorts tejanos desgastados y una camiseta ancha Pepe Jeans azul oscura que caía despreocupadamente por uno de sus hombros. Se puso sus playeras y bajó a la cocina.

—¿Lion? —Se asomó al jardín y tampoco estaba. Lion había recogido la mesa del exterior y estaba todo limpio y ordenado—. Increíble… Me vas a robar el corazón, señor. —Murmuró divertida.

Se sentó en la barra americana de la cocina y encontró una nota al lado de un vaso de agua y una aspirina.

Buenos días, agente Connelly.

Bébete el agua y tómate la aspirina. Lo necesitarás.

Hoy nos han invitado a una fiesta privada y «clandestina» en la mansión de Madame Lalaurie, a las nueve. Me he acercado para confirmar nuestra asistencia. Estoy encargando tu attrezo para esta noche. Necesito hacer unas transacciones y sacar los pasajes para nuestro viaje. Regresaré sobre el mediodía. Iremos a comer juntos.

—¿Agente Connelly? —Arqueó las cejas sorprendida y sonrió—. Qué formal estamos de buena mañana, agente Romano.

Sin darle importancia a la impersonal nota de Lion, Cleo se tomó el agua y la aspirina y esperó a que le hiciera efecto.

Vaya, vaya… Así que una fiesta. La mansión de Madame Lalaurie era conocida porque había pertenecido a la mujer más influyente de la ciudad de Nueva Orleans; y ahí se celebraban fiestas sociales de clase alta, muy reconocidas en la sociedad elitista.

Pero, en realidad, la leyenda de la señora nació porque era una sádica que maltrataba a sus criados. Los tenía como esclavos. Y, de hecho, mató a muchos de ellos en sus habitaciones… Decían que era una casa encantada, aunque era una propiedad privada destinada a eventos sociales.

El domingo de madrugada partirían hacia el torneo. Le quedaban dos días más de disciplina y, después de lo de anoche, estaba deseosa de que Lion impartiera su doma final.

Con ese pensamiento en mente y la canción de Good Life de One Republic, se dispuso a repasar todos los términos BDSM y las normas del juego, así como las fichas de los posibles amos que asistirían al rol. Debía conocerlos a todos y estar al tanto de sus historiales.

Pasaron dos horas de estudio, y Lion no la había llamado. Cleo pensó en llamarle, pero, si no lo había hecho nunca hasta ahora, no iba a empezar a hacerlo en ese momento porque hubieran pasado la noche juntos de verdad.

Acarició las preciosas cartas que tenía en mano: la baraja que los organizadores habían facilitado a los amos protagónicos para que pudieran familiarizarse con ellas.

Eran muy bonitas. Tenían dragones estampados en la parte trasera y, dependiendo del tipo de carta que fuera, eran de un color o de otro. Las letras estaban impresas en la esquina inferior izquierda, con las palabras Dragones y Mazmorras DS.

Sentía verdadera curiosidad por ver aquel ambiente y descubrir qué tipo de personas se disponía a participar en eventos de ese tipo. Seguro que se llevaría más de una sorpresa. De hecho, ya se la había llevado con Lion y su pronunciado gusto por la dominación.

El timbre de la puerta la sacó de sus pensamientos.

Lion se había hecho una copia de las llaves, así que él no podía ser. Le dio al visor de la cámara de identificación y se encontró con un rostro amigo con el que deseaba contactar desde hacía días.

La piel oscura y los ojos verdes del atractivo rostro de Magnus estaban al otro lado de la puerta.

***

Lion conducía su Jeep de camino a la calle Tchoupitoulas.

Iba a llegar antes de lo previsto. En su vida se había sentido tan contrariado como aquella mañana.

La noche anterior, borracho como una cuba, no había podido resistirse a hacerle el amor a Cleo. Y se había ido de la lengua en un momento huracanado de sexo y sinceridad aplastante.

A ver… Era obvio que no se habían declarado amor eterno ni nada por el estilo, pero le había dicho más a Cleo de lo que nunca le había dicho a ninguna mujer. Y eso, le hacía bien a su corazón de amo, pero no a sus principios como dominante.

En el torneo necesitaría mucha sangre fría para hacer con ella todo lo que se suponía que debían de hacer. Y no quería cometer ningún error con Cleo; no quería romperle el corazón de ningún modo.

Por eso, el tiempo con Cleo solo debía servirle para que ella conociera sus preferencias y para que se introdujera en su mundo.

Después del torneo y, si la misión finalizaba con éxito, sería Cleo quien decidiera si seguir en su mundo de amos y mazmorras; pero debía hacerlo por decisión propia, porque de verdad le gustara aquello, y no por confundir lo que fuera que ella sentía por él, no por una necesidad de agradarlo y de someterse solo porque a él le gustaba jugar así.

Ya había leído novelas de ese tipo y no le gustaban.

Cleo tenía que sentir la necesidad de ser dominada, al igual que él anhelaba la sensación de dominarla. No podía ser de otro modo.

El BDSM era un estilo de vida, no algo que te obligaras a hacer porque la persona a la que amas te lo pide.

Todavía veía el rostro confiado y enternecido de Cleo por todo lo que él le decía entre sus brazos.

—Quiero besarte, Cleo… —repitió golpeando el volante con el puño y fustigándose por su estupidez—. ¡Imbécil! —Se miró en el retrovisor—. Te dije que no debías hacerlo. Que no podías mezclar lo que ella despertaba en ti con la preparación y la disciplina de la misión. ¡Y lo has hecho! ¡La has cagado!

Estaba asustado.

Nunca había querido a nadie de un modo romántico. Esos pensamientos solo los guiaba el hada pelirroja que esperaba en Tchoupitoulas, y siempre había sido ella. ¿Por qué? Había una leyenda que rezaba que las almas que se pertenecían estaban destinadas a someterse la una a la otra para encontrar la verdadera libertad.

Cleo le dio vida cuando era pequeño.

Cleo lo excitó con su picardía y su descaro cuando era una adolescente y él, mayor de edad.

Ahora, como mujer, Cleo le freía el cerebro y los huevos.

Y, para colmo, estaban juntos en un caso. Pero eso se lo había buscado él. Podría haber dejado que Montgomery escogiera a un instructor para ella y entrara en el torneo como otra infiltrada más. Pero pensar que Cleo quedara en manos de alguien que no era él… No lo soportaba.

Por eso decidió ser su instructor. Nunca pensó en acercarse antes a ella porque le asustaba que Cleo pensara que era un loco por tener esos gustos sexuales; y, sabiendo exactamente lo que él buscaba, no quería atemorizarla. Pero si Cleo debía tener contacto real con un amo, entonces esa era su oportunidad y solo él estaba destinado a ejercer su doma. Nadie más podría tocarla.

Si Cleo entraba en la mazmorra, solo él estaría esperándola.

«Siempre fuiste tú», le había susurrado Cleo la noche anterior. Qué tierna.

Se acordaba perfectamente de lo sucedido; se acordaría siempre de su dulzura, de su calidez y de lo fácil que le era llamarlo «señor» cuando iba achispada.

Pero Lion debía retomar las riendas de sus roles para entrar en Dragones y Mazmorras DS y realizar la mejor actuación de sus vidas.

Y en una misión de ese tipo, las promesas de amor y las flores no venían incluidas.

Debería recordárselo a ella; y haría muy bien en recordárselo a sí mismo.

***

—Hola, señor. —Cleo no perdía el respeto por el rango superior que definía a Magnus como primer capitán de la Policía de Louisiana; aunque siempre habían tonteado lo suficiente como para perder esas formas.

Magnus le dirigió una sonrisa de dientes blancos y sus ojos verdes se alegraron sinceramente de verla.

—Cleo, llámame Magnus. Te lo he dicho miles de veces.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Qué haces por estas tierras, vaquero?

—Pasaba por aquí…

Magnus era un oso grande, muy proporcionado y atractivo. Sus ojos eran famosos en el Barrio Francés, porque no era muy común encontrar a un hombre de raza negra con los ojos tan verdes como los de él. Tenía el pelo oscuro cortado al estilo militar. Era exótico y triunfaba entre el sexo femenino. Aunque ella era inmune a sus encantos. Habían trabajado juntos durante mucho tiempo, pero Magnus siempre estuvo un grado o dos por encima de ella.

Coincidieron en la academia cuando cumplió veintidós años.

Cleo había cursado sus estudios universitarios criminalísticos en tres años. El último año fue una locura para ella, porque coincidió con su formación de ocho meses como recluta y después se añadieron las diez semanas más que debía realizar posteriores a la academia de entrenamiento para recibir la formación oficial de campo y entrar con el rango de soldado de caballería.

Cuando entró en la comisaría, Magnus era dos años mayor que ella y ejercía entonces como sargento de zona. Enseguida conectaron; además, Magnus era un admirador de su padre y eso facilitó su acercamiento. ¿Pero quién no era admirador de un hombre que en el mismo año de su jubilación, con sesenta y tres años, se quedaba colgado de un helicóptero en marcha y salvando vidas de la tromba de agua del Katrina?

Ella era su fan número uno.

Con el tiempo, fueron ascendiendo; y casi lo hacían a la par. Hasta que, después de cuatro años, ella había sido ascendida como teniente, y él, como capitán.

—Anda, pasa. —Cleo le invitó a entrar; tenía muchas ganas de que le explicara cómo había ido la redada del caso de tráfico de drogas en el que ambos habían trabajado juntos.

—¿Por fin me vas a invitar a darme un baño en ese jacuzzi?

—Ni lo sueñes, moreno —bromeó con él. La relación con Magnus siempre había sido distendida y a los dos les gustaba coquetear. Aunque Cleo era plenamente consciente de que ella no quería nada, mientras que Magnus sí—. Solo me interesas por tu información, ya lo sabes.

Magnus arqueó las cejas y se llevó las manos al corazón.

—Eso me ha hecho daño.

—Asúmelo. —Cleo abrió la nevera y, mientras se rascaba la pantorrilla con el dorso del pie, le preguntó—: ¿Quieres tomar algo?

—Una cerveza.

—Ok.

Se sentaron en las escaleras del porche. Magnus revisó el jardín mientras daba un sorbo largo a la cerveza.

—Antes de nada, cuéntamelo todo —le pidió ella—: ¿Cómo fue? ¿Tenéis a Fratinelli?

—Sí, lo tenemos.

Él le explicó cómo fue toda la acción policial desplegada y la persecución que tuvo lugar en el West End hasta que cogieron a Fratinelli y sus hermanos.

—Fue increíble —dijo Magnus recordando con orgullo lo sucedido—. Te habría encantado la persecución. En la avenida Lake lo pudimos interceptar; ¿y sabes cómo?

—No —dijo agrandando los ojos, metida de lleno en la narración de su amigo—. ¡Dime!

—Nos pusimos uno a uno, así —dejó la lata de la cerveza en el escalón de madera y juntó sus manos—. Un coche chocaba con el otro… ¡plas, plas! Y, entonces, di un volantazo y golpeé con mi morro el culo de su Pontiac.

—¡¿Sí?! —se echó a reír.

—Y su coche y el mío empezaron a dar vueltas sobre sí mismos y a derrapar. Hasta que el suyo impactó contra un semáforo y ahí se quedó.

—Diossss… ¡Qué emocionante! Me hubiera gustado verlo.

—Debiste estar allí. —Golpeó hombro con hombro.

—Sí —se lamentó.

—Lo que me lleva a preguntarte, muerto de curiosidad: ¿En qué estás metida tú?

Cleo se encogió de hombros.

—Solo necesitaba unas vacaciones.

Magnus la miró sin soltar su lata.

—¿Es por lo de Billy Bob?

—No. —Por supuesto que no era por lo de ese desgraciado indeseable—. Pero si lo ves, dale recuerdos de mi Taser y de mi parte.

—¿No me vas a dar detalles de por qué te ha dado un ataque por reformar tu jardín e irte de vacaciones?

—No. —«¿Qué detalles quieres, Magnus? ¿Los sórdidos o los que realmente me tienen acojonada? Como por ejemplo, ¿que no sé nada de mi hermana desde hace una semana, y que a su pareja en el caso en el que estaba infiltrada, la habían hallado muerta por asfixia…? ¿Y adivina qué? Me empieza a gustar el BDSM». Esa era una licencia que solo se permitiría reconocer, por ahora, en silencio.

—¿De verdad que no?

—No. No hay nada que explicar.

—A mí me han dicho que te han visto paseando con un tipo llamado Lion. Tim lo conoce.

«Tim es un maldito bocazas. Lo adoro, pero es una portera», pensó enfadada.

—Sí. Es solo un amigo. Nos conocemos desde que éramos así. —Bajó la mano a la altura de la rodilla. Magnus no sabía quién era porque él no había nacido allí; era de Chicago. Aunque sí que conocía a sus padres por lo importantes que eran en el negocio del algodón.

—¿Y está aquí ese hombre misterioso? —Miró a su alrededor—. Me gustaría conocerlo.

—Eh, no… —contestó incómoda—. Ha salido un momento.

—¿Duerme aquí?

Cleo le miró por debajo de sus pestañas.

—Esa, señor Maine, es una información que a usted no le importa.

Magnus intentó disimular su decepción con una sonrisa amable.

—Bueno, sea lo que sea en lo que estás metida, cuando me necesites, solo tienes que llamarme. —Magnus puso una de sus inmensas manos sobre la de ella, más pálida y pequeña—. Nunca permitiría que te sucediera nada. Ya sabes que soy tu caballero de brillante armadura.

Ella lo miró como diciendo: «¿En serio?».

—¿Lo sabes? —Se acercó a ella y le dio un pequeño golpe cariñoso de su frente contra su mejilla.

—Sí.

—Lo cierto es que en lo que a ti respecta, Cleo, el único macho al que permito rondarte es a ese dragón de Komodo que tienes por mascota.

—Es un camaleón. —¿Pero cuántas veces tenía que repetirlo?

—Lo que sea. Tu padre me dijo que cuidara de ti. Y eso es lo que hago. A veces como Daredevil, entre la oscuridad.

—Eres un teatrero.

Magnus sonrió e hizo una mueca.

—Chica, qué difícil eres… En fin. —Se palmeó las rodillas y se levantó—. Como ya me has herido bastante el orgullo y estoy cansado de que me rechaces, al menos, deja que me vaya escuchando una vez que me dejas ser ese caballero.

—Magnus…

—Dímelo, anda.

—Magnus… No seas pesado —se echó a reír.

—Dímelo y me iré; y te dejaré aquí con tu bichejo verde que juega a ser mimo.

—Está bien. —Le miró de frente y, sin decirlo en serio, pero agradecida por el trato cariñoso y preocupado de Magnus, le dijo—. Gracias por ser mi caballero de brillante armadura.

—¡Bueno! ¡Vamos avanzando, teniente Connelly!

—No se haga ilusiones, señor.

—¿Molesto?

Lion no estaba para eso. No en aquel momento.

Cleo había desobedecido una orden directa, no solo de su superior, sino de su amo barra tutor. Y acababa de llamar señor a ese tío…

¿Pero no le había dicho que no debía tener distracciones y, mucho menos, que su rollo la visitara y se viera con ella?

Sentía tanta rabia en su interior que no sabía como dosificarla.

La joven se giró, sorprendida por la intrusión, como si la hubieran pillado con las manos en la masa.

Magnus y él se midieron con la mirada. Verdes contra azules.

Ambos igual de altos y anchos. Bueno, Magnus era un poco más bestia de cuerpo, pero Lion tenía menos grasa y estaba mucho más definido.

—Magnus, ¿me equivoco? —preguntó Lion educadamente, ofreciéndole la mano.

Magnus la aceptó a desgana, desviando la vista hacia Cleo, que parecía avergonzada, o intimidada. Se mordía el labio inferior.

—Yo mismo.

—Buenos días, Cleo —Lion perdió el interés por él y fijó su atención en la joven.

—Buenos días, Lion.

Lion chasqueó con la lengua y negó con un gesto casi despectivo.

Cleo procedió rápidamente a explicarle qué hacía su capitán ahí.

—Magnus ha venido a explicarme cómo fue la redada del caso que te comenté… Hacía días que no nos veíamos y…

—Ajá. ¿Y fue bien la redada? —le preguntó a Magnus. Se cruzó de brazos, sonriendo y fingiendo que se sentía cómodo con aquella situación—. ¿Cogisteis a los malos?

—Pues no a todos. Hay muchos malos sueltos todavía. —El capitán achicó los ojos y miró de soslayo a Cleo—. ¿Sabes, nena? Me voy a ir…

Lion arqueó su ceja partida negra. «No la llames nena, cretino», gruñó su bestia celosa interior.

—Sí. Te acompaño —Cleo se apresuró a caminar con él hasta la puerta de su casa.

—¿Ese es tu amigo de la infancia? —susurró Magnus antes de que ella cerrara la puerta—. Oye, llámame si tienes problemas, ¿vale? Recuerda: nueve, uno, uno. Estaré cerca.

Cleo puso los ojos en blanco y lo despidió con la mano.

No estaba nada cómoda con la situación y sentía que había fallado a Lion; sobre todo, teniendo en cuenta lo que él creía que Magnus y ella eran. En menudo lío se había metido.

—Hola —le saludó dulcemente, esperando acercarse y abrazarlo.

Lion estaba reclinado en la parte trasera del sofá del salón, con el rostro oscuro y sombrío. Cleo se imaginaba que tenía al demonio sobre su hombro, cuchicheándole mentiras al oído. «Han hecho esto, han hecho lo otro…».

Cuando él no le contestó, exhaló nerviosa. Eso no podía estropear lo que había pasado durante la noche. Ni hablar.

—Antes de que me ladres, —se puso valientemente ante él—, quiero que sepas que se ha presentado por sorpresa. Yo no le he invitado.

—¿Eres insaciable, Cleo? —preguntó maliciosamente—. ¿No tienes suficiente con lo que te doy que tienes que frotarte con el primero que viene a llamar a tu puerta?

Cleo se quedó sin palabras ante ese ácido ataque.

—No he hecho nada —contestó seria.

—Te dije que en lo que duraran la instrucción y la misión no podías verte con Magnus. ¿Y qué me encuentro cuando me voy de tu casa? Que Magnus está contigo en el porche, relajado, y haciéndote reír.

—Alto ahí. Te estás precipitando. No puedes creer que después de lo de anoche yo esté dispuesta a…

—¿Qué pasó anoche?

Cleo sonrió, intentando relajarlo, pensando que él bromeaba.

—Venga ya…

—Te he preguntado que qué pasó.

—Lion…

—¡Cleo! —gritó—. ¡Que me digas qué sucedió!

—¿Cómo? —se llevó la mano al pecho.

—¿Pasó algo que debiera recordar?

Ella tragó saliva y se enfureció. ¡Lo estaba haciendo a propósito! Era imposible que no se acordara de todo lo que le dijo.

—Sabes que sí.

—¿Sí? ¿Qué sé?

—Lion… —susurró triste—. No hablas en serio.

—No, no. —Se levantó—. Recuérdamelo, ¿qué pasó, ne-na? —pronunció el mote con inquina, del mismo modo en que Magnus la había llamado, pero sin ser nada cariñoso.

—Tú y yo… Nos acostamos. Eso pasó —explicó con voz temblorosa—. Yo pensé que…

—¿Nos acostamos? ¿En serio? Lo único que recuerdo es que me quedé dormido, borracho, en la cama.

Ella no sabía cómo reaccionar a lo que él le decía. ¿No se acordaría de verdad? Ella lo recordaba todo: cada palabra, cada detalle, cada sonrisa y cada gemido. Todo. Lo tenía grabado en su cabeza… En su corazón. ¿Cómo podía decirle eso?

—Te quedaste dormido después de hacerme el amor —le escupió valientemente, abrazándose a sí misma. Le empezaba a doler el estómago.

Lion dejó de apoyarse en el sofá y se cernió sobre ella. Con las manos a la espalda, se inclinó sobre su oído y le aseguró:

—Pues si te follé, Cleo, fíjate cómo me satisfaciste que ni siquiera lo recuerdo.

Ella recibió las palabras como un puñetazo, o como una jarra de agua fría. Metáforas y símiles al margen, la dejó hecha polvo. Hizo un ruidito con la garganta, como un gemido roto y ahogado, pero no le pudo contestar. Tenía una bola en el cuello que le impedía pronunciar una sola palabra; y el aire ardiente y pesado se había quedado atorado en sus pulmones.

—Puede que seas suficiente vainilla para tu… caballero de brillante armadura. No para mí. —Pasó de largo, decidido a subir las escaleras y darse una maldita ducha que lo enfriara del soberano mosqueo que acarreaba. Tenía que alejarse o la destruiría; y aunque deseaba hacerle daño, tampoco quería escarmentarla demasiado. Pero Cleo no le dejó.

«Qué hijo de la gran puta», pensó ella, relamiéndose los labios, luchando por no echarse a llorar.

—Pues prefiero a un vainilla que nunca me ofenda como tú estas haciendo —se detuvo para tomar aire, todavía de espaldas a él, con la mirada verde clavada en el jardín—, a un amo cruel que hiere verbalmente a su pareja y lo hace conscientemente.

—Ya, Cleo —se giró en el tercer escalón—, pero es que tú y yo no somos pareja. Si lo fueras, no me hubieras desobedecido. Si fueras mi pareja, y de verdad te hubiera hecho el amor como dices, deberías haber mantenido mi interés y no aburrirme hasta el punto de dejarme dormido. —Él sacudió la cabeza y se obligó a permanecer impertérrito mientras observaba cómo ella se afligía por cada crueldad que escupía—. Me dan igual tus preferencias. ¿Amo o vainilla? Me la trae floja. Lo que tiene que quedarte claro es que eres mi compañera de trabajo. Estamos representando un papel. Te toco y te complazco porque soy un amo, es parte de tu disciplina; pero ambos somos agentes infiltrados. No lo olvides. Solo eso.

—Entonces —alterada se dio la vuelta, con los ojos llorosos y pálida por el golpe emocional recibido—, si solo eres eso, no deberías ofenderte por ver a Magnus aquí.

—Me jode porque te has saltado las normas de tu superior a la torera, agente Connelly. Por eso. Te tenía por una mujer más profesional y disciplinada. Por mí puedes tirarte a quien te dé la gana, pero cuando estés fuera de servicio. No ahora.

Lion desapareció por las escaleras, dejándola sola y desolada.

Cleo temblaba; y para colmo había sido tan ridícula de dejarle la maldita foto de cuando eran pequeños en el espejo del baño.

No encontró otra manera de huir de ahí y desahogarse, muerta de la vergüenza por lo que él le había dicho y herida como mujer, que cogiendo las llaves de su coche para salir de la olla a presión más fría de Nueva Orleans: su casa.