Los amos y los sumisos deben disfrutar el uno del otro y divertirse tanto dentro como fuera de la cama.
El salón de la casa de Cleo, bajo la música baja con la letra implacable de Broken Strings de James Morrison y Nelly Furtado. Lion y su sumisa estaban el uno frente al otro.
Había una baraja de cartas de Dragones y Mazmorras DS dispuesta sobre la mesa.
Ahora comprobarían si el juego había quedado claro o no.
Lion barajó los naipes: todos tenían un dragón en la parte trasera. En la parte inferior había escrito: Domines & Maitresses (Dragones y Mazmorras DS).
Lion había escenificado un posible duelo frente al Oráculo.
—Esta es nuestra prueba de fuego.
—¿Vamos a arder?
—Imagínate que no encontramos el cofre ese día.
—Sí.
—No hemos averiguado los acertijos; no sabemos dónde se halla la puta cajita y fracasamos.
—Ajá —escuchó concentrada.
—Deberemos ir a la mazmorra. Las mazmorras son los escenarios donde se desarrollan los duelos: donde se encuentra el Oráculo con sus cartas y donde esperan las Criaturas deseosas de que alguien la palme.
—Lo sé.
Los ojos oscuros de Lion la observaban fijamente.
—¿Estás asustada, agente?
—Para nada —replicó ella mirándole a su vez.
—Allí será diferente.
—No creo. Tengo a la criatura más mala de todas delante de mí.
Él detuvo sus movimientos e hizo un gesto desdeñoso con la boca.
—Me juzgas muy injustamente.
—Seguro —contestó incrédula—. Bueno, continúa.
—Bien —dispuso las cartas en tres pilas—. Una de objetos —la negra con el dragón rojo—, otra de modalidad de la prueba —la blanca con el dragón colorado—, y otra de duración de la prueba —la blanca con el dragón negro— y número de orgasmos —señaló cada pila correspondiente. Las abrió como un abanico—. Escoge.
Cleo se frotó las manos y escogió una carta del primer montón. El de objetos.
—Objetos —Lion sonrió malvadamente.
—¿Qué? ¿Cuál ha salido? —preguntó nerviosa.
—Las bolas chinas.
—Oh… —Agrandó los ojos—. Ooooh… ¿Bolas?
—Bolas. Escoge modalidad —Cleo lo hizo, y él giró la carta—. Bondage/suelo. Tendré que atarte.
—¿Atarme? —su voz sonó demasiado aguda—. Pffff… Vaya cosa.
Lion se relamía los bigotes, como haría el rey de la selva.
—La siguiente. —Hizo un gesto con la barbilla hacia el último montón en abanico—. Tiempo y número de orgasmos.
—Mmmm… —Cleo leyó lo que ponía—. Dos orgasmos en quince minutos.
Dos orgasmos en quince minutos, pensó. ¿Así, tan seguidos? Se frotó la nuca, con el cuerpo tenso y expectante.
—Esta es nuestra prueba hoy. —Preparó su reloj digital, dispuesto a cronometrar el ejercicio—. Vamos al jardín —estaba más que preparado para darle dos orgasmos a Cleo en solo un cuarto de hora—. Andando.
—Ah, ¿pero ya?
—Sí. —La tomó de la mano y la guió hasta el jardín.
Lion había recogido el jardín para ocultarlo un poco de miradas indiscretas. Escondió la mesa camilla en la caseta y descolló las dos barras, para dejarlas apoyadas en el muro separador.
El atardecer caía sobre ellos. Los tonos naranjas y rojos dotaban a su particular mazmorra de un extraño y mágico misticismo.
—Ven. —El rostro de Lion era el de Lion King. El amo. Ahora se centraría en su cuerpo, en su placer, y en su dolor; y la haría estallar—. Voy a desnudarte.
Cleo obedeció y dio dos pasos hasta colocarse ante él, con los cuerpos rozándose. Después de la comida que habían tenido, después de las provocaciones de él y las contestaciones impertinentes de ella… Ahora tenían que verse otra vez las caras y los cuerpos.
Aquello era demasiado subyugante e incomprensible para ella; pero comprendió que por mucho que luchara, nada la podría apartar del deseo de complacerle y volverlo loco.
Porque Lion controlaba, pero enloquecía con su cuerpo y su sumisión. Entonces, en ese momento de entrega, él se arrancaba la máscara y se entregaba a ella.
—¿Puedes desnudarte tú también?
Lion sonrió dulcemente.
—No, esto es para ti. Todo es para ti, Cleo.
—Me gustaría que te desnudaras.
Recortado tras la luz del crepúsculo, él era el caballero oscuro que siempre deseó, el héroe atormentado.
Lion achicó sus ojazos añiles y alzó la ceja partida.
Su Cleo le pedía que se desnudara con ella. Pero si lo hacía, si él cedía a ese ruego, entonces ya nada podría detenerle. Cleo sería de él en todos los sentidos. Y ella no estaba preparada para su dominación total.
No obstante, después de instruirla en esos días, debían acostarse: debía penetrarla y comprobar qué tal se movían juntos.
«¿Qué tal?», se repitió. De puta madre. Cleo le mataría; lo succionaría y lo vaciaría en nada, y su control se iría al garete. Desvelaría todo el pastel ante ella y Cleo tendría más poder sobre él que nadie.
¿Pero acaso no era ese el verdadero rol del amo? Su mujer siempre tendría poder sobre él. Aun así, en misión, no debía mezclar sus sentimientos. Eso podría ponerles en peligro a ambos.
Si seguía manteniendo las distancias, todavía podría controlar las riendas. Porque, ¿cómo hacer el amor con Cleo sin demostrarle lo mucho que le importaba?
—Este es mi regalo para ti, Cleo. Por haberte torturado esta tarde y habértelo hecho pasar mal. —Levantó las manos y la tomó del rostro—. Todo para ti.
—No ha sido malo, Lion. —Lo tranquilizó asombrada por su aflicción—. Solo… Un poco demasiado intenso.
—No importa. Voy a escucharte como amo, ¿de acuerdo? El crono ya está corriendo.
—Sí, bien —asintió. Pero ella quería desnudarle y Lion no la iba a dejar—. Entonces, no me desnudes a mí tampoco. Llevo vestido. Solo tienes que bajarme las braguitas asesinas y ya está.
Él inclinó el cuello hacia atrás y sonrió al cielo, maravillándose de lo práctica que era. Coló las manos por debajo de su falda y deslizó las braguitas hasta sus tobillos. Por favor, ella estaba muy mojada, por la estimulación casi continua del vibrador.
—No te muevas —le advirtió él.
—No pienso irme a ninguna parte.
Lion entró en la caseta; y después de remover lo que fuera que escudriñara en sus bolsas de sado, salió con unas cuerdas en una mano, y unas bolas chinas, bastante gruesas, de color plata en la otra.
Cleo se relamió los labios y esperó bajo la luz del atardecer, con su pelo rojo bien recogido en un moño alto, el flequillo que cubría parte de sus ojos rasgados verdes y una mirada llena de promesas y expectativas.
Lion sintió un puñetazo al verla con el vestidito negro y las manos entrelazadas detrás de la espalda, como una niña buena.
Sí. La ataría así.
—Date la vuelta —le pidió tomándola de los hombros. Le ató las manos a la espalda mediante un nudo de trébol, y después, tirando del extremo de la cuerda, la obligó a arrodillarse.
Con las rodillas en el suelo, Cleo sintió las manos de Lion que la empujaban sobre la hierba hasta que apoyó los hombros por completo en ella. Sintió el frescor en sus nalgas cuando le levantó la falda y disfrutó de la cachetada cariñosa que le propinó, acompañada de la caricia calmante. Adoraba aquello.
Duro y suave.
Malo y bueno.
Lion. King.
—Las bolas están frías, Cleo —le dijo él suavemente—, pero tú estás ardiendo aquí abajo. Son un poco gruesas, pero las acogerás bien.
—¿Cuánto queda? —preguntó con la mejilla izquierda apoyada en la hierba.
—Diez minutos.
—Entonces, deberías empezar, señor.
Lion le acarició el trasero y, después, su entrepierna empapada. Se aprovechó de sus jugos para untar las bolas chinas y, poco a poco, muy lentamente, las deslizó en su interior. Lion estaba perplejo por la forma rosada y elástica de Cleo; aun así, era estrecha y se notaba en el modo en que la primera bola estiraba su piel.
—¿Te duele, Cleo?
—Un poco… Están frías…
—Sí, ya te lo he dicho. —Tocó sus piernas para que las abriera más—. Eso es… —Mientras Cleo aceptaba la primera bola, él llevó la otra mano a su parte delantera y empezó a frotarla entre las piernas.
Cleo frunció el ceño al notar que su útero se contraía por las caricias y aprisionaba las bolas, notándolas más grandes y pesadas. Se imaginó que en vez de las bolas era el miembro de Lion, que la tomaba por fin, y su motor empezó a calentarse.
—¿Va el primero, Cleo? —preguntó sonriente—. Eres una máquina, nena.
—Lion…
—Chist. Solo tienes que dejarte ir. —¡Plas! Metió la segunda bola sin dejar de acariciar su clítoris—. Vamos, Cleo. —Se inclinó sobre ella de modo que empujaba las bolas en su interior, la frotaba por delante y pegaba su torso a su espalda, como si fuera él quien la montara—. Venga, Cleo. —La animó rozándole la garganta con los labios, sepultándola con su cuerpo.
Cleo gimió y hundió los dedos en la hierba cuando el primer orgasmo la agarró.
—Cuatro minutos y te queda uno. Si no lo haces, las criaturas estarán deseosas de tenerte, Cleo, y yo me volveré loco pensando en que algunos de esos te toque —Lion se incorporó un poco y con sabiduría, empezó a impulsar las bolas con su propio paquete, moviéndolo hacia adelante y hacia atrás, sin dejar de hacer presión. Las tres bolas estaban adentro. Se fijó en sus nalgas. Tenía un culo estupendo. Clavó sus ojos en el orificio fruncido de atrás, y su erección se agrandó en el interior de sus calzoncillos—. ¿Alguna vez te han tomado por atrás?
Cleo escuchó «tomar por atrás», y por poco convulsiona sobre el césped. No. Nunca lo había hecho. Negó con la cabeza.
—Tengo que prepararte para eso, Cleo. En el torneo…
—Haz lo que tengas que hacer —musitó con los labios hinchados por mordérselos. Estaba harta de que justificara todo lo que iba a hacer con ella solo porque lo mandara el torneo. A lo mejor, era él quien deseaba hacerlo y no las normas del rol. ¿Sería así?
—No ahora. Puede que mañana, o esta noche. —Siguió frotándola por delante y se empapó de sus jugos, humedeciendo sus dedos—. Pero voy a jugar un poquito por aquí… Tres minutos Cleo.
—Hazlo —rugió ella intentando incorporarse; pero no podía porque tenía las manos atadas a la espalda. ¿Por qué le gustaba sentirse así? Completamente dominada por un hombre: así estaba. Porque sabía que si le decía a Lion que la dejara, que no quería continuar, él la respetaría. Por eso. Y aunque la tenía sometida, podía confiar en él.
Lion llevó sus dedos húmedos y empapó su ano con ellos. Las bolas seguían entrando y saliendo por la parte frontal. A Cleo le faltaba un orgasmo, ¡o se la llevarían las Criaturas! Necesitaba otro estímulo que volviera a lanzarla por las nubes. Poco a poco, Lion introdujo la punta del dedo gordo en el diminuto orificio, moviéndolo, rotándolo.
Empujó con las caderas; las bolas desaparecieron por completo en su interior y, entonces, aprovechó su gemido de placer para introducir la primera falange del pulgar en su interior. Cleo abrió los ojos y la boca y emitió un alarido de éxtasis.
—Oh, por Dios… —sollozó.
—Oh, Señor… —Lion se avergonzó cuando sintió que él mismo se estaba corriendo con ella. Cleo minaba toda su resolución de mantenerse al margen. Era la primera vez que se corría encima, sin ningún control sobre su cuerpo—. Nena… Eso es… ¡Que se jodan las Criaturas! —Cubrió su parte delantera con la palma, apretándola y haciéndole sentir sus estremecimientos en los más profundo de su vagina; mientras, apoyaba toda su entrepierna en la entrada de Cleo, manteniendo las bolas dentro.
Se quedaron derrumbados el uno encima del otro, disfrutando de la presión en silencio.
Para cuando ambos pudieron calmarse y recomponerse, y salir del jardín para ducharse, ya había anochecido.
Prueba superada.
***
—Quiero que lleves esto dentro. Para que esa parte de tu cuerpo se acostumbre a la invasión. Es muy pequeño —decía Lion mientras le introducía una pequeña bala remota en el ano.
Se acababan de duchar. Cleo se apoyaba en el espejo, mirando el reflejo de ambos. Ella usaba de nuevo un vestido, corto y liviano, de color blanco, estilo ibizenco. Él, solo con los tejanos desabrochados, y las zapatillas de surf de vestir.
—¿Te estarás quietecito con el anillo?
—Ya veremos… —murmuró con malicia.
—Eres como Gollum con su tesoro.
—Soy Frodo, nena. Solo yo tengo el temple suficiente para no abusar de su poder.
La besó en el hombro cuando el aparatito desapareció en su interior, y tomó la toalla para acabar de secarse el pelo.
¿Por qué le daba besos? ¿Por qué la desarmaba con su ternura? Cleo no comprendía qué estaba haciendo con ella. ¿Solo la instruía o había algo más?
—Tenemos que hacer una colada —anunció él repasándola de arriba abajo—. Has echado a perder mis pantalones.
—¿Qué quieres, machote? Soy así de irresistible. —Se encogió de hombros al tiempo que untaba sus labios de cacao—. Esta noche haremos una.
Ding dong.
—¿Esperas visita? —preguntó él masajeándose el pelo húmedo con la toalla.
—No —contestó mirándole a través del espejo de cuerpo entero en el que acababa de acicalarse.
Ding Dong.
—¿Cleo? —Era la voz de su madre.
¡Su madre! ¡Y ella estaba con Lion! Los dos con el pelo mojado de la ducha que cada uno se acababa de dar por su cuenta, a matizar.
—¿Es mamá? —preguntó risueño y feliz por ver a Darcy—. ¡Voy a abrirle!
—¿Pero tú estás loco? —Cleo no podía creer lo que estaba oyendo.
Lion se colocó detrás del espejo de cuerpo entero y disfrutó de su mirada estupefacta.
—Relájate. Todo saldrá bien.
—¿Qué? —gritó en voz baja—. No abras, Lion. No.
—Quita, camaleón. —Se apartó de ella haciéndola rabiar y escapó de sus garras, bajando las escaleras y gritando—. ¡Voy!
Cleo miró su reflejo en el espejo. Acababa de tener unas bolas chinas en su interior; Lion le había tocado el ano y estaba en su casa instruyéndola para ser su sumisa. Y tenía una bala en el recto.
¡Por supuesto que no estaba preparada para encontrarse con su madre!
—¡Charles! —Oyó que decía un sorprendentemente feliz Lion.
¡Y su padre! ¡La madre que lo parió! ¿Pero cómo iba a mirarlos a la cara? Ella era el ojito derecho de su padre. Por Dios, si supiera lo que Lion acababa de hacerle lo mandaría a la cámara de gas inmediatamente.
—¡Cleo, cariño! ¡Baja, son tus padres!
Ella abrió la boca y arrugó el ceño.
—¡Qué hijo de perra! —susurró enfadada por la actitud del sádico controlador. Se había vuelto loco.
—¡Sorpresa! —decía otra pareja más.
¿Pero quiénes eran? Oh, no. No, no, no…
—¡Hombre! ¡Jajajajajaja! ¡Y los míos! —exclamó eufórico, alzando la voz para que ella lo oyera, aunque en su tono se adivinaba ahora un deje histérico.
Le temblaron las piernas y tuvo que coger aire para calmarse. Además, estaba el tema de Leslie. Sus padres no sabían nada de nada.
Se peinó el pelo con los dedos y cuidó que su expresión no reflejara ninguna de las emociones recién vividas en el jardín. Tenía los ojos verdes vidriosos y cristalinos, y las mejillas, sonrosadas.
Madre mía, qué desastre. Se sentía como cuando perdió la virginidad y sabía, sin lugar a dudas, que sus padres se darían cuenta de lo que acababa de hacerle Brad Reyfuss solo mirándola a los ojos.
Y, para colmo, los padres de Lion Romano también se darían cuenta de ello.
Cuando bajó las escaleras, todas las emociones vividas esos días se reflejaron en su cara. Vamos, estaba tan claro como el agua. Pero la imagen de los cuatro con Lion la dejó momentáneamente sin palabras. Parecía que volviera a tener ocho años.
Los padres de ambos siempre se habían llevado muy bien. Eran parecidos a su modo; con la diferencia de que los Romano eran multimillonarios, y los Connelly, de clase media alta.
Anna y Michael eran morenos, altos y esbeltos. Elegantes y muy clásicos, de estilo europeo.
Sus padres, en cambio, eran encantadoramente sureños. Eran altos igual, pero sus pieles eran más claras, con tendencia a enrojecerse por el sol. Su madre tenía el pelo rojo como ella, y su padre, negro como el de Leslie. Y ambos tenían los ojos claros. Herencia irlandesa, sí señor.
No obstante, unos y otros se preocupaban de Nueva Orleans a su manera. Su familia, por ejemplo, se ocupaba de la seguridad. Su padre Charles era reconocido como un héroe en todo el estado de Louisiana por las vidas que ayudó a salvar durante el Katrina. A veces, todavía seguían emitiendo las imágenes de Charles colgado de un helicóptero boca abajo, ayudando a recuperar cuerpos flotantes en los ríos, todavía con vida. Cleo se acordaba de eso y una oleada de orgullo le barría de pies a cabeza.
Su madre hacía las mejores horchatas y granizados de toda Louisiana; y era la dueña de una cadena que ya contaba con tres establecimientos, todos muy concurridos.
Sí, pensó satisfecha. No eran multimillonarios, pero eran únicos. Los mejores para ella.
Los padres de Lion, Anna y Michael, tenían un porte un tanto más distinguido; pero habían aprendido a crecer con la tierra, y su riqueza la habían conseguido a base de mucho trabajo. Lo mejor de ellos era lo sencillos y auténticos que eran. Lo mucho que querían a sus dos hijos, Shane y Lion. Y lo bien que aceptaban y adoraban a los amigos que habían hecho de verdad. A ella la querían como una hija más.
Lion tenía los brazos echados por encima de su padre, Charles y del suyo propio, Michael. Cuando la miró, hizo un guiño de circunstancia; y Cleo pensó que ya nada podía salir peor, así que se abocó al desastre.
A lo grande.
Si la cagaban, que fuera apoteósico.
Su madre, Darcy, miró su pelo húmedo, y después desvió la mirada al de Lion.
«No mamá, no venimos de la playa».
Como no sabía qué decir, sonrió abiertamente y su madre abrió los brazos, esperando que su hijita querida se sumergiera entre ellos.
Y Cleo se sorprendió haciéndolo, obligándose a sonreír y fingir que todo iba bien, porque necesitaba ese calor materno. Necesitaba hablar con ella y explicarle lo que sucedía; pero no podía. Para una madre, saber que una de sus hijas estaba desaparecida y secuestrada no era fácil de digerir.
—Mamá… —murmuró.
—¡Cariño! Esto no os lo vamos a perdonar.
—Y tanto que no. —Anna le dirigió una mirada de complicidad y abrió los brazos, también para saludarla al modo criollo; es decir, con un achuchón de esos que te dejan sin respiración—. ¡Niña!
—Por supuesto que no —gruñó el padre de Cleo mirando de reojo a Lion con cara de pocos amigos.
—¿Qué es lo que no nos vais a perdonar? —preguntó Cleo con cautela, todavía en brazos de la madre de Lion.
—Nos hemos tenido que enterar, por boca de la madre de Tim Buron, que Lion y tú andabais juntos por French Quarter —contestó Darcy ofendida—. Y que te has tomado unas vacaciones para hacer reformas en el jardín… —Caminó por el salón en dirección el jardín, pero Cleo la tomó del brazo.
—¿Sabes qué mamá? En realidad Lion me está ayudando a arreglar unas pocas vigas, y el muro de madera… No es mucho.
—¿Andáis juntos Lion y tú? —preguntó Anna, asombrada por lo distendido que estaba su hijo entre aquellos dos hombres.
—¿Juntos? —repitió Cleo. Se echó a reír nerviosa—. ¿Cómo juntos? Qué calor hace, ¿verdad? ¿Queréis tomar un poco de té helado?
—¿Lo has hecho tú, cielo? —preguntó Darcy divagando.
—Pues a mí me encantaría —dijo Michael, continuando la pregunta de su mujer Anna—. Tú y Leslie sois de la familia, aunque pensé que Lion acabaría con tu hermana. Pero no ha sido así. —Su padre tomó del cuello a Lion y le hizo una carantoña—. Tipo listo. Te van las pelirrojas.
«¿Hola? —pensó Cleo—. Estoy delante».
—No… —gruñó Charles un poco incómodo—. No ha sido así…
—No digas tonterías, Mike. Se veía a leguas que Lion estaba por Cleo —repuso Anna.
—¿Eh? —Cleo apenas parpadeaba. Un momento. ¿Estaba en un capítulo de Fringe? ¿Una realidad alternativa o algo parecido?
—Nena.
Oh, oh. Cleo se envaró y miró al amo.
—Es hora de que les digamos la verdad. —Lion caminó hacia ella y se colocó tras su espalda. La rodeó por la cintura con ambos brazos y miró a sus padres directamente a los ojos—. Cleo y yo estamos saliendo juntos.
Los cuatro se miraron los unos a los otros y recibieron la noticia con alegría. Bueno, Charles no mucho.
—Cuando vino a Washington a ver a Leslie —explicó Lion mintiendo como un bellaco—, le robé un beso. Y desde entonces no dejé de pensar en ella; hasta que en mis vacaciones decidí venir a Nueva Orleans para poner las cartas sobre la mesa.
Cleo entrecerró los ojos mirándole por encima del hombro. ¿Lo de las cartas iba con segundas? Encima ni siquiera podía acusarle de mentiroso porque era todo verdad; excepto la verdadera razón por la que había venido a poner «las cartas sobre la mesa».
—Oh, qué bonito… —Darcy estaba tan emocionada que no cabía en sí.
Los hombres se miraron entre ellos, asintiendo de acuerdo a su actitud con el conocido código XY, como diciendo: «¡Así se hace, chaval!».
—Lion… ¿Estás madurando? —preguntó su madre sonriendo con cariño.
—Que lo diga Cleo —repuso Lion apoyando su barbilla sobre su hombro—. ¿Soy más maduro ahora, nena? —colocó su mano en su hombro para que fuera consciente de que tenía el anillo vibrador en el dedo—. ¿Cleo?
Cleo tenía ganas de arrancarle los pelos de la cabeza. ¿Cómo se atrevía a ponerla en aquella situación? No solo eso. ¿Cómo se atrevía a darles esperanzas a sus padres de ese modo tan calculador?
«Sí, claro que ha madurado. Tanto que lleva un maldito anillo de poder en el dedo, conectado directamente a mi culo».
—Sí —contestó mientras le pisaba disimuladamente y trituraba sus dedos—. Resulta que soy irresistible para él. —Lanzó una carcajada al viento—. ¿Quién lo iba a decir, eh?
Lion y ella se miraron el uno al otro, metidos de lleno en su papel.
—¡Sí! ¿Quién lo iba a decir, eh? —repitió Lion sobreactuando, partiéndose de la risa y creando un marco de pareja feliz ante sus progenitores.
—¡Pues esto hay que celebrarlo! —exclamó Darcy—. ¡He traído quiches y granizados!
—Oh, mamá dos… —murmuró Lion, mirándola con adoración—. Me vas a hacer llorar. Me vuelven loco tus granizados.
—Como ha sido una visita sorpresa —dijo Anna disculpándose educadamente—, no queríamos que te pusieras a preparar nada, Cleo querida; así que hemos traído la cena. —Alzó dos bandejas de cristal cubiertas con papel de plata.
—Ay, mami… —dijo Lion—. ¿No me digas que eso es jambalaya?
La jambalaya era un plato típico de Nueva Orleans, parecida a la paella española, aunque se preparaba con el pollo como base, mariscos y chorizos y mucha pimienta.
—¿Y qué habéis traído vosotros? —les preguntó a los hombres del grupo.
—¿Nosotros? —Ambos se miraron y sonrieron—. ¡Hurricane! —Alzaron las botellas de alcohol.
El Huracán era una bebida típica de Nueva Orleans, además de absenta, que constaba de una mezcla de rones y jugos de todo tipo. Era dulce y embriagador.
Cleo arqueó las cejas rojas y frunció los labios con una semisonrisa.
Ella y el alcohol no se llevaban muy bien. Y sabía, por experiencia propia, que sus padres tampoco.
Mientras disponían la jambalaya y la quiche para servirla en la mesa de mimbre preparada por los hombres en el jardín, Cleo organizaba los platos en la cocina junto con su madre y Anna, su momentánea suegra.
—Consuegra —le decía Darcy a Anna y se sonreían felices, como si aquello fuera de verdad—, pásame una de tus bandejas.
—Toma, consuegra —contestaba la madre de Lion—. ¿Sabes? Me hace muy feliz que estés con Lion, Cleo. Él necesita mano dura; y tú, siendo agente de la ley, seguro que lo pondrás rápido en vereda.
«¿Mano dura? Anna, tu hijo me ha puesto el trasero al rojo vivo varias veces ya», pensó malignamente mientras repartía la quiche en los platos. Pero al final dijo:
—No lo dudes, Anna —contestó obediente, aunque sin estar convencida.
Los padres de Lion no sabían que su hijo era agente doble del FBI. Lion no quería preocuparles y nunca les dijo la verdad de lo que hacía en Washington. Así que se inventó el negocio de software y hardware como tapadera. Y, ni mucho menos, sabían que era un practicante de BDSM. Pero eso no era nada, porque para todo el mundo Leslie tenía un negocio de repostería y seguía los pasos de su madre, Darcy. Aunque, a diferencia de Anna y Michael, Darcy y Charles sí sabían que Leslie era agente del FBI. Y no solo lo sabían de Leslie, también sabían que lo era Lion.
—¿Te puedes creer que, con lo guapo que es, nunca ha traído una chica a casa? —le dijo Anna a Darcy.
Cleo frunció el ceño. Así que Lion no había traído a nadie… ¿Nunca? Lo buscó a través de la cristalera, y lo encontró hablando con los dos hombres, con sus copas de Hurricane en sus manos, charlando de lo que fuera de lo que charlasen… Él captó su mirada y se giró. Le sonrió guiñándole un ojo y alzó la copa de la mano en la que tenía el anillo.
Ella tragó saliva y negó con la cabeza.
«Ni se te ocurra, Satanás», deletreó con los labios.
Él se encogió de hombros, todo travieso y juguetón, y le dio una pequeña vuelta al aro del anillo.
La bala empezó a hacer de las suyas, y Cleo cerró las piernas.
Darcy puso cara de no entender cómo un pedazo de ejemplar como Lion no había tenido novia y añadió:
—Pues yo pensaba que mi hija y Magnum al final se juntarían.
—Ah, qué atractivo es ese Magnum —comentó Anna—. ¿Verdad? Mulato y con ojos verdes…
Cleo no intentó corregirla sobre que el nombre de Magnus no era Magnum. Cuando se les quedaba algo en la cabeza, se le quedaba para siempre. Además, estaba herida; le habían dado un «balazo» y no había modo de intervenir en la conversación.
—Pero, ya ves —prosiguió Darcy—, íbamos muy desencaminadas. Cleo, esto de no explicarme nada me ha dolido mucho —la reprendió.
Ella se sostuvo sobre la encimera, humedeciéndose los labios.
«Mantén el control».
—Ha sido todo muy repentino, mamá. Apareció el lunes en mi casa y me dio la orden de ser su pareja. —Bueno, al menos no era una mentira—. Y claro —explicó ella teatrera—, me dijo que si le decía que no, me iba a poner el cuuuuuulo como un semáforo en rojo, ¿te lo puedes creer? Así que… ¡tuve que aceptar! —chilló más de la cuenta—. ¿Me comprendéis, no?
Las dos mujeres se miraron la una a la otra y empezaron a reírse a carcajadas.
—Ay, Cleo, qué cosas dices… —Anna se secó las lágrimas de la risa y salió, con los platos que habían preparado al jardín.
Mientras Anna aprovechaba para hablar con el clan XY, Darcy se acercó a su hija, con el rostro preocupado, y le preguntó:
—¿Qué pasa, cielo? Te veo nerviosa…
—Estoy bien, mamá.
—¿Seguro? Puede que estés un poco estresada. ¿Te vas de viaje ahora, verdad?
—¿Cómo… pero quién te lo ha dicho?
Darcy puso los ojos en blanco.
—La madre de Tim. Ya sabes que habla por los codos y es como Radio Patio. Todo el Barrio Francés ya habla sobre vosotros, y cuchichea que estuviste en una preciosa casa de lencería y corsés. No sabes lo mal que me sentí cuando fui la última en enterarme de esto, Cleo.
Y ella se sintió mal por no hablar con sus padres sobre lo que le estaba sucediendo ni sobre lo que pasaba con Leslie. Pero no podía.
—Tenía pensado ir a verte con Lion y darte una sorpresa.
El rostro de su madre se relajó y recuperó la calma.
—¿Seguro?
—Sí, mamá. Te quiero mucho y no puedo mantener secretos contigo.
—Yo también te quiero a ti, nena. A una madre no se le pueden ocultar estas cosas, cariño.
—No, mamá.
—¿Sabes algo de tu hermana? ¿Sabe lo vuestro? Yo siempre creí que a Leslie le gustaba Lion… ¿Le habrá parecido bien? ¿Y por qué no me llama?
—¿Te contesto en orden? Hablé con ella ayer —mintió. Sus ojos se enrojecieron. Ojalá no lo hubiese hecho—. Está bien, pero está muy liada. Tiene pensado venir a veros pronto, cuando tenga unos días de permiso… —Mentir una vez abría la puerta para añadir más mentiras al saco—. Y… A Leslie no le gustaba Lion. Solo eran amigos.
—¡Bueno, qué más da! —exclamó Darcy limpiándose las manos en la servilleta—. A ver: mírame. —La tomó del rostro y le preguntó solemnemente—: ¿Tú eres feliz, hija?
—¿Feliz a nivel existencial o…?
—Con Lion, Cleo. No te disperses.
—Ehhh… —La bala empezó a temblar con más fuerza y Cleo apretó los labios.
—No seas vergonzosa y habla con tu madre sobre esto.
—Bueeeenooooo… —dijo luchando para no bizquear.
—¿Bueno qué?
—Lo que Cleo quiere decir es que no tiene palabras para describir lo que le hago sentir. —Lion entró recolocándose el anillo, con una sonrisa de oreja a oreja, blanca, recta y reluciente—. ¿Verdad, Cleo?
—Mmmm… Ajáaaa —gimió sin atreverse a mirarlo.
—Oh, mira —Darcy se puso las manos en las mejillas y sonrió—; ¡le da vergüenza! ¡No sabía que era tan tímida!
—Tienes una hija adorablemente vergonzosa. Se sonroja por nada —Lion la tomó de la barbilla y la miró a los ojos—. ¿Verdad, cariño?
—Uy, si os vais a besar delante de mí, yo ya me voy…
Cleo forzó una sonrisa de disculpa a Darcy, y esta desapareció alegremente de la cocina y les dejó solos.
—¿Nos vamos a besar? —Lion rozó su nariz con la de ella—. ¿Quieres que te bese delante de tus padres, Cleo?
—¡Lo que quiero es que pongas la maldita mano encima de la encimera y me dejes amputarte el dedo con el cuchillo de la carne! —gruñó por lo bajini—. ¿Eres consciente de que estás jugando con el corazón de nuestras madres? ¿Eres consciente de que…?
Lion la hizo callar con un beso.
Un beso duro, destinado a dejarla sin palabras, a absorber su voz y marcar terreno. Diferente al del Smithsonian.
Su beso sabía a Hurricane.
Un beso huracanado; como Lion pasaba por su vida, como un maldito huracán.
Él se apartó y le besó la nariz con dulzura.
—¿Qué… Qué haces, Lion? ¿Qué has hecho?
—Besarte, cariño.
Cleo abrió los ojos, frunció el ceño y se dio cuenta de que sus padres estaban sonrientes, alzando las copas y brindando por ellos.
—¿Lo has hecho a propósito? ¿Lo has hecho porque nos estaban vigilando? —preguntó horrorizada. ¡Qué cabrón! Era un calculador.
Lion le guiño un ojo vidrioso y la tomó de la mano para llevarla al jardín.
—A cenar.
***
La cena fue extrañamente divertida y relajada, como si aquello fuera lo adecuado. El Hurricane corría como el fuego, quemando gargantas y desinhibiendo el humor de todos.
Lion repitió quiche y jambalaya tres veces. Cleo se asombraba de lo mucho que podía llegar a comer, aunque su atorado cerebro decidió que comía tanto porque, con lo alto que era, el alimento tardaba en llegar a su estómago, y se saciaba más tarde que los demás.
Hablaron de muchas cosas: del negocio del algodón, del secreto de las horchatas y los granizados, de los estatutos de la ley, de lo mal que estaba el mundo, de tangas, de los uniformes de las policías, de si eran «las» o «los» policías… Pero el Hurricane empezó a hacer estragos de verdad y la conversación degeneró a que los ovnis existían y a que Anna había visto una vez un extraterrestre en el jardín; a lo que Michael contestó que era el vecino cabezón, desnudo y borracho, no un extraterrestre. Darcy explicó lo que sucedió una vez cuando, sin querer, por supuesto, se le cayó una bellota de chocolate en un pastel que había preparado para una comida familiar. Cleo le preguntó a su madre que qué hacía ella con una bellota. Darcy se hizo la loca.
El padre de Lion explicó cómo conoció a Anna y por qué su suegro lo metió en la cárcel. Y Charles… Fuera lo que fuese lo que dijo, Cleo solo repetía: «¡No quiero oírlo, papá! ¡No quiero oírlo!».
A todo esto, Lion la había dejado tranquila con la bala. Pero Cleo notó, durante toda la velada, su mirada azul y peligrosa sobre ella. Sentados uno al lado del otro como estaban, no era difícil. ¿Qué le pasaba?
Ella lo miró a su vez y se dio cuenta de lo que le sucedía: tenía el puente de la nariz rojo y los ojos cristalinos y brillantes. Diagnóstico: estaba borracho.
Por eso Cleo pensó que cuando todos se fueran, ella tendría que aguantarlo. No estaba para aguantar borrachos, así que decidió beber al ritmo de los demás y emborracharse ella también.
—Tú nuinca llevais anillos, hijo mío —señaló Michael—. ¿Qué hacesss con uno? ¿Es un anillo de compropiso…?
—Sí, papá. Compro piso aquí y en Oklahoma —bromeó él—. Esto que veis aquí… —ignoró el rodillazo que le dio Cleo por debajo de la mesa—, es un anillo que controla la frecuencia cardíaca —empezó a rotar el anillo hacia todos lados.
«¿Frecuencia cardíaca?», se preguntó Cleo clavándole las uñas en el muslo y bajando la cabeza para aguantar el sofocón. ¡Menuda trola! Era increíble la sensación de tener algo ahí metido, moviéndose y estimulándola de ese modo… Se empezó a mover en el sillón, sobre los cojines.
—¿No oís un runrún? —preguntó Charles—. ¿Hay algo encendido? ¿La lavadora tal vez?
«No, querido Charles», pensó Lion temblando de la risa. «Es el vibrador que tiene su hija en el culito».
—Déjame ver. —Pidió Anna alargando la mano para quitarle «el medidor de frecuencia cardíaca»—. ¿Sabes que tu paidre es hiperteinso? Esto podría irle muy bien… ¿verdad? —apuntó, dándole vueltas al anillo.
—¡No! —Cleo estaba a punto de echarse a llorar—. ¡No, no es buena idea para…! ¡Oh! ¡Oh, Dios…! —pateó el suelo.
—No te pongas bizca, Cleo —la reprendió su madre—, ¡ya sabes que no me gusta que hagas eso! Es una manía que tiene desde niña, ¿sabes? —le contó a Anna a modo de confidencia.
—Oyeeeee —dijo Anna sonriente, con los ojos achispados, olvidándose por completo del medidor—. Mi vecina tiene una cosa de eisas —señaló algo en el jardín.
—¿El qué, Anna? —preguntó Darcy bebiendo como una tabernera.
—Sí… Una de esas cosas tipo Feng Shiiiiu…
Cleo y Lion se miraron el uno al otro con una complicidad absoluta… Cleo con cara de asesina y Lion… Parecía pasárselo muy bien.
Cleo sonrió tan falsamente como sabía y le dijo entre dientes:
—Voy a mterte el nillo por l scrotoooo…
—¿Qué ha dicho? —preguntó Michael estupefacto.
—Que el nido del pajarillo se ha roto. —Señaló uno de los árboles del jardín, más exactamente, a un nido imaginario sobre el platanero.
Lo que hacía el alcohol…
—Que sí, ¿no lo veis? Una de esas cosas… —seguía Anna.
Ambos fruncieron el ceño de nuevo sin comprender a qué se refería Anna.
—Sí, mujer. Lo de los coneiiiijos.
—¿El qué de los conejos? —preguntó Michael achicando los ojos—. ¿Tienes conejos en el jardín, Cleo?
—Yo hoy he visto uno. —Lion la miró regocijándose, sabiendo que solo ellos comprenderían la broma.
—Esta es una misión de reconocimiento para el Agente Charles. —Michael miró a Charles—. Por favor, vaya usted a comprobar de qué hablan las señoras…
Charles se levantó igual de borracho que el resto y caminó divertido hacia el objeto en cuestión.
Cleo puso los ojos en blanco y exclamó inclinando la cabeza hacia atrás:
—Papá, no tengo nada para los conejos…
—Yo síiiip —Lion se echó a reír y bebió más absenta.
—Tú a callar —le riñó Cleo.
Lion arqueó las cejas y le dio al mando.
Cleo articuló una exclamación ahogada y dio un bote en el asiento.
—Sigo sin saber a lo que te refiereis, consueigra —Darcy se relamió los labios e intentó fijar los ojos en Anna.
—Sí, consuegra… —Anna se quedó callada e hipó, como si algo le hubiera hecho muchísima gracia—. ¡Consuegraaaaaa!
Las dos mujeres se agarraron los estómagos y empezaron a reírse a carcajadas.
—Es una de esas cosas… Que son como unas bolas plateadas… ¡Jajajajaja! Que cuando el conejo o la rrrrrrata ve su reflejo… ¡jajajajaja! ¡Se asustan y echan a correr! ¡Jajajajajaja!
—¿Unas bolas plateadas? —Cleo frunció el ceño—. Yo no tengo…
—¡¿Es esto?! —Charles sostenía un objeto en la mano.
Lion se dio la vuelta con el vaso en los labios y, cuando vio lo que era, escupió todo el Hurricane por la boca, atragantándose y levantándose a trompicones para quitárselo al padre de Cleo.
Cleo abrió los ojos de par en par.
¡Las jodidas bolas chinas!
—¡Papá, no toques! ¡Suelta eso!