No sé cómo es la experiencia de leer este libro. Sólo sé cómo es la experiencia de escribirlo.
Me trasladé a los Estados Unidos en 1992. Algo empezó a germinar en mi cabeza. Eran ideas aisladas que sabía que eran importantes y sin embargo parecían inconexas: el encuentro de dos hombres a bordo de un avión; un coche sobre el hielo; el significado de los trucos con monedas; y, sobre todo, los Estados Unidos: este lugar inmenso y extraño donde ahora vivo y que yo sabía que no comprendía. Pero quería comprenderlo. Más que eso, quería describirlo.
Y entonces, durante una escala en Islandia tuve ocasión de contemplar un diorama para turistas de los viajes de Leif Erickson, y todo empezó a cobrar forma. Le escribí una carta a mi agente y editora explicándole cómo sería el libro. En el encabezamiento de la carta escribí: «American Gods». Parecía la portada del libro que tenía pensado escribir.
Me pareció desconcertante y a la vez estimulante el tener la portada antes que el libro. Lo colgué en la pared y me quedé mirándolo, intimidado, y supe que ya nunca encontraría otro título. Ésa era la portada del libro. Ése era el libro.
Ahora solo me quedaba escribirlo.
Escribí el primer capítulo durante un viaje en tren de Chicago a San Diego. Y seguí viajando, y continué escribiendo. Viajé en coche desde Mineápolis a Florida, por carreteras secundarias, siguiendo las mismas rutas que Sombra recorrería en el libro. Seguía escribiendo y, de tanto en tanto, cuando me atascaba, me echaba a la carretera. Comí empanadillas en la Península Superior y tortas de maíz fritas en Cairo, Illinois. Procuré no escribir sobre ningún lugar en el que no hubiera estado.
Escribí el libro en diversos lugares: varias casas en Florida, una cabaña en un lago de Wisconsin, y una habitación de hotel en Las Vegas.
Quería acompañar a Sombra en su viaje, y cuando no sabía qué hacer con Sombra me ponía a escribir un relato sobre el Desembarco en los Estados Unidos, y para cuando llegaba al final ya sabía cuál era el siguiente paso de Sombra, y volvía con él. Me había propuesto escribir dos mil palabras al día, así que si lograba escribirlas me daba por satisfecho.
Recuerdo que cuando tenía ya terminado el primer borrador le dije a Gene Wolf, que es el escritor más sabio que conozco y que ha escrito más grandes novelas que cualquier otro escritor que yo haya conocido, que ahora ya sabía cómo escribir una novela. Gene me miró, y me sonrió con bondad. «Uno nunca aprende a escribir novelas», me dijo. «Todo lo más aprende a escribir la novela que está escribiendo».
Tenía razón. Había aprendido a escribir la novela que estaba escribiendo, nada más. No obstante, había aprendido a escribir una estupenda y extraña novela. En todo momento fui consciente de que el resultado estaba muy lejos del hermoso, dorado, rutilante y perfecto libro que tenía en la cabeza pero, con todo y eso, estaba más que satisfecho.
Me dejé crecer la barba y no me corté el pelo mientras escribía este libro, y mucha gente pensó que era un pelín raro (menos los suecos; a ellos les pareció muy bien y me contaron que un rey sueco había hecho algo muy parecido, solo que el motivo no fue una novela). Me afeité la barba cuando terminé el primer borrador, y poco después me corté aquella imposible mata de pelo.
El segundo borrador fue básicamente un proceso de excavación y de clarificación. Desarrollé lo que había que ampliar y recorté lo que había que abreviar.
Quería que fuera muchas cosas. Quería escribir un libro largo, raro y lleno de divagaciones; así lo escribí y así resultó. Quería escribir un libro que incluyera todas las cosas que me fascinan y me obsesionan de Estados Unidos, que son precisamente las cosas que no suelen mostrar las películas y las series de televisión.
Por fin lo terminé, y lo entregué, y me reconfortaba pensar en ese dicho popular según el cual una novela se define como una larga pieza de prosa que narra un conflicto[1], y estaba razonablemente seguro de que eso era lo que yo había escrito.
Mi editora estaba algo preocupada porque el libro que le había entregado era un poco demasiado largo y estaba lleno de divagaciones (que fuera demasiado raro no le importó lo más mínimo), y me pidió que lo recortara un poco, y yo accedí. Sospecho que su olfato no la engañó, porque lo cierto es que el libro tuvo mucho éxito —se vendieron muchos ejemplares, y tuve la suerte de que me otorgaran varios premios, incluidos el Nebula y el Hugo (por lo que tiene de ciencia ficción), el Bram Stoker (por lo que tiene de novela de terror), y el Locus (por su vertiente fantástica), demostrando que por más rara que fuera y por más que hubiera alcanzado cierta popularidad nadie sabía muy bien a qué género pertenecía.
Pero eso fue mucho después: primero había que publicar el libro. El proceso de edición me fascinaba y decidí relatarlo día a día en la web, en un blog que comencé a escribir con ese fin (pero que a día de hoy sigo escribiendo). Tras la publicación me embarqué en una gira promocional por los Estados Unidos, luego continué promocionándolo por el Reino Unido y por Canadá antes de volver a casa. Mi primer encuentro con los lectores tuvo lugar en junio de 2001, en una firma de libros en la tienda que Borders Books tenía en el World Trade Center. Volví a casa un par de días después; el 11 de septiembre de 2001, ya no existían ni la librería ni el World Trade Center.
Me sorprendió la acogida que tuvo el libro.
Estaba acostumbrado a que hubiera gente a la que le gustaban mis historias, y gente que simplemente no las leía. Pero nunca había escrito nada que diera lugar a opiniones tan polarizadas. Con este libro no hubo medias tintas: a unos les encantaba y otros lo odiaban. Los que lo odiaban, incluso aquellos a los que les habían gustado otros libros míos, lo odiaban a muerte. Algunos se quejaban de que el libro no era lo bastante americano; otros decían que era demasiado americano; que Sombra era un personaje con el que resultaba difícil simpatizar; que yo no había entendido que la verdadera religión de los Estados Unidos es el deporte; y muchas cosas más. Sin duda, todas estas críticas son válidas. Pero en definitiva, de algún modo, el libro encontró su público. Creo que es justo decir que a la mayoría de los lectores les gustó mucho, y que sigue gustando.
Algún día, espero, retomaré esta historia. Después de todo, ahora Sombra tiene diez años más. Y también los Estados Unidos. Y los dioses siguen esperando.
NEIL GAIMAN
Septiembre de 2010