—Hola, Samantha.
—¿Mags? ¿Eres tú?
—¿Quién si no? Leon me ha dicho que ha llamado la tía Sammy mientras estaba en la ducha.
—Hemos estado charlando un buen rato. Es un encanto de niño.
—Sí, creo que a este me lo voy a quedar.
Un silencio incómodo para ambas, en el que apenas se oye más que el ruido de fondo. Después:
—Sammy, ¿qué tal el cole?
—Pues ahora tenemos una semana de vacaciones. La caldera está estropeada. ¿Y tú qué tal por los Northwoods?
—Pues tengo un vecino nuevo. Sabe hacer trucos con monedas. En las cartas al director del Lakeside News se ha establecido últimamente un encendido debate sobre la posible recalificación de los terrenos municipales que están junto al viejo cementerio en la orilla sudeste del lago y su segura servidora tiene que escribir un enérgico editorial que resuma la posición del periódico sin ofender a nadie y sin dar pistas de cuál es nuestra posición.
—Parece divertido.
—No lo es. La semana pasada desapareció Alison McGovern, la hija mayor de Jilly y Stan McGovern. Creo que no has llegado a conocerla. Es una chica muy simpática. Ha venido un par de veces a cuidar de Leon.
Una boca se abre para decir algo, y se vuelve a cerrar sin haber dicho lo que iba a decir. Se limita a decir:
—Qué horror.
—Sí.
—Y… —cualquier cosa que diga a continuación resultará dolorosa, así que pregunta— ¿es mono?
—¿Quién?
—El vecino.
—Se llama Ainsel, Mike Ainsel. No está mal. Demasiado joven para mí. Un tipo grande, y tiene un aire… ¿cómo se dice? Es una palabra que empieza con «m».
—¿Mezquino? ¿Marica? ¿Magnífico? ¿No será el marido de alguien?
Una risa breve.
—Sí, supongo que tiene pinta de ser el marido de alguien. Quiero decir que, si hay algo en el aspecto de una persona que pueda inducirte a pensar que está casado, sí, lo tiene. Pero la palabra que buscaba es «melancólico». Tiene un aire melancólico.
—¿Y misterioso?
—No especialmente. Cuando se mudó allí parecía un poco desamparado, ni siquiera sabía cómo sellar las ventanas para mantener la casa caliente. Todavía parece que anda un poco perdido, como si no supiera muy bien qué está haciendo aquí. Cuando está, porque de vez en cuando se va, y luego vuelve. De vez en cuando lo veo pasear por ahí. Parece un buen tipo.
—A lo mejor es un ladrón de bancos.
—Ajá. Justo lo que estaba pensando.
—Qué mentirosa. Eso se me ha ocurrido a mí. Oye, Mags, ¿y tú, cómo estás? ¿Estás bien?
—Sí.
—¿De verdad?
—No.
Un largo silencio.
—Voy a subir a verte.
—Sammy, no.
—Cuando pase el fin de semana, antes de que vuelvan a funcionar las calderas y tenga que volver al colegio. Será divertido. Puedo dormir en el sofá. Y también puedes invitar a tu misterioso vecino a cenar una noche.
—Sam, ya estás haciendo de casamentera.
—¿Casamentera, yo? Lo que pasa es que después de esa zorra inmunda de Claudine es posible que empiecen a interesarme los chicos de nuevo. Conocí a un chico encantador haciendo dedo estas Navidades para ir a El Paso.
—¡Sam! Tienes que dejar de hacer autoestop.
—¿Y cómo te crees que voy a ir hasta Lakeside?
—Alison McGovern hacía autoestop. Incluso en una ciudad como ésta, es peligroso. Te mandaré un giro. Así podrás venir en el autobús.
—No pasa nada.
—Sammy…
—Vale, Mags. Si con eso duermes más tranquila, mándame un giro.
—Me quedo mucho más tranquila.
—Bueno, hermana mayor y mandona: dale un abrazo a Leon y dile que la tía Sammy va para allá, y que no se le ocurra volver a esconder los juguetes en su cama.
—Se lo diré, pero no puedo prometer que vaya a hacerte caso. ¿Y qué día vienes?
—Mañana por la noche. No hace falta que vayas a buscarme a la estación. Le pediré a Hinzelmann que me lleve con Tessie.
—Demasiado tarde. Tessie está hibernando ya. Pero Hinzelmann te acercará de todas formas. Le caes bien. Escuchas sus batallitas.
—Podrías dejar que él te escribiera el editorial. Vamos a ver: «Sobre la recalificación de los terrenos junto al antiguo cementerio, se da la circunstancia de que en el invierno de 1903 mi abuelo le disparó a un ciervo junto al viejo cementerio que está al lado del lago. Se había quedado sin balas, así que utilizó un hueso de las cerezas que mi abuela le había puesto con la comida. Cuando fue a romperle el cuello al ciervo, este salió corriendo como alma que lleva el diablo. Dos años más tarde, andaba mi abuelo por la misma zona cuando vio a un ciervo enorme con un cerezo en flor justo entre las cuernas. El caso es que lo abatió, y mi abuela hizo tantas tartas de cerezas que estuvieron comiendo tarta de cerezas hasta el Cuatro de Julio…».
Y las dos se echaron a reír.