Esto es una obra de ficción, no una guía de viajes. Aunque la geografía de los Estados Unidos de América en este relato no es del todo imaginaria —muchos de los lugares y monumentos que aparecen en este libro se pueden visitar, y también hay rutas que pueden seguirse y situarse en un mapa—, me he tomado algunas libertades. Menos de las que cabría imaginar, pero algunas me he tomado.
No he pedido permiso, y nadie me ha autorizado a usar los nombres de los lugares reales que aparecen a lo largo de esta historia, y supongo que a los propietarios de Rock City o de la Casa de la Roca, y a los cazadores que ostentan la propiedad del motel en el centro de Estados Unidos les sorprenderá como al que más encontrar sus propiedades aquí descritas.
He cambiado el nombre de algunos de los lugares que aparecen en esta novela: la ciudad de Lakeside, por ejemplo, y la granja en la que está ubicado el fresno, cerca de Blacksburg. Podéis buscarlos, si queréis. Incluso puede que los encontréis.
Además, ni que decir tiene que todas las personas, vivas, muertas o lo que sea, que aparecen en este relato son personajes de ficción o se encuadran en un contexto ficticio. Solo los dioses son reales.
Una cuestión que siempre me ha intrigado es qué sucede con los seres míticos cuando la gente emigra fuera de su tierra natal. Los norteamericanos de origen irlandés recuerdan a sus hadas, los de origen noruego a sus nisse, los de origen griego a sus vrykólakas, pero solo en relación con los recuerdos del Viejo Continente. Una vez se me ocurrió preguntar por qué esos seres míticos no se encuentran en Norteamérica, y mis informadores soltaron una risita nerviosa y me dijeron: «Les asusta cruzar el océano, la distancia es demasiado grande», y señalaron también que Jesucristo y los apóstoles jamás pusieron un pie en los Estados Unidos.
Richard Dorson, «A Theory for American Folklore».
American Folklore and the Historian
(University of Chicago Press, 1971).