52
Un par de días después, Wrath intentó incorporarse antes de que los hermanos entraran. No quería que lo vieran acostado. El suero conectado a su brazo y todas aquellas máquinas detrás de él ya le resultaban bastante molestas.
Pero, al menos, le habían retirado el catéter el día anterior. Y se las había arreglado para afeitarse por si solo y lavarse un poco. Tener el cabello limpio era algo estupendo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto Beth cuando lo sorprendió moviéndose.
—Sentándome…
—¡Ah, no, no lo harás! —Cogió el mando de la cama y dobló el cabezal hacia arriba.
—¡Ah, diablos!, leelan, ahora permaneceré acostado además de sentado.
—Así estás bien. —Ella se inclinó para colocar bien las sábanas, y él alcanzó a ver la curva de sus senos. Su cuerpo se inflamó. En el lugar indicado.
Pero la oleada de lujuria le hizo pensar en la escena que había encontrado en el granero. Ella encadenada a Aquella mesa. No le importó en absoluto que los restrictores no pudieran tener erecciones.
La cogió de la mano.
—¿Leelan?
—¿Sí?
—¿Estás segura de que estás bien? —habían hablado de lo que había sucedido, pero él aún estaba preocupado.
—Ya te lo he dicho. La herida de mi muslo se está curando…
—No estoy hablando de lo físico —dijo él con ganas de matar a Billy Riddle otra vez.
Su cara se ensombreció por un instante.
—Ya te lo dije, estaré bien. Porque me niego a que sea de otra manera.
—Eres muy valiente. Y tienes una fortaleza extraordinaria. Me asombras.
Ella le sonrió, y se inclinó para darle un beso fugaz, pero él la inmovilizó, y habló pegado a sus labios:
—Y gracias por salvarme la vida. No sólo en ese granero, sino durante el resto de mis días.
La besó intensamente, alegrándose al oírla jadear de placer. Aquel sonido hizo que su miembro volviera también a renacer. Le rozó la clavícula con la yema de los dedos.
—¿Qué, te parecería subir aquí conmigo?
—No creo que estés completamente preparado para eso todavía.
—¿Quieres apostar? —le cogió la mano y la metió bajo las sábanas.
Su risa franca al sujetarlo suavemente le pareció un auténtico milagro, lo mismo que su constante presencia en la habitación, su implacable protección, su amor, su fuerza.
Ella lo era todo para él. Su mundo entero. Había pasado de importarle poco lo que sucediera con su vida a estar desesperado por vivir. Por ella. Por ellos. Por su futuro.
—¿Qué opinas si esperamos sólo un día más? —preguntó ella.
—Una hora.
—Hasta que puedas sentarte solo.
—Trato hecho.
Gracias a Dios se recuperaba con rapidez. La mano de ella se retiró de su cuerpo.
—¿Puedo permitir a los hermanos que entren?
—Sí. —Respiró profundamente—. Espera. Quiero que escuches lo que voy a decir.
Tiró suavemente de ella hacia abajo, hasta que quedó sentada al borde de la cama.
—Voy a dejar la Hermandad.
Beth cerró los ojos, como si no quisiera que él viera el enorme alivio que sentía.
—¿De verdad?
—Sí. Le pedí a Tohr que se hiciera cargo de ella. Pero no me voy a marchar de vacaciones. Tengo que empezar a gobernar a nuestro pueblo, Beth. Y necesito que tú lo hagas conmigo.
Beth abrió los ojos.
Él le acarició las mejillas.
—Estamos hablando de ser rey y reina. Y seré sincero contigo: no sé por dónde empezar. Tengo algunas ideas, pero necesitaré tu ayuda.
—Haré lo que sea… —dijo ella—. Por ti.
Wrath la miró asombrado.
¡Dios, ella siempre conseguía fascinarlo! Allí estaba, dispuesta a enfrentarse al mundo con él aunque estuviera postrado en una cama de hospital. Su fe en él era sorprendente.
—¿Te he dicho que te amo, leelan?
—Hará unos cinco minutos. Pero nunca me canso de oírlo.
La besó.
—Diles a los hermanos que entren. Butch que espere en el vestíbulo. Pero quiero que tú estés presente mientras me dirijo a ellos.
Ella dejó entrar a los guerreros, y, luego regresó a su lado.
La Hermandad se aproximó a la cama con cautela. Aunque ya había tenido una breve reunión con Tohr aquella mañana, era la primera vez que veía al resto de los guerreros. Carraspearon todos un poco, como si se aclararan las gargantas. Él sabía qué sentían. Estaba igualmente emocionado.
—Hermanos…
En ese momento, Havers cruzó el umbral de la puerta. Se detuvo en seco.
—Ah, el buen doctor —dijo Wrath—. Pasa. Tenemos asuntos pendientes tú y yo.
Havers entraba y salía del quirófano con regularidad, pero Wrath no se había sentido capaz de enfrentarse a aquella situación hasta ahora.
—Es hora de solucionarlos —ordenó.
Havers respiró profundamente, se acercó a la cama e inclinó la cabeza.
—Mi señor.
—He oído que trataste de contratar a alguien para que me matara.
Para sorpresa del macho, no echó a correr, ni mintió. Y aunque su pena y su arrepentimiento eran claros, no trató de disculparse para obtener clemencia.
—Sí, lo hice, mi señor. Yo fui quien me acerqué a él. —Señaló a Zsadist—. Y cuando me quedó claro que tu hermano no te traicionaría, al restrictor.
Wrath asintió, pues había hablado ya con Tohrment sobre lo que realmente había sucedido aquella noche. Tohr sólo había escuchado parte de la respuesta de Zsadist.
—Mi señor, debes saber que tu hermano estuvo dispuesto a matarme sólo por habérselo propuesto.
Wrath miró Zsadist, que observaba fijamente al doctor como si quisiera aplastar su cabeza contra la pared.
—Sí, ya he oído que tu sugerencia no fue bien recibida. ¡Z, te debo una disculpa!
El guerrero se encogió de hombros.
—No te molestes. Me aburren las disculpas.
Wrath sonrió, pensando que era muy propio de Z. Siempre molesto, fuesen cuales fuesen las circunstancias.
Havers miró a los hermanos.
—Aquí, ante estos testigos, acepto la sentencia de muerte.
Wrath examinó con expresión severa al doctor. Y pensó en todos los años de sufrimiento que la hermana del macho habla tenido que soportar. Aunque Wrath nunca había tenido la intención de que su vida fuera tan desgraciada, todo aquello había sido culpa suya.
—Marissa fue la razón, ¿no es cierto? —dijo Wrath.
Havers asintió.
—Sí, mi señor.
—Entonces no voy a matarte. Actuaste movido por la manera en que yo traté a uno de tus seres más queridos. Puedo comprender el deseo de venganza.
Havers pareció tambalearse por la impresión. Luego dejó caer el gráfico que estaba sosteniendo y se derrumbó junto a la cama, aferrando la mano de Wrath y colocándosela en la frente.
—Mi señor, tu clemencia no tiene límites.
—Sí, eso es lo que crees. Te perdono la vida como un regalo a tu hermana. Si intentas algo semejante otra vez, yo mismo me encargaré de ti personalmente, despellejándote con un cuchillo. ¿Está claro?
—Sí, mi señor.
—Ahora vete. Puedes pincharme y sondarme más tarde. Pero llama a la puerta antes de entrar, ¿entendido?
—Sí, mi señor.
Cuando Havers se hubo marchado, Wrath besó la mano de Beth.
—Por si acaso estamos ocupados —le susurró.
Las risitas burlonas de sus compañeros llenaron la habitación.
Él miró con severidad a los hermanos para acallarlos y luego soltó su discurso. Ante el prolongado silencio que siguió a sus palabras, supo que los hermanos se habían quedado conmocionados.
—¿Entonces, estáis con Tohr o no? —preguntó al grupo.
—Si —dijo Rhage—. Yo no tengo problema.
Vishous y Phury asintieron con la cabeza.
—¿Z?
El guerrero puso los negros ojos en blanco.
—¡Vamos, hombre! ¿A mí qué me importa? Tú, Tohr, Britney Spears.
Wrath se rio.
—¿Eso ha sido un chiste, Z? Después de todo este tiempo, ¿has encontrado tu sentido del humor? ¡Diablos, me das otra razón para vivir!
Z se ruborizó y refunfuñó un poco mientras los otros lo reprendían.
Wrath respiró profundamente.
—Hermanos, hay algo más. Ascenderé al trono. Tal como le he contado a Tohr, necesitamos reconstruirnos e infundir nuevas fuerzas a nuestra raza.
Los hermanos se quedaron mirándolo. Y uno por uno, se acercaron a la cama y le juraron su lealtad en el antiguo idioma, cogiendo su mano y besándolo en la parte interna de la muñeca. Su solemne reverencia lo conmocionó y lo conmovió.
La Virgen Escribana tenía razón, pensó. Ellos eran su pueblo. ¿Cómo podía no liderarlos?
Cuando los guerreros hubieron terminado sus juramentos, miró a Vishous.
—¿Conseguiste los frascos de los dos restrictores de ese granero?
V frunció el ceño.
—Sólo había uno. El recluta que tú y yo conocimos la noche de tu boda. Regresé y apuñalé el cuerpo mientras te operaban. El frasco estaba en la casa.
Wrath sacudió la cabeza.
—Había dos. El otro era el restrictor que conducía el Hummer.
—¿Estás seguro de que murió?
—Estaba en el suelo con un golpe en la cabeza. —De repente, Wrath sintió la intranquilidad de Beth y le estrechó la mano—. Ya es suficiente, hablaremos de esto más tarde.
—No, está bien… —empezó ella.
—Más tarde. —La besó en el dorso de la mano y le acarició la mejilla. Mirándola a los ojos, trató de tranquilizarla, odiándose a sí mismo por haberla conducido a aquel terrible mundo.
Ella le sonrió, y Wrath la atrajo para darle un beso fugaz y luego se volvió a mirar a los hermanos.
—Una cosa más —dijo—. Os trasladaréis a vivir juntos. Quiero a la Hermandad en un único lugar. Por lo menos durante los próximos dos años.
Tohr hizo una mueca de disgusto.
—A Wellsie no creo que le guste mucho la idea. Acabarnos de instalar la cocina de sus sueños.
—Encontraremos alguna solución para vosotros, especialmente porque hay un bebé en camino. Pero el resto de vosotros compartiréis habitación.
Hubo protestas. Serias protestas.
—Aún puedo hacerlo peor —dijo—, y obligaros a vivir conmigo.
—Buen tanto —dijo Rhage—. Beth, si alguna vez necesitas descansar de él…
Wrath gruñó.
—Lo que iba a decir —dijo Hollywood lentamente—, era que podía venirse a vivir con todos nosotros durante un tiempo. Siempre cuidaremos de ella.
Wrath alzó la vista para mirar a Beth.
¡Dios, es tan hermosa…! Mi compañera. Mi amante. Mi reina.
Sonrió, incapaz de apartar la vista de sus ojos.
—Dejadnos solos, caballeros. Quiero estar a solas con mi shellan.
A medida que los hermanos desfilaban hacia la salida, se iban riendo con masculina comprensión. Como si supieran exactamente qué pasaba por su cabeza.
Wrath forcejeó sobre la cama, tratando de sentarse. Beth lo observó, negándose a ayudarlo.
Cuando consiguió una postura estable, se frotó las manos, expectante. Ya podía sentir su piel.
—¡Wrath! —dijo ella como advertencia al ver su enorme sonrisa.
—Ven aquí, leelan. Un trato es un trato.
Aunque lo único que pudo hacer fue abrazarla. Sólo necesitaba tenerla en sus brazos.