5
Beth se había puesto su atuendo nocturno, consistente en unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, y estaba abriendo el futón cuando Boo empezó a maullar en la puerta corredera de cristal. El gato daba vueltas en un estrecho círculo, con los ojos fijos en algo que había en el exterior.
—¿Quieres pelear otra vez con el minino de la señora Gio? Ya lo hemos hecho una vez y el resultado no fue muy bueno, ¿recuerdas?
Unos golpes en la puerta principal le hicieron girar la cabeza con un sobresalto.
Se dirigió allí y acercó un ojo a la mirilla. Cuando vio quién estaba al otro lado, se dio la vuelta y apoyó la espalda contra la madera.
Los golpes volvieron a oírse.
—Sé que estás ahí —dijo el Duro—. Y no pienso marcharme.
Beth descorrió el cerrojo y abrió la puerta de golpe. Antes de que pudiera decirle que se fuera al diablo, pasó a su lado y entró.
Boo arqueó el lomo y siseó.
—Yo también estoy encantado de conocerte, pantera negra. —El vozarrón atronador de Butch parecía totalmente fuera de lugar en su apartamento.
—¿Cómo has entrado en el edificio? —preguntó ella mientras cerraba la puerta.
—Forcé la cerradura.
—¿Hay alguna razón en particular para que hayas decidido irrumpir en este edificio, detective?
Él se encogió de hombros y se sentó en un andrajoso sillón.
—Pensé que podía visitara una amiga.
—¿Entonces por qué me molestas a mí?
—Tienes un bonito apartamento —dijo él, mirando sus cosas.
—Vaya mentiroso.
—Oye, por lo menos está limpio. Que es más de lo que puedo decir de mi propio cuchitril. —Sus oscuros ojos castaños la miraron directamente a la cara—. Ahora, hablemos de lo que sucedió cuando saliste del trabajo esta noche, ¿quieres?
Ella cruzó los brazos sobre el pecho. Él se rio entre dientes.
—Dios, ¿qué tiene José que no tenga yo?
—¿Quieres lápiz y papel? La lista es larga.
—Auch. Eres fría, ¿lo sabías? —Su tono era divertido—. Dime, ¿sólo te gustan los que no están disponibles?
—Escucha, estoy agotada…
—Sí…, saliste tarde del trabajo. A las nueve y cuarenta y cinco, más o menos. Hablé con tu jefe. Dick me dijo que todavía estabas en tu mesa cuando él se marchó a Charlie’s. Viniste a tu casa caminando, ¿no? Por la calle Trade seguramente, presumo, como haces todas las noches. Y durante un buen rato, ibas sola.
Beth tragó saliva cuando un leve ruido hizo que desviara la mirada hacia la puerta corredera de cristal. Boo había empezado de nuevo a ir de un lado a otro y a maullar, escudriñando algo en la oscuridad.
—Ahora, ¿me contarás qué ocurrió cuando llegaste al cruce de Trade y la Diez? —Su mirada se suavizó.
—¿Cómo sabes…?
—Dime lo que pasó, y te prometo que me cercioraré de que ese hijo de perra tenga lo que se merece.
Wrath permaneció inmóvil, sumergido en las sombras de la serena noche, mirando fijamente la silueta de la hija de Darius. Era alta para una hembra humana, y su cabello era negro, pero eso era todo lo que podía percibir con sus pobres ojos. Respiró el aire de la noche, pero no pudo captar su olor. Sus puertas y ventanas estaban cerradas, y el viento que soplaba del oeste traía el olor afrutado de la basura putrefacta.
Pero podía escuchar el murmullo de su voz a través de la puerta cerrada. Estaba hablando con alguien. Un hombre en quien ella, aparentemente, no confiaba, o no le agradaba, porque sólo pronunciaba monosílabos.
—Procuraré que esto te resulte lo más fácil posible —decía el hombre.
Wrath vio cómo la muchacha se acercaba y miraba hacia fuera a través de la puerta de cristal. Sus ojos estaban fijos en él, pero sabía que no podía verlo. La oscuridad lo envolvía por completo.
Beth abrió la puerta y asomó la cabeza, impidiendo con el pie que el gato saliera al exterior.
Wrath sintió que su respiración se hacía más lenta al percibir el aroma de la mujer. Olía verdaderamente bien. Como una flor exquisita. Quizás como esas rosas que florecen por la noche. Introdujo más aire en sus pulmones y cerró los ojos al tiempo que su cuerpo reaccionaba y su sangre se agitaba. Darius estaba en lo cierto, se acercaba a su transición. Podía olfatearlo en ella. Mestiza o no, iba a producirse su transformación.
Beth deslizó la puerta mientras se giraba hacia el hombre. Su voz era mucho más clara con la puerta abierta, y a Wrath le gustó su ronco sonido.
—Se me acercaron desde el otro lado de la calle. Eran dos. El más alto me arrastró hacia el callejón y… —El vampiro prestó atención de inmediato—. Traté de defenderme con todas mis fuerzas, pero él era más corpulento que yo, y además su amigo me sujetó los brazos. —Empezó a sollozar—. Me dijo que me cortaría la lengua si gritaba. Pensé que iba a matarme, en serio. Luego me rasgó la blusa y tiró del sujetador hacia arriba. Estuve muy cerca de que me… Pero conseguí liberarme y corrí. Tenía los ojos azules, cabello castaño y un pendiente en la oreja izquierda. Llevaba un polo azul oscuro y pantalones cortos de color caqui. No pude ver bien sus zapatos. Su amigo era rubio, cabello corto, sin pendientes, vestido con una camiseta blanca con el nombre de esa banda local, los Comedores de Tomates.
El hombre se levantó y se le acercó. La rodeó con un brazo, tratando de atraerla contra su pecho, pero ella retrocedió apartándose de él.
—¿De verdad piensas que podrás atraparlo? —preguntó. El hombre asintió.
—Sí, por supuesto que sí.
Butch salió del apartamento de Beth Randall de mal humor. Ver a una mujer que había sido golpeada en la cara no era una parte de su trabajo que le gustara. Y en el caso de Beth lo encontraba particularmente perturbador, porque la conocía desde hacía bastante tiempo y se sentía algo atraído por ella. El hecho de que fuera una mujer extraordinariamente hermosa no hacía las cosas más fáciles. Pero el labio inflamado y los cardenales alrededor de la garganta eran daños evidentes frente a la perfección de sus facciones. Beth Randall era absolutamente preciosa. Tenía el negro cabello largo y abundante, unos ojos azules con un brillo imposible, una piel color crema y una boca hecha exactamente para el beso de un hombre. Y vaya cuerpo: piernas largas, cintura estrecha y senos perfectamente proporcionados.
Todos los hombres de la comisaría estaban enamorados de ella, y Butch tuvo que reconocer que tenía un enorme mérito: nunca usaba su atractivo para obtener información confidencial de los muchachos. Lo manejaba todo a un nivel muy profesional. Nunca había tenido una cita con ninguno de ellos, aunque la mayoría habría renunciado a su testículo izquierdo por sólo cogerla de la mano.
De una cosa sí estaba seguro: su atacante había cometido un tremendo error al elegirla. Toda la fuerza policial saldría en persecución de aquel imbécil en cuanto averiguaran su identidad. Y Butch tenía una boca muy grande.
Subió a su coche y condujo hasta las instalaciones del Hospital Saint Francis, al otro lado de la ciudad. Aparcó sobre el bordillo de la acera frente a la sala de urgencias y entró.
El guardia de la puerta giratoria le sonrió.
—¿Se dirige al depósito, detective?
—No. Vengo a visitar a un amigo. El hombre asintió y se apartó.
Butch atravesó la sala de espera de urgencias con sus plantas de plástico, revistas con las páginas arrancadas y personas con cara de preocupación. Empujó unas puertas dobles y se dirigió al estéril y blanco entorno clínico. Saludó con una ligera inclinación de cabeza a las enfermeras y médicos que conocía y se acercó al control.
—Hola, Doug, ¿recuerdas al tipo que trajimos con la nariz rota?
El empleado levantó la vista de un gráfico que estaba mirando.
—Sí, están a punto de darle el alta. Se encuentra atrás, habitación veintiocho. —El internista soltó una risita—. Lo de la nariz era el menor de sus problemas. No cantará notas bajas durante algún tiempo.
—Gracias, amigo. A propósito, ¿cómo va tu esposa?
—Bien. Dará a luz en una semana.
—Avísame cuando nazca el niño.
Butch se dirigió a la parte de atrás. Antes de entrar en la habitación veintiocho, revisó el pasillo con la mirada en ambas direcciones. Todo tranquilo. No había personal médico a la vista, ni visitantes, ni pacientes.
Abrió la puerta y asomó la cabeza.
Billy Riddle levantó la mirada desde la cama. Un vendaje blanco le subía por la nariz, como si estuviera evitando que se le saliera el cerebro.
—¿Qué pasa, oficial? ¿Ya ha encontrado al individuo que me golpeó? Van a darme de alta y me sentiría mejor sabiendo que lo tiene bajo custodia.
Butch cerró la puerta y corrió el cerrojo silenciosamente. Sonrió mientras cruzaba la habitación fijándose en el pendiente de diamantes cuadrado que el sujeto lucía en el lóbulo izquierdo.
—¿Cómo va esa nariz, Billy?
—Bien. Pero la enfermera se ha portado como una bruja… Butch cogió su polo y lo arrojó a sus pies. Luego lanzó al atacante de Beth contra la pared, con tanta fuerza que la maquinaria ubicada detrás de la cama se bamboleó. Butch acercó tanto su cara a la del joven que podían haberse besado.
—¿Te divertiste anoche?
Los grandes ojos azules se encontraron con los suyos.
—¿De qué está hablan…?
Butch lo estrelló de nuevo contra la pared.
—Alguien te ha identificado. La mujer a la que trataste de violar.
—¡No fui yo!
—Claro que fuiste tú. Y si tengo en cuenta tu pequeña amenaza sobre su lengua con tu cuchillo, podría ser suficiente para enviarte a Dannemora. ¿Alguna vez has tenido novio, Billy? Apuesto a que serás muy popular. Un bonito chico blanco como tú.
El sujeto se puso tan pálido como las paredes.
—¡No la toqué!
—Te diré una cosa, Billy. Si eres sincero y me dices dónde está tu amigo, es posible que salgas caminando de aquí. De lo contrario, te llevaré a la comisaría en una camilla.
Billy pareció considerar el trato unos instantes, y luego las palabras salieron de su boca con extraordinaria rapidez:
—¡Ella lo deseaba! Me rogó…
Butch levantó la rodilla y la presionó contra la entrepierna de Billy. Un chillido salió de su garganta.
—¿Por eso tendrás que orinar sentado toda esta semana?
Cuando el matón empezó a farfullar, Butch lo soltó y observó cómo se deslizaba lentamente hasta el suelo. Al ver relucir las esposas, su gimoteo cobró intensidad.
Butch le dio vuelta bruscamente y sin mayores consideraciones le colocó las esposas.
—Estás arrestado. Cualquier cosa que digas puede, y será, usada en tu contra en un tribunal. Tienes derecho a un abogado…
—¿Sabe quién es mi padre? —gritó Billy como si hubiera conseguido tomar aire durante un segundo—. ¡Él hará que le despidan!
—… Si no puedes pagarlo, se te proporcionará uno. ¿Entiendes estos derechos que te he indicado?
—¡A la mierda!
Billy gimió y asintió con la cabeza, dejando una mancha de sangre fresca sobre el suelo.
—Bien. Ahora vamos a arreglar el papeleo. Detestaría no seguir el procedimiento apropiado.