45
Beth se había puesto otra vez el vestido. Y se sentía fascinada.
—No tengo zapatos —dijo.
Wellsie se sacó de la boca otra horquilla y la deslizó dentro del moño de Beth.
—Se supone que no debes usarlos. Bien, déjame ver qué aspecto tienes. —Wellsie sonrió mientras Beth danzaba por la alcoba de su padre. El vestido de satén rojo resplandecía a su alrededor como el fuego.
—Voy a llorar… —Wellsie se cubrió la boca con la mano—… Lo sé. En cuanto él te vea, empezaré a llorar. Estás demasiado hermosa, y este es el primer acontecimiento feliz desde… no puedo recordarlo.
Beth se detuvo, el traje aleteó hasta quedarse quieto.
—Gracias. Por todo.
La mujer de Tohr sacudió la cabeza.
—No te pongas dulce conmigo, o ni siquiera podré contener las lágrimas ahora.
—Lo digo en serio. Me siento como si…, no sé, como si me casara en familia. Y nunca he tenido una familia verdadera.
La nariz de Wellsie enrojeció.
—Somos tu familia. Eres una de nosotros. Y cállate ya, ¿quieres?, o harás que empiece.
Alguien llamó a la puerta.
—¿Va todo bien ahí dentro? —preguntó una voz masculina desde el otro lado.
Wellsie se acercó y asomó la cabeza, manteniendo la puerta lo más cerrada posible.
—Sí, Tohr. ¿Ya están listos los hermanos?
—¿Qué diab…? ¿Has estado llorando? —exigió saber Tohrment—. ¿Estás bien? Santo cielo, ¿es el bebé?
—Tohr, relájate. Soy una hembra. Lloro en las bodas. Forma parte de nuestras obligaciones.
Se escuchó el sonido de un beso.
—Es que no quiero que nada te perturbe, leelan. —Entonces diles a los hermanos que se preparen.
—Ya lo están.
—Bien. Vamos allá.
—¿Leelan?
—¿Qué?
Se escucharon palabras murmuradas en su hermoso idioma.
—Sí, Tohr —susurró Wellsie—. Y después de doscientos años, me casaría contigo de nuevo, a pesar de que roncas y dejas tus armas desperdigadas por toda la habitación.
La puerta se cerró, y Wellsie se dio la vuelta.
—Están listos para ti. ¿Vamos?
Beth tiró del corpiño y dirigió la mirada al anillo del rubí.
Nunca pensé que haría esto.
—La vida está llena de maravillosas sorpresas, ¿no lo crees?
—Y que lo digas.
Salieron de la alcoba de su padre y, entraron a la habitación de Wrath.
Habían retirado todo el mobiliario, y, en el lugar donde estaba la cama, los hermanos de Wrath se encontraban en fila contra la pared. Tenían un aspecto magnífico. Vestían todos con chaquetas negras de satén idénticas y pantalones holgados, y a la cintura llevaban colgadas unas dagas con la empuñadura cubierta de gemas.
Hubo una exclamación general cuando la vieron llegar.
Los hermanos se movieron inquietos, bajaron la vista. La miraron de nuevo, dejando asomar en sus duros rostros unas tímidas sonrisas. Con excepción de Zsadist, que la miró una vez y luego bajó la vista al suelo.
Butch, Marissa y Fritz se encontraban a un lado. Los saludó con la mano. Fritz sacó un pañuelo.
Y había alguien más en la habitación.
Una persona diminuta vestida de negro de la cabeza a los pies.
Beth parpadeó. Bajo los pliegues negros, se reflejaba una luz sobre el suelo, como si la figura brillara.
¿Pero dónde estaba Wrath?
Wellsie la guio hasta que se encontró frente a los hombres. El de la hermosa cabellera, Phury, dio un paso adelante.
Beth bajó la vista, tratando de cobrar fuerzas, y notó que el vampiro tenía una prótesis en el lugar donde debía haber un pie. Alzó la vista hasta encontrarse con sus ojos color miel, aunque no quería ser indiscreta. Al ver su sonrisa, ella se sintió un poco más tranquila.
Su voz era modulada, Y elegía sus palabras cuidadosamente:
—Hablaremos siempre que podamos en tu idioma, para que puedas entender. ¿Estás lista para empezar?
Ella asintió.
—Mi señor, ya puedes venir —dijo en voz alta.
Beth miró por encima del hombro.
Wrath se materializó en el umbral de la puerta del pasillo, ella se llevó la mano a la boca. Estaba resplandeciente, llevaba una túnica negra atada con un fajín, bordada con un hilo oscuro. Una larga daga con mango de oro colgaba a su costado y en la cabeza una sencilla corona de rubíes engastados en un metal opaco.
Avanzó a grandes zancadas, moviéndose con aquella elegancia que a ella le encantaba, mientras su cabello se agitaba sobre sus anchos hombros.
Sólo tenía ojos para Beth. Cuando estuvo ante ella, susurró:
—Leelan he quedado sin respiración al verte.
Ella empezó a llorar.
La cara de Wrath parecía preocupada cuando extendió las manos.
—Leelan, ¿cuál es el problema?
Beth movió la cabeza, pero no pudo articular palabra. Sintió que Wellsie metía un pañuelo de papel en su mano.
—Ella está bien —dijo la mujer—. Confía en mí, está bien. ¿No es cierto?
Beth asintió, secándose las lágrimas.
—Sí.
Wrath le tocó la mejilla.
—Podemos detener esto.
—No —respondió al instante—. Te amo, y vamos a casarnos. Ahora.
Alguno de los hermanos se rio entre dientes.
—Parece que eso nos ha quedado claro —dijo uno de ellos con tono respetuoso.
Cuando recuperó el control de sí misma, Wrath miró a Phury, y le hizo un gesto para que continuara.
—Haremos la presentación a la Virgen Escribana —dijo el hermano.
Wrath la cogió de la mano la guio hasta la figura vestida de negro.
—Virgen Escribana, esta es Elizabeth, hija del guerrero de la Daga Negra llamado Darius, nieta del princeps Marklon, biznieta del princeps Horusman…
La enumeración continuó durante un rato. Cuando Wrath se calló, Beth impulsivamente extendió la mano hacia la figura, ofreciéndosela.
Hubo un grito de alarma y Wrath le sujetó el brazo, empujándolo hacia atrás. Varios de los hermanos dieron un salto al frente.
—Ha sido culpa mía —dijo Wrath, con los brazos extendidos como si estuviera protegiéndola—. No la he preparado adecuadamente. No ha sido su intención ofender.
Una risa suave, cálida y femenina brotó de los pliegues negros.
—No temas, guerrero. Ella está bien. Ven aquí, hembra.
Wrath se apartó, pero permaneció cerca.
Beth se aproximó a la figura, preocupada por cada uno de sus movimientos. Se sintió inspeccionada.
—Este macho te pide que lo aceptes como su hellren, niña. ¿Lo aceptarás como propio si es digno?
—Oh, sí. —Beth miró a Wrath. Él aún estaba tenso—. Sí, lo aceptaré.
La figura asintió.
—Guerrero, esta hembra te respetará. ¿Darás prueba de tu valor por ella?
—Lo haré —la profunda voz de Wrath resonó en la habitación.
—¿Te sacrificarás por ella? —Lo haré.
—La defenderás contra aquellos que pretendan hacerle daño.
—Lo haré.
—Dame tu mano, niña. Beth la extendió indecisa.
—Con la palma hacia arriba —susurró Wrath.
Ella giró la muñeca. Los pliegues se movieron y le cubrieron la mano. Sintió un extraño cosquilleo, como una pequeña descarga eléctrica.
—Guerrero.
Wrath extendió la mano y que también se vio oscurecida por la túnica negra. De repente, el calor rodeó a Beth, envolviéndola. Miró a Wrath, que estaba sonriéndole.
—Ah —dijo la figura—. Esta es una buena unión. Una excelente unión.
Sus manos cayeron, y Wrath la rodeó con sus brazos y la besó. Los asistentes empezaron a aplaudir. Alguien se sonó la nariz.
Beth se aferró a su nuevo esposo tan fuerte como pudo. Ya había sucedido. Era real. Estaban…
—Casi hemos terminado, leelan.
Wrath dio un paso atrás, deshaciendo el nudo de su fajín. Se quitó la prenda, revelando su pecho desnudo.
Wellsie se puso a su lado y agarró la mano de Beth.
—Todo saldrá bien. Sólo respira conmigo.
Beth, miró alrededor nerviosamente mientras Wrath se arrodillaba ante sus hermanos y bajaba la cabeza. Fritz trajo una mesa pequeña sobre la cual había un cuenco de cristal lleno de sal, una jarra de agua y una pequeña caja lacada.
Phury se detuvo junto a Wrath.
—Mi señor, ¿cuál es el nombre de tu shellan?
—Se llama Elizabeth.
Con un sonido metálico, Phury desenfundó su daga negra. Y se inclinó sobre la espalda desnuda de Wrath.
Beth dio un grito ahogado, y se abalanzó hacia delante mientras la hoja descendía.
—¡No!
Wellsie la mantuvo en su lugar.
—Quédate quieta.
—¿Qué está…?
—Estás desposando a un guerrero —susurró Wellsie en tono áspero—. Deja que muestre su honor delante de sus hermanos.
—¡No!
—Escúchame, Wrath te está dando su cuerpo y todo su ser. Todo él es tuyo ahora. Ese es el propósito de la ceremonia.
Phury dio un paso atrás.
Beth vio un hilo de sangre corriendo por el costado de Wrath.
Vishous se adelantó.
—Cuál es el nombre de tu shellan
—Se llama Elizabeth.
Cuando el hermano se inclinó, Beth cerró los ojos y apretó con fuerza la mano de Wellsie.
—No necesita hacer esto para probar su valor ante mí.
—¿Lo amas? —preguntó Wellsie.
—Sí.
—Entonces debes aceptar sus costumbres. Zsadist avanzó a continuación.
—Despacio, Z —dijo Phury suavemente, permaneciendo cerca de su hermano gemelo.
Oh, Dios, que acabe esto.
Los hermanos continuaron pasando, haciéndole la misma pregunta. Cuando terminaron, Phury cogió la jarra de agua y la vertió en el cuenco de sal. Luego derramó el espeso líquido salobre sobre la espalda de Wrath.
Beth sintió que se tambaleaba cuando vio que los músculos de su amado se contraían. No podía imaginar aquella agonía, pero aparte de cerrar sus puños, Wrath no emitió ni un sólo grito. Mientras soportaba el dolor, sus hermanos gruñeron de aprobación.
Phury se inclinó y abrió la caja lacada, sacando un pedazo de tela blanco. Secó las heridas, luego enrolló la tela y la colocó nuevamente en la caja.
—Levántate, mi señor —dijo.
Wrath se alzó.
Cruzando sus Hombros, formando un arco con letras inglesas antiguas, estaba el nombre de ella.
Phury presentó la caja a Wrath.
—Lleva esto a tu shellan como símbolo de tu fuerza, así sabrá que eres digno de ella y que tu cuerpo, tu corazón y tu alma están ahora a sus órdenes.
Wrath dio media vuelta.
Al aproximársele, ella exploró ansiosamente su rostro. Estaba bien, o más que eso, resplandecía de amor.
Cayendo de rodillas ante ella, inclinó la cabeza y le ofreció la caja.
—¿Me tomarás como tuvo? —preguntó, mirándola por encima de sus gafas de sol. Sus pálidos ojos ciegos destellaban. Las manos de ella temblaron cuando aceptó la caja.
—Sí, te tomaré.
Wrath se levantó, y ella se arrojó en sus brazos, teniendo cuidado de no rozar demasiado su espalda.
Los hermanos iniciaron en voz, baja un cántico, una suave letanía que ella no entendió.
—¿Estás bien? —le preguntó él al oído.
Ella asintió, lamentando que no la hubieran llamado Mary o Sue.
Pero no, tenía que ser Elizabeth. ¡Nueve letras!
—Espero que no tengamos que hacer esto nunca más —dijo ella, enterrando su cabeza en el hombro del guerrero.
Wrath se rio suavemente.
—Será mejor que te prepares si tenemos hijos.
El cántico aumentó de volumen, entonado por las profundas voces masculinas.
Ella miró a los hermanos, los altos y feroces hombres que ahora formaban parte de su vida. Wrath giró y la rodeó con sus brazos. Juntos, se mecieron siguiendo aquel ritmo que llenaba el aire. Rindiendo aquel homenaje, los hermanos parecían una sola voz, un único y poderoso ser.
Entonces, una voz fuerte comenzó a sobresalir entre las demás, entonando las notas cada vez más altas. El sonido del tenor resultaba tan claro, tan puro, que erizaba la piel, era como un cálido anhelo en el pecho. Las dulces notas volaron hasta el techo con toda su gloria, convirtiendo la estancia en una catedral y a los hermanos en su altar. Haciendo descender el cielo tan cerca como para rozarlo.
Era Zsadist.
Cantaba con los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás y la boca completamente abierta. Aquel hombre cubierto de cicatrices, y sin alma, tenía la voz de un ángel.