39

Cuando Marissa entró a su habitación, dio un pequeño giro, como un paso de baile, sintiéndose tan vaporosa como su vestido.

—¿Dónde has estado?

Se detuvo en mitad de la vuelta, y la tela hizo un rápido remolino en el aire. Havers estaba sentado en el diván, con la cara sombría.

—Te he preguntado dónde has estado.

—Por favor, no uses ese tono…

—¿Viste a la bestia?

—Él no es una…

—¡No lo defiendas ante mí!

Ella no iba a hacerlo. Iba a contarle a su hermano que Wrath había escuchado sus recriminaciones y aceptado toda su culpa. Que se había disculpado y su arrepentimiento había sido palpable, y aunque sus palabras no podían compensar lo que había sucedido, ella se sentía liberada, y, al fin, había sido escuchada. Y a pesar de que su antiguo hellren había sido la razón por la que había ido a casa de Darius, no había permanecido allí por su causa.

—Havers, por favor. Las cosas son muy diferentes. —Después de todo, Wrath le había dicho que tomaría compañera. Y ella había… conocido a alguien—. Tienes que escucharme.

—¡No!, ¡no quiero hacerlo! Sé que todavía vas a verle. Eso es suficiente.

Havers se levantó del diván, moviéndose sin su elegancia habitual. Cuando la luz lo iluminó, ella se quedó horrorizada. Tenía la piel cenicienta y las mejillas hundidas. Últimamente había adelgazado mucho, pero ahora parecía un esqueleto.

—Estás enfermo —susurró ella.

—Estoy perfectamente bien.

—La transfusión no ha funcionado, ¿verdad?

—¡No trates de cambiar de tema! —La miró furioso. ¡Dios, nunca pensé que llegaríamos a esto! ¡Nunca pensé que harías las cosas a escondidas de mí!

—¡No me he escondido!

—Me dijiste que habías roto el pacto.

—Lo hice.

—¡Mientes!

—Havers, escúchame…

—¡Ya no! —No la miró a la cara cuando abrió la puerta—. Eres lo único que me queda, Marissa. No me pidas que me haga a un lado amablemente y sea testigo de tu destrucción.

—¡Havers!

La puerta se cerró de golpe.

Con implacable decisión, ella salió corriendo al pasillo.

—¡Havers!

Él ya estaba en el primer escalón, y se negó a volverse a mirarla. Dio un manotazo en el aire detrás de él, rechazándola. Ella regresó a su habitación y se sentó ante el tocador. Transcurrieron unos minutos antes de que pudiera recuperar el ritmo de la respiración.

La ira de Havers era comprensible, pero temible por lo intensa e inusitada. Nunca había visto a su hermano en semejante estado. Estaba claro que no podría razonar con él hasta que se calmara.

Al día siguiente hablaría con él. Se lo explicaría todo, incluso lo del nuevo macho que había conocido.

Se miró al espejo y pensó cómo la había tocado el humano. Alzó la mano, sintiendo de nuevo la sensación de aquellos labios succionando su dedo. Quería más de él.

Sus colmillos se alargaron sutilmente. ¿Qué sabor tendría su sangre?

‡ ‡ ‡

Después de acomodar a Beth en la cama de su padre, Wrath se dirigió a su alcoba y se vistió con una camisa blanca y unos pantalones blancos holgados. Sacó una sarta de enormes perlas negras de una caja de ébano y se arrodilló en el suelo junto a su cama, sentándose sobre los talones. Se puso el collar, apoyó las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba y cerró los ojos.

Tan pronto como controló su respiración, sus sentidos volvieron a la vida. Pudo escuchar a Beth cambiando de posición en la cama al otro lado del pasillo, suspirando mientras ahuecaba las almohadas. El resto de la casa estaba bastante tranquilo, sólo llegaban hasta él sutiles vibraciones. Algunos de los hermanos iban a pasar la noche en las habitaciones del piso superior, y podía percibir sus pasos.

Estaba dispuesto a apostar a que Butch y V todavía estaban hablando de béisbol. Wrath tuvo que sonreír. Ese humano era todo un personaje. Uno de los hombres más agresivos que había conocido.

¿Y qué pensar de que a Marissa le gustara el policía? Bueno, habría que ver adónde les conduciría aquello. Tener cualquier tipo de relación con alguien de la otra especie era peligroso. Evidentemente, los hermanos se acostaban con muchas mujeres humanas, pero sólo una noche, así los recuerdos eran fáciles de borrar. Si entraban en juego lazos emocionales, y el tiempo pasaba, resultaba más difícil hacer un buen trabajo de limpieza en el cerebro humano. Los recuerdos permanecían y luego afloraban, complicando las cosas y causando problemas.

Diablos, quizás Marissa sólo estaba jugando con el detective para después succionarlo hasta dejarlo seco. Eso estaría bien. Pero hasta que ella lo matara o se quedara con él, Wrath los vigilaría con mucha atención.

Dominó sus pensamientos y empezó a entonar cánticos en su antigua lengua, usando los sonidos para anular sus procesos cognitivos. Al principio, debido a la falta de práctica, se hizo un lío con las palabras. La última vez que había recitado aquellas oraciones tenía diecinueve o veinte años. Los recuerdos de su padre sentado junto a él, indicándole el camino a seguir, casi lo distraen de su objetivo, pero se obligó a poner la mente en blanco.

Las perlas comenzaron a calentarse contra su pecho. Entonces, se vio a sí mismo en un patio. La blanca arquitectura tenía un estilo clásico: la fuente, las columnas y el pavimento eran de un mármol pálido que resplandecía. La única nota de color la ponían una bandada de aves posadas sobre un árbol blanco.

Dejó de rezar, y se puso en pie.

—Ha pasado mucho tiempo, guerrero. —Oyó la majestuosa voz femenina a su espalda.

Se dio la vuelta.

La diminuta figura que se le aproximaba estaba completamente cubierta de seda negra. La cabeza, el rostro, las manos y los pies, todo. Flotó hacia él, no caminó, simplemente se desplazó en el aire. Su presencia lo inquietó.

Wrath hizo una reverencia con la cabeza.

—Virgen Escribana, ¿cómo estás?

—Vayamos al grano, ¿cómo estás tú, guerrero? Has venido buscando un cambio, ¿no es cierto?

Él asintió.

—Yo…

—Deseas que el pacto con Marissa se deshaga. Has encontrado a otra y quieres que sea tu shellan.

—Sí.

—Esta hembra es la hija de tu hermano Darius, que está en el Fade.

—¿Lo has visto?

Ella se rio entre dientes.

—No trates de interrogarme. He dejado pasar tu primera pregunta porque estabas siendo cortés, pero recuerda tus modales, guerrero.

¡Mierda!

—Mil perdones, Virgen Escribana.

—Os libero a ti y a Marissa de vuestro acuerdo.

—Gracias.

Hubo una larga pausa. Esperó a que ella decidiera sobre la segunda parte de su petición.

—Dime algo, guerrero. ¿Piensas que tu especie es indigna?

Él frunció el ceño, pero cambió rápidamente a una expresión neutra. La Virgen Escribana no iba a aguantar una mirada torva.

—¿Y bien, guerrero?

Él no tenía ni idea de adónde quería llegar ella con aquella pregunta.

—Mi especie es una raza indómita y orgullosa.

—No te he pedido una definición. Quiero saber lo que piensas de ellos.

—Los protejo con mi vida.

—Y sin embargo no lideras a tu pueblo. Así que sólo puedo conjeturar que no los valoras, y por lo tanto luchas porque te gusta hacerlo o porque deseas morir. ¿Cuál de las dos opciones es la correcta?

Esta vez, él no suavizó su expresión y un rictus amargo torció sus labios.

—Mi raza sobrevive gracias a lo que los hermanos y yo hacemos.

—Con dificultad. De hecho, su número disminuye. No prospera. La única colonia localizada es la establecida en la Costa Este de Estados Unidos, e incluso allí viven aislados los unos de los otros. No hay comunidades. Ya no se celebran festivales. Los rituales, cuando se realizan, se hacen privadamente. No hay nadie que medie en las disputas, nadie que les dé esperanzas. Y la Hermandad de la Daga Negra está maldita. No queda nadie en ella que no sufra.

—Los hermanos tienen sus… problemas. Pero son fuertes.

—Y deberían ser más fuertes. —Ella ladeó la cabeza—. Le has fallado a tu linaje, guerrero, como si ya no tuvieras razón de ser. Así que dime, ¿por qué debería concederte el deseo de tomar a una mestiza como reina? —La túnica de la Virgen Escribana se movió como si estuviera moviendo la cabeza—. Es preferible que continúes trabajando con los miembros que posees que imponer a tu pueblo otra figura decorativa sin propósito alguno. Vete ahora, guerrero. Hemos terminado.

—Quisiera decir algo en mi defensa —dijo él, apretando los dientes.

—Y yo no quiero escucharlo. —Le dio la espalda y se alejó.

—Te ruego que tengas clemencia. —Detestaba pronunciar esas palabras, y por el sonido de su risa adivinó que ella también lo sabía…

La Virgen Escribana regresó junto a él. Cuando habló, su tono era severo, tan remarcado como las líneas negras de su túnica contra el mármol blanco.

—Si vas a rogar, guerrero, hazlo apropiadamente. De rodillas.

Wrath forzó a su cuerpo a descender al suelo, odiándola.

—Prefiero verte así —murmuró ella, adoptando de nuevo un tono amable—. Ahora, ¿qué querías decirme?

Él se tragó las palabras hostiles, obligándose a adoptar un semblante sereno, totalmente hipócrita.

—La amo. Quiero honrarla, no tenerla simplemente para calentar mi cama.

—Entonces trátala bien. Pero no hay necesidad de realizar una ceremonia.

—No estoy de acuerdo —y añadió—: Con todo el respeto.

Hubo un largo silencio.

—No has buscado mi consejo en todos estos siglos. Él levantó la cabeza.

—¿Es eso lo que te molesta?

—¡No me cuestiones! —dijo ella con brusquedad—. ¡O te quitaré a esa mestiza más rápido de lo que tardes en respirar!

Wrath bajó la cabeza y apoyó los puños sobre el mármol. Esperó. Esperó durante tanto tiempo, que estuvo tentado de mirar si ella se había marchado.

—Tendrás que hacerme un favor —dijo ella.

—Te escucho.

—Liderarás a tu pueblo.

Wrath miró hacia arriba, sintiendo una sensación de opresión en la garganta. No había podido salvar a sus padres, a duras penas podía proteger a Beth, ¿y la Virgen Escribana quería que se hiciera responsable de toda su maldita raza?

—¿Qué dices, guerrero?

Como si tuviera elección.

—Como desees, Virgen Escribana.

—Es una orden, guerrero. No es mi deseo, ni tampoco un favor que te pido. —Dejó salir una especie de bufido exasperado—. Levántate. Tus nudillos están sangrando sobre mi mármol.

Él se incorporó hasta quedar a su altura. Permaneció en silencio, pensando que probablemente ella le iba a imponer más condiciones.

Se dirigió a él en tono áspero:

—Tú no deseas ser rey. Eso es obvio. Pero es tu obligación por nacimiento, y ya es hora de que vivas de acuerdo con tu legado.

Wrath se pasó una mano por el cabello; una desagradable ansiedad hizo que sus músculos se tensaran.

La voz de la Virgen Escribana se suavizó un poco:

—No te preocupes, guerrero. No te abandonaré a tu suerte. Acudirás a mí y yo te ayudaré. Ser tu consejera es parte de mi propósito.

Al menos, aquello le daba una cierta tranquilidad, porque iba a necesitar mucha ayuda. No tenía ni la menor idea de cómo gobernar. Podía matar de cien maneras diferentes, desenvolver se en cualquier tipo de batalla, mantener la cabeza fría cuando el maldito mundo estaba en llamas. ¿Pero pedirle que se dirigiera a una muchedumbre de miembros de su pueblo? Sintió que el estómago se le revolvía.

—¿Guerrero?

—Sí, vendré a verte a menudo.

—Pero ese no es el favor que me debes.

—¿Cuál es…? —Se pasó la mano por el cabello—. Perdón, retiro la pregunta.

Ella se rio por lo bajo.

—Siempre has aprendido rápido.

—Me conviene. —Si iba a ser rey.

La Virgen Escribana flotó más cerca, y él se sintió embriagado por un perfume de lilas.

—Extiende tu mano. Así lo hizo.

Los negros pliegues se movieron cuando su brazo se alzó, dejando caer algo en su mano. Era un anillo, un pesado anillo de oro con un rubí engastado del tamaño de una nuez. Estaba tan caliente que no pudo retenerlo y lo dejó caer.

El Rubí Saturnino.

—Le darás esto de mi parte. Y yo presidiré la ceremonia.

Wrath recogió el regalo y lo apretó con fuerza, hasta que le pinchó en la palma de la mano.

—Nos honrarás con tu presencia.

—Sí, pero tengo otra intención.

—El favor.

Ella se rio.

—Eso ha estado bien. Una pregunta hecha en forma de afirmación. No te sorprenderá, por supuesto, que no te responda. Vete ahora, guerrero. Vete con tu hembra. Y esperemos que hayas hecho una buena elección.

La figura se dio la vuelta y se alejó.

—¿Virgen Escribana?

—Hemos terminado.

—Gracias.

Ella se detuvo cerca de la fuente. Los negros pliegues se agitaron cuando extendió las manos hacia la pequeña cascada de agua. Cuando la seda se deslizó hacia atrás, apareció una luz cegadora, como si sus huesos brillaran y su piel fuera translúcida. En el momento en que tocó el agua, un arco iris salió de sus manos, inundando el blanco patio.

Wrath siseó por la impresión cuando repentinamente su visión se hizo clara. El patio, las columnas, los colores, ella…, pudo distinguir todo a la perfección. Fijó la mirada en el arco iris. Amarillo, naranja, rojo, violeta, azul, verde. Los refulgentes colores eran tan brillantes que cortaban el aire. Sin embargo, su vívida belleza no hirió sus ojos. Absorbió aquella imagen, envolviéndola con su mente, reteniéndola en su memoria.

La Virgen Escribana lo miró de frente, y dejó caer la mano. Instantáneamente, los colores se desvanecieron ti, su visión se debilitó nuevamente.

Se dio cuenta de que le había dado un pequeño regalo, igual que cuando había puesto el anillo para Beth en sus manos.

—Estás en lo cierto —dijo ella suavemente—. Esperaba estar más cerca de ti. Tu padre y yo teníamos un vínculo, y estos solitarios siglos han sido largos y difíciles. Ya nadie celebra los antiguos ritos ni entona cánticos, no hay historia que preservar. Soy inútil, he sido olvidada. Pero lo peor —continuó—, es que puedo ver el futuro, y es lúgubre. La supervivencia de la raza no está asegurada. No podrás hacer esto solo, guerrero.

—Aprenderé a pedir ayuda.

Ella asintió.

—Empezaremos de nuevo, tú y yo. Y trabajaremos juntos, como debe ser.

—Como debe ser —murmuró él, arrastrando las palabras.

—Volveré contigo y tus hermanos esta noche —dijo ella—. Y la ceremonia se realizará conforme al ritual. Estableceremos un pacto adecuado, guerrero, y lo haremos de la forma apropiada. Suponiendo que la hembra te acepte.

Le dio la sensación de que la Virgen Escribana estaba sonriendo.

—Mi padre me dijo tu nombre —dijo—. Lo usaré, si así lo deseas.

—Hazlo.

—Te veremos entonces, Analisse. Haré los preparativos.