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Esto está mejor, pensó el señor X mientras cargaba a un inconsciente vampiro civil sobre el hombro. Arrastró rápidamente al macho a través del callejón, abrió la parte de atrás de la camioneta y se deshizo de su presa como si fuera un saco de patatas. Tuvo la precaución de colocar una manta negra de lana cubriendo su carga.

Sabía que esta vez su plan tendría éxito, y aumentar la dosis del tranquilizante Demosedan y añadirle Acepromazina había marcado la diferencia. Su intuición de usar tranquilizantes para caballos en lugar de sedantes destinados a humanos había sido correcta. A pesar de todo, el vampiro había necesitado dos dardos de Acepromazina antes de caer.

El señor X miró por encima del hombro antes de situarse detrás del volante. La prostituta que había matado estaba tendida sobre un desagüe; su sangre saturada de heroína se colaba por la alcantarilla. La amable muchacha incluso lo había ayudado con la aguja. Desde luego, ella no esperaba que la droga tuviese una pureza del 100%. Ni que corriera por sus venas en una cantidad suficiente como para hacer alucinar a un elefante.

La policía la encontraría por la mañana, pero él había sido muy cuidadoso: guantes de látex, una gorra sobre el cabello y ropa de nailon de un tejido muy tupido que no soltaba fibras. Y además, ella no había luchado.

El señor X encendió el motor pausadamente y se deslizó a través de la calle Trade.

Un fino brillo de sudor causado por la excitación apareció sobre su labio superior. Aquella sensación de la adrenalina bombeada por su cuerpo le hizo echar de menos los días en que todavía podía disfrutar del sexo. Aunque el vampiro no tuviera ni una información que proporcionarle, iba a divertirse el resto de la noche.

Pensó que podía empezar con el mazo.

No, sería mejor el torno de dentista bajo las uñas.

Eso debilitaría inmediatamente al macho. Después de todo, no tenía mucho sentido torturar a alguien que ha perdido el conocimiento. Sería como dar patadas a un cadáver. Él tenía que ser consciente de su dolor.

Escuchó un leve ruido procedente de la parte trasera. Miró por encima de su hombro. El vampiro se movía bajo la manta. Bien. Estaba vivo.

El señor X dirigió de nuevo la vista a la carretera v, frunciendo el ceño, se inclinó hacia delante, aferrando con fuerza el volante.

Delante de él vio el destello de unas luces de frenado. Los coches estaban parados en una larga fila. Un puñado de conos de color naranja obligaban a detenerse, Y las luces intermitentes azules y blancas anunciaban la presencia de la policía.

¿Un accidente? No. Un control.

Dos policías con linternas examinaban el interior de los vehículos, y a un lado de la calzada habían colocado un cartel en el que se leía: «Control de alcoholemia».

El señor X pisó el freno. Buscó en su bolsa negra, sacó su pistola de dardos Y disparó otros dos tiros al vampiro para acallar el ruido. Con las ventanillas oscuras y la manta negra tapando a su víctima, tal vez pasara sin mayores problemas, siempre que el macho no se moviera.

Cuando le tocó el turno, bajó la ventanilla mientras el policía se acercaba. La luz de la linterna del hombre se reflejó en el salpicadero, produciendo un resplandor.

—Buenas noches, oficial. —El señor X adoptó una expresión afable.

—¿Ha estado usted bebiendo esta noche, señor?

El policía, de mediana edad, tenía un aspecto anodino y vulgar. Su bigote necesitaba un buen arreglo y su cabello gris sobresalía de su gorra descuidadamente. Parecía un perro pastor, pero sin el collar antipulgas y la cola.

—No, oficial. No he bebido.

—Oiga, yo le conozco.

—¿De verdad? —El señor X sonrió todavía más mientras miraba hacia el cuello del hombre. La rabia le llevó a pensar en el cuchillo que tenía en la puerta del coche. Estiró un dedo y rozó el mango, tratando de tranquilizarse.

—Sí, usted le enseña jiujitsu a mi hijo. —Cuando el policía se inclinó hacia atrás, su linterna se balanceó un poco, alumbrando la bolsa negra que había en el asiento de al lado—. ¡Darryl, ven a conocer al sensei de Billy!

Mientras el otro policía caminaba hacia ellos, el señor X aprovechó para comprobar si la bolsa tenía la cremallera cerrada.

Sería una desgracia que vieran la pistola de dardos o la Glock de nueve milímetros que llevaba oculta allí.

Durante cinco minutos, tuvo una agradable charla con los dos policías mientras fantaseaba sobre la manera de acabar con ellos. Cuando puso en marcha la camioneta, se sorprendió de tener el cuchillo en la mano, casi en su regazo.

Tendría que desahogarse sacando fuera toda aquella agresividad.

‡ ‡ ‡

Wrath miró con atención los borrosos contornos del edificio comercial de un solo piso. Durante las dos últimas horas, él y Rhage habían estado vigilando la Academia de Artes Marciales Caldwell, intentando descubrir si allí se desarrollaba alguna actividad nocturna.

Las instalaciones estaban situadas en un extremo del centro comercial, al borde de una fila de árboles. Rhage, que la noche anterior había visitado el lugar, calculaba que ocupaba una superficie de unos seis mil metros cuadrados. Suficientemente grande para ser el centro de operaciones de los restrictores.

El aparcamiento se extendía hasta el frente de la academia, con quince plazas a cada lado. Tenía dos entradas: la principal, con puertas de doble cristalera, y una lateral sin ventanales. Desde su posición estratégica en el bosque, podían ver tanto el aparcamiento vacío como las entradas y salidas del edificio.

El resto de los accesos sólo eran callejones sin salida. Por el Gold’s Gym no habían desfilado más que tipejos. Cerraba a medianoche y abría a las cinco de la madrugada, y había estado silencioso las dos últimas noches. En el campo de paint-ball sucedía lo mismo, se quedaba vacío desde el momento en que cerraba sus puertas. Las mejores opciones eran las dos academias, y Vishous y los gemelos estaban al otro lado de la ciudad vigilando la otra.

Aunque los restrictores no tenían problemas con la luz diurna, salían a cazar de noche porque era entonces cuando sus presas se ponían en movimiento. Cerca del amanecer, los centros de reclutamiento y entrenamiento de la Sociedad solían utilizarse como sitios de reunión, aunque no siempre. Además, debido a que los restrictores cambiaban de local con frecuencia, uno de esos centros podía estar activo durante algunos meses, o quizás un año, y después ser abandonado.

Como Darius había sido atacado hacía sólo unos cuantos días, Wrath esperaba que la Sociedad aún no se hubiera trasladado.

Tocó su reloj.

—Demonios, son casi las tres.

Rhage se apoyó contra el árbol que tenía a su espalda.

—Entonces supongo que Tohr ya no vendrá esta noche.

Wrath se encogió de hombros, esperando ansiosamente que su compañero apareciera. No lo hizo.

—Es extraño en él. —Rhage hizo una pausa—. Pero no pareces sorprendido.

—No.

—¿Por qué?

Wrath volvió a encogerse de hombros.

—Me enfrenté con él, y no debí hacerlo.

—No voy a preguntar.

—Muy sensato por tu parte. —Y luego, por alguna razón absurda, añadió—: Necesito disculparme con él.

—Eso será una novedad.

—¿Soy tan detestable?

—No —respondió Rhage sin su habitual fanfarronería—. Sólo que no te equivocas con tanta frecuencia.

Viniendo de Hollywood, la franqueza le resultó sorprendente.

—Bueno, lo que le dije a Tohr fue algo realmente repugnante.

Rhage le palmoteó la espalda.

—Con la amplia experiencia que tengo ofendiendo a la gente, déjame decirte que no hay nada que no pueda arreglarse.

—Mezclé a Wellsie en esto…

—Esa no fue una buena idea.

—… Y lo que él siente por ella.

—Mierda.

—Sí. Más o menos.

—¿Por qué?

—Porque yo…

Porque había sido un idiota al rechazar los consejos de Tohr sobre un asunto que manejaba con enorme éxito desde hacía dos siglos. A pesar de que Tohr era todo un guerrero, mantenía una relación con una hembra de gran valía. Y era una buena unión, fuerte, amorosa. Él era el único de los hermanos que había podido hacer eso.

Wrath pensó en Beth. La imaginaba viniendo hacia él, pidiéndole que se quedara.

Estaba deseoso de encontrarla en su cama cuando volviera a casa. Y no porque quisiera poseerla. Quería dormir a su lado, descansar un poco, sabiendo que ella estaba segura junto a él.

Ah, diablos. Tenía el terrible presentimiento de que tendría que permanecer cerca de esa hembra durante algún tiempo.

—¿Por qué? —repitió Rhage.

Wrath sintió un picor en la nariz. Un olor dulzón, como de talco para bebés, flotaba en la brisa.

—Extiende la alfombra roja de bienvenida —dijo mientras se desabrochaba la chaqueta.

—¿Cuántos? —preguntó Rhage, dándose media vuelta.

Chasquidos de ramas y crujidos de hojas resonaron en la noche, y se hicieron cada vez más fuertes.

—Por lo menos tres.

—Caray.

Los restrictores venían directamente hacia ellos, a través de un claro en la arboleda. Hacían ruido, hablando y caminando despreocupadamente, hasta que uno de ellos se detuvo. Los otros dos hicieron lo mismo, guardando silencio.

—Buenas noches, muchachos —dijo Rhage, saliendo al descampado.

Wrath se acercó con sigilo. Cuando los restrictores rodearon a su hermano agachándose y sacando los cuchillos, él avanzó por entre los árboles. Entonces salió de las sombras y levantó del suelo a uno de los restrictores, con lo que empezó la lucha. Le cortó la garganta, pero no tuvo tiempo de rematarlo. Rhage se había ocupado de dos de ellos, pero el tercero estaba a punto de golpear al hermano en la cabeza con un bate de béisbol.

Wrath se precipitó sobre aquel bateador sin alma, derribándolo y apuñalándolo en la garganta. Un grito ahogado burbujeó en el aire. Wrath echó un vistazo a su alrededor, por si había más o su hermano necesitaba ayuda.

Rhage estaba perfectamente bien.

A pesar de su escasa visión, Wrath pudo percibir la extraordinaria belleza del guerrero cuando luchaba. Lanzaba sus puños y patadas con movimientos rápidos y ágiles. Estaba dotado de unos reflejos animales, con una enorme potencia y resistencia. Era un maestro del combate cuerpo a cuerpo, y los restrictores mordían el polvo una y otra vez, y con cada golpe les resultaba más difícil levantarse.

Wrath regresó junto al primer restrictor y se arrodilló sobre el cuerpo. Este se retorció mientras le registraba los bolsillos y cogía todos los documentos de identificación que pudo encontrar.

Estaba a punto de apuñalarlo en el pecho cuando ovó un disparo.