15

Butch descolgó el auricular y pidió a la central que enviasen a alguien de inmediato al patio trasero de Beth a recoger las armas y el dinero que había dejado ocultos bajo su chaqueta.

Mientras conducía, llevaba un ojo puesto en la carretera y otro en el espejo retrovisor. El sospechoso también lo miraba fijamente, con una sonrisa socarrona en su perverso rostro.

Jesús, aquel tipo era enorme. Ocupaba la mayor parte del asiento trasero y tenía la cabeza doblada en ángulo para no golpearse contra el techo cuando pasaban por encima de algún bache. Butch estaba ansioso por sacarlo del maldito coche.

Menos de cinco minutos después, salió de la calle Trade para entrar en el aparcamiento de la comisaría y dejó el vehículo tan cerca de la entrada posterior como le fue posible. Salió y abrió la puerta trasera.

—No me causes problemas, ¿vale? —dijo, aferrando el brazo del sujeto.

El hombre se puso de pie. Butch tiró de él. Pero el sospechoso empezó a caminar hacia atrás, alejándose de la comisaría.

—Camino equivocado.

El policía se detuvo con firmeza, hundiendo los talones en el pavimento, y tiró otra vez de él con fuerza. Pero el sospechoso continuó avanzando, arrastrando a Butch con él.

—¿Crees que no voy a dispararte? —preguntó el detective, desenfundando su arma.

De repente, todo se transformó.

Butch nunca había visto a nadie moverse tan rápido. En un segundo, el sujeto, que tenía los brazos detrás de la espalda, tiró las esposas al suelo y, con sólo un par de movimientos, el detective fue desarmado, inmovilizado con un brazo al cuello y arrastrado a un sitio oscuro.

La oscuridad se los tragó. Mientras Butch luchaba por defenderse, se percató de que estaban en el angosto callejón situado entre la comisaría y el edificio de oficinas vecino. Era muy estrecho, no estaba iluminado y tampoco había ventanas.

Cuando Butch saltó por los aires y fue empujado contra la pared de ladrillo, el poco aire que quedaba en sus pulmones salió de inmediato. De manera inconcebible, el hombre lo levantó del suelo sosteniéndolo por el cuello con una sola mano.

—No ha debido inmiscuirse, oficial —dijo el hombre con un gruñido profundo y acentuado—. Debió seguir su camino y dejar que ella viniera conmigo.

Butch aferró la garra de hierro. La enorme mano cerrada alrededor de su garganta estaba bloqueando el último aliento de vida. Intentó respirar, buscando aire desesperadamente. Su visión se hizo borrosa. Estaba a punto de perder el conocimiento. Supo, sin lugar a dudas, que no tenía escapatoria. Saldría del callejón en el interior de una bolsa, como el hombre le había prometido.

Un minuto más tarde abandonó toda resistencia; sus brazos cayeron inertes y quedaron colgando. Él quería luchar. Poseía voluntad para hacerlo, pero sus fuerzas se habían agotado.

¿Y la muerte? La aceptaba. Iba a morir cumpliendo con su deber, aunque como un idiota, por no haber pedido refuerzos. Aun así, era mejor y más rápido que acabar en una cama de hospital con alguna enfermedad lenta y desagradable. Y más honroso que suicidarse de un disparo. Lo cual era algo que Butch había barajado más de una vez.

Con su último aliento, intentó dirigir la mirada hacia el rostro del hombre. Su expresión era de absoluto control.

Este tipo ha hecho esto antes. Y está acostumbrado a matar. Por Dios, Beth.

Se le revolvieron las entrañas al pensar en lo que podría hacerle un hombre como aquel a Beth.

Wrath sintió que el cuerpo del policía se relajaba. Aún estaba vivo, pero no le quedaba mucho tiempo.

La ausencia total de miedo en aquel humano era algo notable. Al policía le había molestado ser sorprendido, y se había defendido de una manera admirable, pero en ningún momento había sentido miedo. Y ahora que se acercaba su Fade, estaba resignado a la muerte. Y casi podría jurar que suponía para él un alivio.

Maldición.

Wrath imaginó que él se hubiera sentido igual. Le resultaba penoso matar a alguien capaz de morir como lo haría un guerrero. Sin temor ni vacilación. Había muy pocos machos como este, tanto vampiros como humanos.

La boca del policía empezó a moverse. Estaba tratando de hablar. Wrath se inclinó.

—No… le… hagas daño.

El vampiro se sorprendió a sí mismo respondiendo:

—Estoy aquí para salvarla.

—¡No! —Una voz sonó en la entrada del callejón.

Wrath volvió la cabeza. Beth corría hacia ellos.

—¡Suéltalo!

Aflojó el apretón en la garganta del policía. No iba a matar a aquel tipo delante de ella. Necesitaba que confiara en él. Y desde luego no lo conseguiría si enviaba ante sus ojos al policía a encontrarse con el Creador.

Mientras Beth se detenía con un patinazo, Wrath abrió la mano, dejando caer al humano al suelo. Una respiración entrecortada y jadeante mezclada con una tos ronca se escuchó entre las sombras.

Beth cayó de rodillas ante el policía y miró hacia arriba.

—¡Casi lo matas!

Wrath soltó una maldición, sabiendo que tenía que largarse de allí. Pronto aparecerían otros policías.

Miró hacia el otro lado del callejón.

—¿Adónde crees que vas? —Su voz sonaba cortante a causa de la ira.

—¿Quieres que me quede aquí para que me arresten de nuevo?

—¡Mereces pudrirte en la cárcel!

Con una sacudida, el policía trató de levantarse, pero las piernas se le doblaron. Aun así, apartó las manos de Beth cuando esta las tendió hacia él.

Wrath necesitaba encontrar un rincón oscuro para poder desmaterializarse. Si Beth se había impresionado tanto por el hecho de que casi había matado a alguien, ejecutar el acto de desaparición frente a ella acabaría por horrorizarla por completo.

Se dio la vuelta y comenzó a alejarse. No le gustaba la idea de separarse de ella, ¿pero qué más podía hacer? Si le disparaban tilo mataban, ¿quién cuidaría de ella? Y no podía permitir que lo metieran en prisión. Las celdas tenían barras de acero, lo que significaba que cuando amaneciera no podría desmaterializarse para ponerse a salvo. Ante semejantes opciones, si un grupo de policías trataba de arrestarlo en ese momento, tendría que matarlos a todos. ¿Y entonces qué pensaría ella de él?

—¡Detente! —le gritó.

Él siguió adelante, pero las pisadas de Beth resonaron cuando se acercó corriendo.

La miró, frustrado por la forma en que habían salido las cosas. Gracias al pequeño altercado con su amigo, le temía, y eso lo complicaría todo cuando tuviera que cuidar de ella. No tenía tiempo suficiente para convencerla de que le acompañara voluntariamente. Lo que significaba que tendría que recurrir a la fuerza cuando se presentara su transición. Y no creía que fuera a gustarle a ninguno de los dos.

Cuando percibió su olor, supo que se acercaba peligrosamente la hora del cambio. Quizás debiera llevársela con él en ese preciso momento.

Wrath miró a su alrededor. No podía echársela al hombro allí mismo, a sólo unos metros de la comisaría de policía, y sobre todo mientras aquel maldito policía los observaba.

No, tendría que volver poco antes del amanecer y raptarla. Luego la encadenaría en la alcoba de Darius si era preciso. Tendría que elegir entre eso o que ella muriera.

—¿Por qué has mentido? —gritó Beth—. No conociste a mi padre.

—Sí que lo conocí.

—¡Mentiroso! —escupió ella—. ¡Eres un asesino y un mentiroso!

—Por lo menos tienes razón en lo primero.

Los ojos de ella se abrieron desmesuradamente, y el terror apareció reflejado en su rostro.

—Esas estrellas arrojadizas… en tus bolsillos. ¡Tú mataste a Mary! ¿No es cierto?

Él frunció el ceño.

—Nunca he matado a una mujer.

—¡Entonces también tengo razón en lo segundo!

Wrath miró al policía, que aún no se había recuperado por completo, pero pronto lo haría.

Maldita sea, pensó.

¿Y si Beth no tenía tiempo hasta el amanecer? ¿Qué pasaría si escapaba y no podía encontrarla?

Bajó el tono de la voz:

—Has sentido mucha hambre últimamente, ¿no es cierto?

Ella se echó hacia atrás sobresaltada.

—¿Qué?

—Hambre, pero no has ganado peso. Y estás cansada. Muy cansada. También has sentido ardor en los ojos, especialmente durante el día, ¿no? —Se inclinó hacia delante—. Miras la carne cruda y te preguntas qué sabor tendrá. Tus dientes, los superiores delanteros, te duelen, y también las articulaciones, y, sientes la piel tirante.

Beth parpadeó, con la boca abierta.

Detrás de ella, el policía trató de ponerse en pie, se tambaleó, y otra vez cayó sentado al suelo.

Wrath habló más rápido:

—Sientes que no encajas, ¿no es así? Como si todos los demás se movieran a una velocidad diferente, más despacio. Crees que eres anormal, distinta, que estás aislada, intranquila. Sientes que algo va a suceder, algo monumental. Cuando estás despierta, sientes temor de tus sueños, perdida en ambientes familiares. —Hizo una pausa—. No has sentido impulsos sexuales en absoluto, pero los hombres te encuentran increíblemente atractiva. Los orgasmos que tuviste anoche fueron los primeros que has experimentado.

Era todo lo que podía recordar sobre su existencia en el mundo humano antes de su transición.

Ella lo miró fijamente, estupefacta.

—Si quieres saber qué diablos te está sucediendo, tienes que acompañarme. Estás a punto de caer enferma, Beth. Y yo soy el único que puede ayudarte.

Ella dio un paso atrás. Miró al detective, que parecía estar reflexionando sobre las ventajas de permanecer tumbado.

El vampiro le cogió las manos.

—No te haré daño. Lo prometo. Si hubiera querido matarte, podía haberlo hecho anoche de diez maneras diferentes, ¿no estás de acuerdo?

Ella volvió la cabeza hacia él, y cerró los ojos mientras Wrath sentía cómo recordaba exactamente lo que él le había hecho. El olor de su deseo saturó dulcemente el olfato del vampiro.

—Hace un momento ibas a matar a Butch.

A decir verdad, no estaba muy seguro de eso. Un buen contrincante era difícil de encontrar.

—No lo he hecho.

—Pudiste hacerlo.

—¿De verdad importa? Aún respira.

—Sólo porque yo lo he evitado.

Wrath gruñó, y jugó la mejor baza que tenía:

—Te llevaré a casa de tu padre.

Ella abrió los ojos incrédula, y luego los entrecerró con suspicacia. Volvió a mirar al policía. Ya se había levantado y se apoyaba en el muro con una mano, con la cabeza colgando, como si fuera demasiado pesada para su cuello.

—Mi padre, ¿eh? —Su voz rezumaba desconfianza, pero también había en ella suficiente curiosidad, de modo que Wrath supo que había ganado la partida.

—Se nos agota el tiempo, Beth.

Hubo un largo silencio.

Butch levantó la cabeza y observó el callejón. En un par de minutos iba a intentar efectuar otro arresto. Su determinación era palpable.

—Tengo que irme —dijo Wrath—. Ven conmigo.

Ella cerró el puño con fuerza sobre el bolso.

—Que quede muy claro: no confío en ti.

Él asintió.

—¿Por qué deberías hacerlo?

—Y esos orgasmos no fueron los primeros.

—¿Entonces por qué te sorprendió tanto sentirlos? —dijo él suavemente.

—Apresúrate —murmuró ella, dándole la espalda al oficial—. Podemos conseguir un taxi en Trade. No le pedí que esperara al que me trajo aquí.