10
Beth recobró la conciencia lentamente. Fue como salir a la superficie después de un salto de trampolín perfectamente realizado.
Había un resplandor en su cuerpo, una cierta satisfacción mientras resurgía del nebuloso mundo del sueño.
Sintió algo en la frente.
Sus párpados se abrieron. Unos largos dedos masculinos se movían bajo el puente de su nariz, pasaron por su mejilla y descendieron a su barbilla.
Había suficiente luz natural procedente de la cocina, de modo que podía distinguir en la penumbra al hombre que estaba tendido a su lado.
Estaba totalmente concentrado en explorar su rostro. Tenía los ojos cerrados, el entrecejo fruncido, las gruesas pestañas contra sus pómulos altos y firmes. Estaba a su lado, sus hombros gigantescos le tapaban la vista de la puerta de vidrio.
¡Dios Santo, era enorme! Y macizo.
Sus antebrazos eran del tamaño de los muslos de ella. En su abdomen estaban resaltados los músculos de una forma espectacular. Sus piernas, gruesas y musculosas. Y su sexo era tan grande y magnífico como el resto de su cuerpo.
La primera vez que se había acercado a ella desnudo y tuvo oportunidad de tocarlo, quedó impresionada. No tenía ni rastro de vello en el torso ni en los brazos o piernas. Sólo piel lisa encima de músculos de acero.
Se preguntó por qué se afeitaría completamente, incluso allí abajo. A lo mejor se trataba de un culturista.
Aunque la razón de hacer el Full Mona, con una navaja de afeitar era un misterio.
Las imágenes de lo que había pasado entre ellos le resultaban un tanto imprecisas. No podía recordar exactamente cómo había entrado en su apartamento, o lo que le había dicho. Pero todo lo que habían hecho en posición horizontal era endiabladamente vívido.
Lo cual tenía sentido, ya que él le había hecho experimentar los primeros orgasmos de su vida.
Las yemas de los dedos giraron sobre su barbilla y subieron a sus labios. Le acarició el labio inferior con el dedo pulgar.
—Eres hermosa —le susurró. Su ligero acento le hacía arrastrar las erres, casi como si estuviera ronroneando.
Bien, eso es razonable, pensó ella.
Cuando él la tocaba, ella se sentía hermosa.
La boca de él se posó sobre la suya, pero no estaba buscando nada. El beso no era una petición, sino un gesto de agradecimiento.
En alguna parte de la habitación, sonó un móvil. El timbre no correspondía al suyo.
Él se movió tan rápidamente que ella dio un respingo. En un instante estaba a su lado, y al siguiente junto a su chaqueta, abriendo la tapa del teléfono.
—¿Sí? —La voz que antes le había dicho que era hermosa había desaparecido. Ahora gruñía.
Beth se cubrió el pecho con la sábana.
—Nos reuniremos en casa de D dentro de diez minutos. Colgó el teléfono, volvió a dejarlo en la chaqueta y recogió sus pantalones. Aquel intento de vestirse la hizo volver un poco a la realidad.
Dios, ¿realmente había tenido relaciones sexuales, verdaderamente alucinantes, con un completo extraño?
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
Cuando se estaba subiendo el pantalón de cuero negro, tuvo una magnífica visión de su trasero.
—Wrath. —Se dirigió a la mesa para recoger sus gafas. Cuando se sentó junto a ella, ya las tenía puestas—. Tengo que irme. Tal vez no pueda volver esta noche, pero lo intentaré.
Ella no quería que se fuera. Le gustaba la sensación de su cuerpo ocupando la mayor parte de su cama.
Extendió las manos hacia él, pero las retiró. No quería parecer necesitada.
—No, tócame —dijo él, doblándose hacia abajo, exponiendo con placer su cuerpo hacia ella.
Beth colocó la palma de la mano en su pecho. Su piel era cálida, su corazón latía de forma regular y acompasada. Notó que tenía una cicatriz redonda en el pectoral izquierdo.
—Necesito saber algo, Wrath. —Su nombre sonaba bien, aunque le resultaba ligeramente extraño—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Él sonrió un poco, como si le gustara su recelo.
—Estoy aquí para cuidar de ti, Elizabeth.
—Bueno, se podía decir que lo había hecho. —Beth. Me llaman Beth.
Él inclinó la cabeza.
—Beth.
Se puso de pie y alcanzó su camisa. Recorrió con las manos la parte delantera, como si buscara los botones. Ella pensó que no iba a encontrar muchos. La mayor parte se encontraban desperdigados por el suelo.
—¿Tienes una papelera? —preguntó él, como si se percatara de lo mismo.
—Allí. En el rincón.
—¿Dónde?
Ella se levantó, sosteniendo la sábana a su alrededor, y cogió la camisa. Arrojarla a la basura le pareció un desperdicio. Cuando lo miró de nuevo, él se había colocado una funda negra sobre la piel desnuda, en la que se veían dos dagas entrecruzadas en medio del pecho, con la empuñadura hacia abajo.
Curiosamente, al mirar sus armas se tranquilizó. La idea de que hubiera una explicación lógica para su aparición era un alivio.
—¿Ha sido Butch?
—¿Butch?
—El que te ha enviado a vigilarme.
Él se puso la chaqueta, cuyo volumen le ensanchó los hombros aún más. El cuero era tan oscuro como su cabello y una de las solapas tenía repujado un intrincado dibujo en hilo negro.
—El hombre que te atacó anoche —dijo—. ¿Era un extraño?
—Sí. —Se rodeó con sus propios brazos.
—¿La policía se ha portado bien contigo?
—Siempre lo hacen.
—¿Te dijeron su nombre? Ella asintió.
—Yo tampoco podía creerlo. Cuando Butch me lo dijo pensé que era una broma. Billy Riddle parece más un personaje de Barrio Sésamo que un violador, —pero estaba claro que tenía un modus operandi y algo de práctica.
Se detuvo. El rostro de Wrath tenía un aspecto tan feroz, que retrocedió un paso.
Jesús, si Butch era duro con los delincuentes, este tipo era mucho más que mortífero, pensó.
Pero entonces su expresión cambió, como si ocultara sus emociones porque sabía que podían asustarla. Se dirigió al baño y abrió la puerta. Boo saltó a sus brazos, y un ronroneo bajo y rítmico resonó en el denso aire.
Con toda seguridad no procedía de su gato.
El sonido gutural provenía del hombre mientras sostenía a su mascota en brazos. Boo aceptó gustoso aquella atención, frotando su cabeza contra la ancha palma que lo estaba acariciando.
—Te daré el número de mi móvil, Beth. Tienes que llamarme si te sientes amenazada de alguna forma.
Soltó al gato y recitó unos cuantos dígitos. Le hizo repetirlos hasta que los hubo memorizado.
—Si no te veo esta noche, quiero que vayas por la mañana al 816 de la avenida Wallace. Te lo explicaré todo. —Y luego simplemente la miró—. Ven aquí —dijo.
Su cuerpo obedeció antes de que su mente registrara la orden de moverse.
Cuando se le acercó, él le pasó un brazo alrededor de la cintura y la atrajo contra su duro cuerpo. Posó sus labios calientes y hambrientos sobre los de ella mientras hundía la otra mano en su cabello. A través de sus pantalones de cuero, ella pudo sentir que estaba nuevamente listo para el sexo.
Y ella estaba preparada para él.
Cuando él alzó la cabeza, deslizó la mano lentamente por su clavícula.
—Esto no formaba parte del plan.
—¿Wrath es tu primer nombre o tu apellido?
—Ambos. —Le dio un beso a un lado del cuello, chupándole la piel. Ella dejó caer un poco la cabeza, mientras su lengua la recorría—. ¿Beth?
—¿Hmm?
—No te preocupes por Billy Riddle. Tendrá lo que se merece.
La besó rápidamente y luego salió por la puerta de cristal. Ella se pasó la mano por el lugar donde él la había lamido. Sintió escozor.
Corrió a la ventana y levantó la cortina. Él ya se había ido.
‡ ‡ ‡
Wrath se materializó en el salón de Darius.
No había esperado que la noche transcurriera de esa forma, y aquella circunstancia adicional podía complicar la situación.
Ella era la hija de Darius. Estaba a punto de ver cómo todo su mundo se transformaba y se volvía del revés. Y peor aún, había sido víctima de un asalto sexual la noche anterior, por el amor de Dios.
Si hubiera sido un caballero, la habría dejado en paz.
Sí, ¿y cuándo fue la última vez que se había comportado de acuerdo con su linaje?
Rhage apareció frente a él. El vampiro llevaba una larga gabardina negra de corte militar encima de su ropa de cuero y, sin duda, el contraste con su belleza rubia era impresionante. Sabía perfectamente que el hermano usaba su físico de una forma implacable con el sexo opuesto y que, después de una noche de combate, su manera favorita de tranquilizarse era con una hembra. O con dos.
Si el sexo fuera comida, Rhage habría sido enfermizamente obeso.
Pero no era sólo una cara bonita. El guerrero era el mejor combatiente que la Hermandad tenía, el más fuerte, el más rápido, el más seguro. Nacido con un exceso de poder físico, pretería enfrentarse a los restrictores con las manos desnudas, guardando las dagas sólo para el final. Sostenía que era la única manera de conseguir alguna satisfacción con el trabajo. De lo contrario, los combates no duraban lo suficiente.
De todos los hermanos, Hollywood era el único del que hablaban los varones jóvenes de la especie, el venerado, al que todos querían emular. Pero eso era debido a que su club de admiradores únicamente veía la brillante superficie y los suaves movimientos.
Rhage estaba maldito. Literalmente. Se había metido en algún problema grave justo después de su transición. Y la Virgen Escribana, esa fuerza mística de la naturaleza que supervisaba a la especie desde el Fade, le había dado un castigo infernal. Doscientos años de terapia de aversión que aparecía siempre que él no conservaba la calma.
Había que sentir compasión por el pobre bastardo.
—¿Cómo te sientes esta noche? —preguntó Rhage.
Wrath cerró los ojos brevemente. Una borrosa imagen del cuerpo arqueado de Beth, captada mientras miraba hacia arriba desde el interior de sus piernas, lo invadió. Mientras fantaseaba saboreándola de nuevo, cerró los puños, haciendo crujir sus nudillos.
—Tengo hambre, pensó.
—Estoy listo —dijo.
—Un momento. ¿Qué es eso? —preguntó Rhage.
—¿Qué es qué?
—Esa expresión en tu cara. Y por Cristo, ¿dónde está tu camisa?
—Cállate.
—¿Qué…? Por todos los diablos. —Rhage soltó una risita—. Anoche tuviste algo de acción, ¿no es así?
Beth no era acción. ¡De ninguna manera!… y no sólo porque era la hija de Darius.
—Olvídalo, Rhage. No estoy de humor.
—Oye, soy el último en criticar. Pero tengo que preguntar: ¿era buena? Porque no pareces especialmente relajado, hermano. Quizá pueda enseñarle algunas cosas y después hacer que la pruebes otra vez.
Wrath arrinconó con lentitud a Rhage contra la pared, haciendo tambalear un espejo con los hombros del macho.
—Cierra el pico, o te lo cerraré yo de un puñetazo. Tú eliges, Hollywood.
Su hermano sólo estaba bromeando, pero había algo irrespetuoso en comparar su experiencia con Beth, aunque fuera remotamente, con la vida sexual de Rhage.
Y quizás Wrath empezaba a sentirse un poco posesivo.
—¿Me has entendido? —dijo, arrastrando las palabras.
—Perfectamente. —El otro vampiro sonrió de oreja a oreja, sus dientes mostraron un destello blanco en su impresionante rostro—. Pero tranquilízate. Normalmente no pierdes el tiempo con las hembras, y yo me alegro de saber que has echado una cana al aire, eso es todo. —Wrath lo soltó—. Aunque, por Dios, no es posible que te haya…
Wrath desenfundó una daga y la hundió en la pared a escasos milímetros del cráneo de Rhage. Pensó que el ruido del acero al atravesar el yeso sonaba bien.
—No insistas con el tema. ¿Has entendido?
El hermano asintió despacio mientras el mango de la daga vibraba al lado de su oreja.
—Oh, sí. Creo que todo ha quedado muy claro.
La voz de Tohrment diluyó la tensión:
—¡Hey! Rhage, ¿la has cagado otra vez?
Wrath se quedó quieto un instante más, sólo para cerciorarse de que el mensaje había sido recibido. Luego arrancó el cuchillo de la pared y dio un paso atrás, rondando por la habitación mientras llegaban los otros hermanos.
Cuando entró Vishous, Wrath llevó al guerrero a un lado.
—Quiero que me hagas un favor.
—Dime.
—Un macho humano. Billy Riddle. Quiero que apliques tu magia computarizada. Necesito saber dónde vive.
V se acarició la perilla.
—¿Está en la ciudad?
—Creo que sí.
—Considéralo hecho, mi señor.
Cuando todos estuvieron presentes, incluido Zsadist, que les había hecho el honor de llegar a tiempo, Wrath dio comienzo a la reunión.
—¿Qué sabemos del teléfono de Strauss, V?
Vishous se quitó su gorra de los Red Sox y se pasó una mano por el oscuro cabello. Habló mientras se volvía a colocarse la gorra.
—A nuestro muchacho le gustaba codearse con tipos musculosos, de tipo militar, y fanáticos de Jackie Chan. Tenemos llamadas al Gold’s Gym, a un campo de paint-ball y a dos centros de artes marciales. Ah, y le gustaban los automóviles. También había un taller mecánico en el registro.
—¿Y llamadas personales?
—Un par. Una a una línea fija desconectada hace dos días. Las otras a móviles, imposibles de rastrear, no locales. Llamé a todos los números repetidamente, pero nadie respondió. Esos identificadores de llamadas son una mierda.
—¿Has revisado sus antecedentes en Internet?
—Sí. Típico delincuente juvenil con gusto por lo violento. Encaja perfectamente en el perfil del restrictor.
—¿Qué sabemos de su casa? —Wrath miró por encima del hombro a los gemelos.
Phury miró de reojo a su hermano y luego empezó a hablar:
—Apartamento de tres habitaciones sobre el río. Vivía solo. Sin demasiadas pertenencias. Un par de armas bajo la carea, algunas municiones de plata y chalecos antibalas. Y una colección de porno que obviamente ya no usaba.
—¿Has cogido su frasco?
—Sí. Lo guardé en mi casa. Lo llevaré a la Tumba esta noche.
—Bien. —Wrath miró al grupo—. Nos dividiremos. Preparad todo lo necesario. Quiero entrar en esos edificios. Buscaremos su centro de operaciones en esa zona.
Dispuso a los guerreros en parejas, y él se quedó con Vishous. Les dijo a los gemelos que fueran al Gold’s Gym y al campo de paint-ball. Tohr y Rhage se encargarían de las academias de artes marciales.
Él y Vishous irían a echar un vistazo al taller mecánico, y esperaba tener suerte. Porque si alguien quisiera conectar una bomba a un automóvil, ¿no habría que tener a mano un elevador hidráulico? Antes de que todos salieran, Hollywood se acercó, con una seriedad que no era habitual en él.
—Hombre, Wrath, ya sabes que hago muchas idioteces —dijo Rhage—. No quise ofenderte. No lo mencionaré nunca más.
Wrath sonrió. Rhage era demasiado impulsivo, lo que explicaba tanto su fama de bocazas como su afición al sexo. Y el problema ya era bastante grave cuando era normal, por no mencionar el momento en que la maldición le trastornó el interruptor de la psique y la bestia cobró vida rugiendo.
—Hablo en serio, hombre —dijo el vampiro.
Wrath palmoteó a su hermano en el hombro. En términos generales, aquel hijo de perra era todo un camarada.
—Perdonado y olvidado.
—Siéntete libre de golpearme cuando quieras.
—Lo haré, créeme.
‡ ‡ ‡
El señor X condujo hasta un callejón del centro de la ciudad oscuro y con una entrada en ambos extremos. Después de aparcar la camioneta frente a un montón de contenedores de basura, cargó a Cherry Pie sobre su hombro y se alejó casi veinte metros. Ella gimió un poco al rozar contra su espalda, como si no quisiera que el movimiento perturbara el éxtasis causado por las drogas.
La tendió en el suelo, y no ofreció ninguna resistencia cuando le dio un tajo en la garganta. La observó un momento mientras de su cuello manaba la sangre brillante. En la oscuridad parecía aceite de motor. Humedeció la punta de uno de sus dedos en el líquido vital que salía a borbotones. Su olfato detectó la presencia de una enfermedad. Se preguntó si ella estaría enterada de que su hepatitis C estaba en un estadio muy avanzado. Al fin y al cabo, le estaba haciendo un favor ahorrándole un desagradable viaje hacia la muerte.
Aunque tampoco le hubiera importado matarla si gozara de buena salud.
Se limpió el dedo con el borde de la falda de la mujer y luego se dirigió hacia un montón de escombros. Un colchón viejo le serviría a la perfección. Apoyándolo contra los ladrillos, se parapeto detrás de él, sin notar el olor fétido que desprendía. Sacó su arma de dardos y esperó.
La sangre fresca atraía a los vampiros civiles como cuervos a un maizal.
Y tal como había supuesto, al poco rato apareció una figura al final del callejón. Miró a izquierda y derecha, y luego avanzó. El señor X sabía que el que se acercaba tenía que ser un vampiro. Cherry estaba bien disimulada en la oscuridad. No podía atraer la atención de nadie, salvo por el olor sutil de su sangre, algo que el olfato humano nunca podría captar.
El macho joven se apresuró a calmar su sed con avidez, cayendo sobre Cherry como si alguien hubiera preparado un banquete para él. Ocupado en beber, fue cogido por sorpresa cuando el primer dardo salió del arma e impactó en su hombro. Su instinto inmediato fue proteger su comida, de modo que arrastró el cuerpo de Cherry detrás de unos cubos de basura aplastados.
Cuando sintió el segundo dardo, giró y dio un salto, con los ojos puestos en el colchón.
El cuerpo del señor X se puso tenso, pero el macho avanzó de una forma más agresiva que eficaz. Los movimientos de su cuerpo estaban ligeramente descoordinados, lo que sugería que todavía estaba aprendiendo a controlar sus miembros después de su transición.
Dos dardos más no lograron reducirlo. Resultaba evidente que el Demosedan, un tranquilizante para caballos, no era suficientemente efectivo.
Obligado a luchar contra el macho, el señor X lo aturdió fácilmente dándole puntapiés en la cabeza, haciéndolo caer al sucio asfalto con un aullido de dolor.
El alboroto no pasó inadvertido.
Afortunadamente, se trataba de dos restrictores, y de algún humano curioso o de la policía, lo que sería todavía más fastidioso. Los restrictores se detuvieron al final del callejón y, después de intercambiar impresiones entre ellos un instante, avanzaron para investigar.
El señor X soltó una maldición. No estaba preparado para darse a conocer o descubrir lo que estaba haciendo. Necesitaba todavía engrasar la maquinaria de su estrategia de recopilación de información antes de implantarla y asignar misiones a los restrictores. Después de todo, un líder no debe ordenar nunca algo que no haya hecho él antes con éxito.
También se trataba de una cuestión de interés propio. Alguien podía intentar saltarse la cadena de mando y dirigirse directamente al Omega, ya fuese presentando la idea como propia, o argumentando fracasos preliminares. El Omega siempre recibía con satisfacción las iniciativas y las orientaciones novedosas. Y tratándose de lealtad, no la tenía con nadie.
Además, la impresión que el Omega podía tener ante un pequeño fracaso era apresurada y terrible. El anterior jefe del señor X lo había experimentado perfectamente hacía tres noches.
Extrajo los dardos del cuerpo. Habría preferido matar al vampiro, pero no tenía suficiente tiempo. Con el macho todavía gimiendo en el suelo, el señor X corrió a toda velocidad hacia la otra salida del callejón, sin despegarse de la pared. Después mantuvo apagadas las luces de la camioneta hasta que se perdió entre el tráfico.