7
Cuando Rhage se quedó dormido, Butch y V salieron al pasillo y se dirigieron al estudio privado de Wrath. Generalmente, Butch no estaba presente cuando la Hermandad trataba sus asuntos, pero Vishous iba a hacer un informe sobre lo que habían encontrado de camino a casa, y Butch era el único que había visto de cerca al restrictor del árbol.
Cuando cruzó el umbral, tuvo la misma reacción que siempre sufría ante aquella decoración estilo Versalles: simplemente no encajaba. Todas esas espirales doradas en las paredes, esas pinturas del techo, de niños obesos con alas, y ese mobiliario extravagante. El lugar parecía la guarida de uno de aquellos anticuados franceses de peluca empolvada. No era el estado mayor de unos luchadores de élite.
Pero qué diablos. La Hermandad se había mudado a la mansión porque era conveniente y segura, no porque les gustara la chocante decoración.
Tomó una silla de patas largas y finas y trató de sentarse sin apoyar todo su peso, por lo que pudiera ocurrir. Cuando se acomodó, hizo una inclinación de cabeza en dirección a Tohrment, sentado sobre el sofá tapizado de seda del otro extremo de la habitación. El vampiro ocupaba la mayor parte del mueble, con su enorme cuerpo extendido sobre los cojines azules. Su cabello negro cortado al estilo militar y sus anchos hombros lo caracterizaban de tipo duro, pero la mirada azul contaba otra historia.
Debajo de toda esa dureza de guerrero, Tohr era en realidad un sujeto agradable. Y sorprendentemente afectivo, teniendo en cuenta que se ganaba la vida pateando culos de muertos vivientes. Era el líder oficial de la Hermandad desde que Wrath había ascendido al trono dos meses atrás, y el único guerrero que no vivía en la mansión. La shellan de Tohr, Wellsie, esperaba su primer hijo, y no estaba dispuesta a irse a vivir con un puñado de tipos solteros. ¿Quién podía reprochárselo?
—O sea, que habéis tenido un poco de diversión camino de casa —dijo Tohr a Vishous.
—Sí, y esta vez Rhage se ha empleado de verdad —replicó V sirviéndose un trago de vodka del bar.
Phury entró a continuación, e inclinó la cabeza a modo de saludo. A Butch le agradaba en verdad ese hermano, a pesar de que no tenían mucho en común. Sólo compartían cierto fetichismo en la vestimenta, aunque incluso ahí diferían. La rutina de Butch en cuanto a la ropa era como una capa nueva de pintura en una casa barata. En cambio el estilo y la masculina elegancia de Phury eran algo innato. Era letal, no cabía duda, pero daba una indudable sensación de metrosexual.
La impresión de caballero refinado no era sólo efecto de sus elegantes trapos, como el suéter de casimir negro y los finos pantalones de sarga que llevaba puestos. El hermano poseía la mata de cabello más asombrosa que Butch hubiera visto nunca. Las largas y abundantes ondas rubias, pelirrojas y castañas serían extraordinariamente hermosas incluso para una mujer. Y sus extraños ojos amarillos, que relucían como el oro bajo los rayos del sol, aumentaban su atractivo.
Por qué era célibe era un total misterio.
Cuando Phury fue hasta el bar y se sirvió un vaso de vino de Oporto, su cojera era apenas perceptible. Butch había escuchado que el sujeto perdió tiempo atrás la pierna por debajo de la rodilla. Ahora tenía una extremidad artificial, pero evidentemente eso no entorpecía lo más mínimo su rendimiento en el campo de batalla.
Butch volvió la vista cuando alguien más entró en la habitación.
Por desgracia, el gemelo de Phury había decidido comparecer a tiempo. Menos mal que al menos Zsadist fue hasta el rincón más apartado y allí se quedó, alejado del resto. Eso era bueno para Butch, porque aquel bastardo lo ponía muy nervioso.
El rostro lleno de cicatrices de Z y sus lustrosos ojos negros eran sólo la punta del iceberg de su chocante personalidad. El cabello cortado al rape, la quincalla alrededor del cuello y muñecas, los piercings; era un peligro ambulante, y acumulaba un odio de alto voltaje, suficiente para respaldar con hechos la impresión que daba. En el lenguaje de la policía, era una amenaza triple. Frío como la piedra. Perverso como una serpiente. Impredecible como el demonio.
Aparentemente, Zsadist había sido raptado de niño y vendido a alguna clase de practicantes de la esclavitud. Los ciento y pico años que pasó cautivo habían eliminado cualquier huella humana, o mejor dicho, vampírica, de él. Ahora no era más que un montón de oscuras pasiones atrapadas en una piel estropeada. Y cualquiera que supiera lo que le convenía se apartaba de su camino.
Del pasillo llegó el sonido de fuertes pisadas. Los hermanos callaron, y un momento después Wrath ocupó todo el umbral de la puerta.
Wrath era un individuo de pesadilla, enorme, con cabellos oscuros y labios crueles. Usaba gafas de sol todo el tiempo, llevaba mucho cuero y era la última persona del mundo a quien cualquiera querría fastidiar.
Pero también resultaba ser el primero en la lista de hombres que Butch elegiría para que le cuidaran las espaldas. Él y Wrath habían establecido un fuerte vínculo la noche que el vampiro recibió un disparo mientras rescataban a su esposa de manos de los restrictores. Butch ayudó, y eso bastaba. Eran inseparables.
Wrath entró en la habitación como si fuera el dueño del mundo entero. Este hermano se comportaba como un verdadero emperador, lo cual tenía sentido, porque eso era exactamente. El Rey Ciego. El último vampiro de pura sangre que quedaba en el planeta. El gobernante de su raza.
Wrath miró hacia Butch.
—Cuidaste bien de Rhage esta noche. Te lo agradezco.
—Él hubiera hecho lo mismo por mí.
—Sí, lo habría hecho. —Wrath fue detrás del escritorio y se sentó, cruzando los brazos sobre el pecho—. Esto es lo que sucede. Havers atendió un caso de trauma esta noche. Macho civil. Golpeado hasta la náusea, apenas consciente. Antes de morir, le contó a Havers que los restrictores lo habían torturado. Querían saber algo de la Hermandad, dónde vivíamos, qué sabía de nosotros.
—Otro —murmuró Tohr.
—Sí. Creo que estamos ante un cambio de estrategia de la Sociedad Restrictiva. El macho describió un lugar acondicionado para interrogatorios violentos. Por desgracia, murió antes de poder dar su ubicación. —Wrath clavó la mirada en Vishous—. V, quiero que visites a la familia del civil y les digas que su muerte será vengada. Phury, ve donde Havers y habla con la enfermera que escuchó la mayor parte de lo que dijo el macho. A ver si puedes conseguir alguna pista de dónde lo tenían y cómo escapó. No voy a permitir que usen a mis civiles como alfombrilla para limpiarse los zapatos.
—También lo están haciendo con los de su propia clase —interrumpió V—. Encontramos a un restrictor colgado de un árbol cuando veníamos. Rodeado de amigos suyos.
—¿Qué le hicieron?
Butch tomó la palabra.
—Muchísimo. Ya no respiraba, lo torturaron hasta matarlo. ¿Asesinan con frecuencia a los suyos?
—No. No lo hacen.
—Entonces se trata de una casualidad de mil demonios, ¿no es verdad? Un civil escapa de un campo de torturas esta noche. Un restrictor aparece convertido en alfiletero…
—Estoy de acuerdo contigo, policía. —Wrath se volvió hacia V—. ¿Obtuviste alguna información de esos restrictores, o Rhage arrasó con todo antes de poder preguntar algo?
V meneó la cabeza.
—Todo desapareció.
—No exactamente. —Butch buscó en su bolsillo y sacó la cartera que había retirado del restrictor linchado—. Le quité esto al que mataron. —Revisó el contenido y encontró el permiso de conducir—. Gary Essen. Qué casualidad, vivía en mi viejo edificio. Vaya, uno nunca conoce a los vecinos.
—Yo registraré el apartamento —dijo Tohr.
Cuando Butch entregó la cartera, los hermanos se pusieron de pie, listos para salir.
Tohr habló antes de que alguien se marchara.
—Hay otra cosa. Recibimos una llamada telefónica esta noche. Una hembra civil encontró a un macho joven que anda solo por ahí. Llevaba consigo el nombre Tehrror. Le dije que lo llevara al centro de entrenamiento mañana por la noche.
—Interesante —dijo Wrath.
—No puede hablar, y su traductora vendrá con él. A propósito, es humana. —Tohr sonrió y puso la cartera del restrictor en el bolsillo trasero de su pantalón de cuero—. Pero no hay que preocuparse por eso. Borraremos sus recuerdos.
‡ ‡ ‡
Cuando el señor X abrió la puerta principal de la cabaña, la escasa preocupación que demostraba el señor O no mejoró su humor en lo más mínimo. El restrictor del otro lado parecía seguro, imperturbable. Algo de humildad lo hubiera ayudado un poco, pero ni la debilidad ni la sumisión eran parte de la naturaleza de ese hombre. Por ahora.
El señor X se dirigió a su subordinado secamente.
—¿Sabes algo? Todo lo que estamos hablando aquí no me convence en absoluto. No debí confiar en ti. ¿Te importaría explicarme por qué mataste a todo tu escuadrón?
El Señor O se dio vuelta en redondo.
—¿Disculpe? ¿Cómo dice?
—No trates de esconderte detrás de tus mentiras, es muy molesto. —El señor X cerró la puerta.
—Yo no los maté.
—¿Y una criatura lo hizo? Por favor, señor O. Por lo menos podrías ser más original. Mejor sería que culparas a la Hermandad. Eso habría sido más plausible.
El señor X fue hasta el otro extremo de la habitación principal de la cabaña, guardando silencio por un tiempo, tratando de que su subordinado se pusiera lo más nervioso posible. Ociosamente revisó su ordenador portátil y luego paseó la vista por sus aposentos privados. El lugar era rústico, el mobiliario escaso, las treinta hectáreas que rodeaban la propiedad eran una excelente barrera defensiva. El inodoro no funcionaba, pero como los restrictores no comían, esa clase de instalaciones era innecesaria. Sin embargo, la ducha funcionaba perfectamente.
Y hasta que se instalaran en otro centro de reclutamiento, aquel humilde puesto de avanzada sería el cuartel general de la Sociedad.
—Le he dicho exactamente lo que vi —dijo el señor O, rompiendo el silencio—. ¿Por qué habría de mentir?
—El porqué es irrelevante para mí. —El señor X abrió con indiferencia la puerta de la alcoba. Los goznes rechinaron—. Debes saber que envié un escuadrón a ese lugar mientras tú venías hacia acá. Informaron de que no quedaba nada de los cadáveres, así que presumo que los sepultaste en algún lugar desconocido. Y confirmaron que hubo una lucha de grandes proporciones, con mucha sangre. Imagino cómo habrá luchado tu escuadrón contra ti. Debiste luchar espectacularmente para ganarlos.
—Si los hubiera matado como dice, ¿por qué está limpia la mayor parte de la ropa que llevo?
—Te cambiaste antes de venir. No eres estúpido. —El señor X se colocó bajo el dintel de la puerta de la alcoba—. Así que aquí estamos, señor O. Eres una maldita molestia, y la pregunta que necesito hacerme es si tú vales toda esta irritación. Esos que mataste allá eran Veteranos. Restrictores avezados. ¿Sabes cuánto tiempo…?
—Yo no los maté…
El señor X dio dos rápidos pasos hacia delante y le propinó un golpe a O en la mandíbula. El otro hombre cayó al suelo.
El señor X colocó después una de sus botas sobre un lado de la cara del señor O, inmovilizándolo.
—Terminemos ya con las mentiras, ¿quieres? ¿Tienes idea de cuánto tiempo cuesta fabricar un Veterano? Décadas, siglos. Tú te las arreglaste para aniquilar a tres de ellos en una sola noche. Eso te lleva a un total de cuatro, contando al señor M, a quien mataste sin mi permiso. Y también están los Beta que también asesinaste esta noche.
El señor O estaba completamente furioso; su mirada feroz asomaba desde el otro lado de la suela de la bota Timberland. El señor X apoyó todo el peso del cuerpo sobre su pie, hasta que los párpados del otro restrictor se abrieron completamente por efecto de la presión.
—Así que, de nuevo, tengo que preguntarme, ¿vales la pena? Hace sólo tres años que estás en la Sociedad. Eres fuerte, eres efectivo, pero estás demostrando ser imposible de controlar. Te coloqué entre Veteranos porque presumí que así alcanzarías su nivel de excelencia y temple. En lugar de eso, los mataste.
El señor X sintió que la sangre le hervía y se recordó a sí mismo que la ira no era apropiada para un líder. La calma, el dominio y la sangre fría funcionaban mejor. Respiró profundamente antes de hablar de nuevo.
—Has aniquilado a algunos de nuestros mejores efectivos esta noche. Y eso tiene que parar, señor O. En este preciso momento.
El señor X levantó la bota. El otro restrictor se puso en pie de un salto inmediatamente.
Justo cuando el señor O estaba a punto de hablar, un extraño y discordante zumbido resonó a través de la noche. Giró la vista en dirección al sonido.
El señor X sonrió.
—Ahora, si no te importa, entra en la alcoba de inmediato.
El señor O se agazapó, colocándose en posición de ataque.
—¿Qué es eso?
—Es hora de proceder a una pequeña modificación de comportamiento. Un leve castigo también. Así que entra en la alcoba.
Para entonces el sonido era tan alto que parecía más una vibración en el aire que algo que los oídos pudieran registrar.
—Le he dicho la verdad —gritó el señor O.
—A la alcoba. El momento de hablar ya pasó. —El señor X miró por encima del hombro, en dirección al zumbido—. Venga, por todos los demonios.
Aplicó sus grandes músculos en el cuerpo del otro restrictor y arrojó a pulso al señor O hasta la otra habitación, dándole un empellón para dejarlo sobre la cama.
De un golpe, la puerta principal se abrió de par en par.
Los ojos del señor O casi se salieron de sus órbitas en cuanto vio al Omega.
—Oh… Dios… no…
El señor X limpió la ropa del hombre, le colocó la chaqueta y la camisa. Por añadidura, le peinó la oscura cabellera castaña y lo besó en la frente, como si fuera un niño.
—Si me disculpáis —murmuró el señor X—, os dejaré solos.
El señor X salió de la cabaña por la puerta trasera. Estaba entrando en el coche cuando empezaron los gritos.