4

Rhage divisó a la primera presa de esa noche. Era una hembra humana rubia, muy estimulada y lista para lo que fuera. Como el resto de las de su especie presentes en el bar, le había estado enviando todo tipo de señales. Exhibiendo el trasero, atusándose el peinado cabello, retirando tarde la mirada.

—¿Has encontrado algo de tu agrado? —preguntó V secamente.

Rhage asintió con la cabeza y encorvó un dedo en dirección a la hembra elegida. Ella acudió a la llamada. Esa docilidad de los humanos le gustaba sobremanera.

Estaba evaluando las curvas de sus caderas, cuando otro curvilíneo cuerpo femenino atrajo su mirada. Alzó la vista y tuvo que hacer un esfuerzo para no quedar boquiabierto.

Caith era única en su clase, y muy hermosa, con su cabello negro y sus ojos oscuros. Pero era una perseguidora de Hermanos, que andaba siempre husmeando por ahí, ofreciéndose, dispuesta a ligar con ellos. Él tenía la sensación de que los consideraba simples trofeos, algo de qué vanagloriarse. Y eso era irritante.

En lo que a él concernía, era una perra.

—Hola, Vishous —dijo ella con una voz cadenciosa y sensual.

—Buenas noches, Caith. —V tomó un sorbo de su Grey Goose—. ¿Qué te cuentas?

—Me preguntaba dónde te habrías metido.

Rhage miró más allá de la cadera de Caith. Gracias a Dios, a la rubia no la había desanimado un poco de competencia. Se dirigía hacia la mesa.

—¿No saludas, Rhage? —preguntó Caith.

—Lo haré si te apartas del camino. Estás bloqueando mi vista.

La hembra rio.

—Otra de tu interminable lista. Qué suerte tiene.

—Ya quisieras estar en su lugar, Caith.

—Sí, ya quisiera. —Sus ojos, predadores y calientes, recorrieron el cuerpo del macho—. ¿No quieres pasar un rato con Vishous y conmigo?

Cuando ella extendió la mano para acariciarle el cabello, él le sujetó la muñeca.

—Ni siquiera lo intentes.

—¿Cómo es que lo haces con tantas humanas y a mí me rechazas?

—Simplemente, no siento interés por ti.

Ella se inclinó, hablándole al oído.

—Deberías probarme alguna vez.

Él la retiró bruscamente, apretándole los huesos con la mano.

—Eso es, Rhage, aprieta más fuerte. Me gusta que me hagas daño. —La soltó de inmediato, y ella sonrió mientras se frotaba la muñeca—. Entonces, ¿estás ocupado, V?

—Acabo de llegar. Quizás un poco más tarde.

—Ya sabes dónde encontrarme.

Cuando se fue, Rhage se volvió a mirar a su hermano.

—No sé cómo la soportas.

V tomó un trago de vodka, observando a la hembra con los ojos entornados.

—Tiene sus atributos.

La rubia llegó y se detuvo frente a Rhage, adoptando una especie de pose. Él le puso ambas manos sobre las caderas y la atrajo hacia sí de forma que quedara a caballo sobre sus muslos.

—Hola —dijo ella, resistiéndose a su sujeción. Estaba ocupada observándolo, evaluando su ropa, fijándose en el pesado Rolex de oro que asomaba por debajo de la manga de su impermeable. El aire calculador de sus ojos era tan frío como el centro de su pecho.

Si hubiera podido marcharse, lo habría hecho; estaba absolutamente hastiado de toda aquella mierda. Pero su cuerpo necesitaba el desfogue, lo exigía. Podía sentir su empuje creciente, arrollador, y, como siempre, esa atroz quemadura dejaba destrozado su muerto corazón.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Tiffany.

—Encantado de conocerte, Tiffany —dijo él, mintiendo.

‡ ‡ ‡

A sólo unos quince kilómetros de allí, en la piscina del patio trasero de Mary, esta, John y Bella lo estaban pasando sorprendentemente bien.

Mary rio estrepitosamente y miró a John.

—¿Lo dices en serio?

—Es verdad. Iba y venía de un teatro a otro.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Bella, sonriendo abiertamente.

—Vio Matrix cuatro veces el día del estreno.

La mujer rio.

—John, siento decírtelo, pero eso es patético.

Él sonrió tímidamente, sonrojándose un poco.

—¿También viste la serie completa de El señor de los anillos? —preguntó ella.

Él negó con la cabeza, hizo unas señas, y miró expectante a Mary.

—Dice que le gustan las artes marciales —tradujo—. No los duendes.

—No puedo culparlo. No soporto todo ese lío de los pies peludos.

Una ráfaga de viento hizo volar las hojas caídas y algunas se posaron sobre la piscina. John estiró la mano y tomó una.

—¿Qué es eso que hay en tu muñeca? —preguntó Mary.

John mostró el brazo para que ella pudiera inspeccionar el brazalete de cuero. En él había unas marcas metódicamente dispuestas, una especie de mezcla de jeroglíficos y caracteres chinos.

—Es muy bonito.

—Lo hice yo.

—¿Puedo verlo? —preguntó Bella, inclinándose. Su sonrisa se desintegró y sus ojos se entornaron al posarse sobre la cara de John—. ¿Dónde conseguiste esto?

—Dice que él mismo lo hizo.

—¿De dónde dices que eres?

John retrajo el brazo, visiblemente nervioso por la sorprendente reacción de Bella.

—Vive aquí —dijo Mary—. Nació aquí.

—¿Dónde están sus padres?

Mary miró hacia su amigo, preguntándose por qué Bella se mostraba ahora tan interesada en esos detalles.

—No tiene.

—¿Ninguno?

—Me dijo que creció en un hogar de acogida, ¿no es así, John?

John asintió y apretó el brazo contra el estómago, protegiendo su brazalete.

—Esos signos —insistió Bella—. ¿Sabes lo que significan?

El chico negó con la cabeza y luego hizo una mueca y se frotó las sienes. Después de un momento, sus manos empezaron a hacer señas lentamente.

—Dice que no significan nada —murmuró Mary—. Simplemente sueña con ellos y le gustan, le parecen bonitos. Bella, relájate un poco, ¿quieres?

La mujer pareció percatarse de lo inconveniente de su actitud.

—Lo siento. Yo… eh, de verdad, lo siento mucho.

Mary miró a John y trató de tranquilizarlo.

—¿Y qué otras películas te gustan?

Bella se puso de pie y se calzó las zapatillas. Sin calcetines.

—¿Me disculpáis un momento? Vuelvo enseguida.

Antes de que Mary pudiera decir algo, la mujer cruzó el césped con paso rápido. Cuando estuvo lejos, John alzó la vista hacia Mary. Aún conservaba la mueca de desagrado.

—Ya debo irme.

—¿Te duele la cabeza?

John se presionó el entrecejo con los nudillos.

—Me siento como si hubiera tomado varios kilos de helado en un momento.

—¿Cuándo comiste por última vez?

Él se encogió de hombros.

—No sé.

El pobre chico probablemente sufría de hipoglucemia.

—Escucha, ¿por qué no entras y cenas conmigo? Lo último que comí fue un bocadillo, y eso fue hace unas ocho horas.

Su orgullo se evidenció en la firme sacudida de la cabeza.

—No tengo hambre.

—Entonces, ¿me acompañas mientras como? —Pensó que así quizás podría conseguir que comiese algo finalmente.

John se puso de pie y tendió la mano como para ayudarla a levantarse. Ella tomó la pequeña palma y se apoyó sólo lo suficiente para que él sintiera algo de su peso. Juntos se dirigieron a la puerta trasera, zapatos en mano. Sus pies descalzos dejaban huellas húmedas sobre las gélidas losas que rodeaban la piscina.

‡ ‡ ‡

Bella irrumpió en su cocina y allí se detuvo en seco. En realidad no tenía pensado ningún plan cuando se despidió precipitadamente. Sólo sabía que tenía que hacer algo.

John era un problema. Un problema grave.

No podía creer que no lo hubiera reconocido nada más verlo. Pero claro, aún no había sufrido el cambio. Y además, ¿qué andaba haciendo un vampiro en el patio trasero de Mary?

Bella estuvo a punto de soltar una carcajada. Ella pasaba gran parte del tiempo en el patio trasero de Mary. Así que ¿por qué no podían hacer lo mismo otros como ella?

Se llevó las manos a las caderas y se quedó mirando el suelo fijamente. ¿Qué diablos iba a hacer? Cuando registró la mente consciente de John, no había encontrado nada relacionado con su raza, su gente, sus tradiciones. El muchacho no sabía nada, no tenía idea de quién era en realidad o en qué se iba a convertir. Y era verdad que no sabía qué significaban esos símbolos.

Ella sí. En su brazalete, estaba escrita la palabra «Tehrror», en el antiguo idioma. El nombre de un guerrero. ¿Y cuánto tiempo quedaba para su transición? Parecía tener muy poco más de veinte años, lo cual significaba que aún quedaban uno o dos. Pero si estaba equivocada, si se encontraba más cerca de los veinticinco, podía estar en peligro inminente. Si no tenía una hembra vampiro que lo ayudara a soportar el cambio, moriría.

Su primer pensamiento fue llamar a su hermano. Rehvenge siempre sabía qué hacer. El problema era que, una vez que ese macho se involucraba en una situación, asumía el mando total. Y tenía tendencia a amenazar de muerte a todo el mundo.

Havers; podía pedir ayuda a Havers. Como médico, averiguaría cuánto tiempo le quedaba al chico antes de la transición. Y quizá consiguiera que John permaneciera en la clínica hasta que su futuro se esclareciese.

El problema era que no estaba enfermo. Era un macho en pretransición y físicamente débil, pero no había percibido síntomas de enfermedad en él. Y Havers dirigía una instalación médica, no un albergue.

Por otra parte, ¿podría hacer algo ese otro hombre? Era un guerrero…

Bingo.

Salió de la cocina y fue a la sala de estar, donde buscó la libreta de direcciones que guardaba en el escritorio. En la parte trasera, en la última página, había escrito un número que circuló mucho en los últimos diez años. Decían los rumores que si uno llamaba podía comunicarse con la Hermandad de la Daga Negra. Los guerreros de la raza.

A ellos les gustaría saber que había un chico con un nombre como el de ellos abandonado a su suerte. Quizá lo acogieran.

Las manos le sudaban cuando descolgó el teléfono, y casi esperaba que, o el número no la comunicara a ninguna parte, o que le respondiera alguien diciéndole que se fuera al infierno. En lugar de eso, escuchó una voz metálica que repetía el número que ella había marcado, y luego un pitido. Era un contestador.

«Me… me llamo Bella. Busco a la Hermandad. Necesito… ayuda». Dejó su número y colgó, pensando que era mejor ser breve. Si estaba mal informada, no quería dejar un mensaje detallado en el contestador telefónico de algún humano.

Miró por la ventana y vio el prado y el brillo de la casa de Mary en la distancia. No sabía cuánto tardarían en responder a su llamada, si es que respondían. Probablemente debía regresar y averiguar dónde vivía el chico. Y por qué conocía a Mary.

Santo Dios, Mary. Esa horrible enfermedad había regresado. Bella había sentido el retorno del mal y estaba pensando qué hacer, si decirle algo a su amiga, cuando Mary le comentó que tenía cita para su reconocimiento médico trimestral. Eso había ocurrido un par de días antes, y esta noche Bella pensaba preguntarle cómo habían salido las cosas. Tal vez podía ayudarla de alguna manera.

Moviéndose rápidamente, regresó a las puertas de vidrio que daban al jardín. Averiguaría algo más acerca de John y…

Sonó el teléfono.

¿Tan pronto? No podía ser.

Se estiró sobre el mostrador y descolgó el auricular de la cocina.

—¿Diga?

—¿Bella? —La voz masculina era profunda. Dominante.

—Sí.

—Acabas de llamarnos. ¿Qué quieres?

Ella se aclaró la garganta. Como cualquier civil, lo sabía todo sobre la Hermandad: sus nombres, sus reputaciones, sus triunfos y leyendas. Pero nunca había conocido a uno de ellos. Y era un poco difícil creer que estaba hablando con un guerrero desde su cocina.

«Así que ve al grano», se dijo.

—Yo, eh, tengo un problema. —Explicó al macho lo que sabía sobre John.

Durante un momento hubo un silencio.

—Mañana por la noche lo traerás con nosotros.

Sintió angustia. ¿Cómo podía lograr eso?

—El chico no habla. Puede oír, pero necesita un traductor para que lo entiendan.

—Entonces trae uno con él.

Ella se preguntó cómo se sentiría Mary al verse enredada en su mundo.

—La hembra que está usando esta noche de traductora es humana.

—Nos encargaremos de su memoria.

—¿Cómo puedo encontrarlos a ustedes?

—Enviaremos un coche a buscarte. A las nueve.

—Mi dirección es…

—Sabemos dónde vives.

Cuando terminó la llamada, sintió un escalofrío.

Ahora sólo tenía que conseguir que John y Mary accedieran a ver a la Hermandad.

Cuando regresó al granero de Mary, John estaba sentado a la mesa de la cocina, mientras la hembra tomaba una sopa. Ambos alzaron la vista a su llegada, y ella trató de ser natural cuando se sentó. Esperó un poco antes de poner el anzuelo.

—Oye, John, conozco a unos sujetos expertos en artes marciales. —No era exactamente mentira. Había oído que los hermanos eran casi invencibles en todas las formas de lucha—. Y me preguntaba si te interesaría conocerlos.

John ladeó la cabeza y movió las manos al tiempo que miraba a Mary.

—Quiere saber para qué. ¿Para entrenar?

—Tal vez.

John hizo otras señas.

Mary se secó la boca.

—Dice que no puede pagar clases. Y que es demasiado pequeño.

—Si fuera gratis, ¿iría? —Santo cielo, pensó enseguida, ¿qué estaba haciendo, al prometer cosas que no podía cumplir? Sólo Dios sabía lo que la Hermandad haría con él—. Escucha, Mary, yo puedo llevarlo a un lugar en el que conocerá… dile que es un sitio donde pasan su tiempo los maestros en artes marciales. Podría hablar con ellos. Conocerlos. Tal vez le gustaría…

John dio un tirón a la manga de Mary, hizo unas señas y luego miró a Bella fijamente.

—Quiere recordarte que oye perfectamente bien.

Bella miró a John.

—Lo siento.

Él asintió, aceptando la disculpa.

—Ven a conocerlos mañana —dijo ella—. No tienes nada que perder.

John se encogió de hombros y realizó un elegante movimiento con la mano.

Mary sonrió.

—Dice que está bien, que acepta.

—Y tú también deberías venir. Para traducir.

Mary pareció desconcertada, pero luego miró al chico.

—¿A qué hora?

—A las nueve —replicó Bella.

—Lo siento, a esa hora estaré trabajando.

—De noche. A las nueve de la noche.