32
O se inclinó sobre el macho civil y apretó el torno. Había raptado al vampiro en el callejón situado junto a Screamer’s, en el centro de la ciudad, y hasta ahora el recién erigido centro de persuasión estaba funcionando a la perfección. También hacía progresos con el cautivo. Resultó que el tipo tenía una conexión tangencial con la Hermandad.
En circunstancias normales, O hubiera estado al borde de la erección. En lugar de ello, mientras observaba las frías sacudidas y los vidriosos ojos del vampiro, se veía a sí mismo con el Omega. Bajo ese pesado cuerpo. Indefenso. Fuera de control. Dolorido.
Los recuerdos le cortaron el aliento, como si un humo espeso invadiera sus pulmones, y tuvo que desviar la mirada. Cuando el vampiro gimió, O se sintió como un cobarde.
Cristo, tenía que serenarse.
Se aclaró la garganta. Inhaló un poco de aire.
—¿Hasta qué punto conoce tu hermana a la Hermandad?
—Ella… tiene relaciones sexuales… con ellos.
—¿Dónde?
—No sé.
—Tendrás que esforzarte más. —Apretó más.
El civil dio un alarido y sus ojos enloquecidos recorrieron el oscuro interior del centro. Estaba cerca de perder el sentido nuevamente, de modo que O aflojó la abrazadera.
—¿Dónde se reúne con ellos?
—Caith va a todos los bares. —El vampiro tosió débilmente—. Zero Sum. Screamer’s. La otra noche fue al One Eye.
¿One Eye? Extraño. Eso estaba en las afueras de la ciudad.
—Por favor, ¿ya puedo irme a mi casa? Mis padres se pre…
—Estoy seguro de que estarán preocupados. Y con razón. —O meneó la cabeza—. Pero no puedo dejarte ir todavía.
Ni todavía ni nunca, pero el vampiro no tenía por qué saber eso.
O volvió a apretar.
—Ahora dime, ¿cómo se llama tu hermana?
—Caith.
—¿Y con cuál de los hermanos tiene sexo?
—Que yo sepa… el de la perilla. Vishous. Le gusta el guerrero rubio… pero a él no le gusta ella.
—¿El hermano rubio? ¿Cuándo vio al rubio por última vez?
El macho emitió unos sonidos atropellados.
—¿Qué has dicho? No te he oído.
El macho se esforzó por hablar, pero de repente su cuerpo sufrió un espasmo y su boca se abrió como si estuviera agonizando.
—Oh, vamos —murmuró O—. No duele tanto.
Mierda, esto del torno era cosa de niños; ni parecido a un instrumento mortal. Aun así, diez minutos después el vampiro estaba muerto, y O permanecía junto al cuerpo, preguntándose qué diablos había pasado.
La puerta del centro de persuasión se abrió y U entró a grandes zancadas.
—¿Cómo vamos esta noche?
—Este civil ha estirado la pata, pero no sé por qué. Acababa de comenzar.
O desmontó el torno de la mano del vampiro y arrojó el instrumento donde estaban las demás herramientas. Mientras miraba la inerte bolsa de huesos tendida sobre la mesa, se sintió mal. Tenía náuseas. Era chocante.
—Si le fracturaste un hueso, tal vez se le formó un coágulo.
—¿Qué…? Ah, sí. Pero espera, ¿sólo por un dedo? Por un fémur, tal vez, pero estaba trabajándole la mano.
—No importa. Un trombo puede crearse en cualquier parte. Si logra llegar a los pulmones y se aloja allí, se acabó el juego.
—Jadeaba, como buscando aire.
—Probablemente eso fue lo que sucedió.
—Y en muy mal momento. Su hermana se folla a los hermanos, pero no le saqué mucho.
—¿Conseguiste la dirección de la casa?
—No. Al idiota le habían robado la cartera justo antes de encontrarlo. Estaba ebrio y lo asaltaron en un callejón. Pero sí nombró algunos lugares. Los clubes usuales del centro, pero también ese bar de pueblerinos, el One Eye.
U frunció el ceño mientras sacaba su arma y revisaba el cargador.
—¿Seguro que no estaba hablando sólo para que le dejaras? El One Eye no está lejos de aquí, y esos bastardos hermanos son aficionados a reunirse allí, ¿no es así? Es decir, es ahí donde los encontramos.
—Ahí es donde nos dejan encontrarlos. Sólo Dios sabe dónde viven. —O meneó la cabeza en dirección al cadáver—. Maldita sea, dijo algo justo antes de morir, pero no le entendí.
—Ese idioma suyo es una mierda. Necesitaríamos un traductor.
—No me digas.
U miró a su alrededor.
—¿Y qué te ha parecido el lugar?
«Me importa una mierda», pensó O.
—Perfecto —dijo, sin embargo—. Lo tuve en uno de los agujeros un rato, aguardando a que recuperara la conciencia. El sistema de sujeción funciona muy bien. —O puso la mano del vampiro sobre el pecho, y dio un ligero toque a la plancha de acero inoxidable sobre la que se encontraba el cuerpo—. Y esta mesa es un regalo de los dioses. Los agujeros de drenaje, las correas, formidable.
—Sí, pensé que te gustaría. La robé de una morgue.
—Excelente.
U fue hasta el armario a prueba de incendios que usaban para almacenar municiones.
—¿Te importa que me lleve unos cartuchos?
—Para eso están.
U sacó una caja de cartón pequeña con la leyenda REMINGTON. Mientras recargaba su arma, siguió hablando.
—Me han dicho que el señor X te ha puesto a cargo de este lugar.
—Me dio la llave, sí.
—Me alegro. Estará bien dirigido.
Naturalmente, el privilegio tenía una condición. El señor X quería que O se mudara a vivir allí, y tenía sentido. Si iban a mantener vampiros prisioneros por varios días, alguien tenía que vigilarlos.
O apoyó la cadera contra la mesa.
—El señor X anunciará una nueva orientación de los escuadrones de primera clase. Formaremos parejas en el interior de cada escuadrón, y puedo elegir al que quiera. Te quiero a ti.
U sonrió al tiempo que cerraba la caja de balas.
—Yo era trampero en Canadá, ¿lo sabías? En la década de mil ochocientos veinte. Me gusta estar en el campo. Cazando.
O asintió, pensando que antes de perder las ilusiones, él y U habrían hecho una pareja endiablada.
—¿Entonces es cierto lo que dicen sobre ti y el señor X? —preguntó U.
—¿Qué dicen?
—Que conociste al Omega recientemente. —Cuando los ojos de O parpadearon por la mención del nombre, U captó la reacción, y, gracias a Dios, la malinterpretó—. Santo Dios, lo viste. Pocos lo han hecho. ¿Serás el segundo al mando de X?
O tragó saliva a pesar de las incontenibles arcadas que se le subían a la boca.
—Tendrás que preguntar al señor.
—Sí, claro. Lo haré, seguro que lo haré. Pero no entiendo por qué quieres mantenerlo en secreto.
Como O no sabía más de lo que sabía el otro restrictor, no podía decir otra cosa.
Muy poco tiempo atrás, la idea de ser segundo Restrictor en Jefe lo habría puesto eufórico.
U se dirigió a la puerta.
—Entonces, ¿cuándo y dónde me quieres?
—Aquí. Ahora.
—¿Qué tienes en mente?
—Regresaremos al centro de la ciudad. Quería convocar a los otros para impartir una lección esta noche, pero parece que me he quedado sin libro de texto.
U inclinó la cabeza.
—Entonces vayamos a la biblioteca y consigamos otro.
‡ ‡ ‡
Rhage rogó por tener algún desahogo mientras acechaba en los callejones de los bares del centro. Bajo la fría lluvia, era un manojo de nervios. La ira y la agonía bullían en su pecho. Dos horas antes, Vishous había renunciado a intentar hablar serenamente con él.
Cuando salieron de nuevo a la calle Trade, se detuvieron junto a la puerta principal de Screamer’s. Una impaciente y temblorosa multitud aguardaba para entrar en el club. Había cuatro machos civiles mezclados con los humanos.
—Lo intentaré una última vez, Hollywood. —V encendió un cigarrillo liado a mano y se recolocó la gorra de los Medias Rojas—. ¿A qué se debe tu silencio? No estarás herido por lo de anoche, ¿o sí?
—No, estoy bien.
Rhage entornó los ojos mirando a un rincón oscuro del callejón.
Lo de estar bien era una gran mentira. Su visión nocturna se había ido al diablo, no podía enfocar por mucho que parpadeara. Y el oído tampoco estaba funcionando muy bien. Normalmente podía escuchar sonidos a casi dos kilómetros de distancia, pero ahora tenía que concentrarse para captar el parloteo de la fila de clientes a la espera de entrar en el club.
Por supuesto, estaba molesto por todo lo que había pasado con Mary. El rechazo de la hembra que ama suele producir esa reacción en un macho. Pero estos otros cambios eran fisiológicos, nada tenían que ver con toda esa mierda emocional, más bien propia de blandengues y llorones.
Y él sabía cuál era el problema. La bestia no estaba con él esa noche.
Debería ser un alivio. Deshacerse de la maldita cosa, aunque fuera temporalmente, era una bendición extraordinaria. Pero había llegado a depender de los agudos instintos de la criatura. Dios, la idea de tener una relación simbiótica con su maldición constituía toda una sorpresa. Y también lo era la vulnerabilidad que ahora mostraba. No es que dudase de su potencial en la lucha cuerpo a cuerpo, o de su rapidez centelleante con el puñal. Lo que pasaba era que su bestia le proporcionaba información sobre el entorno y él se había acostumbrado a aprovecharla. Además, el horroroso ente no dejaba de ser un excelente as escondido bajo la manga. Si todo lo demás fallaba, él liquidaría a sus enemigos.
—Mira —dijo V, moviendo la cabeza hacia la derecha.
Dos restrictores llegaban por la calle Trade. Las cabelleras blancas lanzaron destellos a la luz de los faros de un coche que pasaba. Como marionetas atadas a una misma cuerda, sus cabezas se volvieron al unísono hacia ellos. Ambos redujeron el paso y enseguida se detuvieron.
V tiró el cigarrillo y lo aplastó con la bota.
—Demasiados testigos para una lucha.
Los miembros de la Sociedad también parecían conscientes de eso, y no hicieron amago de atacar. Llegados a ese punto, entró en juego el extraño protocolo de la guerra entre Hermandad y restrictores. La discreción en medio de los Homo sapiens era imprescindible para mantener el anonimato en ambos bandos. Lo último que cualquiera de ellos necesitaba era presentar batalla en presencia de un gentío.
Mientras hermanos y restrictores se miraban, los humanos presentes no tenían idea de lo que sucedía. Los vampiros civiles de la fila, sin embargo, sí sabían a qué atenerse. Se movieron inquietos, obviamente pensando en poner a salvo sus vidas. Rhage les clavó una mirada gélida y meneó la cabeza lentamente. El mejor refugio para esos chicos era entre el público, y rogó a todos los santos que hubieran entendido el mensaje.
No fue así: los cuatro escaparon a todo correr.
Los malditos restrictores sonrieron. Y luego se lanzaron tras sus presas a máxima velocidad, como un par de curtidos atletas.
Rhage y Vishous también emprendieron su propia carrera contra la muerte.
Tontamente, los civiles entraron en un callejón. Quizás con la esperanza de desmaterializarse a tiempo. Tal vez el miedo los cegó. De cualquier manera, con tan torpe decisión aumentaron drásticamente las probabilidades de ser asesinados. Allí no había humanos a causa de la helada lluvia que caía, y sin faroles en la calle ni ventanas en los edificios, no había nada que evitara que los restrictores trabajaran a sus anchas.
Rhage y V redoblaron el paso. Sus botas pisaban los charcos, salpicando agua sucia. Al acortar la distancia con los cazavampiros, pareció posible que los pudieran eliminar antes de que estos atraparan a los civiles.
Rhage estaba a punto de alcanzar al restrictor de la derecha cuando un furgón negro entró en el callejón, giró derrapando sobre el asfalto mojado y se mantuvo en marcha. Redujo la velocidad en el momento en que los restrictores capturaban a uno de los civiles. Con un fuerte empujón, los dos cazavampiros arrojaron al macho a la parte trasera y luego giraron sobre sus talones, dispuestos a luchar.
—Yo me ocuparé del furgón —gritó Rhage.
V se enfrentó a los cazavampiros mientras su compañero aumentaba la velocidad. El vehículo había tenido que reducir la marcha para perpetrar el rapto, y los neumáticos resbalaban, dándole uno o dos segundos adicionales. Pero en el instante en que llegó junto al furgón, este arrancó de nuevo, dejándolo rezagado. En una reacción asombrosa, se lanzó al aire, agarrándose a la parte trasera en el momento justo.
Pero las manos resbalaron en el metal húmedo. Trataba de lograr una mejor sujeción, cuando la ventanilla trasera se abrió y asomó el cañón de un arma. Se agachó, esperando escuchar el ruido del disparo. Pero el civil, que estaba tratando de saltar, distrajo al tirador con su lucha.
Rhage no pudo sujetarse por más tiempo y cayó rodando, para aterrizar boca arriba. Al rebotar y deslizarse sobre el pavimento, su abrigo de cuero lo salvó de sufrir graves rozaduras.
Se puso en pie de un salto y observó cómo el furgón doblaba en una calle y se perdía entre el tráfico. Maldijo como un loco, pero no se quedó a lamentar su fracaso, sino que corrió de vuelta al lugar donde se encontraba V. La lucha continuaba, y estaba en su punto culminante, pues los cazavampiros eran veteranos y presentaban dura batalla. V los mantenía a raya con la daga desenfundada, demostrando su pericia.
Rhage cayó sobre el primer restrictor que encontró, molesto por haber perdido al civil del furgón, furioso contra el mundo a causa de Mary. Golpeó duramente con el puño al bastardo, fracturando huesos, destrozándole la piel. Sangre negra le salpicó la cara y le entró en los ojos. No se detuvo hasta que V lo apartó y lo empujó contra el muro del callejón.
—¿Qué demonios estás haciendo? —A Rhage llegó a pasársele por la cabeza atacar a V porque el hermano le impedía el acceso al cazavampiros.
Su compañero lo sujetó por las solapas del impermeable y lo sacudió con fuerza, tratando de que recuperase la cordura.
—El restrictor no se mueve. Mírame, hermano. Está en el suelo y ahí se va a quedar.
—¡No me importa! —Forcejeó para liberarse, pero V lo mantuvo en su lugar. A duras penas, por supuesto.
—¡Rhage! Vamos, háblame. ¿Qué te pasa? ¿Qué piensas, hermano?
—Necesito matarlo… necesito… —El tono de voz revelaba que seguía fuera de sí—. Por lo que hacen a… Los civiles no pueden defenderse… Tengo que matar… —Estaba desmoronándose, y no parecía capaz de evitar la caída—. Dios, Mary, van tras ella… van a llevársela como se han llevado a ese civil, V. Ah, mierda, hermano… ¿Qué puedo hacer para salvarla?
—Tranquilo, Hollywood. Vamos a serenarnos.
V sujetó con una mano el cuello de Rhage y le frotó la yugular suavemente con el pulgar. El hipnótico masaje lo fue calmando muy lentamente.
—¿Estás mejor? —preguntó V—. Sí, mejor.
Rhage respiró profundamente y paseó arriba y abajo durante unos instantes. Luego regresó junto al cadáver del restrictor. Le registró los bolsillos y encontró una cartera, algo de dinero en efectivo y una pistola. También una agenda electrónica.
—Mira lo que he encontrado —murmuró.
Arrojó la agenda a V, quien soltó un silbido de satisfacción.
—Muy bien.
Rhage desenfundó una de sus dagas y enterró la negra hoja en el pecho del cazavampiros. El monstruo se desintegró tras lanzar algunos destellos, pero a él no le pareció suficiente. Tenía ganas de bramar y llorar al mismo tiempo.
Los dos vampiros realizaron una rápida inspección por el vecindario. Todo estaba tranquilo. Con algo de suerte, los otros tres civiles habrían llegado a sus casas y estarían a salvo.
—Quiero los frascos de esos restrictores —dijo Rhage—. ¿Encontraste algo en el que eliminaste?
V mostró una cartera.
—El permiso de conducir. Dice calle LaCrosse, uno noventa y cinco. ¿Qué hay en la tuya?
Rhage la revisó.
—Nada. No hay nada. ¿Para qué llevar encima una…? Ah. Esto es interesante.
Una tarjeta había sido doblada cuidadosamente por la mitad. En ella había una dirección, que no se encontraba lejos de donde estaban.
—Vamos a verificar esto antes de ir a LaCrosse.