26

Rhage clavó una bota en la tierra y escudriñó el bosque. Nada. Ni ruidos, ni olores de restrictores. No había evidencia de que alguien hubiera pasado por aquella tranquila arboleda en muchos años. Igual que en los otros terrenos que habían visitado.

—¿Qué coño estamos haciendo aquí? —masculló.

Ya conocía la maldita respuesta. Tohr había tropezado con un restrictor la noche anterior en un tramo aislado de la carretera 22. El cazavampiros se escapó adentrándose en el bosque en una motocicleta todoterreno, pero había perdido un útil pedazo de papel: una lista de grandes parcelas que estaban a la venta en la periferia de Caldwell.

Butch y V buscaron todas las propiedades vendidas en los últimos doce meses en la ciudad y localidades circundantes. Los resultados arrojaron unas cincuenta compraventas de terrenos rurales. Rhage y V ya habían visitado cinco, y los gemelos estaban haciendo lo mismo con otras parcelas. Entretanto, Butch estaba en el Hueco, compilando los informes de campo, trazando un mapa y buscando un patrón para localizar la guarida enemiga. Les llevaría un par de noches estudiar todos los lotes de tierras, porque aún debían realizarse algunos patrullajes. Y mientras tanto la casa de Mary debía ser vigilada.

Rhage recorrió el bosque, con la esperanza de que algunas de las sombras que se veían resultaran ser restrictores. Estaba empezando a odiar las ramas de los árboles. Lo engañaban cada vez que el viento las sacudía.

—¿Dónde están esos bastardos?

—Tranquilo, Hollywood. —V se acarició la perilla y se acomodó la gorra de los Medias Rojas—. Hombre, sí que estás excitado esta noche.

Excitado era poco. Casi se salía de su propia piel. Había esperado que estar lejos de Mary durante el día le ayudara, y confiaba en meterse en una pelea esa noche. También contaba con que el agotamiento causado por la falta de sueño lo apaciguara.

Mala suerte en todos los frentes. Seguía deseando a Mary con una desesperación tan creciente que ya no parecía ligada a la cercanía física. No habían encontrado restrictores. Dos días sin dormir le alteraban los nervios, pero no calmaban sus deseos sexuales.

Encima, ya eran las tres de la madrugada. Se le estaba agotando el tiempo para el desahogo, para librar la batalla que tan desesperadamente necesitaba.

—Rhage. —V agitó en el aire la mano enguantada—. ¿Estás conmigo, hermano?

—Lo siento, ¿qué pasa? —Se frotó los ojos. La cara. Los bíceps. Sentía tal ardor en la piel que le parecía llevar puesto un traje de hormigas.

—Estás completamente ido.

—No, estoy bien…

—Entonces, ¿por qué mueves los brazos así?

Rhage dejó caer las manos y empezó a darse masajes en los muslos.

—Hay que llevarte al One Eye —dijo V con voz suave—. Estás perdiendo el control. Necesitas un poco de sexo.

—Al demonio con eso.

—Phury me contó que te encontró en el pasillo.

—Parecéis un montón de comadres, te lo juro.

—Si no follas con tu hembra y no encuentras con quién luchar, ¿cuál es la alternativa?

—No debería ser así. —Movió la cabeza en círculos, tratando de aflojar los hombros y el cuello—. No es así como funciona. Todo ha cambiado. No debería salir de nuevo…

—No haces más que pensar en lo que debería ser, piensa en la realidad. Estás en crisis, hermano. Y tú sabes lo que tienes que hacer para salir de ella, ¿o no?

‡ ‡ ‡

Cuando Mary oyó abrirse la puerta, se despertó desorientada y vacilante. Caramba, tenía otro acceso de fiebre nocturna.

—¿Rhage? —masculló.

—Sí, soy yo.

Su voz sonaba fatal, pensó ella. Y había dejado abierta la puerta de la alcoba, así que probablemente no se quedaría mucho tiempo. Quizás aún estaba enojado con ella por la última llamada telefónica.

Escucho el roce del metal y el aleteo de la tela en el ropero, como si se estuviera poniendo una camisa limpia. Cuando salió, fue directamente al pasillo. El impermeable revoloteaba tras él. La idea de que saliera sin decirle adiós le resultó insoportable.

Cuando tomó el pomo de la puerta, hizo una pausa. La luz del pasillo caía sobre su cabello claro y sus anchos hombros. La cara estaba de perfil, en la oscuridad.

—¿Adónde vas? —preguntó ella, sentándose en la cama.

—Afuera —dijo tras un largo silencio.

¿Por qué parecía tan contrito?, se preguntó. Ella no necesitaba una niñera. Si él tenía asuntos pendientes que atender…

Ah… claro. Mujeres. Salía en busca de mujeres.

Sintió que el pecho se le convertía en un pozo frío y húmedo, especialmente al ver el ramo de flores que él le había obsequiado. Dios, la idea de que tocara a otra, y sabía que podía hacerlo, le provocó náuseas.

—Mary… lo siento.

—No lo sientas. No tenemos compromiso alguno, así que no espero que cambies tus hábitos por mí.

—No es un hábito.

—Ah, claro. Perdón. Adicción.

Hubo otro largo silencio.

—Mary, yo… si hubiera cualquier otra forma…

—¿De hacer qué? —Movió la mano de un lado a otro—. No respondas.

—Mary…

—No, Rhage. No es de mi incumbencia. Vete…

—Tendré el móvil encendido por si tú…

—Sí. Claro, te llamaré en mitad de un polvo.

La miró fijamente por un instante. Y luego su negra sombra desapareció por la puerta.