10
Rhage despertó de una sacudida. Al mirar el reloj colocado sobre la mesilla de noche, se alegró de poder enfocar y leer los números. Luego se enfureció cuando vio la hora que era.
¿Dónde diablos estaba Tohr? Había prometido llamar en cuanto hubiera terminado con la hembra humana, pero eso había ocurrido hacía más de seis horas.
Rhage tomó el teléfono y marcó el número del móvil de Tohr. Cuando le respondió el buzón de voz, soltó una maldición y colgó.
Al levantarse de la cama, se estiró cuidadosamente. Estaba dolorido y tenía el estómago revuelto, pero ya era capaz de moverse mucho mejor. Una ducha rápida y unos pantalones de cuero limpios contribuyeron a que se sintiera mejor, y se dirigió al estudio de Wrath. Pronto amanecería, y si Tohr no respondía al teléfono, probablemente era porque estaba haciéndole un informe detallado al rey antes de irse a casa.
Las puertas dobles de la habitación estaban abiertas, y allí estaba Tohrment en ropa deportiva, empaquetando algo sobre la alfombra Aubusson mientras hablaba con Wrath.
—Precisamente te buscaba —dijo Rhage arrastrando las palabras.
Tohr se volvió a mirarlo.
—Ahora iba a pasar por tu habitación.
—Claro, te creo. ¿Cómo va todo, Wrath?
El Rey Ciego sonrió.
—Me alegra verte otra vez en forma para la lucha, Hollywood.
—Sí, estoy listo, eso es seguro. —Rhage miró fijamente a Tohr—. ¿Tienes algo que decirme?
—En realidad no.
—¿Estás diciendo que no sabes dónde vive la humana?
—No sé si debes ir a verla, ¿qué te parece?
Wrath se recostó contra el respaldo de su silla y colocó los pies sobre el escritorio. Sus enormes botas con puntera metálica hacían que el delicado mueble pareciera un escabel.
Sonrió.
—¿Alguno de vosotros, par de idiotas, podría ponerme al tanto de esta conversación?
—Asuntos privados —murmuró Rhage—. Nada especial.
—Al diablo. —Tohr se volvió hacia Wrath—. Nuestro chico parece que quiere conocer mejor a la traductora humana del muchacho.
Wrath meneó la cabeza.
—Ah, no, no lo harás, Hollywood. Acuéstate con alguna otra hembra. Dios sabe que hay suficientes para ti. —Inclinó la cabeza en dirección a Tohr—. Como te decía, no me opongo a que el muchacho se una a la primera clase de aprendices, siempre y cuando verifiques sus antecedentes. Y esa humana también tiene que ser investigada. Si el chico desaparece de repente, no quiero que cause problemas.
—Yo me haré cargo de ella —dijo Rhage. Cuando ambos lo miraron con severidad, se encogió de hombros—. O me permites encargarme de esa mujer, o seguiré a quien lo haga. De un modo u otro, encontraré a esa hembra.
Las cejas de Tohr convirtieron su frente en un campo recién arado.
—Olvida eso ya, hermano. Suponiendo que el chico venga aquí, hay una conexión demasiado cercana con esa humana. Déjala en paz.
—Lo lamento. La deseo.
—Por Dios. Puedes llegar a ser una verdadera molestia, ¿sabes? No controlas tus impulsos y eres completamente obsesivo. Una combinación infernal.
—Escucha, de un modo u otro, poseeré a esa hembra. Ahora, ¿quieres que la investigue mientras lo hago, o no?
Cuando Tohr se frotó los ojos y Wrath soltó una maldición, Rhage supo que había ganado.
—Está bien —murmuró Tohr—. Averigua sus antecedentes y su conexión con el chico, y luego haz con ella lo que quieras. Pero cuando todo acabe, borra su memoria y no vuelvas a verla. ¿Lo has entendido? Bórrala tú también de tu memoria cuando hayas terminado, y no la vuelvas a ver.
—Trato hecho.
Tohr abrió la tapa de su móvil y oprimió unos botones.
—Te estoy enviando un mensaje de texto con el número de la humana.
—Y el de su amiga.
—¿También la quieres a ella?
—Sólo dame el número, Tohr.
‡ ‡ ‡
Bella estaba preparándose para ir a la cama cuando sonó el teléfono. Lo descolgó, esperando que fuera su hermano. Detestaba que la llamara para cerciorarse de que estuviera en casa cuando la noche finalizaba. Como si ella anduviera por ahí, acostándose con hombres o algo así.
—¿Hola? —dijo.
—Llamarás a Mary y le dirás que se reúna conmigo esta noche para cenar.
Bella se puso en pie de un salto. El guerrero rubio.
—¿Has oído lo que te he dicho?
—Sí… ¿pero qué quiere hacer con ella? —preguntó, como si no lo supiera.
—Llámala ahora. Dile que soy un amigo tuyo y que pasará un rato divertido. Será mejor así.
—¿Mejor que qué?
—Que yo irrumpa en su casa para llegar hasta ella. Y eso es lo que haré, si me veo obligado.
Bella cerró los ojos y vio a Mary arrinconada contra la pared; el macho amenazante volcado sobre su amiga mientras la mantenía inmóvil. Iba tras ella por una sola y única razón: para aplacar todo el ardor sexual que tenía en el cuerpo. Para volcarlo en ella.
—Oh, por Dios… por favor, no la lastime. No es una de nosotros. Y está muy enferma.
—Lo sé. No le haré ningún daño.
Bella apoyó la cabeza en una mano, preguntándose qué sabría un macho duro como él de lo que hacía o no hacía daño.
—Guerrero… ella no sabe nada de nuestra raza. Es… se lo ruego, no…
—No me recordará cuando todo termine.
¿Y se suponía que eso debería tranquilizarla? Se sentía como si estuviera sirviendo a Mary en una bandeja, como si la estuviera traicionando.
—No puedes detenerme, hembra. Pero puedes facilitarle las cosas a tu amiga. Piénsalo. Se sentirá más segura si se reúne conmigo en un lugar público. No sabrá lo que soy. Será lo más normal del mundo para ella.
Bella detestaba que la presionaran, y no soportaba la idea de que estaba traicionando la amistad de Mary.
—Ojalá no la hubiera llevado conmigo —murmuró.
—Me alegro de que lo hicieras. —Hubo una pausa—. Tiene… algo muy especial.
—¿Y si lo rechaza?
—No lo hará.
—Pero ¿y si lo hace?
—Respetaré su decisión. No la forzaré. Te lo juro.
Bella se llevó la mano a la garganta y enredó un dedo en el collar de diamantes falsos que siempre usaba.
—¿Dónde? —preguntó al fin con desaliento—. ¿Dónde quiere reunirse con ella?
—¿Dónde se reúnen los humanos para citas normales?
¿Cómo diablos iba ella a saberlo? Pero entonces recordó que Mary había dicho algo sobre una colega suya que se había citado con un hombre… ¿Cómo se llamaba ese lugar?
—TGI Friday’s —dijo—. Hay uno en la plaza Lucas.
—Bien. Dile que a las ocho en punto, esta noche.
—¿Qué nombre debo darle?
—Dile que soy… Hal. Hal E. Wood.
—Guerrero.
—¿Sí?
—Por favor…
La voz se suavizó.
—No te preocupes, Bella. La trataré bien.
La comunicación se cortó.
‡ ‡ ‡
En la cabaña del señor X, en lo profundo del bosque, O se sentó lentamente en la cama, asumiendo una postura rígida. Se pasó las manos por las húmedas mejillas.
El Omega se había marchado hacía sólo una hora, y el cuerpo de O todavía rezumaba líquidos por diferentes lugares, distintas heridas. No estaba seguro de poder moverse, pero tenía que salir lo antes posible de la habitación.
Cuando trató de ponerse en pie, su vista giró sin control, y se sentó de nuevo. A través de la pequeña ventana del otro lado de la alcoba vio que amanecía; el tibio fulgor se astillaba por efecto de las ramas de los pinos. No creyó que el castigo durara todo un día. Y en muchos momentos había estado seguro de que no iba a lograr soportarlo.
El Omega lo había llevado a lugares de su propio interior que no sabía que existieran. Sitios de terror y aversión a sí mismo. Rincones de total humillación y degradación. Y ahora, cuando había terminado, sentía como si no tuviera piel, como si estuviera totalmente abierto y expuesto. Todo su cuerpo era pura laceración en carne viva, que, por algún milagro podía respirar.
La puerta se abrió, los hombros del señor X ocuparon todo el umbral.
—¿Cómo te sientes?
O se cubrió con una sábana y abrió la boca. No salió nada. Tosió varias veces.
—So… sobreviví.
—Esperaba que así fuera.
Para O era difícil ver al tipo vestido con traje de calle, jugueteando con un portafolios, como si estuviera listo para iniciar otro productivo día de trabajo. En comparación con lo que O había soportado las últimas veinticuatro horas, la normalidad le parecía falsa y vagamente amenazadora.
El señor O sonrió un poco.
—Tú y yo vamos a hacer un trato. Te atienes a las normas y permaneces aquí, y eso no volverá a ocurrir.
O estaba demasiado agotado para discutir. Su resistencia volvería, estaba seguro, pero en ese momento lo único que quería era jabón y agua caliente. Y un tiempo de soledad.
—¿Qué me dices? —preguntó el señor X.
—Sí, de acuerdo. —A O no le importaba lo que tuviera que hacer, o lo que tuviera que decir. Sólo tenía que salir de esa cama… de esa habitación… de esa cabaña.
—Hay ropa en el baño. ¿Podrás conducir?
—Sí. Sí… estoy bien.
O pensó en la ducha de su propia casa, con sus azulejos color crema. Limpia. Siempre limpia. Y él también lo estaría cuando saliera de ella.
—Quiero que te hagas un favor a ti mismo, señor O. Cuando estés trabajando, recuerda todo lo que has sentido esta noche. Evócalo, mantenlo fresco en tu mente y aplícalo en tus proyectos. Puede que me irriten tus iniciativas, pero te despreciaría si te ablandaras ante mí. ¿Nos entendemos?
—Sí, señor.
El señor X le dio la espalda, pero luego se volvió a mirarlo por encima del hombro.
—Creo saber por qué el Omega te permitió vivir. Cuando se fue, se deshizo en elogios. Sé que le gustaría verte de nuevo. ¿Debo decirle que te agradaría mucho que te visitara?
O emitió un sonido ahogado. No pudo evitarlo.
El señor X rio por lo bajo.
—Tal vez no.