8

Sentado en el asiento delantero del Range Rover, John Matthew miró a Tohr. Parecía preocupado, y aunque John tenía miedo de conocer a Wrath, el rey, le preocupaba más ese silencio. No podía entender qué pasaba. Bella había sido rescatada. Ya estaba a salvo. Así que todo el mundo debería estar feliz. Pero no parecía así. Cuando Tohr llegó a su casa a recogerlo, abrazó a Wellsie en la cocina y se quedaron así un largo rato. Luego dijo algo en lengua antigua, en voz baja, como si le costara trabajo hablar.

John quería conocer los detalles de lo que había sucedido, pero era difícil averiguarlo en el coche, en medio de la oscuridad, porque no podía escribir, ni hablar por señas a Tohr, que iba pendiente de la carretera. Además, Tohr no tenía cara de querer hablar.

—Ya hemos llegado —dijo Tohr.

Después de dar un giro rápido a la derecha, se metieron por un camino sin pavimentar y de pronto John se dio cuenta de que no podía ver nada por la ventanilla. Había una extraña niebla en ese bosque que los rodeaba, todo parecía vagamente amortiguado y eso le producía náuseas.

En medio del paisaje nublado, de pronto surgió una puerta inmensa y se detuvieron. Había otro par de puertas más adelante y, cuando pasaron las primeras, quedaron atrapados entre las dos, como un toro en un burladero. Tohr bajó la ventanilla, marcó una clave en el teclado de un intercomunicador y luego pudieron seguir su camino hacia…

«¡Por Dios! ¿Qué es esto?».

Un túnel subterráneo. Y a medida que penetraban entre la tierra, en un descenso constante, fueron apareciendo varias puertas más y las barricadas se fueron haciendo cada vez más grandes, hasta llegar a la última. Ésa era la mayor de todas, un monstruo brillante de acero que tenía una señal de peligro por alto voltaje clavada en la mitad. Tohr puso la cara frente a una cámara de seguridad y luego se oyó un sonido metálico. Las puertas se abrieron.

Antes de seguir, John le dio un golpecito en el brazo para llamar su atención.

—¿Es aquí donde viven los hermanos? —dijo lentamente con lenguaje de signos.

—Más o menos. Estamos entrando a través del centro de entrenamiento y luego iremos a la mansión —Tohr aceleró—. Cuando empiecen las clases, vendrás aquí de lunes a viernes. Un autobús te recogerá frente a nuestra casa a las cuatro en punto. Mi hermano Phury vive aquí, así que él te dará las primeras clases —al ver la mirada de John, Tohr explicó—: El complejo está totalmente conectado mediante subterráneos. Ya te enseñaré cómo entrar al sistema de túneles que une todos los edificios, pero debes guardar esa información sólo para ti. Cualquiera que se presente en cualquier parte del complejo sin ser invitado tendrá serios problemas. Tus compañeros de clase no serán bienvenidos, ¿entiendes lo que quiero decir?

John asintió con la cabeza. Mientras entraban al estacionamiento, recordó una noche no muy lejana. ¡Parecía que hubieran pasado cien años desde que fue allí con Mary y Bella!

John y Tohr se bajaron del Range Rover.

—¿Con quién recibiré el entrenamiento? —preguntó por señas.

—Con una docena de chicos, más o menos de tu misma edad. Todos tienen sangre guerrera en sus venas, lo cual es la razón para que los hayamos elegido. El entrenamiento se desarrollará a lo largo de su transición y se extenderá un poco más, hasta que pensemos que están listos para salir al campo de batalla.

Caminaron hasta un par de puertas metálicas que Tohr abrió de par en par. Al otro lado había un pasillo que parecía interminable. A medida que avanzaban, Tohr le fue mostrando un salón, el gimnasio, una sala de pesas. Se detuvo cuando llegaron a una puerta de vidrio opaco.

—Aquí es donde suelo estar, cuando no estoy en casa o en el campo de batalla.

John entró. El cuarto estaba más bien vacío y no tenía nada especial. El escritorio era de metal y estaba cubierto de ordenadores, teléfonos y papeles. Había varios archivadores apoyados contra una de las paredes. Sólo había dos lugares para sentarse, o tres, si uno le daba la vuelta a la papelera. Una silla de oficina normal en el rincón, y otra silla, horrible, detrás del escritorio. Esta última era una monstruosidad forrada en un cuero verde bastante gastado, con abolladuras, el asiento totalmente hundido y unas patas que le daban un nuevo significado a la palabra «burdo».

Tohr se apoyó en el alto respaldo de la silla.

—¿Puedes creer que Wellsie me obligó a deshacerme de esto?

John asintió con la cabeza e hizo la señal que quería decir:

«Sí, sí puedo».

Tohr sonrió y fue hacia un armario que llegaba hasta el techo. Cuando abrió la puerta y marcó una clave en un teclado, el fondo del armario se deslizó y dejó ver una especie de pasadizo oscuro.

—Vamos.

John dio un paso adelante, aunque no podía ver mucho.

Era un túnel de metal, lo suficientemente ancho para dar paso a tres personas caminando hombro con hombro, y tan alto que todavía quedaba espacio encima de la cabeza de Tohr. Había luces en el techo cada tres metros, pero no alumbraban mucho en medio de tanta oscuridad.

«Esto es lo más fascinante que he visto en la vida», pensó John, cuando empezaron a caminar.

Los pasos de Tohr, con sus botas de combate, rebotaban contra la suave superficie de las paredes de acero, al igual que su voz de bajo.

—Mira, acerca del encuentro con Wrath, no quiero que te preocupes. Él es muy severo, pero no hay nada que temer. Y no te asustes por sus gafas oscuras. Es casi ciego y tiene hipersensibilidad a la luz, por eso las usa. Pero aunque no puede ver, de todas maneras te va a leer como si fueras un libro abierto. Percibirá tus emociones con claridad meridiana.

Poco después apareció, a mano izquierda, una escalerilla que llevaba a una puerta con otro teclado. Tohr se detuvo y señaló el túnel, que seguía más allá de lo que John alcanzaba a ver.

—Si sigues caminando derecho por ahí, llegarás a la caseta de vigilancia, que está a unos ciento veinte metros.

Tohr subió las escaleras, marcó una contraseña y abrió la puerta. Enseguida entró una corriente de luz brillante, como agua de una presa.

John levantó la vista y sintió algo extraño palpitándole en el pecho. Tuvo la curiosa sensación de estar soñando.

—Todo está bien, hijo. —Tohr sonrió y su actitud adusta pareció suavizarse un poco—. Aquí arriba estás a salvo. Nadie te va a hacer daño. Confía en mí.

‡ ‡ ‡

—Muy bien, ya he terminado —dijo Havers.

Zsadist abrió los ojos, pero sólo vio la espesa melena de Wrath.

—¿Acaso la…?

—Ella está bien. No hay señales de que la hayan obligado a tener sexo ni hay ningún trauma —se oyó otro ruido seco, como si el doctor se estuviera quitando los guantes.

Zsadist se mareó y sus hermanos lo sostuvieron. Cuando por fin levantó la cabeza, vio que Havers le había quitado a Bella el camisón ensangrentado y había vuelto a ponerle la toalla. En ese momento se estaba poniendo otro par de guantes. El hombre se inclinó sobre su maletín, sacó unas tijeras muy pequeñas y unas pinzas y luego levantó la vista.

—Ahora voy a curarle los ojos, ¿le parece bien? —cuando Z asintió con la cabeza, el doctor levantó los instrumentos—. Tenga cuidado, señor. Si usted me asusta, puedo dejarla ciega con esto. ¿Entiende lo que digo?

—Sí. Sólo le pido que no le haga daño…

—Ella no sentirá nada. Se lo prometo.

En esa ocasión Z no cerró los ojos, y observó los movimientos del médico con atención. La operación le pareció eterna. En algún momento creyó darse cuenta de que no se estaba sosteniendo por sus propios pies. Phury y Wrath lo mantenían en pie y la cabeza le colgaba junto al enorme hombro de Wrath. Tenía la mirada fija en el suelo.

—La última —murmuró Havers—. Muy bien. Hemos terminado con las suturas.

Todos los hombres que había en el cuarto respiraron profundamente, incluido el médico, y luego Havers se dirigió a su maletín y sacó un tubito. Le aplicó a Bella un ungüento sobre los párpados y luego volvió a guardar sus instrumentos.

Mientras que el médico se ponía de pie, Zsadist se soltó y caminó un poco. Wrath y Phury estiraron los brazos, aliviados.

—Las heridas que tiene son dolorosas, pero no representan una amenaza para su vida —dijo Havers—. Estarán totalmente curadas mañana o pasado mañana, siempre y cuando no las toquen. Está desnutrida y necesita alimentarse. Si la van a dejar en esta habitación, tendrán que encender la calefacción y pasarla a la cama. Deben traerle algo de comer y de beber para cuando se despierte. Y otra cosa. En el examen interno, encontré… —el médico miró a Wrath y a Phury, pero luego fijó la mirada en Zsadist—. Algo de carácter personal.

Zsadist se acercó al doctor.

—¿Qué?

Havers lo llevó a un rincón y habló en voz baja.

Z se quedó sin palabras, cuando el hombre terminó lo que tenía que decirle.

—¿Está seguro?

—Sí.

—¿Cuándo?

—No lo sé. Pero muy pronto.

Z miró a Bella.

—Ahora, supongo que tendrán aspirinas o algún calmante en la casa, ¿cierto?

Z no sabía a qué se refería; nunca tomaba medicinas para el dolor. Así que miró a Phury.

—Sí —dijo Phury.

—Que se tome un par de aspirinas. Y les dejaré algo más fuerte, por si la aspirina no fuera suficiente.

Havers sacó un frasquito de vidrio que tenía una tapa de caucho rojo y también dos jeringas hipodérmicas en su envoltorio estéril. Escribió algo en una libreta y luego le entregó a Z el papel y la medicina.

—Si es de día y tiene mucho dolor cuando se despierte, pueden ponerle una inyección de esto, de acuerdo con mis instrucciones. Es la misma morfina que acabo de administrarle, pero deben ser muy cuidadosos con la dosis. Llámenme si tienen preguntas o quieren que les enseñe cómo ponerle la inyección. Si es de noche, yo mismo puedo venir a ponerle la inyección —Havers bajó la mirada hacia la pierna de Z—. ¿Quiere que le examine la herida?

—¿Puedo bañarla?

—Sí, claro.

—¿Ahora?

—Sí —Havers frunció el ceño—. Pero, señor, su pierna…

Z fue al baño, abrió las llaves del yacusi y metió la mano bajo el chorro. Esperó hasta que estuviera caliente y luego volvió a por ella.

Cuando regresó a la habitación, el médico ya se había marchado, pero Mary, la mujer de Rhage, estaba en la puerta, esperando para ver a Bella. Phury y Wrath hablaron brevemente con la mujer y negaron con la cabeza. Ella se fue; parecía muy triste.

Cuando la puerta se cerró, Z se arrodilló junto al jergón y comenzó a levantar a Bella.

—Espera, Z —dijo la voz de Wrath con brusquedad—. Su familia debería encargarse de ella.

Z se detuvo y pensó en la persona que debía haber alimentado a los peces. ¡Dios… lo que estaba haciendo era una locura! Retenerla allí, lejos de aquellos que tenían derecho a cuidar de ella en medio de su dolor. Pero la idea de dejarla salir al mundo era insoportable. Acababa de encontrarla…

—Se irá con ellos mañana —dijo Z—. Esta noche se queda aquí.

Wrath negó con la cabeza.

—No es…

—¿Crees que está lista para viajar en este estado? —preguntó Z—. Déjala en paz. Dile a Tohr que llame a su familia y les diga que se la entregaremos mañana al anochecer. Ahora necesita un baño y dormir un poco.

Wrath apretó los labios. Hubo un largo silencio.

—Entonces, que se quede en otra habitación, Z. No se puede quedar contigo.

Zsadist se puso de pie y caminó hasta donde estaba el rey, en actitud provocativa.

—Trata de moverla.

—Por Dios, Z —intervino Phury—. Recapacita…

Wrath se inclinó hasta que su nariz quedó a milímetros de la de Zsadist.

—Ten cuidado, Z. Tú sabes muy bien que, si me amenazas, no sólo vas a terminar con la mandíbula fracturada.

Sí, ya habían pasado por eso durante el verano. Si seguía así, Z podía ser ejecutado legalmente bajo las antiguas normas de comportamiento. La vida del rey tenía más valor que la de todos los demás.

Aunque a Z no le importó lo más mínimo.

—¿Crees que me asusta una sentencia de muerte? Por favor… —entornó los ojos—. Pero te diré una cosa. Ya sea que decidas ejercer tu autoridad sobre mí o no, tardarás al menos un día en exponer el caso ante la Virgen Escribana para poder condenarme. Así que Bella se queda a dormir aquí esta noche.

Regresó donde estaba Bella y la levantó con todo el cuidado que pudo, mientras se aseguraba de que la toalla permaneciera donde debía estar. Sin mirar a Wrath o a su gemelo, pasó con ella hacia el baño y cerró la puerta con el pie.

La bañera ya estaba medio llena, así que la sostuvo, mientras se agachaba y comprobaba la temperatura. Perfecta. La metió en el agua y luego le sacó los brazos y los apoyó sobre las paredes de la bañera, de manera que quedara bien acomodada.

La toalla se empapó rápidamente y se pegó sobre el cuerpo de Bella. Z vio con claridad la suave curva de sus senos, la estrecha cavidad de las costillas, la extensión plana de su vientre. A medida que el agua fue subiendo, el borde de la toalla comenzó a flotar y juguetear con la parte superior de sus muslos.

Z sintió que el corazón le saltaba en el pecho y se sintió como un pervertido, mirándola mientras estaba herida e inconsciente. Con la esperanza de protegerla de sus propios ojos y el deseo de concederle la intimidad que merecía, fue hasta el gabinete para buscar algún gel de baño. Pero sólo había sales, y decidió no usarlas, porque quizás fueran perjudiciales para sus heridas.

Estaba a punto de volverse hacia ella, cuando lo impresionó ver lo grande que era el espejo que había sobre el lavabo. Zsadist no quería que ella se viera en ese estado, porque cuanto menos supiera sobre lo que le habían hecho, mejor. Cubrió el espejo con dos toallas grandes y metió el borde de la tela detrás del marco.

Cuando regresó, la joven se había deslizado en el agua, pero al menos la parte superior de la toalla todavía estaba pegada a sus hombros y básicamente permanecía en su lugar. Z le pasó un brazo por la espalda y la levantó, luego tomó una esponja para enjabonarla. Tan pronto comenzó a lavarle el cuello, ella se movió y le salpicó. De su boca salieron unos balbuceos de terror que no cesaron ni siquiera cuando él dejó de frotarle con la esponja.

«¡Háblale, idiota!», se dijo.

—Bella… Bella, todo está bien. Tú estás bien.

Ella se quedó quieta y frunció el ceño. Luego abrió ligeramente los ojos y comenzó a parpadear. Cuando trató de limpiarse los párpados, él le retiró las manos de la cara.

—No. Es una pomada. No te la quites.

Bella se quedó paralizada. Se aclaró la garganta hasta que pudo hablar.

—¿Dónde… dónde estoy?

A Z le pareció que la voz de la mujer sonaba de forma hermosa, a pesar de que era apenas un balbuceo ronco.

—Estás con… —«estás conmigo», quiso decir—. Estás con la Hermandad. Estás a salvo.

Los ojos vidriosos de Bella se movieron, examinando el lugar, y Zsadist fue hasta el interruptor que había en la pared para bajar la intensidad de la luz. Aunque estaba alucinando, y sin duda no vería nada a causa de la pomada, no quería correr el riesgo de que ella lo viera. La última cosa sobre la que necesitaba preocuparse era qué pasaría si sus cicatrices no sanaban bien.

Cuando Bella dejó caer los brazos dentro del agua y apoyó los pies contra el fondo de la bañera, él cerró la llave y se echó hacia atrás. No tenía costumbre de tocar a la gente, así que no era ninguna sorpresa que ella no hubiese resistido el contacto de sus manos. El caso es que no ignoraba qué podía hacer para aliviarla. Tenía un aspecto terrible, sumida en una silenciosa agonía.

—Estás a salvo… —murmuró, aunque dudaba que lo creyera. Él no lo habría creído, si hubiera estado en su lugar.

—¿Zsadist está aquí?

Z frunció el ceño, sin saber qué hacer.

—Sí, estoy aquí.

—¿De verdad?

—Aquí mismo. Junto a ti —Z estiró el brazo con torpeza y le apretó la mano. Ella también se la apretó.

Y luego pareció deslizarse hacia una especie de delirio. Comenzó a balbucear, hacía sonidos que podrían haber sido palabras, y se estremecía. Z tomó otra toalla, la enrolló y se la puso debajo de la cabeza, para que no se la fuera a golpear contra el borde del yacusi.

Trató de pensar en alguna manera de ayudarla y, como fue la única cosa que se le ocurrió, comenzó a canturrear. Al ver que eso parecía tranquilizarla, empezó a cantar en voz baja y eligió un himno en lengua antigua, dedicado a la Virgen Escribana; un himno que hablaba de cielos azules, búhos blancos y praderas verdes.

Poco a poco, Bella se fue relajando, y respiró profundamente. Al cerrar los ojos, se recostó contra la toalla que él le había puesto debajo de la cabeza.

Como era el único consuelo que podía brindarle, Zsadist cantó de la forma más suave.

‡ ‡ ‡

Phury se quedó observando el jergón en el que Bella había estado, pensando que el camisón rasgado que llevaba puesto cuando la encontraron lo hacía sentir náuseas. Luego posó la mirada en la calavera que había sobre el suelo, a mano izquierda. La calavera de una mujer.

—No puedo permitir esto —dijo Wrath, al oír que cesaba el ruido del agua en el baño.

—Z no le hará daño —murmuró Phury—. Mira la forma en que la trata. ¡Por Dios, está actuando como un macho enamorado!

—¿Y qué pasaría si su estado de ánimo cambia de repente? ¿Quieres que Bella forme parte de la lista de hembras que ha matado?

—Se volverá como loco si nos la llevamos.

—Pues…

De pronto los dos se quedaron inmóviles y luego se volvieron a mirar hacia el baño. A través de la puerta se escuchaba un sonido suave, rítmico. Como si alguien estuviera…

—¿Qué es eso? —preguntó Wrath.

Phury tampoco podía creerlo.

—Le está cantando.

Aunque cantaba en voz baja, la pureza y la belleza de la voz de Zsadist eran impresionantes. Siempre había tenido voz de tenor. En las raras ocasiones en que cantaba, los sonidos que salían de su boca eran asombrosos, capaces de hacer que el tiempo se detuviera y se deslizara hacia la eternidad.

—¡Maldición! —Wrath se subió las gafas oscuras sobre la frente y se frotó los ojos—. Vigílalo, Phury. Vigílalo bien.

—¿Acaso no es eso lo que siempre hago? Mira, esta noche tengo que ir a visitar a Havers, pero sólo para que me arregle la prótesis. Le pediré a Rhage que esté pendiente de todo hasta que regrese.

—Hazlo. No vamos a perder a esa chica mientras esté bajo nuestra responsabilidad, ¿está claro? ¡Por Dios… ese gemelo tuyo es capaz de enloquecer a cualquiera! —Wrath salió de la habitación.

Phury volvió a mirar el jergón y se imaginó a Bella acostada allí, junto a Zsadist. Eso no estaba bien. Z no tenía idea de lo que era el calor del afecto. Y esa pobre mujer había pasado las últimas seis semanas encerrada en un agujero helado.

«Debería ser yo el que estuviera ahí con ella. Bañándola. Consolándola. Cuidándola».

«Mía», pensó, mientras miraba hacia la puerta por la que se filtraba aquella melodía.

Phury comenzó a avanzar hacia el baño, pues de repente se sintió iracundo. El instinto de territorialidad prendió en su pecho como una hoguera, declarando un incendio de poder que rugía por todo su cuerpo. Cuando puso la mano sobre el pomo, oyó que la hermosa voz de tenor cambiaba de melodía.

Phury se quedó allí, temblando. Su rabia se convirtió en un anhelo que lo asustó, y apoyó la frente contra el dintel. «¡Ay, por Dios… no!».

Cerró los ojos con fuerza, tratando de encontrar otra explicación para su comportamiento. No había ninguna. Y, después de todo, Zsadist y él eran gemelos.

Así que era posible que desearan a la misma mujer. Que terminaran… eligiendo a la misma mujer.

Lanzó una maldición.

¡Por toda la sangre del mundo, eso sí era un problema como para salir corriendo! Para empezar, el hecho de que dos hombres anduvieran persiguiendo a la misma mujer ya era una situación fatal. Pero si además se trataba de dos guerreros, las posibilidades de peligro aumentaban seriamente. Después de todo, los vampiros eran animales. Caminaban, hablaban y eran capaces de llevar a cabo complicados razonamientos, pero básicamente eran animales. Así que había ciertos instintos que ni siquiera la inteligencia más poderosa era capaz de controlar.

¡Menos mal que él aún no había llegado a ese extremo!, pensó Phury. Se sentía atraído hacia Bella y la deseaba, pero aún no había descendido hasta el profundo sentimiento posesivo que caracteriza a un macho que ha elegido compañera. Y tampoco había sentido el olor de ese sentimiento en Z, así que tal vez había esperanzas.

Sin embargo, los dos debían alejarse de Bella. Probablemente debido a su naturaleza agresiva, los guerreros elegían compañera de forma rápida y definitiva. Así que ojalá Bella se marchara pronto y regresara al seno de su familia, adonde pertenecía.

Phury quitó la mano del picaporte y salió de la habitación. Bajó las escaleras como un zombi y se dirigió al jardín. Quería que el aire frío le ayudara a pensar con claridad. Pero lo único que ocurrió fue que su piel se erizó.

Estaba a punto de encender un porro cuando vio que el Ford Taurus que Z había usado para traer a Bella estaba aparcado frente a la mansión. Todavía tenía puesta la llave de contacto. Había quedado olvidado en medio de todo ese drama.

No, ésa no era la clase de escultura que necesitaban para adornar el jardín. ¡Sólo Dios sabía qué tipo de mecanismo de rastreo tendría instalado!

Phury se subió al automóvil y lo puso en marcha.