7
Bella tuvo la vaga sensación de que iba en un coche. Pero ¿cómo podía ser posible? Debía de estar alucinando.
No… en realidad sonaba como un coche en marcha, el murmullo continuo de un motor. Y el movimiento era el de un coche, una sutil vibración que a veces se convertía en un salto, cuando algo en la carretera golpeaba las llantas.
Trató de abrir los ojos, pero descubrió que no podía y volvió a intentarlo. Como el esfuerzo la dejó exhausta, se dio por vencida. ¡Dios, se sentía muy cansada… como si tuviera un resfriado! También le dolía todo el cuerpo, en especial la cabeza y el estómago. Y tenía náuseas. Trató de recordar lo que había ocurrido, cómo había quedado libre, si es que estaba libre. Pero lo único que le venía a la cabeza era la imagen del restrictor que la amaba entrando por la puerta, cubierto de sangre negra. El resto era demasiado borroso.
Comenzó a tantear con la mano, descubrió que tenía algo sobre los hombros y se lo acercó. Cuero. Y olía a… nada parecido al empalagoso olor dulzón de un restrictor. Era el aroma de un macho de su especie. Respiró varias veces. Cuando captó el aroma a talco de bebé de los asesinos, se sintió confundida, hasta que acercó la nariz al asiento. Sí, ese olor estaba en la cabaña. Iba en el coche de un restrictor. Pero, entonces, ¿por qué sentía el humor de un vampiro en la prenda que llevaba encima? Y también había algo más, otro olor… un aroma almizclado, con un toque de pino u otra fragancia verde.
Bella comenzó a temblar. Recordaba bien ese aroma, recordaba haberlo sentido la primera vez que fue al complejo de entrenamiento de la Hermandad, y luego un poco después, cuando estuvo en su mansión.
¡Zsadist! Zsadist estaba en el coche con ella.
Bella sintió que el corazón le palpitaba aceleradamente. Trató de abrir los ojos, pero sus párpados se negaron a obedecer, o tal vez ya estaban abiertos, pero estaba demasiado oscuro para que ella pudiera ver.
«¿Me habéis rescatado?», preguntó. «¿Has venido a buscarme, Zsadist?».
Sólo que de su boca no salió ningún sonido, aunque movió los labios. Volvió a modular las palabras y se obligó a expulsar aire a través de las cuerdas vocales. Pero sólo salió un gruñido ronco, nada más.
¿Por qué no le funcionaban los ojos?
Comenzó a moverse y luego oyó el sonido más dulce que alguna vez había llegado a sus oídos.
—Te tengo, Bella. —Era la voz de Zsadist. Suave, pero llena de fuerza—. Estás a salvo. Estás libre. Y nunca vas a regresar allí.
Zsadist había ido a buscarla. Había ido a buscarla…
Bella comenzó a sollozar. El coche pareció disminuir la velocidad un momento, pero luego la velocidad aumentó.
Se sintió tan aliviada que se deslizó otra vez a un estado de inconsciencia.
‡ ‡ ‡
Zsadist abrió la puerta de su habitación de una patada y rompió la cerradura. La puerta crujió con fuerza y Bella se estremeció en sus brazos y gimió. Él se quedó frío al ver que ella volvía la cabeza a uno y otro lado entre sus brazos.
Era una buena señal, pensó. Era muy buena señal.
—Vamos, Bella, vuelve en ti. Despierta —pero Bella siguió inconsciente.
Z fue hasta el jergón y la recostó donde él dormía. Cuando levantó la vista, Wrath y Phury estaban en el umbral de la puerta, dos tipos enormes que bloqueaban casi totalmente la luz que procedía del corredor.
—Tiene que verla Havers —dijo Wrath—. Necesita que la curen.
—Havers puede hacer aquí lo que tenga que hacer. Ella no va a salir de esta habitación.
Z no se dio cuenta del largo silencio que siguió, pues estaba totalmente concentrado en vigilar la respiración de Bella. El pecho le subía y le bajaba con un ritmo normal, pero los latidos del corazón parecían muy débiles.
De pronto sintió un suspiro de Phury, que podría reconocer en cualquier parte.
—Zsadist…
—Olvídalo. La verá aquí. Y nadie la va a tocar sin mi permiso y si yo no estoy presente. —Cuando miró a sus hermanos con furia, Wrath y Phury parecían totalmente desconcertados—. ¡Por Dios! ¿Queréis que lo diga en la lengua antigua? Ella no irá a ninguna parte.
Wrath soltó una maldición, marcó unos números en su móvil y habló de manera rápida y contundente.
Cuando apagó el teléfono, dijo:
—Fritz ya está en la ciudad y va a recoger al doctor. Estarán aquí en veinte minutos.
Z asintió con la cabeza y miró los párpados de Bella. Deseó ser médico, para poder curarla él mismo. Quería brindarle alivio enseguida. ¡Cómo debía de haber sufrido!
Se dio cuenta de que Phury se había acercado y no le gustó ver que su hermano se arrodillaba. El instinto lo impulsaba a formar una barricada con su cuerpo, para proteger a Bella de su gemelo, de Wrath, del médico, de cualquier macho que pudiera verla. No entendía ese impulso, no entendía de dónde venía, pero era tan fuerte que casi se arrojó al cuello de Phury.
Y luego su gemelo estiró la mano, como si quisiera tocar el tobillo de Bella. Z enseñó los colmillos y de su boca salió un gruñido.
Phury levantó la cabeza.
—¿Por qué estás actuando así?
«Ella es mía», pensó Z.
Enseguida desechó esa idea, espantado de sí mismo. ¿Qué demonios estaba haciendo?
—Está herida —murmuró—. No la molestes, ¿vale?
Havers llegó quince minutos después. El médico, alto y delgado, llevaba un maletín de cuero negro en la mano y parecía listo para comenzar a trabajar. Pero cuando trató de acercarse, Z se puso de pie enseguida y lo interceptó, arrinconándolo contra la pared. Havers abrió sus ojos pálidos tras las gafas de carey y su maletín se estrelló contra el suelo.
Wrath lanzó una maldición.
—¡Por Dios!
Z hizo caso omiso de las manos que trataban de apartarlo y clavó al doctor con la mirada.
—La va a tratar mejor de lo que trataría a alguien de su familia. Si ella sufre innecesariamente, aunque sea un poco, se lo haré pagar una y cien veces.
El delgado cuerpo de Havers se estremeció.
Phury le dio un empujoncito, pero no logró nada.
—Z, tranquilo…
—No te metas en esto —respondió con brusquedad—. ¿Está claro, doctor?
—Sí… sí, señor. —Cuando Z lo soltó, Havers tosió y se arregló la corbata. Luego frunció el ceño—. Señor… Usted está sangrando. Su pierna…
—No se preocupe por mí. Preocúpese por ella. Ya.
El hombre asintió con la cabeza, buscó algo en el maletín y fue hasta el jergón. Cuando se arrodilló junto a Bella, Z deseó que hubiese más luz en la habitación.
Havers resopló con brusquedad, lo cual probablemente era lo más parecido a maldecir que podía hacer ese hombre tan refinado. Entre dientes y en lengua antigua, dijo:
—Hacerle esto a una mujer… ¡Que Dios se apiade!
—Cósale las heridas —le exigió Z, mientras miraba por encima del médico.
—Primero debo examinarla. Tengo que ver si hay heridas más serias.
Havers abrió su maletín y sacó un estetoscopio, un tensiómetro y una linterna. Comprobó el ritmo cardíaco y la respiración, le miró los oídos y la nariz, le tomó la tensión arterial. Cuando le abrió la boca, ella se encogió un poco, pero luego le levantó la cabeza y ella comenzó a forcejear con más fuerza.
Justo cuando Zsadist se disponía a lanzarse contra el médico, Phury lo agarró con uno de sus fuertes brazos y lo hizo retroceder.
—No le está haciendo daño, y tú lo sabes.
Z trató de soltarse, pues odiaba sentir el cuerpo de Phury contra el suyo. Pero al ver que su gemelo no aflojaba el brazo, pensó que era lo mejor. Estaba demasiado excitado, y atacar al médico sería una estupidez. ¡Demonios, probablemente no debería estar armado en este momento!
Obviamente, Phury estaba pensando algo parecido, porque le quitó las dagas de la cartuchera del pecho y se las entregó a Wrath. También le quitó las pistolas.
Havers levantó la vista y pareció muy aliviado al ver que le habían quitado las armas.
—Yo… bueno, voy a darle una medicación ligera para el dolor. La respiración y el pulso son bastante buenos, de modo que podrá resistir bien y eso hará que el resto del examen y lo que sigue sea más fácil de tolerar para ella. ¿De acuerdo?
El doctor sólo le puso la inyección cuando vio que Z asentía con la cabeza. Cuando la tensión del cuerpo de Bella pareció ceder, el médico sacó un par de tijeras y buscó el borde inferior del camisón ensangrentado que llevaba puesto.
Cuando lo levantó, Z sintió una oleada de rabia.
—¡Deténgase!
El doctor se preparó para recibir un golpe en la cabeza, pero lo único que hizo Z fue mirar a Phury y a Wrath.
—Ninguno de vosotros debe verla desnuda. Cerrad los ojos o daos la vuelta.
Los dos lo miraron con desconcierto durante un momento. Luego Wrath se volvió de espaldas y Phury cerró los ojos, aunque mantuvo agarrado a Z del pecho.
Zsadist miró al médico con intensidad.
—Si le va a quitar la ropa, cúbrala con algo.
—¿Qué puedo usar para cubrirla?
—Una toalla del baño.
—Yo la traeré —dijo Wrath. Después de alcanzársela al doctor, retomó su posición de cara a la puerta.
Havers puso la toalla encima del cuerpo de Bella y luego cortó el camisón por un lado. Levantó la mirada antes de retirar cualquier cosa.
—Necesitaré verle todo el cuerpo. Y voy a tener que tocarle el vientre.
—¿Para qué?
—Tengo que palparle los órganos internos para saber si hay alguna inflamación por trauma o infección.
—Que sea rápido.
Havers hizo a un lado la toalla.
Z se balanceó contra el cuerpo de su gemelo.
—¡Ay… nalla! —Se le quebró la voz—. ¡Ay, Dios… nalla!
Había algo grabado sobre la piel del estómago, en lo que parecían letras mayúsculas de cerca de siete centímetros. Como Z era analfabeto, no pudo saber qué decía, pero tuvo un horrible presentimiento…
—¿Qué dice? —siseó.
Havers se aclaró la garganta.
—Es un nombre. David. Dice «David»…
Wrath gruñó.
—¿En la piel? Ese animal…
Z interrumpió a su rey.
—Mataré a ese restrictor. Dios me tiene que ayudar para que no quede nada de él.
Havers revisó las heridas, con manos ligeras y cuidadosas.
—Deben tener cuidado de que no caiga sal cerca de estas heridas, si no, le quedarán cicatrices.
—¡No me diga! —Como si él no supiera cómo se forman las cicatrices…
Havers la cubrió y se ocupó de los pies, examinándolos, lo mismo que las pantorrillas. Retiró el camisón cuando llegó a las rodillas. Luego movió una de las piernas hacia un lado, para separar los muslos.
Z se abalanzó sobre él y arrastró a Phury.
—¿Qué diablos está haciendo?
Havers retiró las manos y se las puso sobre la cabeza.
—Tengo que hacerle un examen interno. En caso de que haya sido… violada…
Con un movimiento rápido, Wrath se paró frente a Z y le pasó los brazos por la cintura. La mirada del rey ardía a través de los cristales oscuros.
—Déjalo trabajar, Z. Es mejor para ella que la examine a conciencia.
Zsadist no se sintió capaz de mirar. Dejó caer la cabeza sobre el cuello de Wrath, perdiéndose entre la larga melena negra del rey. Los cuerpos de sus hermanos lo tenían atrapado, pero él estaba demasiado aterrorizado como para preocuparse por el exceso de contacto. Cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, mientras que el olor de Phury y Wrath le invadía la nariz.
Oyó un ruido metálico, como si el médico estuviera buscando algo en el maletín. Luego oyó dos ruidos secos, como si el hombre se estuviera poniendo unos guantes. Otro sonido metálico. Algunos susurros. Después… silencio. No, no del todo. Pequeños ruidos. Luego un par de clics.
Z se recordó que todos los restrictores eran impotentes. Pero ya se podía imaginar lo que serían capaces de inventar para contrarrestar esa deficiencia.
Tembló de terror por ella, hasta que le castañetearon los dientes.