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Sí, bueno, habría sido mejor que no me desmayara —murmuró Z, al tiempo que enfilaba la entrada hacia la casa de seguridad en que vivía la familia de Bella—. Y que no me pusiera a llorar como una niña. Definitivamente eso fue lo peor. ¡Dios!

—Creo que todo eso fue muy tierno.

Zsadist soltó un gruñido y apagó el motor, se palpó la SIG Sauer y dio la vuelta para ayudarla a bajar de la camioneta. ¡Maldición! Ella ya tenía la puerta abierta y se estaba bajando en medio de la nieve.

—Espérame —refunfuñó Zsadist, y la agarró del brazo.

Bella le clavó la mirada y dijo:

—Zsadist, si sigues tratándome como si fuera de cristal durante los próximos dieciséis meses, voy a volverme loca.

—Escucha, mujer, no quiero que te resbales en el hielo. Llevas tacones altos.

—¡Ay, por el amor de Dios…!

Zsadist cerró la puerta del coche, le dio un beso rápido y luego le pasó el brazo alrededor de la cintura y la condujo hasta la entrada de una enorme casa, soberbia construcción de estilo Tudor. Inspeccionó el jardín cubierto de nieve, mientras mantenía el dedo en el gatillo.

—Zsadist, quiero que guardes el arma antes de que te presente a mi hermano.

—No hay problema. En ese momento ya estaremos dentro de la casa.

—Aquí no nos va a pasar nada. Estamos en medio de la nada.

—Si crees que voy a correr el más mínimo riesgo contigo y mi hijo, estás loca.

Zsadist sabía que estaba exagerando, pero no podía evitarlo. Era un hombre enamorado. Y estaba con su mujer embarazada. Había pocas cosas más agresivas o peligrosas sobre la tierra. Se les llamaba huracanes, terremotos y tornados.

Bella no discutió con él. En lugar de eso sonrió y puso su mano encima de la de Zsadist.

—Supongo que uno debe tener cuidado con lo que desea.

—¿A qué te refieres? —Zsadist la puso delante de él cuando llegaron a la puerta, para protegerla con su cuerpo. No le gustaba la luz del porche porque los hacía demasiado visibles.

La apagó con la fuerza de su mente, y ella se rió.

—Siempre quise que te portaras como un hombre enamorado.

Zsadist le besó el cuello.

—Bueno, se ha cumplido tu deseo. Estoy muy enamorado. Profundamente enamorado. Profunda, profunda, ultra…

Cuando se inclinó para tocar el aldabón de bronce, su cuerpo hizo contacto con el de ella. Bella dejó escapar un suave ronroneo y se restregó contra él. Zsadist se quedó tieso.

¡Ay, Dios! Ay… no. Enseguida tuvo una erección. Lo único que había necesitado era un pequeño roce y ya tenía una enorme e inquieta…

En ese momento se abrió la puerta. Zsadist esperaba encontrarse con un doggen, pero, en lugar de eso, al otro lado de la puerta había una mujer alta y esbelta, de pelo blanco, vestida con un largo traje negro y muchos diamantes encima.

¡Mierda! La madre de Bella. Z guardó el arma en la pistolera que llevaba en la parte inferior de la espalda y se aseguró de tener totalmente abrochada la chaqueta de doble abotonadura. Luego entrelazó las manos justo delante de su bragueta, para ocultar lo que le ocurría.

Se había vestido de la manera más conservadora posible, con el primer traje que se ponía en la vida. E incluso se había puesto un par de mocasines elegantes. Quería usar un jersey de cuello alto para cubrirse la banda de esclavo que tenía en la garganta, pero Bella se había opuesto y él supuso que tenía razón. No había necesidad de esconder su pasado. Además, sin importar cómo estuviera vestido, o que fuera miembro de la Hermandad, la glymera nunca lo aceptaría… y no sólo por haber sido usado como esclavo de sangre, sino por su apariencia.

Bella no necesitaba la bendición de la sociedad para nada y él tampoco. Aunque iba a tratar de representar su papel lo mejor posible ante la familia de Bella.

La embarazada avanzó.

—Mahmen.

Mientras Bella y su madre se abrazaban formalmente, Z entró en la casa, cerró la puerta y miró a su alrededor. Era una casa bastante elegante y lujosa, apropiada para la aristocracia, pero a él las cortinas y toda la decoración le importaban un comino. Lo que le pareció muy apropiado fue la seguridad de las ventanas, que funcionaba con pilas de litio. Y los receptores de rayos láser instalados en las puertas. Y los detectores de movimiento del techo. La casa había ganado muchos puntos ante él por eso.

Bella dio un paso atrás. Parecía un poco tiesa en presencia de su madre y Zsadist podía entender por qué. A juzgar por el vestido y todos los brillantes que exhibía, la mujer era una aristócrata de corazón. Y los aristócratas tendían a ser tan acogedores como una tormenta de nieve.

—Mahmen, éste es Zsadist. Mi compañero.

Z se preparó para recibir la mirada de la madre, que lo observó de pies a cabeza. Una vez. Dos… y, sí, una tercera vez.

¡Ay, Dios… iba a ser una velada realmente larga!

Luego se preguntó si la mujer también sabría que él había dejado embarazada a su hija.

La madre de Bella dio un paso adelante y Zsadist supuso que le tendería la mano, pero no lo hizo. En lugar de eso, los ojos se le llenaron de lágrimas.

¡Genial! Y ahora, ¿qué debía hacer?

La madre cayó a los pies de Zsadist y el sofisticado traje negro se arremolinó alrededor de sus elegantes mocasines.

—Guerrero, gracias. Muchas gracias por traer a casa a mi Bella.

Zsadist observó fijamente a la mujer durante un momento. Luego se inclinó y la levantó del suelo con suavidad. Mientras la ayudaba a levantarse, miró a Bella… que tenía una cara como la que la gente pone cuando ve un truco de magia. Un clamoroso «No puede ser», unido a una expresión de asombro.

Mientras su madre se alejaba y se secaba los ojos con cuidado, Bella se aclaró la garganta y preguntó:

—¿Y dónde está Rehvenge?

—Aquí estoy.

La voz procedía de una habitación a oscuras y Zsadist miró hacia la izquierda, cuando un vampiro gigantesco con un bastón…

¡Mierda! ¡Ay… mierda! Esto no podía estar pasando.

El Reverendo. El hermano de Bella era ese rudo vendedor de drogas, de ojos color violeta y peinado de penacho… que, de acuerdo con lo que había dicho Phury, era al menos medio symphath.

¡Todo era una verdadera pesadilla! La Hermandad debía expulsar al Reverendo de la ciudad, y él, en lugar de ayudar a sus hermanos, estaba intimando con el desgraciado y con toda su familia. Por Dios, ¿sabría Bella lo que era su hermano? Y no sólo que vendía drogas…

Z la miró de reojo. Probablemente no, fue el dictamen de sus instintos. Ninguna de las dos cosas.

—Rehvenge, éste es… Zsadist —dijo Bella.

Z volvió a mirar al vampiro. El par de ojos violeta lo miraban sin pestañear, pero debajo de esa aparente calma había una chispa del mismo tipo de nerviosismo que estaba sintiendo Z. ¡Mierda! ¿Cómo acabaría todo?

—¿Rehv? —murmuró Bella—. Mmm… ¿Zsadist?

El Reverendo sonrió con frialdad.

—Entonces, ahora que has dejado embarazada a mi hermana, ¿te vas a casar con ella? ¿O esto es sólo una visita social?

Las dos mujeres dejaron escapar una exclamación y Zsadist sintió que sus ojos se oscurecían. Mientras atraía abiertamente a Bella para que se quedara junto a él, sintió el impulso de enseñar los colmillos. Iba a hacer su mejor esfuerzo por no incomodar a nadie, pero si ese desgraciado volvía a soltar otra frase ofensiva, le arrastraría afuera y le golpearía hasta que se disculpara por ofender a las damas.

Se sintió muy orgulloso de sí mismo cuando sólo dejó escapar un siseo.

—Sí, me voy a casar con ella. Y si te dejas de bravuconadas, es posible que te invitemos a la ceremonia. Si no, te borraremos de la lista.

Al Reverendo le brillaron los ojos. Pero luego soltó una carcajada.

—Tranquilo, hermano. Sólo quería estar seguro de que vas a cuidar de mi hermana.

El vampiro le tendió la mano. Zsadist se la estrechó enseguida.

—Para ti, cuñado. Y claro que voy a cuidar de ella, no te preocupes.