49
Dos meses después…
Bella se materializó frente a la mansión de la Hermandad y levantó la vista para contemplar la austera fachada gris. Pensaba que nunca iba a regresar. Pero el destino tenía otros planes para ella.
Abrió la puerta exterior y entró en el vestíbulo. Cuando oprimió el botón del intercomunicador y puso la cara frente a la cámara, se sintió como si estuviera en medio de un sueño.
Fritz abrió las puertas de par en par, le hizo una reverencia y le dedicó una sonrisa.
—¡Señorita! ¡Qué alegría verla!
—Hola. —Bella entró y negó con la cabeza cuando Fritz trató de quitarle el abrigo—. No voy a quedarme mucho tiempo. He venido a hablar un momento con Zsadist. Será sólo un minuto.
—Por supuesto. El señor está por aquí. Tenga la bondad de seguirme. —Fritz la condujo a través del vestíbulo mientras le hablaba alegremente, contándole cosas, como lo que habían hecho en Año Nuevo.
El doggen se detuvo antes de abrir la puerta de la biblioteca.
—Le ruego que me perdone, señorita, pero usted parece estar… ¿Le importaría anunciarse usted misma… cuando esté lista?
—Ay, Fritz, usted me conoce muy bien. Es verdad, necesito un momento.
Fritz asintió con la cabeza, sonrió y desapareció.
Bella tomó aire y aguzó el oído para escuchar los ruidos de la casa. Se oían algunas voces amortiguadas y pasos fuertes, que parecían ser de los hermanos. Bella miró el reloj. Eran las siete de la tarde. Debían de estar preparándose para salir.
Se preguntó cómo estaría Phury. Y si Tohr ya habría regresado. Y cómo estaría John.
Demorando… Estaba demorando lo que había ido a hacer.
«Ahora o nunca», pensó y giró el picaporte de bronce. La puerta se abrió lentamente, sin hacer ruido.
Bella contuvo la respiración, mientras se asomaba a la biblioteca.
Zsadist estaba sentado frente a una mesa, inclinado sobre una hoja de papel, y su puño gigantesco sujetaba un fino lápiz. Mary estaba a su lado y entre los dos había un libro abierto.
—Recuerda que delante de a, o, u, la g suena distinto que delante de la e y la i —dijo Mary y señaló el libro—. Mira, por ejemplo, cómo suena en gato o gorro y cómo suena en genio o gigante. Inténtalo otra vez.
Zsadist se pasó una mano por la cabeza rapada. Luego dijo algo en voz baja, que Bella no alcanzó a oír, y volvió a mover el lápiz sobre el papel.
—¡Bien! —Mary le puso una mano en el brazo—. ¡Ya lo has aprendido!
Zsadist levantó la vista y sonrió. Luego giró la cabeza hacia donde estaba Bella y se quedó paralizado.
«¡Ay, Santa Virgen del Ocaso!», pensó Bella, mientras lo contemplaba. Todavía lo amaba. Lo sintió en las entrañas…
Pero… ¿Qué era… eso? ¿Qué ocurría? La cara de Zsadist parecía distinta. Algo había cambiado. No era la cicatriz, era otra cosa.
—Lamento interrumpir —dijo Bella—. Me preguntaba si podía hablar con Zsadist.
Bella apenas se dio cuenta de que Mary se levantó enseguida y se le acercó. Se abrazaron y luego salió y cerró la puerta.
—Hola —dijo Zsadist. Luego se levantó lentamente de la silla.
Bella puso los ojos como platos y retrocedió un poco.
—¡Por Dios! Pareces otro…
Zsadist se llevó una mano al pecho.
—Ah… sí, he engordado como cuarenta kilos. Havers… Havers dice que probablemente ya no voy a ganar más peso. Ahora estoy en unos ciento treinta.
Entonces a eso se debía el cambio en su cara. Ya no tenía las mejillas chupadas, ni los rasgos tan afilados; y sus ojos ya no estaban hundidos. Estaba… guapo. Y mucho más parecido a Phury.
Zsadist se aclaró la garganta con nerviosismo.
—Sí… Rhage y yo… hemos estado comiendo juntos.
¡Por Dios, eso parecía! El cuerpo de este Zsadist no tenía nada que ver con lo que ella recordaba. Tenía unos hombros inmensos y cubiertos de músculos que se dibujaban claramente debajo de la camiseta
—También se nota que has estado alimentándote de la vena —murmuró Bella y enseguida quiso retirar sus palabras. Al igual que el tono de censura con que las dijo.
No era de su incumbencia quién lo había estado alimentando, aunque, no podía evitarlo, le dolía imaginárselo usando la vena de otra hembra de la especie… Y seguramente así debía de ser, porque la sangre humana no podía haber producido semejante mejoría.
Zsadist dejó caer la mano.
—Rhage siempre usa a una de las Elegidas, pues no puede alimentarse de la sangre de Mary. Yo también me he estado alimentando de las Elegidas. —Hubo una pausa—. Tú tienes muy buen aspecto.
—Gracias.
Otra larga pausa.
—Mmmm… Bella, ¿qué te trae por aquí? No es que me moleste…
—Tengo que hablar contigo.
Zsadist no supo qué decir ante eso.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Bella y señaló los papeles que había sobre el escritorio. Eso tampoco era de su incumbencia, pero no se le ocurría nada que decir. No sabía por dónde comenzar. Estaba perdida.
—Estoy aprendiendo a leer.
A Bella le brillaron los ojos.
—¡Caramba! Y ¿cómo vas?
—Bien. Lento, pero estoy trabajando duro. —Zsadist miró los papeles de reojo—. Mary tiene mucha paciencia conmigo.
Silencio. Un largo silencio. ¡Por Dios, ahora que estaba frente a él, sencillamente no podía encontrar las palabras!
—El otro día fui a Charleston —dijo Zsadist.
—¿Qué? —¿Él había ido a verla?
—No fue fácil encontrarte, pero lo hice. En cuanto salí de la clínica, la primera noche.
—No me enteré.
—No quería que lo hicieras.
—Ah. —Bella suspiró, mientras un extraño dolor parecía danzar debajo de su piel. «Hora de saltar del abismo», pensó—. Escucha, Zsadist, he venido a decirte que…
—No quería verte hasta que terminara. —Cuando los ojos amarillos de Zsadist la miraron, algo pareció cambiar en el aire que los rodeaba.
—Hasta que terminaras ¿qué? —susurró ella.
Zsadist bajó la vista hacia el lápiz que tenía en la mano.
—Mi cambio.
Bella sacudió la cabeza.
—Lo siento. No entiendo…
—Quería devolverte esto. —Zsadist sacó la gargantilla del bolsillo—. Iba a devolvértela esa primera noche, pero luego pensé que… Bueno, en todo caso, la usé hasta que ya no me la pude abrochar, y ahora simplemente la llevo en el bolsillo.
Bella dejó escapar todo el aire que tenía en los pulmones. Zsadist comenzó a rascarse la cabeza.
—La gargantilla era una buena excusa —murmuró Zsadist.
—¿Para qué?
—Pensé que tal vez podía ir a Charleston y presentarme en tu puerta para devolvértela y quizás… tú podrías invitarme a pasar. O algo así. Me preocupaba que alguien te estuviera cortejando, así que he tratado de ir lo más rápido posible. Me refiero a que pensé que tal vez si aprendía a leer y me cuidaba mejor y trataba de dejar de ser un maldito miserable… —Zsadist sacudió la cabeza—. Pero no me malinterpretes. No es que esperara que te alegraras de verme. Sólo esperaba que… tú sabes… que tomaras un café conmigo. Un té. Que habláramos un rato. O algo así. Amigos, tal vez. Sólo que si ya tenías un pretendiente, él no lo permitiría. Así que, sí, ésa es la razón por la que he intentado darme mucha prisa…
Zsadist levantó sus ojos amarillos hacia ella. Estaba haciendo una mueca curiosa, como si tuviera miedo de lo que pudiera ver en la cara de Bella.
—¿Amigos? —dijo Bella.
—Sí… Me refiero a que nunca te faltaría al respeto pidiéndote que fuéramos otra cosa. Sé que tú lamentas… En todo caso, sencillamente no podía dejarte ir sin… Sí, por eso… amigos.
Zsadist la había ido a buscar…
—Yo… ¿Qué es lo que estás diciendo, Zsadist? —preguntó Bella tartamudeando, aunque había oído cada palabra perfectamente.
Zsadist volvió a mirar el lápiz que tenía en la mano. Pasó la página del cuaderno de espiral que tenía encima de la mesa, se agachó y escribió lentamente algo en la página en blanco. Luego arrancó la hoja.
La mano le temblaba cuando se la pasó.
—Está un poco emborronado.
Bella tomó el papel. En letras mayúsculas un poco inseguras, como las de un niño, había escritas dos palabras:
TE AMO
Bella apretó los labios y sintió que los ojos le ardían. Luego las palabras se volvieron borrosas y desaparecieron de su vista.
—Tal vez no se entiende —dijo él en voz baja—. Puedo volver a hacerlo.
Bella negó con la cabeza.
—Lo he entendido perfectamente. Es… hermoso.
—No espero nada a cambio. Quiero decir que… sé que tú… ya no… sientes lo mismo por mí. Pero quería que lo supieras. Es importante que lo sepas. Y si hay alguna posibilidad de que podamos estar juntos… no puedo dejar mi trabajo en la Hermandad, pero puedo prometerte que me cuidaré mucho más… —Zsadist frunció el ceño y dejó de hablar—. Mierda. ¿Qué estoy diciendo? Me había prometido no ponerte en esta situación.
Bella apretó la hoja de papel contra su pecho y luego se abalanzó sobre Zsadist, golpeándolo con tanta fuerza que se tambaleó. Cuando él la rodeó con sus brazos de manera vacilante, como si en realidad no entendiera qué era lo que estaba haciendo o por qué, Bella comenzó a llorar.
Mientras se preparaba para ese encuentro, nunca había considerado la posibilidad de que ellos dos pudieran tener algún tipo de futuro.
Cuando él le levantó la cara y la miró, Bella trató de sonreír, pero se sentía tan eufórica que no pudo controlarse.
—No quería hacerte llorar…
—Ay, por Dios… Zsadist, yo también te amo.
—¿Qué…?
—Te amo.
—Dilo otra vez.
—Te amo.
—Otra vez… por favor —susurró—. Necesito oírlo… otra vez.
—Yo te amo…
La reacción de Zsadist fue comenzar a rezarle a la Virgen Escribana en lengua antigua.
Abrazado a Bella y con la cara hundida en su pelo, Zsadist dio gracias con tanta elocuencia que ella comenzó a llorar otra vez.
Cuando recitó la última estrofa de la plegaria, Zsadist dijo:
—Hasta que tú me encontraste, estaba muerto aunque respiraba. Estaba ciego, aunque podía ver. Y luego tú llegaste… y desperté.
Bella le acarició la cara. Zsadist se le fue acercando a cámara lenta, apoyó sus labios sobre los de ella y le dio el más dulce de los besos.
Bella pensó en la ternura de ese beso. A pesar de lo grande y poderoso que era, la había besado… con la mayor dulzura.
Luego él dio un paso atrás.
—Pero, espera, ¿por qué estás aquí? Quiero decir, me alegra que…
—Estoy esperando un hijo tuyo.
Zsadist frunció el ceño. Abrió la boca. La cerró y sacudió la cabeza.
—Perdona… ¿qué has dicho?
—Estoy esperando un hijo tuyo. —Esta vez Zsadist se quedó totalmente inmóvil y callado—. Vas a ser padre. —Nada todavía—. Estoy embarazada.
Bueno, Bella ya no sabía cómo decírselo. ¿Qué pasaría si él no deseaba tener hijos?
Zsadist comenzó a tambalearse y se puso pálido.
—¿Llevas en tu vientre a mi hijo?
—Sí. Yo…
De repente él la agarró de los brazos con fuerza.
—¿Estás bien? ¿Havers dijo que estabas bien?
—De momento, sí. Soy un poco joven, pero tal vez eso pueda ser una ventaja cuando llegue el momento de dar a luz. Havers dice que el bebé está bien y que puedo seguir haciendo mi vida normal… Bueno, salvo que no debo desmaterializarme después del sexto mes. Y, ah… —Se sonrojó… se puso completamente roja—. Que no podré tener relaciones sexuales o alimentarme de la vena después del mes catorce y hasta que el niño nazca. Lo cual será alrededor del mes dieciocho.
Cuando el doctor le hizo esas advertencias, Bella pensó que no tendría que preocuparse por ninguna de esas dos cosas. Pero tal vez ahora…
Zsadist estaba asintiendo con la cabeza, pero realmente no parecía muy contento.
—Yo puedo cuidarte.
—Sé que lo harás. Y que me mantendrás a salvo. —Bella dijo esto último porque sabía que era algo que a él le preocupaba.
—¿Te quedarás aquí conmigo?
Bella sonrió.
—Me encantaría.
—¿Te casarás conmigo?
—¿Es una propuesta de matrimonio?
—Sí.
Pero Zsadist estaba cada vez más pálido. O más exactamente, se había puesto literalmente verde, del mismo color que un helado de menta. Y esa manera de hablar, como un poco mecánica, ya la estaba empezando a asustar.
—Zsadist… ¿de verdad quieres hacerlo? Quiero decir… no tienes que casarte conmigo, si no…
—¿Dónde está tu hermano?
La pregunta la sorprendió.
—¿Rehvenge? Ah… en casa, supongo.
—Vamos a hablar con él. Ahora mismo. —Zsadist la agarró de la mano y la arrastró hasta el vestíbulo.
—Zsadist…
—Le pediremos su consentimiento y nos casaremos esta noche. E iremos en el coche de V. No quiero que vuelvas a desmaterializarte.
Zsadist tiraba de ella con tanto ímpetu que Bella tuvo que correr.
—Espera, Havers dijo que podía hacerlo hasta el mes…
—No quiero correr riesgos.
—Zsadist, eso no es necesario.
De repente paró.
—¿Estás segura de que quieres tener a mi hijo?
—Ah, sí. ¡Ay, Virgen Santa, claro que sí! Y ahora todavía más… —Bella le sonrió, le agarró la mano y se la puso sobre el vientre—. Vas a ser un padre maravilloso.
Y fue en ese momento cuando Zsadist cayó desmayado.
‡ ‡ ‡
Zsadist abrió los ojos y vio a Bella mirándolo desde arriba, con el rostro iluminado por el amor. Alrededor había otros habitantes de la casa, pero él sólo la vio a ella.
—Hola —dijo ella suavemente.
Zsadist estiró la mano y le acarició la cara. No iba a llorar. No iba a…
¡Oh! ¿Y por qué no?
Zsadist le sonrió, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—Espero que… Espero que sea una niña y que se parezca a…
La voz se le quebró y, luego, comenzó a llorar abiertamente, como un completo afeminado. Delante de todos los hermanos. Y de Butch. Y de Beth. Y de Mary. Bella debía de estar aterrada por su debilidad, pero no podía evitarlo. Era la primera vez en toda su vida que se sentía… afortunado. Bendecido. Privilegiado. Ese momento, ese perfecto y resplandeciente fragmento del tiempo, ese sublime instante, mientras yacía de espaldas sobre el suelo del vestíbulo, rodeado de su amada Bella y el bebé que estaba esperando y toda la Hermandad… era el día más feliz de su vida.
Cuando Zsadist paró sus patéticos sollozos, Rhage se arrodilló con una sonrisa tan amplia que parecía que sus mejillas fueran a estallar.
—Bajamos corriendo cuando sentimos el golpe de tu cabeza contra el suelo. Ten cuidado, papi. ¿Me dejarás que le enseñe a pelear al chiquitín?
Hollywood le tendió la mano y, cuando Zsadist la agarró para levantarse, Wrath también se acercó.
—¡Felicidades, hermano mío! Que la Virgen os bendiga a ti, a tu shellan y a tu hijo.
Cuando Vishous y Butch se acercaron a felicitarlo, Z ya estaba sentado. Secándose las lágrimas. ¡Por Dios, había llorado como un verdadero marica! ¡Mierda! Por fortuna, eso no parecía importarle a nadie.
Respiró hondo y miró a su alrededor buscando a Phury… y ahí estaba su gemelo.
En los dos meses que habían transcurrido desde el encuentro entre Phury y ese restrictor, el pelo le había crecido hasta la altura de la mandíbula y la cicatriz que él mismo se había hecho en la cara ya había desaparecido totalmente. Pero sus ojos seguían estando opacos y tristes. Y ahora parecían más tristes.
Phury se acercó y todos guardaron silencio.
—Me encanta la idea de ser tío —dijo en voz baja—. Estoy muy feliz por ti, Z. Por ti también… Bella.
Zsadist le estrechó la mano y se la apretó con tanta fuerza que pudo sentir los huesos de su gemelo.
—Serás un tío excelente.
—¿Y tal vez el whard? —sugirió Bella.
Phury asintió con la cabeza.
—Me sentiré honrado de ser el whard del pequeño.
Fritz entró con una bandeja de plata llena de elegantes copas de cristal. El doggen estaba radiante y completamente feliz.
—Para celebrar la ocasión.
Enseguida se oyeron distintas voces y risas, y el ruido de copas que pasaban de mano en mano. Zsadist miró a Bella, y en ese momento alguien le puso una copa en la mano.
«Te amo», moduló con los labios. Ella le sonrió y le puso algo en la mano. La gargantilla.
—Llévala siempre contigo —susurró—. Te traerá suerte.
Zsadist le besó la mano.
—Siempre.
De repente Wrath se irguió y exhibió su imponente estatura, mientras levantaba la copa de champán y echaba la cabeza hacia atrás. Luego gritó con una voz tan fuerte y resonante que uno podría jurar que las paredes de la mansión se estremecieron.
—¡Por el pequeño!
Todos se pusieron de pie, levantaron sus copas y gritaron con todas sus fuerzas:
—¡Por el pequeño!
Ah, sí… Con seguridad el coro de sus voces era lo suficientemente poderoso como para llegar hasta los santos oídos de la Virgen Escribana. Que era lo que la tradición exigía.
«¡Qué maravilloso brindis!», pensó Z, mientras abrazaba a Bella para besarla en la boca.
—¡Por el pequeño! —volvieron a gritar todos los habitantes de la casa.
—Por ti —dijo Zsadist contra los labios de Bella—. Nalla.