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Zsadist siguió al restrictor de cabello descolorido hasta el laberinto de callejones del centro. El asesino se movía rápidamente entre la nieve, siempre alerta, explorando el terreno, al acecho de su presa entre la gente que salía de los clubes y se quedaba rezagada en medio del frío, con sus vestidos de fiesta.
Z se movía con agilidad tras el cazavampiros, corriendo sobre las plantas de los pies, siguiéndolo de cerca pero sin aproximarse demasiado. Ya casi estaba amaneciendo, pero quería matar a ese asesino antes de que acabara la noche. Lo único que necesitaba era lograr sacarlo del área donde pudiese haber testigos humanos indiscretos…
El momento perfecto se presentó cuando el restrictor disminuyó al paso en la intersección entre la calle ocho y la calle del Comercio. No fue más que un segundo, un momento de vacilación para decidir si doblaba a la izquierda o a la derecha.
Zsadist lo atacó con rapidez; se materializó detrás de él y le pasó un brazo por el cuello para arrastrarlo hacia las sombras. El restrictor se defendió y se entabló una lucha silenciosa que duró unos minutos, hasta que se impuso la fortaleza del vampiro. Cuando el restrictor cayó al suelo, Z se arrodilló sobre él y le miró a los ojos mientras levantaba la daga. Luego le clavó la hoja negra entre el pecho robusto y enseguida se produjo un estallido y una llamarada que se desvanecieron rápidamente.
Se puso de pie, pero esta vez no sintió ninguna satisfacción. Funcionaba como si llevara puesto un piloto automático, y aunque se sentía listo para matar, su cabeza permanecía como en medio de un sueño.
En lo único que podía pensar era en Bella. De hecho, la sensación era todavía más profunda. La ausencia de Bella era como un peso tangible sobre su cuerpo: la extrañaba con una desesperación que resultaba casi mortal.
Ah, sí. Así que los rumores eran verdad. Después de que el macho elige compañera, estar sin ella es como estar muerto. Ya lo había oído, pero nunca había creído que fuese cierto. Ahora estaba experimentando la verdad en carne propia.
De pronto sonó su móvil y Zsadist contestó, porque eso es lo que se suele hacer cuando el teléfono suena. Pero la verdad era que no tenía ningún interés en saber quién estaba al otro lado de la línea.
—Z, hermano —dijo Vishous—. Hemos recibido un mensaje muy extraño en el buzón general. Era un tipo que quería hablar contigo.
—¿Preguntó por mí? ¿Dijo mi nombre?
—En realidad fue un poco difícil entenderle porque parecía muy agitado, pero mencionó tu cicatriz.
¿El hermano de Bella?, se preguntó Z. Aunque ahora que ella había regresado al mundo, ¿qué tendría que reclamar su hermano?
Bueno… sólo que su hermana había sido montada durante su periodo de fertilidad y todavía no había una fecha para la ceremonia de desposorio. Sí, eso era algo que molestaría a cualquier hermano.
—¿De qué número procedía la llamada?
Vishous recitó el número.
—Y dejó el nombre de Ormond.
Entonces no debía de ser el hermano mayor de Bella, supuso Z.
—¿Ormond? Ése es un nombre humano.
—No sabría decirte. Así que lo mejor será que tengas cuidado.
Z colgó, marcó lentamente el número y esperó, pensando que ojalá lo hubiese recordado bien.
Cuando respondieron, nadie saludó al otro lado de la línea. Sólo se oyó una gruesa voz masculina que dijo:
—Número desconocido e imposible de rastrear. Así que debes de ser tú, hermano.
—¿Y tú quién eres?
—Quiero verte en persona.
—Lo siento, no estoy interesado en salir con nadie ahora.
—Sí, me imagino que con esa cara no tienes mucha suerte en ese campo. Pero no te estoy buscando para ligar.
—¡Qué alivio! Ahora, ¿quién diablos eres tú?
—Mi nombre es David. ¿Te suena?
La rabia nubló de tal manera la visión de Z que sólo pudo ver las marcas en el estómago de Bella. Apretó el teléfono hasta que el pobre aparato crujió, pero había decidido controlar su impulsividad.
Z se obligó a hacerse el desentendido y dijo:
—Me temo que no, David. Pero ¿por qué no me refrescas la memoria?
—Tú tomaste algo que era mío.
—¿Te robé la billetera? Creo que lo recordaría.
—¡Mi mujer! —gritó el restrictor.
Todos los instintos de Z estallaron dentro de su cuerpo al mismo tiempo y no hubo manera de detener el rugido que salió de su boca. Se alejó el teléfono hasta que el sonido se desvaneció.
—… demasiado cerca del amanecer.
—¿Qué dices? —dijo Z con tono áspero—. Tengo problemas de señal.
—¿Crees que esto es un maldito chiste? —espetó el restrictor.
—Tranquilo, no quisiera que tuvieras una embolia.
El asesino jadeó con furia, pero luego se controló.
—Quiero verte al anochecer. Tenemos mucho que hablar, tú y yo, y no quiero andar con prisas porque se acerca el amanecer. Además, he estado muy ocupado en las últimas horas y necesito descansar. Acabé con una de tus hembras, una atractiva pelirroja. Fue un tiro perfecto. ¡Que en paz descanse!
Al oír eso, el rugido de Z alcanzó a pasar por la línea telefónica. El asesino se rió.
—Los hermanos sois tan protectores… Pues bien, mira esto. Conseguí otra. Otra hembra. Y la convencí de que me diera ese número a través del cual te localicé. Realmente fue muy colaboradora. Una linda rubia.
Z se llevó la mano a una de las dagas.
—¿Dónde quieres que nos veamos?
Hubo una pausa.
—Primero las condiciones. Naturalmente quiero que vengas solo y así es como nos vamos a asegurar de que de verdad lo hagas. —Z oyó un gemido femenino en el fondo—. Si alguno de mis compañeros ve a tus hermanos rondando por ahí, la cortarán en pedacitos. Con una sola llamada telefónica. Y lo harán lentamente.
Zsadist cerró los ojos. Estaba tan harto de la muerte, el sufrimiento y el dolor… El suyo y el de los demás. Esa pobre mujer…
—¿Dónde?
—En la función de las seis del Show de horror Rocky, en la plaza Lucas. Siéntate en la parte de atrás. Yo te encontraré.
Luego Z ya no oyó nada más, pero el teléfono volvió a sonar inmediatamente después.
Ahora la voz de V parecía azorada:
—Tenemos un problema. El hermano de Bella encontró a Wellsie muerta, a la entrada de su casa. Ven enseguida, Z.
‡ ‡ ‡
Desde el otro lado del escritorio, John vio que Tohr estaba colgando el teléfono. Las manos le temblaban tanto que el auricular se sacudió sobre el soporte.
—Debe de tener desconectado el móvil, o se le habrá acabado la batería… Llamaré otra vez a casa. —Tohr levantó el teléfono. Marcó rápidamente. Pero se equivocó de número y tuvo que volver a empezar. Entretanto no dejaba de darse masaje en el centro del pecho, arrugando la camisa.
Mientras Tohr miraba al vacío, paralizado, escuchando cómo sonaba el teléfono de su casa, John oyó pasos que se dirigían a la oficina por el corredor. De repente sintió algo horrible, como un ataque de fiebre. Miró de reojo hacia la puerta y luego otra vez a Tohr.
Obviamente, Tohr también sintió los pasos, porque dejó caer el auricular sobre el escritorio como a cámara lenta, mientras todavía resonaba el timbre del teléfono. Fijó los ojos en la puerta y se aferró a los brazos de la silla.
Entonces saltó el contestador, y a través del auricular se oyó la voz de Wellsie diciendo: «Hola, es la casa de Wellsie y Tohr. No podemos atenderte ahora…»
Todos los hermanos estaban afuera, en el pasillo. Wrath estaba el primero, liderando el sombrío grupo.
Se oyó un estruendo y John se volvió a mirar a Tohr. El hombre se había levantado de la silla como un resorte y la silla se cayó al suelo. Temblaba de los pies a la cabeza y sudaba tanto que ya tenía la camisa empapada debajo de los brazos.
—Hermano mío —dijo Wrath, con un tono de impotencia que contrastaba con la fiereza de su actitud. Y esa impotencia era aterradora.
Tohr gimió, se llevó la mano al esternón y comenzó a frotarlo de manera circular, con movimientos rápidos y desesperados.
—Vosotros… no podéis estar aquí. No… —Estiró una mano como si quisiera expulsarlos a todos y luego dio un paso atrás. Pero no tenía adónde ir. Se estrelló contra el archivador—. Wrath, no… mi señor, por favor, no… Ay, Dios. No lo digas. No me digas que…
—Lo lamento mucho…
Tohr comenzó a mecerse hacia delante y hacia atrás, mientras movía los brazos como si fuera a vomitar.
John estalló en llanto.
No quería llorar, pero comenzó a entender lo que sucedía y el horror le resultó insoportable. Hundió la cabeza en las manos y en lo único que podía pensar era en Wellsie dando marcha atrás para salir del garaje, como si fuera un día cualquiera.
Cuando una mano enorme lo levantó de la silla y lo apretó contra un pecho, pensó que era uno de los hermanos. Pero era Tohr. Tohr lo estaba abrazando, aferrándose a él.
El hombre empezó a murmurar como un loco y sus palabras parecían incomprensibles hasta que por fin adquirieron sentido.
—¿Por qué no me llamasteis? ¿Por qué no me llamó Havers? Debió llamarme… Ay, Dios, el bebé se la llevó… Yo sabía que lo del embarazo no era buena idea…
De pronto todo cambió en el cuarto, como si alguien hubiese encendido las luces o tal vez la calefacción. John sintió primero el cambio en el aire y luego Tohr se quedó callado, como si también lo hubiese sentido.
Tohr aflojó los brazos.
—¿Wrath? Fue… el bebé, ¿no?
—Saquen al chico de aquí.
John negó con la cabeza y se aferró a la cintura de Tohr.
—¿Cómo murió Wellsie, Wrath? —preguntó Tohrment con voz fuerte y retiró las manos de la espalda de John—. Tienes que decírmelo. Ya mismo.
—Saca al chico de aquí —le gritó Wrath a Phury.
John trató de forcejear cuando Phury lo agarró de la cintura y lo levantó del suelo. Vishous y Rhage se situaron cada uno a un lado de Tohr. La puerta se cerró.
Una vez fuera de la oficina, Phury puso a John en el suelo y lo mantuvo quieto. Hubo uno o dos minutos de silencio… y luego un grito desgarrado hizo añicos el aire, como si el oxígeno fuera cristal.
La explosión que siguió fue tan fuerte que destrozó la puerta de vidrio. Volaron cristales a todas partes, mientras que Phury protegía a John con su cuerpo.
Luego las luces fluorescentes del techo fueron estallando una a una en ambos extremos del corredor, dejando sólo una columna de chispas y humo que salía de cada lámpara. La energía vibró en el suelo de cemento y lo rajó a todo lo ancho.
A través de la puerta destrozada, John vio una especie de remolino dentro de la oficina y los hermanos salieron enseguida, con los brazos levantados para protegerse la cara. Varios pedazos de muebles daban vueltas alrededor de un hueco negro que había en el centro de la habitación y que recordaba vagamente la silueta de Tohr.
Se oyó otro aullido sobrenatural y luego el vacío negro desapareció, mientras que los muebles se estrellaban contra el suelo; finalmente, todo dejó de temblar. Una lluvia de papeles aterrizó suavemente sobre el caos, como la nieve después de un accidente de tráfico.
Tohrment había desaparecido.
John se soltó de los brazos de Phury y corrió a la oficina. Mientras los hermanos lo miraban, abrió la boca y gritó, sin poder producir ningún sonido:
—¡Papá… papá… papá!