42

O salió de la mansión y dejó abierta la puerta principal. Mientras avanzaba por la calle de entrada, los copos de nieve daban vueltas en medio del viento helado.

La imagen de ese retrato despertaba en su cabeza un eco que no se desvanecía. Había matado a su mujer. La había golpeado de manera tan salvaje que ella se había muerto. Dios… debería haberla llevado a un médico. O, tal vez, si el hermano de la cicatriz no se la hubiese llevado, quizás ella habría vivido… Tal vez se había muerto porque la habían movido.

Entonces, ¿la había matado, habría vivido si la hubieran dejado quedarse con él? ¿Qué habría pasado si…? ¡Maldición! La búsqueda de la verdad era una mierda. Ella estaba muerta y él no tenía nada que enterrar porque ese desgraciado hermano se la había arrebatado. Punto. No había nada más que pensar.

De repente O vio las luces de un coche que venía hacia él. Cuando estuvo un poco más cerca, vio que una camioneta negra se había detenido frente a la reja.

Ese maldito Beta. ¿Qué demonios estaba haciendo? O todavía no lo había llamado para que lo recogiera y ése no era el sitio acordado… Espera, el coche era un Range Rover, no un Explorer.

O comenzó a correr a través de la nieve, escondido entre las sombras. Estaba a un par de metros de la reja, cuando bajaron la ventanilla de la camioneta.

Oyó que una voz femenina decía:

—Con todo lo que ha sucedido con Bella, no sé si su madre recibirá visitas. Pero al menos podemos intentarlo.

O se acercó a la verja para esconderse detrás de una de las columnas y sacó su arma. Vio un manchón de pelo rojo, cuando la mujer que iba tras el volante se inclinó y presionó el botón del intercomunicador. Junto a ella, en el puesto del copiloto, iba otra mujer, una rubia de pelo corto. La otra dijo algo y la pelirroja sonrió, dejando ver un largo par de colmillos.

La mujer volvió a oprimir el botón del intercomunicador, y entonces O dijo en voz alta:

—No hay nadie en casa.

La pelirroja levantó la vista y él le apuntó con su Smith & Wesson.

—¡Sarelle, corre! —gritó.

O apretó el gatillo.

‡ ‡ ‡

John estaba sumergido en sus estudios y a punto de tirarse por la ventana a causa del cansancio mental, cuando alguien golpeó en su puerta. John silbó, sin levantar la cabeza del libro.

—Hola, hijo —dijo Tohr—. ¿Cómo va el estudio?

John estiró los brazos por encima de la cabeza y luego movió las manos y dijo:

—Mejor que el entrenamiento físico.

—No te preocupes por eso. Ya llegará el día en que lo hagas bien.

—Tal vez.

—No, de verdad. Yo era igual antes de mi transición. Un torpe absoluto. Confía en mí. Ya mejorarás.

John sonrió.

—Llegas temprano.

—En realidad voy al centro, para adelantar un poco de trabajo administrativo. ¿Quieres venir conmigo? Podrías estudiar en mi oficina.

John asintió con la cabeza y agarró la chaqueta, después guardó sus libros en la mochila. Le vendría bien un cambio de escenario. Tenía sueño y todavía tenía que leer otras veintidós páginas. Así que alejarse de la cama era una gran idea.

Iban caminando por el corredor cuando Tohr se tambaleó de repente y se fue contra la pared. Enseguida se llevó la mano al corazón, como si tuviera dificultad para respirar.

John lo sujetó para que no cayera. Tohr se había puesto gris, y el muchacho lo miró muy asustado.

—Estoy bien… —Tohr se dio masaje en el esternón e hizo una mueca de dolor. Luego tomó aire por la boca—. No, yo… de pronto he sentido un dolor. Probablemente habré comido algo que me ha sentado mal; no te preocupes, ya me estoy recuperando.

Pero aún estaba muy pálido y parecía enfermo cuando salieron al garaje y se acercaron al Volvo.

—Le dije a Wellsie que esta noche se llevara el Range Rover —dijo Tohr, mientras se montaban en el coche—. Le puse las cadenas para mayor seguridad. No me gusta que ande conduciendo en la nieve. —Parecía estar hablando por hablar, escupiendo palabras al azar—. Ella piensa que soy muy protector, demasiado.

—¿Estás seguro de que es buena idea salir? —preguntó John—. Pareces enfermo.

Tohr vaciló un momento, antes de arrancar el motor, mientras se tocaba el pecho por debajo de la chaqueta de cuero.

—No, no. Estoy bien, no es nada.

‡ ‡ ‡

Butch observó a Havers mientras examinaba a Phury. El doctor le quitó la venda con manos firmes y seguras.

Obviamente, Phury se sentía muy incómodo en el papel de paciente. Sentado a la mesa de examen, con la camisa por fuera, el enorme cuerpo de Phury dominaba el espacio e irradiaba una energía particular que le hacía parecer un ogro. Un ogro salido de uno de los cuentos de los hermanos Grimm.

—Esto no ha sanado como debería —declaró Havers—. Usted dijo que lo hirieron anoche, ¿cierto? Así que ya debería estar cicatrizando. Pero la herida sigue casi abierta.

Butch le lanzó a Phury una mirada que significaba «te lo dije».

El hermano moduló con los labios un «vete a la mierda» y luego musitó:

—Estoy bien.

—No señor, no está bien. ¿Cuándo fue la última vez que se alimentó?

—No lo sé. Hace algún tiempo. —Phury bajó la cabeza para mirarse la herida y arrugó la frente, como si le sorprendiera que tuviera tan mal aspecto.

—Usted tiene que alimentarse. —El médico abrió un paquete de gasa y cubrió la herida. Después la pegó con esparadrapo y dijo—: Y debería hacerlo esta misma noche.

Havers se quitó los guantes, los arrojó a una papelera de desechos biológicos y anotó algo en la historia clínica. Luego se detuvo un momento junto a la puerta.

—¿Hay alguien a quien pueda recurrir ahora mismo?

Phury negó con la cabeza, mientras se arreglaba la camisa.

—Me encargaré del asunto. Gracias, doctor.

Cuando se quedaron solos, Butch dijo:

—¿Adónde te llevo, muchacho?

—Al centro. Es hora de salir de cacería.

—Sí, claro. Ya has oído al hombre del estetoscopio. ¿O piensas que estaba de broma?

Phury se bajó de la mesa de examen y sus botas golpearon el suelo con un ruido seco. Luego dio media vuelta para coger la funda de la daga.

—Mira, policía, para mí es un poco complicado conseguir a alguien —dijo—. Porque yo no… por mi manera de ser, sólo me gusta hacerlo con un tipo determinado de hembras, y tengo que hablar primero con ellas. Ya sabes, preguntarles si están dispuestas a dejarme chupar de su vena. El celibato es complicado.

—Entonces empieza a llamar ahora. No estás en condiciones de pelear y tú lo sabes.

—Úsame a mí.

Butch y Phury miraron hacia la puerta. Bella estaba en el umbral.

—No tenía intención de escucharos —dijo—. Pero la puerta estaba abierta y yo pasaba por aquí. Mi… hermano se acaba de ir.

Butch miró de reojo a Phury. El hombre estaba inmóvil como una estatua.

—¿Qué pasa? —preguntó Phury con voz ronca.

—Nada. Todavía quiero ayudarte. Así que te estoy dando otra oportunidad.

—Pero hace doce horas no habrías sido capaz de soportarlo.

—Sí, sí habría sido capaz. Tú fuiste el que dijo que no.

—Habrías llorado durante todo el proceso.

Butch se deslizó hacia la puerta.

—Os espero afuera.

—Quédate, policía —dijo Phury—. Si no te importa.

Butch soltó una maldición y dio media vuelta. Había un asiento al lado de la salida. Se sentó allí y trató de convertirse en un objeto inanimado.

—¿Acaso Zsadist…?

Bella interrumpió la pregunta de Phury.

—Esto no tiene nada que ver con él.

Se produjo un largo silencio. Y luego el aire fue invadido por un olor como a especias oscuras que emanaba del cuerpo de Phury.

Como si el olor fuera una especie de respuesta, Bella entró en el salón, cerró la puerta y comenzó a subirse la manga.

Butch miró de reojo a Phury y vio que estaba temblando, con los ojos brillantes como el sol y el cuerpo… Bueno, obviamente estaba excitado, por decirlo de algún modo.

«Muy bien, hora de irse», pensó y se levantó, dispuesto a marcharse.

—Policía, necesito que te quedes mientras lo hacemos —dijo Phury con una especie de gruñido.

Butch resopló, aunque sabía muy bien cuál era la razón para que Phury no quisiera quedarse solo con aquella hembra en ese momento. Irradiaba tanta energía erótica que parecía un semental.

—¿Butch?

—Sí, está bien, me quedaré. —Aunque no pensaba mirar. ¡Faltaría más!

Maldiciendo, Butch se inclinó sobre las rodillas, apoyó la frente sobre las manos y clavó la vista en sus zapatos.

Se oyó un crujido, como si alguien se estuviera subiendo a la mesa de examen. Luego, ruido de ropa.

Silencio.

¡Mierda! Tenía que mirar.

Butch echó un vistazo y luego no pudo despegar los ojos de lo que veía: Bella estaba sobre la mesa, con las piernas colgando y la muñeca apoyada sobre el muslo, con la parte interna hacia arriba. Phury la miraba fijamente, con una expresión de deseo y amor desesperado, mientras se arrodillaba delante de ella. Las manos le temblaban cuando agarró la palma de Bella y su brazo y enseñó los colmillos. Los tenía enormes ahora, tan largos que no podía cerrar la boca.

Siseando, Phury agachó la cabeza hacia el brazo de Bella. Ella se retorció al sentir el pinchazo de los colmillos, aunque sus ojos inexpresivos sólo siguieron contemplando la pared. Luego Phury se estremeció, la soltó y levantó la vista para mirarla.

—¿Por qué te paras? —preguntó Bella.

—Porque tú estás…

Phury miró de reojo a Butch, que se sonrojó y volvió a clavar la mirada en sus mocasines.

El hermano susurró:

—¿Ya has sangrado?

Butch se estremeció. ¡Todo lo que estaba pasando le resultaba tan extraño!

—Bella, ¿crees que estás embarazada?

Efectivamente, demasiado extraño.

—¿Queréis que me vaya? —preguntó Butch, con la esperanza de que lo echaran de allí a patadas.

Cuando los dos dijeron que no, volvió a contemplarse los zapatos.

—No, no lo estoy —dijo Bella—. Realmente no… bueno, ya sabes. Quiero decir que… he tenido dolores, ¿vale? Después vendrá el periodo y luego todo habrá terminado.

—Debes decirle a Havers que te haga un reconocimiento.

—¿Quieres o no quieres beber?

Más silencio. Luego otro siseo. Seguido de un gemido.

Butch echó otro vistazo. Phury estaba encima de la muñeca de Bella y el esbelto brazo de la muchacha estaba atrapado en la jaula del cuerpo del hermano, mientras que bebía con avidez. Bella lo observaba desde arriba. Después de un momento, levantó la otra mano y la puso sobre la melena multicolor de Phury. Lo acarició con ternura, mientras los ojos le brillaban, llenos de lágrimas.

Butch se levantó del asiento y salió sigilosamente por la puerta, dejando a la pareja de vampiros dedicada a lo suyo. La triste intimidad de lo que estaba pasando entre ellos requería que los dejara solos.

Una vez afuera, se recostó contra la pared, todavía conmovido por el drama de dentro, aunque ya no los estaba viendo.

—Hola, Butch.

Butch alzó la cabeza. Marissa estaba de pie, en el otro extremo del corredor.

¡Dios Santo!

Mientras caminaba hacia él, Butch pudo sentir el olor de la muchacha, ese limpio aroma a mar, que penetró por su nariz y llegó hasta su cerebro y su sangre. Tenía el pelo recogido y llevaba un vestido amarillo de talle alto.

¡Dios… Estaba radiante!

Butch se aclaró la garganta.

—Hola, Marissa. ¿Cómo estás?

—Tienes buen aspecto —dijo ella.

—Gracias. —Marissa estaba fantástica, pero Butch decidió guardar silencio.

«Mierda, es como si me estuvieran clavando un puñal», pensó. Sí… Ver a esta mujer y recibir una puñalada en el corazón sólo eran dos caras de la misma moneda.

En lo único que podía pensar era en la imagen de ella subiéndose a ese Bentley con un hombre.

—¿Cómo te va? —preguntó ella.

¿Cómo le iba? Llevaba cinco meses actuando como un idiota.

—Bien. Muy bien.

—Butch, yo…

Butch le sonrió y se enderezó.

—Escucha, ¿me harías un favor? Voy afuera, al coche. ¿Podrías avisar a Phury cuando salga? Gracias. —Se arregló la corbata y se abotonó la chaqueta del traje, luego recogió el abrigo—. Cuídate, Marissa.

Se dirigió al ascensor.

—Butch, espera.

¡Que Dios le ayudara! Butch se detuvo.

—¿Cómo… estás? —volvió a preguntar ella.

Butch pensó en la posibilidad de dar media vuelta, pero se negó a volver a caer.

—Ya te he dicho que perfectamente, gracias. Cuídate, Marissa.

¡Mierda! Eso ya lo había dicho. ¿Es que no se le ocurría nada original que decir?

—Yo quisiera… —Marissa se contuvo—. ¿Te gustaría venir a visitarme? ¿Algún día?

Eso lo hizo dar media vuelta. ¡Ella era tan hermosa! Como una princesa. Y con ese lenguaje victoriano y esa amabilidad, hacía que se sintiera como un absoluto imbécil, un estúpido que sólo sabía emitir balbuceos y cometer torpezas.

—¿Butch? Tal vez podrías… venir algún día a visitarme.

—¿Por qué querría hacerlo?

Ella se sonrojó y pareció perder el entusiasmo.

—Tenía la esperanza de que…

—Tenías la esperanza ¿de qué?

—De que tal vez…

—¿Qué?

—Quisieras buscarme alguna vez. Cuando tengas tiempo. Tal vez podrías venir… de visita.

¡Cómo podía decir eso! Ya lo había hecho y ella se había negado a recibirlo. No había manera de que él se ofreciera voluntariamente a sufrir otro golpe como ése. Esa mujer, esa hembra… lo que fuera… era totalmente capaz de darle una patada en el culo y él no estaba dispuesto a recibir un trato semejante, muchas gracias. Además, el señor Bentley venía a buscarla por la puerta trasera.

Al recordar eso, una parte muy perversa y masculina de Butch se preguntó si Marissa todavía sería la virgen inmaculada que había conocido en el verano. Probablemente no. Aunque todavía fuera tímida, ahora que ya no estaba con Wrath seguramente se habría buscado un amante. Demonios, Butch sabía por experiencia propia el tipo de besos que ella podía darle a un hombre; había sucedido sólo una vez, pero él casi arranca el brazo de la silla de pura excitación. Así que, sí… definitivamente debía de tener un hombre. Tal vez dos. Y los mantendría bien ocupados.

Al ver que Marissa volvía a abrir su boquita perfecta y sonrosada, Butch la interrumpió:

—No, no pienso venir a visitarte. Pero te repito lo que ya te he dicho: Espero que tú… te cuides mucho.

Muy bien, era la tercera vez que decía lo mismo. Tenía que salir antes de repetirlo una cuarta.

Butch se acercó al ascensor. De manera milagrosa, el aparato se abrió en cuanto oprimió el botón para subir. Entró y se abstuvo de mirarla.

Cuando las puertas se cerraron, pensó que tal vez ella lo había llamado por su nombre una última vez. Pero, conociéndose, debía de ser fruto de su imaginación. Porque realmente deseaba que ella…

«Ay, cállate, O’Neal. Sólo cállate y olvídalo».

Butch salió de la clínica casi corriendo, como alma que lleva el diablo. Aquello era una fuga en toda regla.