39
Estaba empezando a amanecer cuando U llegó a la cabaña y abrió la puerta. Redujo el paso al entrar, pues quería saborear el momento. El puesto de comando era suyo. Se había convertido en el jefe de los restrictores. O ya no existía.
U no podía creer lo que había hecho. No podía creer que había tenido el valor de pedirle al Omega un cambio de líder. Y tampoco podía creer que el jefe hubiese estado de acuerdo con él y hubiese llamado a casa a O.
U no tenía madera de líder, pero tanto él como el supremo jefe no tuvieron otra opción. Después de todo lo que había ocurrido el día anterior, con los malditos Betas y los arrestos y la rebelión, se avecinaba una anarquía total entre los cazavampiros. Entretanto, O no estaba haciendo nada. Incluso parecía que le molestaba tener que hacer su trabajo.
U estaba contra la pared. Llevaba casi dos siglos en la Sociedad y prefería morirse antes que verla convertida en una improvisada reunión de asesinos a sueldo, desorganizados y torpes, que ocasionalmente perseguían vampiros. Ya hasta se les estaba olvidando quién era su objetivo, y hacía tres días que O lo había mandado todo al garete.
No, en el terreno temporal había que dirigir la Sociedad con mano firme y decidida. Así que era preciso reemplazar a O.
U se sentó a la mesa y encendió el ordenador portátil. Lo primero en la agenda era convocar una asamblea general y hacer una demostración de fuerza. Eso era lo único que O había hecho bien. Los otros restrictores le tenían miedo.
U revisó la lista de Betas para encontrar uno que pudiera sacrificar para dar ejemplo, pero no pudo avanzar mucho, pues recibió un mensaje con muy malas noticias. Anoche había habido una sangrienta pelea en el centro. Dos miembros de la Hermandad contra siete restrictores. Por fortuna parecía que los dos hermanos habían salido heridos. Pero sólo había sobrevivido uno de los cazavampiros, así que la Sociedad había perdido más miembros.
¡Por Dios, el reclutamiento tenía que ser una prioridad! ¿Pero cómo demonios iba a encontrar tiempo? Primero tenía que tomar las riendas.
U se frotó los ojos, mientras pensaba en la tarea que le esperaba.
«Bienvenido al cargo de Jefe de los restrictores», pensó y comenzó a hacer una llamada.
‡ ‡ ‡
Bella miró a Rhage con furia, sin importarte que el vampiro pesara setenta kilos más que ella y le llevara veinte centímetros de estatura.
Por desgracia, al hermano no pareció importarle que ella estuviera iracunda. Y no se movió de la puerta que estaba cuidando.
—Pero quiero verlo.
—No es un buen momento, Bella.
—¿Es muy grave la herida?
—Esto es un asunto de la Hermandad —dijo Rhage con voz suave—. Vete, te avisaremos si pasa algo.
—Ah, claro. Igual que me disteis… ¡Por Dios, tuve que enterarme a través de Fritz!
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió.
Zsadist parecía más apagado que nunca y estaba bastante magullado. Tenía un ojo tan hinchado que casi no lo podía abrir, la boca rota y el brazo colgando de un cabestrillo. Tenía cortes por toda la nuca y la cabeza, como si hubiese caído sobre piedras o algo así.
Zsadist la miró y Bella se estremeció. Los ojos le cambiaron de color enseguida, recuperando el tono amarillo, pero sólo miró a Rhage y dijo:
—Phury por fin está descansando. —Luego movió la cabeza en dirección de Bella y agregó rápidamente—: Si ha venido a acompañarlo, déjala entrar. Su presencia le dará un poco de consuelo.
Zsadist dio media vuelta y comenzó a avanzar por el pasillo. Iba cojeando, arrastrando la pierna izquierda, como si tuviera una herida en el muslo.
Bella soltó una maldición y fue tras él, aunque no sabía por qué se molestaba en hacerlo. Zsadist no iba a aceptar nada de ella, ni su sangre ni su amor… y, ciertamente, tampoco su preocupación. No quería nada de ella.
Bueno, sólo quería que se fuera.
Antes de que lo alcanzara, Zsadist se detuvo abruptamente y se volvió a mirarla.
—Si Phury necesita alimentarse, ¿le dejarás beber de tu vena?
Bella se quedó paralizada. Zsadist no sólo bebía de otra mujer, sino que le resultaba fácil compartirla con su gemelo. Como si no fuera nada especial. ¡Por Dios! ¿Acaso nada de lo que habían compartido había tenido significado para él?
—¿Lo dejarás? —Los nuevos ojos amarillos de Zsadist se entrecerraron mientras la miraba—. ¿Bella?
—Sí —dijo ella en voz baja—. Yo lo cuidaré.
—Gracias.
—Creo que te desprecio.
—Ya era hora.
Bella dio media vuelta, lista para regresar a la habitación de Phury. Zsadist dijo en voz baja:
—¿Ya has sangrado?
¡Ah, sensacional, otra sorpresa! Él quería saber si la había dejado embarazada. Y sin duda se sentiría aliviado cuando supiera la buena noticia de que no había sido así.
Bella le fulminó con la mirada por encima del hombro.
—He tenido dolores. No tienes nada de que preocuparte.
Zsadist asintió con la cabeza.
Antes de que pudiera huir, ella dijo:
—Dime una cosa. Si quedara embarazada, ¿te casarías conmigo?
—Cuidaría de ti y de tu hijo hasta que otro macho se hiciera cargo.
—Mi hijo… como si no fuera también tuyo. —Al ver que él no decía nada, tuvo que insistir—: ¿Ni siquiera lo reconocerías?
La única respuesta de Zsadist fue cruzar los brazos sobre el pecho.
Bella sacudió la cabeza.
—¡Qué horror! Realmente no tienes sentimientos, ¿no?
Zsadist la miró durante un largo rato.
—Nunca te he pedido nada, ¿o sí?
—Ah, no. Nunca lo has hecho. —Bella dejó escapar una carcajada de rabia—. Dios no permita que te atrevas a hacer algo así.
—Cuida a Phury. Él lo necesita. Al igual que tú.
—No te atrevas a decirme qué es lo que necesito.
Bella no esperó a que Zsadist respondiera. Se volvió por el corredor hasta la puerta de Phury, apartó a Rhage del camino y se encerró con el gemelo de Zsadist. Estaba tan enojada que le llevó un segundo darse cuenta de que estaba en la oscuridad y que la habitación olía a humo rojo, ese delicioso aroma a chocolate.
—¿Quién está ahí? —dijo Phury bruscamente desde la cama.
Bella carraspeó.
—Bella.
Se oyó un suspiro desgarrado.
—Hola.
—Hola. ¿Cómo te sientes?
—Absolutamente genial, gracias por preguntar.
Bella sonrió y se acercó a él. Usando su visión nocturna, pudo ver que Phury estaba tumbado sobre la cama, vestido sólo con unos calzoncillos. Tenía una venda alrededor del estómago y estaba lleno de moratones. Y… ¡Oh…! Bella nunca había visto su pierna…
—No te preocupes —dijo él de manera tajante—. Perdí ese pie y esa pierna hace un siglo. Y de verdad estoy bien. Sólo es un problema de estética.
—Entonces, ¿por qué tienes esa venda en el estómago?
—Hace que mi trasero parezca más pequeño.
Bella se rió. Esperaba que Phury estuviera medio muerto y realmente tenía muy mal aspecto, pero no estaba a las puertas de la muerte.
—¿Qué te sucedió? —preguntó Bella.
—Tengo una herida en el costado.
—¿Con qué te la hicieron?
—Con un cuchillo.
Eso la hizo estremecerse. Tal vez sólo parecía que Phury estaba bien.
—Estoy bien, Bella. De verdad. En seis horas estaré listo para salir otra vez. —Hubo un breve silencio—. ¿Qué sucede? ¿Estás bien?
—Sólo quería ver cómo estabas.
—Bueno… estoy bien.
—Y… ¿necesitas alimentarte?
Phury se puso tieso y luego agarró abruptamente la colcha y se la echó sobre las caderas. Bella se preguntó por qué estaría actuando como si tuviera algo que esconder…
En ese momento, Bella miró por primera vez a Phury como a un hombre. Realmente era muy atractivo, con esa magnífica melena y esa cara apuesta, de facciones clásicas. Tenía un cuerpo espectacular, musculoso, y parecía mucho más fuerte que su gemelo. Pero sin importar lo atractivo que fuera, Phury no era el hombre destinado a ella.
Era una lástima, pensó. Para los dos. ¡Dios, cómo odiaba hacerle daño a Phury!
—¿Lo necesitas? —preguntó Bella—. ¿Necesitas beber sangre?
—¿Te estás ofreciendo?
Bella tragó saliva.
—Sí. Entonces… ¿Puedo ofrecerte mi vena?
Una extraña fragancia impregnó el aire de la habitación y era tan fuerte que eclipsó el aroma del humo rojo. Era el olor denso y penetrante del apetito masculino. El olor que despedía el deseo de Phury de estar con ella.
Bella cerró los ojos y rezó para que, en caso de que él aceptara la oferta, ella pudiera cumplir con su parte sin llorar.
‡ ‡ ‡
Ese mismo día, más tarde, cuando anocheció, Rehvenge estaba mirando las cintas fúnebres que colgaban del retrato de su hermana. Cuando sonó su móvil, miró el identificador de llamadas y abrió el teléfono.
—Hola, Bella —dijo con voz suave.
—¿Cómo sabías que…?
—¿Que eras tú? Era un número imposible de rastrear. Tiene que ser muy difícil de rastrear si este teléfono no puede localizarlo. —Al menos todavía estaba segura en la mansión de la Hermandad, pensó Rehv. Dondequiera que fuera que se encontrase—. Me alegra que me llames.
—Fui a casa anoche.
Rehv apretó el teléfono con fuerza.
—¿Anoche? ¡Demonios! No quería que…
De pronto comenzó a oír a través del teléfono unos amargos sollozos que le dejaron sin palabras y sin aire y aplacaron su furia.
—¡Bella! ¿Qué sucede? ¿Bella? ¡Bella! ¿Acaso alguno de los hermanos te ha hecho daño?
—No. —Bella respiró profundamente—. Y no me grites. No lo soporto. Ya estoy harta de tus gritos. Para ya.
Rehv tomó aire y trató de controlar su temperamento.
—¿Qué pasa? ¿Por qué quieres volver ahora?
—¿Cuándo puedo regresar a casa?
—Háblame.
Hubo un largo rato de silencio. Estaba claro que su hermana ya no confiaba en él. ¿Y acaso podía culparla?
—Bella, por favor. Lo siento… Sólo cuéntame qué pasa. —Al ver que no había respuesta, dijo—: ¿Acaso yo…? —Se aclaró la voz—. ¿Tan enfadada estás conmigo que no quieres ni hablarme?
—¿Cuándo puedo ir a casa?
—Bella…
—Respóndeme, hermano.
—No lo sé.
—Entonces quiero ir al refugio de seguridad.
—No puedes. Ya sabes que no quiero que mahmen y tú estéis en el mismo sitio cuando hay problemas. Pero, bueno, ¿por qué quieres marcharte de ese lugar? Hace sólo un día no querías estar en ninguna otra parte.
Hubo un largo silencio.
—Tuve mi periodo de fertilidad.
Rehv se quedó sin respiración. Cerró los ojos.
—¿Estuviste con uno de ellos?
—Sí.
Sentarse en este momento sería una muy buena idea, pero no había ningún asiento lo suficientemente cerca. Así que se apoyó sobre el bastón y se arrodilló en la alfombra persa. Justo frente al retrato.
—¿Estás… bien?
—Sí.
—¿Y él quiere quedarse contigo?
—No.
—¿Cómo?
—No me desea.
Rehv dejó asomar sus colmillos.
—¿Estás embarazada?
—No.
«¡Gracias a Dios!».
—¿Quién fue?
—No te lo diría aunque me amenazaras con matarme, Rehv. Te lo repito, me quiero ir de aquí.
¡Por Dios! Bella en celo, viviendo en un lugar lleno de machos… lleno de guerreros de sangre caliente. Y el Rey Ciego…
—Bella, dime que sólo uno de ellos te montó. Dime que fue sólo uno y que no te hizo daño.
—¿Por qué? ¿Porque tienes miedo de tener a una puta por hermana? ¿Miedo de que la glymera me margine otra vez?
—¡Al diablo con la glymera! Es porque te quiero… y no puedo soportar la idea de que la Hermandad haya abusado de ti cuando estabas en un estado tan vulnerable.
Hubo una pausa. Mientras esperaba, la garganta le ardía tanto que parecía que se hubiese tragado una caja de clavos.
—Fue sólo uno y yo lo amo —dijo Bella—. También debes saber que me dio a escoger entre estar con él y drogarme para dejarme inconsciente. Yo quise estar con él. Pero nunca te diré su nombre. Francamente, no quiero volver a hablar de él nunca. Y ahora dime, ¿cuándo puedo regresar a casa?
Está bien. Eso estaba bien. Al menos podría sacarla de allí.
—Dame un poco de tiempo para encontrar un lugar seguro. Llámame en treinta minutos.
—Espera, Rehvenge, quiero que desistas de la solicitud de sehclusion. Si lo haces, me someteré voluntariamente a andar con una escolta cada vez que salga, si así te sientes más tranquilo. ¿Te parece un trato justo?
Rehvenge se llevó la mano a los ojos.
—¿Rehvenge? Dijiste que me querías. Demuéstralo. Retira la solicitud y te prometo que trabajaremos juntos… ¿Rehvenge?
Rehvenge dejó caer el brazo y levantó los ojos para contemplar el retrato de Bella. Tan hermosa, tan pura. La mantendría siempre así si pudiera, pero ya no era una niñita. Y estaba demostrando ser mucho más fuerte y resistente de lo que él se había imaginado. Haber pasado por lo que pasó, haber sobrevivido…
—Está bien… La retiraré.
—Y yo te llamaré en media hora.