36

O caminaba furioso por la cabaña, reuniendo las municiones que necesitaba. Hacía sólo media hora que había regresado y el día anterior había sido un absoluto desperdicio. Primero fue a ver al Omega y había recibido una maldita paliza verbal. El Omega lo había vapuleado con su lengua, literalmente. El jefe estaba muy enfadado por la detención de los dos restrictores, como si fuera culpa de O que esos incompetentes se hubiesen dejado esposar y encerrar.

Después, sacaron a los restrictores del mundo humano, cosa que no les resultó tan fácil, pero que finalmente lograron, con la colaboración de los miembros de la Sociedad, que no se sintieron nada complacidos con la situación. Cosa que los dos restrictores liberados pudieron comprobar.

¡O estaba seguro de que esos dos restrictores debían de estar lamentando el día que vendieron su alma! El Omega comenzó a torturarlos enseguida, y la escena parecía salida de una película de terror. Lo peor era que los asesinos eran inmortales, así que el castigo podía extenderse hasta que el Omega se cansara.

Parecía muy entusiasmado cuando O se marchó.

El regreso al mundo temporal había sido un absoluto desastre. En ausencia de O, unos Betas habían acordado rebelarse. Un escuadrón entero, cuatro, decidió combatir el aburrimiento atacando a otros restrictores e iniciaron una especie de cacería que terminó con varias bajas entre los miembros de la Sociedad. Los mensajes de voz que U le había dejado en el transcurso de seis horas eran cada vez más dramáticos y daban ganas de gritar.

U era un absoluto fracaso como segundo al mando. No fue capaz de controlar la insurrección de los Betas, y un humano resultó muerto durante los enfrentamientos. A O el muerto le importaba un pepino, pero lo que le preocupaba era el cuerpo. Lo último que necesitaba era que la policía terminara involucrándose en el asunto.

Así que fue hasta el escenario del crimen y se tuvo que ensuciar las manos para deshacerse del maldito cadáver; luego perdió un par de horas identificando a los desgraciados Betas que comenzaron todo, y haciendo una visita a cada uno de ellos. Quería matarlos, pero si había más bajas en las filas de la Sociedad tendría otro problema con el jefe.

Para cuando terminó de darles una paliza a ese cuarteto de idiotas, lo cual había sucedido hacía sólo media hora, ya estaba totalmente enfurecido. Y en ese preciso momento fue cuando llamó U, para darle la buena noticia de que los pedidos de manzanas para el festival de solsticio habían sido cancelados. Y ¿por qué los habían cancelado? Porque, de alguna manera, los vampiros se habían dado cuenta de que los estaban siguiendo.

Sí, U era excelente para hacer operaciones encubiertas. ¡Genial!

Así que el sacrificio masivo que había pensado ofrecerle al Omega como tributo había quedado en nada. Ya no tenía forma de adular al jefe y, si su esposa estaba viva, iba a ser más difícil convertirla en restrictora.

En ese momento. O perdió el control. Le gritó a U por el teléfono. Le dijo todo tipo de obscenidades. Y U recibió la reprimenda telefónica como si fuera una maldita mujer, quedándose callado y quieto. El silencio enloqueció más a O, porque detestaba que la gente no se defendiera.

¡Por Dios, pensaba que U era un tipo duro, pero en realidad el desgraciado era un débil y O estaba harto! Sabía que tenía que ponerle un cuchillo en el pecho, y estaba decidido a hacerlo, pero ya había tenido suficientes distracciones.

¡Al diablo la Sociedad y U y los Betas y el Omega! Tenía que hacer un trabajo más importante.

O cogió las llaves de la camioneta y salió de la cabaña. Iría directamente al número 27 de la Avenida Thorne y entraría en la mansión. Tal vez era la voz de la desesperación, pero estaba seguro de que, detrás de esas rejas de hierro, estaba la respuesta que buscaba.

Finalmente, averiguaría dónde y cómo estaba su esposa.

Ya casi había llegado a la F-150 cuando la cabeza le empezó a zumbar, seguramente debido al altercado que había tenido con U. Hizo caso omiso de la sensación y se sentó al volante. Arrancó y tosió un par de veces, tratando de relajarse un poco. Se sentía raro.

Había recorrido poco más de medio kilómetro cuando se le cortó la respiración. Asfixiado, se llevó las manos a la garganta, giró el volante a la derecha y pisó el freno. Abrió la puerta y se bajó con dificultad. El aire frío le produjo uno o dos segundos de alivio, pero luego volvió a sentirse asfixiado.

Se desplomó. Al caerse de bruces sobre la nieve, sintió que la visión se le iba por momentos, como la luz de una lámpara estropeada. Y luego se desmayó.

‡ ‡ ‡

Zsadist avanzaba por el pasillo hacia el estudio de Wrath. Tenía la mente alerta, pero sentía el cuerpo aletargado. Entró en el estudio, donde ya estaban todos los hermanos reunidos, y enseguida se quedaron en silencio. Haciendo caso omiso del grupo, clavó los ojos en el suelo y se dirigió al rincón donde usualmente se situaba. Oyó que alguien se aclaraba la garganta para poner a rodar la bola. Probablemente fue Wrath.

Luego habló Tohrment:

—Ha llamado el hermano de Bella. Ha postergado la solicitud de sehclusion y ha solicitado que ella se quede aquí durante un par de días más.

Z levantó enseguida la cabeza.

—¿Por qué?

—No me ha dado ninguna razón. —Tohr miró a Z con los ojos entornados—. ¡Ay… por Dios!

Los demás miraron inmediatamente en esa dirección y se oyeron un par de exclamaciones en voz baja. Luego la Hermandad y Butch se quedaron mirándole.

—¿Qué demonios estáis mirando?

Phury señaló el espejo antiguo que colgaba de la pared, al lado de las puertas.

—Míralo tú mismo.

Zsadist atravesó el cuarto, listo para mandarlos a la mierda. Lo único que importaba en ese momento era Bella.

Se quedó boquiabierto al ver su reflejo. Luego levantó una mano temblorosa y la puso sobre el reflejo de sus ojos en el espejo. Ya no tenía los iris negros. Se habían vuelto amarillos. Como los de su hermano gemelo.

—Phury —dijo con voz suave—. Phury, ¿qué me ha ocurrido?

Cuando Phury se aproximó por detrás, su cara apareció en el espejo junto a la de Z. Luego apareció el siniestro reflejo de Wrath, con su pelo largo y sus gafas oscuras. Luego la belleza decadente de Rhage. Y la gorra de los Medias Rojas de Vishous. Y el pelo en punta de Tohrment. Y la nariz torcida de Butch.

Uno por uno, todos fueron dándole una palmadita en el hombro.

—Bienvenido a casa, hermano —susurró Phury.

Zsadist se quedó mirando a los hombres que estaban detrás de él. Y tuvo la extraña sensación de que, si se desmayaba y se caía hacia atrás, ellos lo sostendrían.

‡ ‡ ‡

Al poco de marcharse Zsadist, Bella salió de la habitación y se fue a buscarlo. Estaba a punto de llamar a su hermano para acordar un encuentro, cuando se dio cuenta de que debía ocuparse de su amante antes de meterse de lleno otra vez en su drama familiar.

Zsadist necesitaba algo de ella. Y con urgencia. Se había quedado casi seco después de estar con ella y Bella sabía exactamente cuán debilitado estaba y con cuánta desesperación necesitaba alimentarse de la vena. Con la cantidad de sangre de él que corría ahora por sus venas podía sentir la necesidad de manera vívida, y también sabía exactamente en qué lugar de la casa se encontraba. Lo único que tenía que hacer para percibir su presencia era recurrir a sus sentidos.

Bella siguió las palpitaciones de Zsadist por el corredor de las estatuas, luego dobló por una esquina y se dirigió a la puerta que estaba abierta, frente a las escaleras. Del estudio salían acaloradas voces masculinas y una de ellas era la de Zsadist.

—No vas a salir esta noche —gritó alguien.

—No trates de darme órdenes, Tohr —dijo Zsadist con un tono letal—. Eso sólo me enfurece y no sirve de nada.

—Pero mírate… ¡pareces un esqueleto! A menos que te alimentes, te quedarás en casa.

Bella entró al estudio en el momento en que Zsadist decía:

—Trata de mantenerme encerrado aquí y verás dónde terminas, hermano.

Los dos hombres estaban frente a frente, mirándose a los ojos y con los colmillos asomados. Toda la Hermandad los observaba.

«¡Por Dios!», pensó Bella. «¡Cuánta agresividad!».

Pero… Tohrment tenía razón. Bella no había podido verlo bien en medio de la penumbra del cuarto, pero aquí, a plena luz, Zsadist parecía un cadáver. Los huesos de la cabeza se le salían a través de la piel, la camiseta le colgaba del cuerpo como de un gancho y los pantalones le quedaban enormes. Sus ojos oscuros parecían tan intensos como siempre, pero el resto de su cuerpo estaba en muy malas condiciones.

Tohrment negó con la cabeza.

—Sé razonable…

—Me encargaré de que Bella sea ahvenged. Eso es totalmente razonable.

—No, no lo es —dijo la mujer. Su intervención hizo que todas las miradas se dirigieran a ella.

Cuando Zsadist la miró, sus iris cambiaron de color y pasaron del sombrío negro que ella conocía a un amarillo vivo e incandescente.

—Tus ojos —susurró Bella—. ¿Qué ha sucedido con tus…?

Wrath la interrumpió.

—Bella, tu hermano nos ha pedido que te quedes aquí un poco más.

Bella se sorprendió tanto que dejó de mirar a Zsadist.

—¿Perdón, mi señor?

—No quiere que se tome ninguna decisión sobre tu sehclusion en este momento y desea que permanezcas aquí.

—¿Por qué?

—No tengo ni idea. Tal vez tú podrías preguntárselo.

¡Por Dios, como si las cosas no estuvieran ya bastante confusas! Bella miró nuevamente a Zsadist, pero él tenía los ojos fijos en una ventana que había al otro lado del estudio.

—Desde luego, nos encanta que te quedes más tiempo —dijo Wrath.

Al ver que Zsadist se ponía rígido, Bella se preguntó hasta qué punto eso sería cierto.

—Yo no quiero ser ahvenged —dijo Bella en voz alta. Vio que Zsadist volvía enseguida la cabeza para mirarla, y se dirigió directamente a él—: Estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí. Pero no quiero que nadie más salga herido tratando de atrapar al restrictor que me secuestró. En especial tú.

Zsadist frunció el ceño con irritación.

—No es decisión tuya.

—Claro que sí. —Al imaginárselo yendo a pelear, el terror se apoderó de ella—. ¡Por Dios, Zsadist… no quiero ser responsable de que termines muerto!

—El que va a terminar muerto es ese restrictor, no yo.

—¡No puedes estar hablando en serio! ¡Virgen Santa, mírate! No estás en condiciones de pelear. Estás tan débil…

Enseguida se oyó un rumor colectivo en toda la habitación y los ojos de Zsadist volvieron a ensombrecerse.

Bella se llevó una mano a la boca. Débil. Le había dicho que estaba débil. Delante de toda la Hermandad.

No había peor insulto. El solo hecho de insinuar que un macho no tenía suficiente fuerza ya era imperdonable entre los guerreros, independientemente de la razón. Pero decirlo en voz alta, ante testigos, era una castración social absoluta, una irrevocable condena de su valor como macho.

Bella se apresuró a decir:

—Lo siento, no he querido decir…

Zsadist levantó los brazos para evitar que ella lo tocara.

—Aléjate de mí.

Bella volvió a llevarse la mano a la boca, mientras él pasaba por su lado como si fuese una bala. Luego se dirigió a la puerta y se marchó por el pasillo. Cuando se sintió capaz, Bella se enfrentó a la mirada de desaprobación de todos los hermanos.

—Me disculparé con él enseguida. Y oíd esto, yo no dudo ni un segundo de su coraje o su fuerza. Me preocupo por él porque…

«Díselo», pensó Bella. Lo entenderán.

—Lo amo.

La tensión que había en el salón cedió abruptamente. Bueno, en su mayor parte. Phury dio media vuelta, se dirigió hacia el hogar y se recostó en la chimenea. Luego bajó la cabeza, como si quisiera estar entre las llamas.

—Me alegra que tus sentimientos sean ésos —dijo Wrath—. Él lo necesita. Ahora ve a buscarle y discúlpate.

Cuando Bella salía del estudio, Tohrment la interceptó y la miró a los ojos:

—Trata de alimentarle mientras lo haces, ¿vale?

—Estoy rezando para que me deje hacerlo.