35
—¿Por qué no me enseñaste esto en cuanto llegué? —le preguntó Rehvenge a su doggen. Al ver que el criado se sonrojaba de vergüenza y horror, le dio una palmadita en la espalda al pobre hombre—. Está bien. No importa.
—Señor, fui a buscarlo cuando me di cuenta de que usted había regresado. Pero usted estaba profundamente dormido. Yo no estaba seguro de qué quería decir esa imagen y no deseaba molestarlo. Usted nunca descansa.
Sí, después de alimentar a Marissa, Rehvenge se había apagado como una lámpara. Era la primera vez que cerraba los ojos y se dormía profundamente en… ¡Dios, quién sabe cuánto tiempo! Pero eso era un problema.
Rehv se sentó frente a la pantalla del ordenador y volvió a revisar el archivo digital. Vio lo mismo que había visto la primera vez: un hombre de cabello oscuro y vestido con ropa negra, que estaba en el interior de un coche estacionado frente a la reja de entrada. Luego se bajaba de una camioneta y se acercaba a tocar las cintas fúnebres que estaban colgadas de los barrotes de hierro.
Rehv acercó más la imagen, hasta ver con claridad la cara del sujeto. Era un tipo común y corriente, ni apuesto ni feo. Pero tenía un cuerpo enorme. Y la chaqueta parecía acolchada o llena de armas.
Rehv congeló la imagen y luego copió en la parte inferior derecha el dato de la fecha y la hora en que fue tomada. Cerró ese archivo y abrió los de la otra cámara que vigilaba la reja principal, la que funcionaba con un sensor de calor. Obtuvo la grabación que había hecho esa otra cámara exactamente en el mismo momento.
Cuando leyó los datos del sensor, a Rehv se le pusieron los ojos como platos. La temperatura corporal de ese «hombre» no superaba los diez grados centígrados. Un restrictor.
Rehv cerró ese programa y volvió a poner la imagen de la cara del hombre mientras observaba las cintas. La estudió atentamente. Tristeza, miedo… rabia. Ninguna de esas emociones era gratuita; todas estaban ligadas a algo personal. Algo perdido.
Así que ése era el desgraciado que se había llevado a Bella. Y había regresado a buscarla.
A Rehv no le sorprendió que el restrictor hubiese encontrado la casa. El secuestro de Bella había sido una noticia muy comentada dentro del mundillo de los vampiros, y la dirección de la familia nunca había sido un misterio para los de su especie… De hecho, gracias al consejo espiritual que solía brindar su mahmen, la mansión de la avenida Thorne era bastante conocida. Lo único que se necesitaba era capturar a un civil que supiera dónde vivían.
Pero la pregunta más importante era: ¿Por qué el asesino no había cruzado la reja?
¡Mierda! ¿Qué hora era? Cuatro de la tarde. ¡Había que darse prisa!
—Es un restrictor —dijo Rehv, al tiempo que clavaba el bastón en el suelo y se ponía de pie con rapidez—. Tenemos que evacuar la casa inmediatamente. Busca a Lahni y dile que ayude a la señora a prepararse. Luego las sacarás por el túnel y las llevarás a un lugar seguro en la camioneta.
El doggen se puso blanco como un papel.
—Señor, no tenía idea de que fuera un…
Rehv le puso una mano en el hombro para calmarlo.
—Has actuado bien. Pero ahora tienes que moverte rápido. Ve a buscar a Lahni.
Rehv fue hasta la habitación de su madre tan rápido como pudo.
—¿Mahmen? —dijo, al tiempo que abría la puerta—. Mahmen, despierta.
Su madre se sentó enseguida en la cama cubierta con sábanas de seda, con el cabello recogido en una cofia.
—Pero es… todavía es de día. ¿Por qué…?
—Lahni viene a ayudarte. Tienes que levantarte y vestirte.
—Virgen Santa, Rehvenge. ¿Por qué?
—Tienes que salir de la casa.
—¿Qué…?
—Ahora, mahmen. Te lo explicaré después. —Rehvenge le dio un beso en cada mejilla, al mismo tiempo que entraba la doncella—. Ah, qué bien, Lahni, viste rápidamente a la señora.
—Sí, señor —dijo la criada, e hizo una reverencia.
—¡Rehvenge! ¿Qué está…?
—Date prisa. Te irás con los criados. Te llamaré después.
Rehvenge bajó a su apartamento privado y cerró la puerta para no oír a su madre, que lo llamaba a gritos. Tomó el teléfono y marcó el número de la Hermandad, con una sensación de desagrado por lo que tenía que hacer. Pero la seguridad de Bella era lo primero. Después de dejar un mensaje, se dirigió a su vestidor.
En ese momento la mansión estaba sellada para evitar la luz del día, así que no había manera de que un restrictor pudiera entrar. Las ventanas y las puertas estaban protegidas por persianas a prueba de balas y de incendios, y la casa tenía paredes de piedra de sesenta centímetros de espesor. Además, había suficientes cámaras y alarmas de seguridad, así que si alguien llegaba siquiera a estornudar dentro de su propiedad él se daría cuenta. Pero, de todas maneras, quería que su mahmen se marchara.
Porque, en cuanto anocheciera, abriría las rejas de hierro y extendería la alfombra roja. Quería tener un encuentro con ese restrictor.
Rehv se quitó la bata y se puso unos pantalones negros y un jersey de cuello alto. No sacaría las armas hasta que su madre se hubiese marchado. Se pondría más histérica de lo que ya lo estaba si le veía armado hasta los dientes.
Antes de regresar para ver cómo avanzaba el proceso de evacuación, miró de reojo un cajón cerrado con llave. Se acercaba la hora de aplicarse su dosis de dopamina de la tarde. ¡Perfecto!
Rehv sonrió y salió de la habitación sin inyectarse, listo para que todos sus sentidos se pusieran alerta para el juego que se avecinaba.
‡ ‡ ‡
Cuando las persianas se abrieron al caer la noche, Zsadist estaba acostado de lado, viendo dormir a Bella. Ella reposaba de espaldas, recostada sobre su brazo, con la cabeza al nivel de su pecho. Estaba totalmente desnuda y no tenía nada encima, porque todavía irradiaba el calor de los rescoldos de su periodo de fertilidad.
Cuando Zsadist regresó de su expedición a la cocina, Bella comió de su mano y luego durmió una siesta, mientras él cambiaba la cama con sábanas limpias. Desde entonces habían estado acostados juntos, en medio de la oscuridad absoluta.
Zsadist movió la mano desde los muslos de Bella hasta la parte inferior de sus senos y le acarició uno de los pezones con el dedo índice. Llevaba horas así, mimándola, cantándole en voz baja. Aunque estaba tan cansado que tenía los ojos medio cerrados, la paz que los rodeaba era mejor que el reposo que podría lograr si los cerraba.
Bella se movió y su cadera rozó la de Zsadist, que se sorprendió al sentir que el deseo de penetrarla volvía a crecer en su interior, aunque se imaginaba que, después de todo lo que había pasado, ya no le debían de quedar ganas de nada.
Zsadist se echó hacia atrás y se miró la parte inferior del cuerpo. La cabeza de esa cosa que había usado con ella se había salido del resorte de los pantalones cortos y, mientras el tallo se alargaba, la punta roma se asomaba cada vez más.
Sintiéndose como si estuviese vulnerando una ley sagrada, acercó el dedo con el que había estado trazando círculos alrededor de los pezones de Bella y le dio un empujoncito. La cosa estaba dura, así que se mantuvo en su lugar.
Cerró los ojos y, haciendo una mueca, agarró la cosa con la mano. La palma se cerró sobre ella y le sorprendió ver cómo se deslizaba sobre el tallo duro la piel suave que lo recubría. Y la sensación era extraña. En realidad, no era nada desagradable. De hecho, le recordaba un poco lo que había sentido al estar dentro de Bella, sólo que no era tan bueno, por supuesto.
¡Por Dios, qué estúpido era! Tenía miedo de su propio… ¿miembro? ¿verga? ¿pene? ¿Cómo demonios debía llamarlo? ¿Cómo lo llamaban los hombres normales? Claro, tampoco era cosa de llamarlo Bill. Pero de alguna manera eso de referirse a él como… «esa cosa», ya no parecía correcto.
Porque ahora habían hecho las paces, por decirlo de alguna manera.
Zsadist lo soltó y deslizó la mano por debajo del resorte de los pantalones. Le daba un poco de asco y se sentía nervioso, pero se imaginaba que tenía que terminar su exploración. No sabía cuándo se sentiría capaz de volver a hacerlo.
Hizo a un lado el… pene, sí, empezaría llamándolo pene… para que se metiera dentro de los calzoncillos, pero se quitara del camino, y luego se tocó los testículos. Sintió que un rayo subía a través del tallo erecto y que la punta se estremecía.
Eso fue bastante agradable.
Arrugó la frente mientras exploraba por primera vez en la vida lo que la generosa Virgen le había dado. Era curioso que lo hubiera acompañado durante tanto tiempo y nunca hubiese hecho lo que los machos recién salidos de la transición se pasan el día haciendo.
Cuando se volvió a tocar los testículos, sintió más presión y el pene se puso todavía más duro. Una cascada de sensaciones se disparó en la parte inferior de su cuerpo, y por su mente cruzaron imágenes de Bella, de los dos copulando, de él abriéndole las piernas y penetrando dentro de ella. Zsadist recordó con dolorosa claridad lo que había sentido al tenerla debajo, lo que ese íntimo canal de Bella había hecho por él, lo estrecha que era…
Luego todo comenzó a crecer como una bola de nieve, las imágenes que veía en su mente, las corrientes de energía que emanaban del lugar donde tenía la mano. Empezó a respirar aceleradamente y entreabrió los labios. Su cuerpo pareció sacudirse y las caderas se levantaron. De manera impulsiva, se acostó sobre la espalda y se bajó los calzoncillos.
Y luego se dio cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Se estaba masturbando? ¿Al lado de Bella? ¡Dios, era un maldito desgraciado!
Asqueado de sí mismo, Zsadist retiró la mano y comenzó a subirse otra vez los pantalones.
—No te detengas —dijo Bella en voz baja.
Z sintió que se congelaba. ¡Le habían pillado!
Enseguida miró a Bella a los ojos, mientras se ponía rojo como un tomate.
Pero ella sólo le sonrió y le acarició el brazo.
—Eres tan hermoso… La forma en que te estremeces… Termina, Zsadist. Sé que quieres hacerlo y no tienes nada de que avergonzarte. —Luego le besó en el brazo y clavó los ojos en la tela estirada de los calzoncillos—. Termina —susurró—. Déjame verte terminar.
Sintiéndose como un idiota, pero sin ser capaz de detenerse, se sentó en la cama y se quitó los pantalones.
Bella lanzó una suave exclamación aprobatoria cuando Zsadist se volvió a acostar. Apoyándose en la fuerza de Bella, deslizó lentamente la mano por el estómago, sintiendo las aristas de sus músculos y la piel suave y sin vello que los cubría. Realmente no esperaba ser capaz de continuar…
Tenía el pene tan duro que podía sentir las palpitaciones de su corazón con sólo ponerle una mano encima.
Clavó la mirada en los ojos azul profundo de Bella, mientras movía la mano hacia arriba y hacia abajo. Destellos de placer comenzaron a recorrer todo su cuerpo. ¡Dios… el hecho de que ella lo estuviese mirando le había ayudado, aunque no debería ser así! Antes, cuando lo observaban…
No, el pasado no era bienvenido. Si se ponía a pensar en lo que había ocurrido hacía un siglo, iba a perder ese momento maravilloso con Bella.
Zsadist hizo a un lado los recuerdos y cerró esa puerta de un golpe. «Los ojos de Bella… míralos. Quédate con ellos. Ahógate en ellos».
La mirada de Bella era increíble, brillaba con ternura, mientras lo sostenía con firmeza, como si él estuviese entre sus brazos. Zsadist le miró los labios. Los senos. El vientre… El deseo que corría por su sangre fue creciendo de manera exponencial hasta que estalló y cada centímetro de su cuerpo se sintió sumergido en la tensión erótica.
Bella bajó la mirada. Mientras lo miraba masturbarse, se mordió el labio inferior. Sus colmillos parecían dos pequeñas dagas blancas y Zsadist deseó sentirlos de nuevo sobre su piel. Quería que bebiera de él.
—Bella… —dijo con voz ronca. ¡Maldición, realmente lo estaba haciendo!
Levantó una pierna, mientras trataba de ahogar el gemido que le subía por la garganta y movía la mano cada vez más rápido. Luego concentró el movimiento en la punta. Un segundo después, perdió el control. Soltó un grito, al tiempo que clavaba la cabeza en la almohada y su columna se arqueaba casi hasta tocar el techo. Unos chorros de algo tibio cayeron enseguida sobre su pecho y su vientre, y las descargas continuaron con un ritmo regular durante un rato, mientras que él terminaba de masturbarse. Se detuvo cuando la cabeza se le puso tan sensible que ya no se la podía tocar.
Cuando se acostó de lado y besó a Bella, respiraba con dificultad y se sentía totalmente mareado. Al echarse un poco hacia atrás, pudo ver en los ojos de la joven que ella entendía perfectamente lo que acababa de suceder. Sabía que lo había ayudado a masturbarse por primera vez y, sin embargo, no lo miraba con lástima. Parecía no importarle que hasta ahora hubiese sido un estúpido que no era capaz de tocar su propio cuerpo.
Zsadist abrió la boca.
—Te a…
Un golpe en la puerta interrumpió la declaración que no tenía ninguna necesidad de hacer.
—¡Cuidado con abrir esa puerta! —vociferó, al tiempo que se limpiaba con los pantalones. Besó a Bella y la cubrió con una sábana, antes de ir hasta el otro lado de la habitación.
Apoyó el hombro contra la puerta, como si quienquiera que estuviese del otro lado pudiera echarla abajo para entrar en la habitación. Fue un impulso estúpido, pero no quería que nadie viera el resplandor que Bella emanaba después del celo. Eso sólo estaba reservado para él.
—¿Qué? —dijo.
Enseguida se oyó la voz embozada de Phury:
—Anoche se movió la Explorer en la que escondiste tu teléfono y fue a visitar los supermercados donde Wellsie había hecho el pedido de manzanas para el festival de solsticio. Ya hemos cancelado los pedidos, pero tenemos que hacer un reconocimiento. La Hermandad se va a reunir en el estudio de Wrath dentro de diez minutos.
Z cerró los ojos y apoyó la frente contra la madera de la puerta. La vida real estaba de regreso.
—Zsadist, ¿me has oído?
El vampiro miró a Bella, mientras pensaba que su tiempo había llegado a su fin. Y a juzgar por la manera en que ella se aferró a la sábana, subiéndosela hasta el cuello, como si tuviera frío, estaba claro que ella también lo sabía.
«¡Dios… esto duele!», pensó. Y en realidad sentía que le dolía.
—Ahí estaré —dijo.
Bajó los ojos para no ver a Bella, dio media vuelta y se dirigió a la ducha.