31
Butch se quitó el abrigo y se sentó en la sala de espera del médico.
Lo bueno era que acababa de anochecer, de modo que los clientes vampiros todavía tardarían un tiempo en aparecer. Lo que necesitaba era estar solo durante un rato. Al menos hasta que recuperase la compostura.
El asunto era que esa clínica tan particular funcionaba en el sótano de la mansión de Havers. Lo cual significaba que Butch estaba en la misma casa que la hermana de Havers, en este mismo momento. Sí… Marissa, la vampira que él quería más que a cualquier persona en el planeta, estaba ahora bajo el mismo techo que él.
¡Por Dios, esa obsesión por ella era una pesadilla nueva y diferente! Nunca había sufrido tanto por una mujer y no podía decir que se lo recomendaba a nadie. Todo eso no era más que un dolor de cabeza… y de corazón.
En septiembre, cuando había ido a verla y ella lo había rechazado sin siquiera mirarle a la cara, había jurado no volver a molestarla. Y no lo había hecho. Técnicamente. Todos esos rodeos que daba desde entonces, esos patéticos rodeos en los que siempre terminaba en aquella casa, realmente no la molestaban… porque ella no se había enterado.
Su comportamiento era patético, pero mientras ella no supiera lo mal que estaba, casi se podía decir que podía controlar la situación. Lo cual explicaba por qué estaba tan nervioso esa noche. No quería que lo pillaran dando vueltas por la clínica, para que ella no pensara que estaba buscándola. Después de todo, un hombre tenía que mantener el orgullo. La cabeza bien alta, de cara a los demás.
Butch miró el reloj. Apenas habían pasado trece minutos. Imaginaba que la sesión con el psiquiatra duraría aproximadamente una hora, así que el segundero de su Patek Philippe todavía tenía que dar cuarenta y siete vueltas más antes de que pudiera meter otra vez al chico en la camioneta y largarse de allí.
—¿Le gustaría tomar un café? —preguntó una voz femenina.
Butch levantó la vista. Una enfermera de uniforme blanco estaba de pie frente a él. Parecía bastante joven, en especial porque estaba jugando con una de las mangas del uniforme. También se veía que estaba desesperada por hacer algo.
—Sí, gracias. Me encantaría tomar café.
La muchacha esbozó una amplia sonrisa y le asomaron los colmillos.
—¿Cómo le gusta tomarlo?
—Solo. Un café solo. Gracias.
El susurro de las suelas blandas de los zapatos de la muchacha se fue desvaneciendo a medida que avanzaba por el pasillo.
Butch se abrió la chaqueta de doble botonadura y se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas. El traje que se había puesto era uno de sus favoritos. Al igual que la corbata. Y los mocasines Gucci.
Si por casualidad se encontraba con Marissa, al menos tendría buen aspecto, no fuera ella a pensar que se estaba descuidando.
‡ ‡ ‡
—¿Quieres que te ponga la droga?
Bella fijó la vista en la cara de Zsadist, mientras él se cernía sobre ella. Sus ojos negros parecían sólo unas ranuras y todavía tenía en las mejillas ese hermoso rubor de la excitación sexual. Bella podía sentir su peso y, cuando el deseo volvió a levantarse como una ola, recordó lo que había sentido cuando él había eyaculado dentro de ella. En cuanto comenzó, sintió una maravillosa y refrescante sensación de alivio, el primer consuelo que tenía desde que los síntomas del celo comenzaron a manifestarse hacía dos horas.
Pero el deseo estaba de vuelta.
—¿Quieres que te duerma, Bella?
Tal vez sería mejor si la drogaba. Iba a ser una larga noche y, por lo que sabía, se iría poniendo peor con el paso de las horas. ¿Realmente era justo pedirle a Zsadist que se quedara?
Algo suave acarició su mejilla. Era el pulgar de Zsadist, deslizándose suavemente por su piel.
—No te voy a dejar —dijo Zsadist—. No importa cuánto dure ni cuántas veces suceda. Te montaré y te dejaré chupar mi sangre hasta que termine. No te voy a abandonar.
Al mirarle directamente a la cara, Bella supo, sin necesidad de preguntar, que ésa sería su única noche juntos. Pudo ver con claridad la decisión en los ojos de Zsadist.
Una noche y ninguna más.
De pronto Zsadist se levantó y fue hasta la mesita de noche. Su gigantesca erección quedó colgando de las caderas y cuando regresaba con la jeringa, ella lo agarró del pene.
Zsadist se tambaleó y siseó, antes de desplomarse sobre el colchón, apoyado en una mano.
—Tú —susurró Bella—. No quiero la droga. Te quiero a ti.
Zsadist arrojó la jeringuilla al suelo y la besó, mientras le abría las piernas con las rodillas. Bella lo guió dentro de su cuerpo y sintió una gloriosa sensación mientras él la llenaba con su semen. Con una poderosa explosión, su placer creció y se convirtió en dos deseos independientes: el deseo sexual y la necesidad de beber sangre. Al ver con el rabillo del ojo la gruesa vena que sobresalía en el cuello de Zsadist, los colmillos se le alargaron.
Como si él hubiese percibido lo que ella necesitaba, Zsadist se acomodó de manera que pudiera permanecer dentro de ella, mientras le ofrecía su garganta.
—Bebe —dijo con voz ronca, sin dejar de moverse dentro de ella hacia delante y hacia atrás—. Toma lo que necesitas.
Bella lo mordió sin vacilar ni un instante y perforó su piel justo en el lugar marcado con la banda de esclavo. En cuanto sintió en la lengua el sabor de la sangre de Zsadist, percibió un rugido que parecía brotar de él. Y luego la fuerza y la potencia de Zsadist la invadieron y se apoderaron de ella.
‡ ‡ ‡
O cayó inmóvil sobre su prisionero, sin estar seguro de haber oído bien.
El vampiro que había atrapado en el centro y que había traído al cobertizo que había detrás de la cabaña estaba atado a la mesa, como una mariposa disecada. Lo había capturado sólo para descargar en él su frustración, pero nunca se imaginó que le diría algo útil.
—¿Qué has dicho? —O acercó más la oreja a la boca del vampiro.
—Ella se llama… Bella. La hembra… que fue secuestrada… su nombre es… Bella.
O se enderezó y sintió sobre la piel una extraña sensación.
—¿Sabes si está viva?
—Pensé que estaba muerta. —El vampiro tosió suavemente—. Lleva mucho tiempo desaparecida.
—¿Dónde vive su familia? —Al ver que no recibía respuesta inmediata, O hizo algo que le garantizaba que el vampiro abriera la boca. Después de que se desvaneció el eco del alarido, O dijo—: ¿Dónde está su familia?
—No lo sé. Yo… realmente no lo sé. Su familia… Yo no sé… No sé…
Balbuceos y más balbuceos. El vampiro había caído en esa etapa del interrogatorio en que el prisionero sólo dice incoherencias, en medio de una estúpida verborrea que no sirve para nada.
O le dio un golpe para callarlo.
—Una dirección. Quiero una dirección.
Cuando vio que no obtenía respuesta, decidió intentar otro estímulo. El vampiro se quedó sin aire después del nuevo ataque y luego dijo apresuradamente:
—27, Callejón Formann.
O sintió que el corazón comenzaba a latirle con fuerza. De pronto, se inclinó sobre el vampiro.
—Voy a ir allí ahora mismo. Si has dicho la verdad, te dejaré libre. Pero si no lo has hecho, te mataré lentamente en cuanto regrese. Ahora, ¿quieres añadir algo?
El vampiro pareció perder el conocimiento. Luego volvió en sí.
—¿Hola? —dijo O—. ¿Has oído lo que te he dicho?
Para acosarlo más, O aplicó presión sobre un área muy sensible. El prisionero saltó como un perro.
—Dime la verdad —dijo O en voz baja—. Y te dejaré ir. Todo esto llegará a su fin.
El vampiro abrió la boca, dejando ver sus dientes apretados. Luego le corrió una lágrima por la mejilla amoratada. Aunque sintió la tentación de torturarlo más para aumentar la agonía, a manera de incentivo, O decidió no atizar más la batalla entre la conciencia y el instinto de conservación.
—27, Thorne.
—Avenida Thorne, ¿verdad?
—Sí.
O le secó la lágrima. Luego le cortó la garganta de un lado a otro.
—Mentiroso —dijo, mientras el vampiro se desangraba.
O no se quedó más tiempo, sólo agarró su chaqueta llena de armas y se marchó. Estaba seguro de que ninguna de las dos direcciones era correcta. Ése era el problema con la persuasión. Uno realmente no podía confiar en la información que obtenía.
Revisaría las dos calles, pero estaba seguro de que le habían engañado.
Una maldita pérdida de tiempo.