30

Zsadist pasó el día en el centro de entrenamiento. Se ejercitó con el saco de boxeo sin usar guantes. Levantó pesas. Corrió. Levantó más pesas. Practicó con las dagas. Cuando regresó a la casa principal eran casi las cuatro y estaba listo para irse de cacería.

En cuanto puso un pie en el vestíbulo, se detuvo. Había algo raro en el ambiente.

Miró a su alrededor. Luego dirigió la vista al segundo piso. Aguzó el oído buscando ruidos extraños. Olisqueó el aire, pero lo único que sintió fue el olor del desayuno, que estaban sirviendo en este momento en el comedor, y se dirigió hacia allá, convencido de que había algo raro, pero sin poder identificar de qué se trataba. Encontró a los hermanos sentados a la mesa y curiosamente callados, aunque Mary y Beth estaban comiendo y charlando tranquilamente. A Bella no se la veía por ningún lado.

Zsadist no tenía el más mínimo interés en la comida, pero de todas maneras se dirigió a la silla vacía que había junto Vishous. Cuando se sentó, sintió el cuerpo rígido y pensó que se debía a todo el ejercicio que había hecho durante el día.

—¿Ya se movió esa Explorer? —le preguntó a Vishous.

—No se había movido cuando vine a desayunar. En cuanto vuelva lo comprobaré otra vez, pero no te preocupes. El ordenador registrará todo movimiento, aunque yo no esté mirando. Podremos seguirle el rastro.

—¿Estás seguro?

Vishous lo miró con irritación.

—Sí, lo estoy. Yo mismo diseñé el programa.

Z asintió con la cabeza, luego se llevó una mano a la barbilla y movió la cabeza hacia un lado. ¡Por Dios, estaba rígido!

Un segundo después entró Fritz, con dos manzanas brillantes y un cuchillo. Después de darle las gracias al mayordomo, Z comenzó a pelar una de las manzanas. Mientras lo hacía, se reacomodó en el asiento. ¡Mierda… tenía una extraña sensación en las piernas y también en la zona lumbar! ¿Tal vez se había excedido en el ejercicio? Volvió a moverse en el asiento y luego se concentró de nuevo en la manzana, a la que daba vueltas y vueltas, mientras mantenía la hoja del cuchillo contra la carne blanca. Casi había terminado, y se dio cuenta de que no dejaba de cruzar y descruzar las piernas por debajo de la mesa, como si fuera una maldita bailarina.

Miró de reojo a los otros hombres. V estaba abriendo y cerrando la tapa del encendedor y golpeando el suelo con el pie. Rhage se estaba dando masaje en el hombro. Luego en el brazo. Luego en el pecho. Phury estaba jugando con la taza de café y se mordía el labio inferior, mientras golpeaba la mesa con los dedos. Wrath movía la cabeza hacia la izquierda y la derecha y hacia delante y hacia atrás, tenso como la cuerda de un violín. Butch también parecía inquieto.

Ninguno, ni siquiera Rhage, había probado el desayuno.

Pero Mary y Beth estaban como siempre y se levantaron para llevar los platos a la cocina. Luego comenzaron a discutir y a bromear con Fritz, por tener que ayudarle a traer más café y frutas.

Cuando la casa se estremeció con la primera oleada de energía, las mujeres acababan de salir del comedor. Esa fuerza invisible fue directamente hasta la cosa que Zsadist tenía entre las piernas y la hizo endurecerse al instante. Zsadist se quedó frío, y al mirar a los hermanos vio que todos, también Butch, estaban paralizados, como si se estuvieran preguntando si era normal lo que sentían.

Un segundo después le golpeó otra ola. El miembro de Zsadist se engrosó todavía más. Alguien lanzó una maldición.

—¡Mierda! —dijo otro con un gruñido.

—Esto no puede estar pasando…

En ese momento se abrió la puerta de la cocina y apareció Beth, con una bandeja de fruta cortada en trocitos.

—Mary va a traer más café…

Wrath se levantó con tanta premura que el asiento se fue hacia atrás y chocó contra el suelo. Se dirigió a Beth, le arrancó la bandeja de las manos y la puso descuidadamente sobre la mesa. Al ver que los trozos de fresa y melón se salían de la bandeja de plata y rodaban sobre la mesa de caoba, Beth lo miró con desaprobación.

—Wrath, ¿qué…?

Wrath la atrajo hacia su cuerpo y comenzó a besarla de manera tan frenética, empujándola hacia atrás, que parecía que fuera a poseerla allí mismo, frente a toda la Hermandad. Sin que sus labios se separaran, la levantó por la cintura y la agarró del trasero. Beth soltó una carcajada y envolvió las piernas alrededor de las caderas de Wrath. El rey tenía la cara hundida en el cuello de su leelan cuando salieron del comedor.

Enseguida se sintió otra oleada que reverberó a lo largo de la casa, sacudiendo los cuerpos de los hombres que estaban en el comedor. Zsadist se agarró del borde de la mesa, y no fue el único. Vishous tenía los nudillos blancos por la fuerza con que se estaba aferrando a la mesa.

Bella… debía de ser Bella. Tenía que ser eso. Bella había entrado en celo.

Havers se lo había advertido, pensó Z. Cuando el doctor le hizo el examen interno, dijo que parecía que Bella estaba próxima a entrar en su periodo de fertilidad.

¡Qué iban a hacer! Una hembra en celo, en una casa con seis machos.

Era sólo cuestión de tiempo que los hermanos comenzaran a sentir la llamada de sus instintos sexuales. Y todos se dieron cuenta del peligro en que estaban.

Cuando Mary apareció por la puerta, Rhage se le acercó como un tanque, le quitó la cafetera y trató de ponerla sobre la mesita auxiliar, pero quedó muy al borde y la jarra se cayó, desparramando el líquido. Rhage arrinconó a Mary contra la pared y la cubrió con su cuerpo, mientras bajaba la cabeza y gemía con tanta fuerza que el candelero de cristal se estremeció. El gesto de sorpresa de Mary fue seguido luego por un suspiro muy femenino.

Rhage la levantó y la sacó del comedor en segundos.

Butch se miró el regazo y luego miró a los demás.

—Oídme, no quisiera parecer vulgar, pero ¿todo el mundo aquí está…?

—Sí —dijo V entre dientes.

—¿Queréis decirme qué diablos está pasando?

—Bella ha entrado en celo —dijo V, y arrojó a un lado la servilleta—. ¡Por Dios! ¿Cuánto falta para que anochezca?

Phury miró el reloj.

—Casi dos horas.

—Para ese momento estaremos hechos un desastre. Dime que tienes humo rojo.

—Sí, bastante.

—Butch, hazte un favor y lárgate de la casa lo más rápido que puedas. No pensé que a los humanos les afectara, pero como parece que sí te está afectando, será mejor que te vayas cuanto antes.

En ese momento sintieron otro asalto y Z se desplomó contra el respaldo del asiento, mientras que sus caderas se sacudían involuntariamente. Oyó los gruñidos de los demás y se dio cuenta de que estaban metidos en un lío. Independientemente de lo civilizados que pretendieran ser, los machos no podía evitar reaccionar ante la presencia de una hembra en su periodo de fertilidad, y el impulso sexual iría aumentando a medida que el celo fuese progresando e intensificándose.

Si no fuera de día, podrían haberse salvado huyendo de la casa. Pero estaban atrapados en el complejo y, cuando por fin estuviera suficientemente oscuro como para salir, ya sería demasiado tarde. Después de una exposición prolongada a la presencia de una hembra en su periodo de fertilidad, los machos se niegan instintivamente a alejarse de ésta. Sin importar lo que piensen racionalmente, sus cuerpos se niegan a alejarse y, si llegan a hacerlo, sufren dolores peores que las ansias sexuales que estaban experimentando. Wrath y Rhage podían aliviar sus necesidades, pero el resto de los hermanos estaban metidos en graves problemas. Su única esperanza era drogarse.

Y Bella… ¡Ay, Dios… ella iba a sufrir más que todos ellos juntos!

V se levantó de la mesa y tuvo que agarrarse al respaldo de la silla para mantenerse firme.

—Vamos, Phury. Necesitamos fumar. Ahora. Z, ¿te ocuparás de ella?

Zsadist cerró los ojos.

—¿Z? Z, tú la vas a montar… ¿no?

‡ ‡ ‡

John levantó la vista de la mesa de la cocina cuando oyó que el teléfono estaba sonando. Sal y Regin, los criados de la casa, estaban comprando provisiones. Así que contestó él.

—John, ¿eres tú? —Era Tohr, llamando por la línea de abajo.

John silbó y se metió otro bocado de arroz blanco y salsa de jengibre.

—Escucha, hoy no hay escuela. Estoy llamando a todas las familias.

John bajó el tenedor y volvió a silbar, en un tono ascendente.

—Hay una… complicación en el complejo. Pero mañana, como mucho pasado mañana, podremos volver. Ya veremos cómo están las cosas. En vista de esto, cambiamos tu cita con Havers. Butch irá a recogerte ahora mismo, ¿de acuerdo?

John silbó dos veces, de manera corta y rápida.

—Muy bien… Butch es humano, pero es genial. Confío en él. —En ese momento sonó el timbre—. Probablemente es él, sí, es Butch. Ya lo veo en la pantalla del monitor. Escucha, John… sobre todo este asunto del terapeuta… Si te pone los pelos de punta, no tienes que volver, ¿comprendes? No permitiré que nadie te obligue.

John dejó escapar un suspiro y pensó: «Gracias».

Tohr se rió.

—Sí, a mí tampoco me gusta todo ese asunto de andar hablando de lo que sentimos… ¡Ay! Wellsie, ¿qué te pasa?

Luego hubo una rápida conversación en lengua antigua.

—En todo caso —dijo Tohr por el teléfono—, quiero que me mandes un mensaje cuando termines, ¿vale?

John silbó dos veces, colgó y puso el plato y el tenedor en el lavaplatos.

Terapeuta… entrenamiento… Ninguna de las dos cosas lo entusiasmaba mucho, pero si tenía que elegir, prefería ver a cualquier psiquiatra, en lugar de tener que pasar un día con Lash. ¡Demonios, al menos la cita con el médico no duraría más de sesenta minutos! A Lash tenía que aguantarlo durante varias horas.

Recogió su chaqueta y la libreta. Luego abrió la puerta y se encontró con un humano enorme que le sonrió.

—Hola, J. Soy Butch. Butch O’Neal. Tu chófer y acompañante.

¡Caramba! Este Butch O’Neal estaba… bueno, el hombre iba vestido como un modelo de revista. Debajo de un abrigo de cachemira negro llevaba un elegante traje a rayas, una corbata increíble y una impecable camisa blanca. Tenía el pelo oscuro peinado cuidadosamente sobre la frente y los zapatos… ¡Caramba! Eran Gucci, unos Gucci originales… de cuero negro, con la etiqueta roja y verde, con letras doradas.

Era curioso que no fuera un tipo apuesto, al menos no en el sentido tradicional. Tenía una nariz que obviamente había sufrido varias lesiones y sus ojos color avellana eran demasiado penetrantes como para que se pudieran considerar atractivos. Pero era como un arma lista para disparar: tenía una inteligencia de acero y un peligroso poder que inspiraba respeto. Una combinación literalmente letal.

—¿John? ¿Qué sucede?

John silbó y le extendió la mano. Tras los saludos, Butch volvió a sonreír.

—Entonces, ¿estás listo? —preguntó el hombre con un tono un poco más suave. Era como si le hubiesen dicho de qué se trataba, que John tenía que regresar a la consulta de Havers para «hablar con alguien».

¿Acaso todo el mundo tenía que enterarse?

Mientras cerraba la puerta, John pensó en lo que pasaría si los chicos de la clase se enteraban, y le dieron ganas de vomitar.

Butch y él se dirigieron al Escalade negro. En el interior del coche hacía un agradable calor y olía a cuero y a la fuerte loción para después del afeitado que se había puesto Butch.

Arrancaron y Butch puso música. Mystikal comenzó a reverberar dentro del automóvil. John se dedicó a mirar por la ventanilla los copos de nieve y los colores del atardecer, pensando que realmente le gustaría estar camino de otra parte. Bueno, excepto del centro de entrenamiento.

—Entonces, John —dijo Butch—. No te voy a decir mentiras. Sé por qué nos dirigimos a la clínica y te quiero contar que yo también tuve que ir a ver al psiquiatra.

Cuando John levantó la vista con expresión de asombro, Butch asintió con la cabeza.

—Sí, cuando estaba en el cuerpo de policía. Fui detective de la división de homicidios durante diez años, y en homicidios se ven cosas bastante jodidas. Y siempre había un tipo muy sincero, con gafas de abuelito y una libreta en la mano, que me perseguía para que habláramos. Lo detestaba.

John suspiró, extrañamente convencido de que iba a odiar esa experiencia tanto como la odiaba Butch.

—Pero lo curioso es que… —Butch llegó a una señal de stop y se detuvo. Un segundo después, se lanzó al tráfico—. Lo curioso es que… creo que me ayudó. No cuando estaba sentado frente al doctor Trascendencia, el superhéroe de la comunicación de sentimientos. Francamente, yo quería largarme siempre, sentía como un cosquilleo en la piel. Pero después… cuando pensaba en lo que habíamos hablado, me daba cuenta de que el hombre tenía razón en algunas cosas. Y eso me tranquilizaba, y entonces pensaba que había hecho bien en hablar con él. Así que, a fin de cuentas, fue una buena experiencia.

John ladeó la cabeza.

—¿Quieres saber qué cosas vi? —murmuró Butch, interpretando el gesto del muchacho. El hombre se quedó en silencio durante un largo rato. Sólo respondió cuando entraron en otro vecindario muy elegante—. Nada especial, hijo. Nada especial.

Butch giró para tomar la entrada a una casa, se detuvo frente a una reja y bajó la ventanilla. Después de oprimir el botón del intercomunicador y decir su nombre, los autorizaron a pasar.

Cuando el Escalade se detuvo frente a una mansión del tamaño de una escuela y con fachada de estuco, John abrió la puerta. Una vez que estuvo con Butch al otro lado de la camioneta, se dio cuenta de que el hombre había sacado un arma: la llevaba en la mano, apuntando hacia abajo, a la altura del muslo, y pasaba casi inadvertida.

John ya había visto ese truco. Phury había hecho algo parecido cuando fueron juntos a la clínica, hacía dos noches. ¿Acaso los hermanos no estaban seguros aquí?

John miró a su alrededor. Todo parecía muy normal.

Tal vez los hermanos no estaban seguros en ninguna parte.

Butch agarró a John del brazo y caminó apresuradamente hacia una puerta de acero sólido, mientras inspeccionaba con la vista el garaje con capacidad para diez coches que había detrás de la casa, los robles de los alrededores y los otros dos coches que estaban aparcados frente a lo que parecía una entrada de servicio. John casi tuvo que correr para seguirle el paso.

Cuando llegaron a la puerta posterior Butch asomó la cara a una cámara y los paneles de acero que había frente a ellos hicieron un ruido metálico y se deslizaron hacia atrás. Entraron a un vestíbulo, las puertas se cerraron detrás de ellos y luego se abrió un montacargas. Bajaron un piso y salieron del ascensor.

Frente a ellos había una enfermera que John reconoció de la otra vez que había ido. La mujer sonrió, dándoles la bienvenida, después de lo cual Butch guardó el arma en un estuche, debajo de su brazo izquierdo.

La enfermera señaló un corredor.

—Petrilla está esperando.

John apretó su libreta, respiró hondo y siguió a la mujer, mientras se sentía como si avanzara hacia el patíbulo.

‡ ‡ ‡

Z se detuvo frente a la puerta de su habitación. Sólo quería echarle un vistazo a Bella y luego huiría rápidamente hacia el cuarto de Phury, para drogarse hasta quedar inconsciente. Detestaba la sensación de embotamiento que producen las drogas, pero cualquier cosa era mejor que esa violenta necesidad de aparearse urgentemente.

Entreabrió la puerta y se desplomó sobre el marco. La habitación olía como un jardín lleno de flores, era la fragancia más deliciosa que había sentido en la vida.

Luego percibió algo raro en sus pantalones y vio que la cosa que tenía entre las piernas luchaba por salir.

—Bella —dijo, en medio de la oscuridad.

Oyó un gemido, entró y cerró la puerta.

«¡Ay, por Dios, ese aroma!». Sintió un rugido que salía del fondo de la garganta y sus dedos se convirtieron en garras. Luego sus pies tomaron el control y avanzó hasta la cama, mientras sus instintos dejaban atrás a la razón.

Bella estaba retorciéndose sobre el colchón, envuelta entre las sábanas. Cuando le vio, lanzó un grito, pero luego se calmó, como si se hubiese obligado a mantener la tranquilidad.

—Estoy bien. —Se acostó sobre el vientre y sus muslos se restregaron uno contra el otro, mientras se cubría con la colcha—. De verdad… estoy… Esto va a ser…

En ese momento la recorrió otra ola tan poderosa que empujó a Zsadist hacia atrás, mientras se encogía como un ovillo.

—Vete —dijo con voz ronca—. Es peor… cuando estás aquí. ¡Ay… Dios…!

Al oír que ella comenzaba a maldecir, Z retrocedió hasta la puerta, aunque todo su cuerpo le gritaba que se quedara.

Salir del cuarto fue tan difícil como alejar a un mastín de su presa. Cerró la puerta, corrió hacia el cuarto de Phury.

Desde que comenzó a avanzar por el pasillo de las estatuas sintió el olor de lo que V y su hermano gemelo estaban fumando. Y cuando entró a la habitación, la cortina de humo ya era tan espesa como la niebla.

Vishous y Phury estaban acostados en la cama y cada uno tenía entre los dedos un porro. Tenían la boca cerrada y el cuerpo tenso.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó V.

—Dame un poco —dijo Z, mientras señalaba con la cabeza la caja de caoba que estaba en medio de los dos.

—¿Por qué la has dejado sola? —V dio una calada al porro y la punta color naranja brilló con más intensidad—. El celo no ha pasado todavía.

—Dice que es peor si yo estoy con ella. —Z se inclinó sobre su gemelo y agarró un porro. Le costó trabajo encenderlo, porque las manos le temblaban.

—¿Cómo dices?

—¿Acaso te parezco alguien que tenga experiencia en esta mierda?

—Pero se supone que es menos terrible cuando están con un macho. —V se restregó la cara y luego miró a Z con incredulidad—. Espera un minuto… no te has acostado con ella, ¿verdad? ¿Z? ¡Z, responde la maldita pregunta!

—No, no lo he hecho —respondió Z, consciente de que Phury estaba muy, muy callado.

—¿Cómo puedes dejar así a esa pobre mujer, en esa condición?

—Ella dijo que estaba bien.

—Sí, bueno, es que apenas está empezando. Pero no va a estar bien. La única manera de aliviar el dolor es que un macho eyacule dentro de ella, ¿me entiendes? No puedes dejarla así. Es una crueldad.

Z avanzó hasta una de las ventanas. Las persianas todavía estaban cerradas y pensó en el sol, ese terrible carcelero. ¡Dios, ojalá pudiera salir de la casa! Sentía como si una trampa se estuviera cerniendo sobre él, y el impulso de salir corriendo era casi tan fuerte como la lujuria que lo paralizaba.

Pensó en Phury, que tenía los ojos cerrados y no decía ni una palabra.

«Ésta es tu oportunidad», pensó Z. «Manda a tu hermano al otro extremo del pasillo, adonde está ella. Mándalo para que la monte durante el celo. Vamos. Dile que salga de aquí y vaya a tu cuarto y se quite la ropa y la cubra con su cuerpo».

¡Ay… Dios!

La voz de Vishous interrumpió su tortura:

—Zsadist, eso no está bien y tú lo sabes, ¿verdad? —dijo V, tratando de hacerle entrar en razón—. No puedes hacerle esto, ella está…

—¿Qué tal si dejas de meterte en lo que no te importa, hermano?

Se produjo un corto silencio.

—Muy bien, entonces yo me haré cargo.

Z volvió la cabeza y vio que Vishous apagaba el porro y se ponía de pie. Cuando se arregló los pantalones de cuero, Zsadist vio con claridad que el hombre estaba excitado y tenía el pene erecto.

Zsadist se abalanzó desde el otro lado de la habitación con tanta rapidez que ni siquiera sintió los pies. Tumbó a Vishous en el suelo, le puso las manos en la garganta y comenzó a estrangularlo. Enseguida asomaron un par de colmillos afilados como cuchillos, que Zsadist enseñó, emitiendo un sonido sibilante.

—Si te acercas a ella, te mato.

Luego se oyó un estruendo detrás de él, seguramente era Phury, que corría a separarlos, pero V impidió todo intento de rescate.

—¡Phury! ¡No! —V tomó un poco de aire con dificultad—. Esto es entre él… y yo.

Los ojos de diamante de Vishous resplandecieron, levantó la vista hacia Zsadist y, aunque luchaba por respirar, habló.

—Relájate, Zsadist… no seas imbécil… —dijo con la misma firmeza de siempre. Luego tomó aire—. Yo no voy a ir a ninguna parte… Sólo quería llamar tu atención. Ahora, afloja… las manos.

Z aflojó las manos, pero no lo soltó.

Vishous respiró profundamente. Un par de veces.

—¿Ahora sí sientes la energía que corre por tus venas, Z? ¿Sientes el instinto territorial pulsando en tu interior? Ya estableciste un lazo con ella.

Z quiso negarlo, pero era una tarea difícil, después de la demostración que acababa de hacer. Y del hecho de que todavía tenía las manos sobre la garganta de Vishous.

Luego V susurró:

—El camino para salir del infierno te está esperando. Ella está al final del corredor, hombre. No seas tonto. Ve a buscarla. Eso os ayudará a los dos.

Z levantó la pierna y se quitó de encima de Vishous. Luego se dejó caer al suelo. Para evitar pensar en caminos de salida y hembras y sexo, se preguntó qué habría sucedido con el porro que se estaba fumando. Miró hacia la ventana de reojo y vio que había tenido la decencia de ponerlo sobre el alféizar antes de abalanzarse sobre Vishous como una fiera.

Bueno, ¿acaso no era todo un caballero?

—Ella te puede consolar —dijo V.

—Yo no estoy buscando que me consuelen. Además, no quiero preñarla, ¿me entiendes? Eso sería un maldito desastre.

—¿Es su primera vez?

—No lo sé.

—Si es el primer periodo de fertilidad, las posibilidades son prácticamente nulas.

—Decir que son «prácticamente nulas» no es suficiente. ¿Qué otra cosa puede aliviarla?

Phury habló desde la cama.

—Todavía tienes la morfina, ¿no? Ya sabes, esa jeringa que preparé con la droga que Havers dejó. Si no vas a ayudarla, úsala. He oído que eso es lo que hacen las hembras que no tienen compañero.

V se sentó y apoyó los brazos sobre las rodillas. Mientras se echaba el pelo hacia atrás, el tatuaje que tenía en la sien derecha resplandeció.

—Eso no solucionará el problema totalmente, pero es mejor que nada.

En ese momento, otra oleada de calor cortó el aire. Los tres gruñeron y quedaron momentáneamente incapacitados, mientras que sus cuerpos se deshacían por el esfuerzo de combatir el deseo de ir a donde los necesitaban, donde podrían aliviar el sufrimiento de una mujer.

En cuanto se sintió capaz, Z se puso de pie. Cuando salía del cuarto, vio que Vishous se estaba acostando otra vez en la cama de Phury y encendía otro porro.

Cuando Z regresó al otro extremo de la casa, se preparó para entrar de nuevo a su habitación. Al abrir la puerta, no se atrevió a mirar hacia donde estaba Bella sino que siguió derecho hasta el escritorio.

Encontró las jeringuillas y tomó la que Phury había llenado. Respiró hondo y dio media vuelta, pero descubrió que la cama estaba vacía.

—¿Bella? —Se acercó—. Bella, ¿dónde…?

La encontró tirada en el suelo, hecha un ovillo, con una almohada entre las piernas y temblando.

La hembra comenzó a gemir al notar que él se arrodillaba junto a ella.

—Duele…

—Ay, por Dios… lo sé, nalla. —Zsadist le quitó el pelo de los ojos—. Yo te voy a cuidar.

—Por favor… duele demasiado. —Bella se dio la vuelta; tenía los senos hinchados y los pezones rojos… Hermosos. Irresistibles—. Duele. Duele mucho. Zsadist, esto no va a pasar. Está empeorando. Está…

De repente Bella comenzó a tener convulsiones y de su cuerpo salió una explosión de energía. La potencia de las hormonas que emanaron de ella lo dejó ciego y por un momento quedó tan obnubilado por la reacción animal de su cuerpo que no sintió nada… ni siquiera cuando ella lo agarró del antebrazo con tanta fuerza que habría podido doblarle los huesos.

Cuando pasó, Zsadist se preguntó si le habría roto la muñeca. Pero no porque le preocupara el dolor; estaba dispuesto a aceptar todo lo que ella necesitara darle. Pero si se aferraba a él con tanta desesperación, no podía imaginarse lo que debería estar sintiendo en las entrañas.

Zsadist hizo una mueca al ver que Bella se había mordido el labio inferior con tanta fuerza que se había hecho sangre. Le quitó la sangre de la boca con el pulgar y luego se lo limpió en el pantalón, pues no quería lamerla para evitar despertar sus ansias de beber sangre.

—Nalla… —Zsadist miró la aguja que tenía en la mano.

«Hazlo», se dijo. «Ponle la droga. Acaba con este sufrimiento».

—Bella, necesito saber una cosa.

—¿Qué? —dijo ella entre sollozos.

—¿Ésta es tu primera vez?

Ella asintió con la cabeza.

—No sabía que sería tan terrible… ¡Ay, Dios!

Su cuerpo sufrió otro espasmo y las piernas apretaron la almohada.

Zsadist volvió a mirar la jeringuilla. El hecho de que fuera «mejor que nada» no era suficientemente bueno, pero eyacular dentro de ella le parecía un sacrilegio. ¡Maldición, sus eyaculaciones eran la peor de las dos pésimas opciones que Bella tenía, pero en lo biológico, él podía hacer mucho más por ella que la morfina!

Z estiró el brazo y puso la jeringuilla sobre la mesita de noche. Luego se levantó, se quitó las botas y se sacó la camisa por encima de la cabeza. Se bajó la bragueta, liberando esa cosa horrible, larga y dolorida, y se quitó los pantalones.

Necesitaba experimentar dolor para alcanzar el orgasmo, pero eso no le preocupaba. ¡Demonios, podía infligirse suficiente daño como para provocar una eyaculación! Para eso tenía colmillos, ¿no?

Bella se retorcía de dolor cuando él la levantó y la puso sobre la cama. Estaba magnífica, recostada contra las almohadas, con las mejillas rojas, los labios entreabiertos y la piel resplandeciendo de deseo. Pero parecía estar sufriendo tanto…

—Sshhh… calma —susurró Zsadist, mientras se subía a la cama y se montaba sobre ella.

Al primer contacto con la piel de Zsadist, Bella gimió y volvió a morderse el labio. Esta vez él se inclinó sobre ella y lamió las gotas que brotaban de la boca. Al sentir el sabor de la sangre en la lengua, ese cosquilleo eléctrico, Zsadist se estremeció de pavor y recordó que llevaba más de un siglo alimentándose de una sangre débil.

Lanzó una maldición y decidió hacer a un lado todo su pasado para poder concentrarse en Bella. Debajo de él, las piernas de Bella no paraban de temblar y Zsadist tuvo que abrírselas a la fuerza con las manos y mantenérselas luego abiertas haciéndole presión con los muslos. Cuando le tocó la vagina con la mano, se estremeció. Bella estaba hirviendo y tenía la vagina empapada e hinchada. De pronto ella soltó un grito y el orgasmo que siguió pareció aliviar un poco el sufrimiento, pues los brazos y las piernas dejaron de temblar y la respiración se regularizó un poco.

Tal vez esto iba a ser más fácil de lo que había pensado. Tal vez Vishous estaba equivocado y ella no necesitaba tener a un hombre adentro. En cuyo caso, él podía seguir besándola y acariciándola durante horas y horas. ¡Por Dios, le encantaría hacerlo durante todo un día! La primera vez que había puesto la boca allá abajo había estado muy poco tiempo…

Zsadist miró de reojo su ropa. Probablemente habría sido mejor quedarse vestido.

La potencia de la energía que salió de ella en ese momento fue tan grande que Zsadist salió expulsado hacia atrás, como si unas manos invisibles lo hubiesen empujado. Bella gritó de desesperación, mientras él se tambaleaba sobre ella. Cuando la oleada pasó, Zsadist cayó otra vez sobre ella. Obviamente, el orgasmo había empeorado la situación y ahora Bella estaba llorando con tanta fuerza que ni siquiera le salían lágrimas. Sólo se estremecía de manera espasmódica, mientras se retorcía y se contorsionaba debajo de él.

—Quédate quieta, nalla —dijo Zsadist con angustia—. Déjame meterte esto.

Pero ella estaba demasiado lejos para oírlo. Así que él tuvo que mantenerla quieta a la fuerza, haciéndole presión con el antebrazo sobre la clavícula, mientras la obligaba a levantar una pierna. Moviendo las caderas, Zsadist trató de acomodar la cosa que le colgaba entre las piernas de manera que pudiera penetrarla, pero no pudo encontrar el ángulo adecuado. Aunque estaba atrapada bajo todo el peso de su cuerpo y su fuerza, Bella todavía lograba moverse.

Maldiciendo, Z metió una mano entre sus piernas y agarró lo que necesitaba para penetrarla. Llevó al bastardo hasta el umbral de la vagina y luego empujó con fuerza hasta llegar al fondo. Los dos gritaron al unísono.

Luego dejó caer la cabeza y mantuvo la presión como si su vida dependiera de ello, mientras se perdía en la sensación que le proporcionaba la vagina estrecha y pegajosa de Bella. Su cuerpo tomó el control en ese momento y comenzó a mover las caderas como si fueran pistones, con un ritmo castigador y progresivo que produjo una gigantesca presión sobre sus testículos y despertó una sensación de ardor en la parte baja del vientre.

¡Sí! Estaba a punto de eyacular. Tal como había ocurrido en el baño, cuando ella le tenía apretados los testículos. Sólo que esta vez la sensación era más ardiente, más salvaje, más descontrolada.

—¡Ay, Dios! —gritó.

Los cuerpos de Bella y Zsadist producían un sonido como de agua golpeándose contra un dique; él estaba prácticamente ciego y sudaba a mares sobre ella, mientras que el olor del apareamiento era como un rugido en su nariz… Y luego Bella dijo su nombre y se quedó quieta debajo de él. La vagina se aferró al pene y comenzó a hacer presión de manera intermitente, como si lo estuviera ordeñando, hasta que… ¡Ay, no!

Zsadist tuvo el reflejo de retirarse, pero el orgasmo lo atacó por detrás y le subió por la columna hasta clavarse en la parte posterior de su cabeza, al mismo tiempo que sentía que su cuerpo soltaba una descarga dentro de Bella. Y la maldita cosa no paraba. El semen seguía saliendo en oleadas inmensas, derramándose dentro de ella, llenándola. No había nada que él pudiera hacer para detener las erupciones, aunque sabía que estaba eyaculando en su interior

Cuando pasó el último estremecimiento, Zsadist levantó la cabeza. Bella tenía los ojos cerrados, respiraba normalmente y ya habían desaparecido los surcos de sufrimiento de su cara.

Bella le acarició las costillas y subió las manos hasta apoyarlas sobre los hombros, antes de volver la cara y suspirar sobre su bíceps. El silencio que rodeaba tanto la habitación como el cuerpo de Bella era desconcertante. Al igual que el hecho de que hubiese eyaculado sólo porque ella lo había hecho sentirse… bien.

¿Bien? No, eso se quedaba corto. Ella lo había hecho sentirse… vivo. Como si acabara de despertarse de un largo sueño.

Z le acarició el cabello y extendió sus ondas oscuras sobre la almohada color crema. No había sentido ningún dolor, su cuerpo no había sufrido. Sólo había sentido placer. Era un milagro…

Sólo que en ese momento tomó conciencia de la humedad que rodeaba el lugar donde sus cuerpos estaban unidos.

Las implicaciones de lo que había hecho dentro de ella lo llenaron de angustia y no pudo evitar la compulsión de limpiarla. Zsadist se retiró y fue rápidamente hasta el baño, donde agarró una toalla. Cuando regresó a la cama, sin embargo, ella tenía convulsiones nuevamente y parecía que el deseo estaba aumentando. Zsadist bajó la vista hacia sus genitales y vio que la cosa que colgaba de su pubis también estaba endureciéndose y alargándose otra vez.

—Zsadist… —gimió Bella—. Está… volviendo.

Zsadist dejó la toalla a un lado y volvió a montarse sobre ella, pero antes de penetrarla fijó la mirada en sus ojos vidriosos y tuvo un ataque de remordimiento. ¡Era terrible que quisiera más, cuando las consecuencias eran tan espantosas para ella! ¡Por Dios, había eyaculado dentro de ella y su esperma cubría todas las partes más íntimas y hermosas de Bella, y la delicada piel de sus muslos y…!

—Puedo drogarte —dijo Zsadist—. Puedo hacer que no sientas dolor y así no me tendrás dentro de ti. Puedo ayudarte sin hacerte daño.

Zsadist la miró fijamente, en espera de una respuesta, atrapado entre la biología de Bella y su propia realidad.