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John Matthew gimió y se dio la vuelta, para quedar de espaldas en la cama.

La mujer siguió su ejemplo y los senos desnudos hicieron presión sobre el ancho pecho desnudo de John. Con una sonrisa erótica, le metió la mano entre las piernas y encontró su pene erecto. El hombre echó hacia atrás la cabeza y gimió, mientras ella le levantaba el pene y se sentaba sobre él. Entonces John la agarró por las rodillas y ella comenzó a montarle, lenta y rítmicamente.

«Ah, sí…».

Se excitaba con una mano mientras lo provocaba con la otra, frotándose la palma contra los senos y subiendo hasta el cuello, y acariciándose con su largo cabello rubio platino. Luego la mujer se llevó la mano hasta la cara y se pasó el brazo por encima de la cabeza, formando un elegante arco. Cuando se echó hacia atrás, sus senos sobresalieron, con los pezones duros, hinchados y rosados. Tenía la piel tan pálida que parecía nieve fresca.

—Guerrero —dijo, rechinando los dientes—, ¿puedes aguantar esto?

¿Aguantar esto? Claro que sí. Y sólo para demostrar quién estaba aguantando qué, él la agarró de los muslos y levantó las caderas hasta que ella gritó.

Cuando se retiró, la mujer le sonrió desde arriba, frotándose contra él cada vez más deprisa. Estaba pegajosa y excitada, y él se sintió en el cielo.

—Guerrero, ¿puedes aguantar esto? —insistió con una voz más profunda, a causa del ejercicio físico.

—¡Demonios, sí! —gruñó él. Dios, en cuanto eyaculara, iba a darle la vuelta para embestirla una y otra vez.

—¿Puedes aguantar esto? —Se movió con más fuerza, exprimiéndolo. Con el brazo todavía sobre la cabeza, lo montaba como si fuera un toro, estrellándose contra él.

Eso era verdadero sexo… Asombroso, increíble, grandioso…

Las palabras de la mujer comenzaron a distorsionarse, a hacerse más profundas… comenzaron a sonar con un registro más bajo que el femenino.

—¿Puedes aguantar esto?

John sintió un estremecimiento. Algo estaba saliendo mal. Algo iba muy mal…

—¿Puedes aguantar esto? ¿Puedes aguantar esto? —De repente, de la garganta de la mujer comenzó a brotar una voz masculina, una voz ronca y masculina que se reía de él—. ¿Puedes aguantar esto?

John trató de quitársela de encima, pero estaba aferrada a él y seguía presionándolo.

—¿Crees que puedes aguantar esto? ¿Crees-que-puedes-aguantar-esto? ¿Creesquepuedesaguantaresto? —Ahora la voz masculina estaba gritando, rugiendo desde la cara femenina.

El cuchillo llegó hasta John por encima de la cabeza de la mujer, pero ahora ella era un hombre, un hombre de piel blanca, cabello incoloro y ojos del color de la niebla. Cuando la cuchilla resplandeció en el aire, John trató de pararla, pero su brazo ya no tenía músculos. Estaba flácido, desmadejado.

—¿Puedes aguantar esto, guerrero?

Con un golpe elegante, la daga aterrizó justamente en el centro del pecho del hombre. En el lugar por el que entró, sintió enseguida un dolor punzante, que recorrió todo su cuerpo con ardor y violencia. Trató de tomar aire, pero se ahogó con su propia sangre y tosió y trató de vomitar hasta que no pudo respirar más. Retorciéndose, trató de luchar contra la muerte que venía a por él…

—¡John! ¡John! ¡Despierta!

John abrió los ojos de par en par. Lo primero que se le vino a la cabeza era que le dolía la cara, aunque no entendía por qué, pues lo habían apuñalado en el pecho. Luego se dio cuenta de que tenía la boca totalmente abierta, como si estuviera gritando. Pero como no tenía cuerdas vocales, no le salía la voz.

Luego sintió las manos. Había unas manos que lo tenían agarrado de los brazos. El terror regresó y, en lo que fue para él una reacción asombrosa, se lanzó de la cama. Su pequeño cuerpo cayó de cara y su mejilla aterrizó sobre la alfombra.

—¡John! Soy yo, Wellsie.

La realidad regresó al oír su nombre y eso le permitió sacudirse la histeria, como si le hubiesen dado un puñetazo.

Ay, Dios… Estaba bien. Estaba bien. Estaba vivo.

Se lanzó a los brazos de Wellsie y enterró la cara entre su larga cabellera roja.

—Todo está bien. —Ella lo acomodó sobre su regazo y le acarició la espalda—. Estás en casa. Estás a salvo.

Casa. A salvo. Sí, después de sólo seis semanas, esto era su casa… la primera que tenía, después de crecer en el orfanato de Nuestra Señora y vivir luego en tugurios, desde que tenía dieciséis años. La casa de Wellsie y Tohrment era su casa.

Y aquí no sólo estaba seguro; también lo comprendían. ¡Aquí había conocido la verdad sobre sí mismo! Hasta que Tohrment lo encontró, no entendía por qué siempre había sido distinto de los demás, o por qué era tan delgado y tan débil. Pero los vampiros machos eran así antes de pasar por la transición. Aparentemente, hasta Tohr había sido pequeño, aunque ahora era un miembro de alto rango de la Hermandad de la Daga Negra.

Wellsie levantó la cabeza de John.

—¿Puedes decirme qué soñabas?

Él negó con la cabeza y volvió a sumergirse en su pecho, abrazándola con tanta fuerza que se sorprendió de que todavía pudiera respirar.

‡ ‡ ‡

Zsadist se materializó frente a la granja de Bella y lanzó una maldición. Otra vez había señas de que allí había estado alguien. En la nieve de la entrada, frente a la puerta, había huellas frescas de llantas y pisadas. Había muchas pisadas, tantas pisadas hacia un lado y otro del automóvil que debía haber estado estacionado allí, que parecía como si estuvieran transportando cosas.

Eso hizo que se pusiera más nervioso, como si ella estuviese desapareciendo a plazos…

Entonces Z pensó que era terrible… Si la familia de Bella vaciaba la casa, él ya no sabría adónde ir para estar con ella.

Miró con rabia la puerta principal y las largas ventanas del salón. Tal vez debería llevarse algunas de las cosas de Bella. Sería un acto despreciable, pero podría hacerlo perfectamente, al fin y al cabo él no era nada más que un vil ladrón.

Z volvió a preguntarse por la familia de Bella. Sabía que eran aristócratas y pertenecían a la clase social más alta, pero eso era lo único que sabía y no quería conocerlos para averiguar más. Incluso en sus mejores días era muy desagradable con la gente, y la situación de Bella lo convertía además en alguien peligroso, no sólo desagradable. No, Tohrment era el vínculo con los parientes de ella y él siempre había tenido cuidado de no encontrárselos.

Z se dirigió a la parte trasera de la casa, entró por la cocina y apagó la alarma de seguridad. Como hacía todas las noches, lo primero que hizo fue revisar el acuario. Había partículas de comida flotando en la superficie del agua, evidencia de que alguien ya se había ocupado de los peces. Se molestó al pensar que le habían arrebatado esa pequeña dicha.

La verdad era que ahora Z pensaba que la casa de Bella era su espacio. Lo había limpiado todo después de que la secuestraron. Había regado las plantas y se había ocupado de la pecera. Había recorrido los pisos y las escaleras, había mirado por las ventanas, y se había sentado en cada sillón y cada sofá y cada cama. ¡Joder! Ya había decidido comprar la maldita casa cuando la familia de Bella la pusiera en venta. Aunque nunca había tenido una casa ni muchas posesiones personales, estaba dispuesto a ser el propietario de estas paredes y este techo y todo lo que había dentro. Sería como un altar consagrado a Bella.

Z hizo un recorrido rápido por la casa, fijándose en las cosas que se habían llevado. No era mucho. Un cuadro y un plato de plata del comedor, y un espejo que había en el vestíbulo. Sintió curiosidad por saber por qué se habían llevado esos objetos en particular y quiso tenerlos de vuelta a donde pertenecían.

Cuando regresó a la cocina, recordó cómo estaba ese lugar después del secuestro: todo lleno de sangre, con trozos de cristales, las sillas por los suelos y la vajilla hecha pedazos. Bajó los ojos hacia un rayón negro que había en el suelo de pino. Podía deducir cómo había sucedido todo. Bella luchando contra el restrictor, mientras que éste la arrastraba. La suela de caucho de su zapato chirriando contra el suelo.

El pecho se le llenó de rabia y comenzó a jadear a causa de esa horrible sensación tan conocida. Aunque… ¡Nada de esto tenía sentido! ¿Qué hacía él buscándola y obsesionándose por sus cosas y recorriendo su casa? Ellos no eran amigos. ¡Demonios, ni siquiera eran conocidos! Y él tampoco había sido amable con ella en las dos ocasiones en que se la había encontrado.

¡Dios, cómo se arrepentía de eso! Durante esos pocos momentos en que había estado con ella, desearía no haber sido tan… Bueno, no vomitar después de que se dio cuenta de que ella estaba excitada habría sido un buen comienzo. Pero no había podido evitar esa reacción. Aparte de esa perra enfermiza que había sido su dueña, ninguna otra mujer se había excitado nunca con él, así que él no asociaba la presencia de carne femenina excitada con nada bueno.

Mientras recordaba a Bella recostada contra su cuerpo, todavía se preguntaba cuál era la razón de que ella quisiera estar con él. Su cara era un maldito desastre. Su cuerpo no era mucho mejor, al menos la espalda. Y su reputación hacía que Jack «el Destripador» pareciera un niño explorador. ¡Maldición, él siempre estaba furioso con todo el mundo y por todo! Ella era hermosa y suave y amable, una mujer majestuosa y aristocrática, que provenía de un entorno privilegiado.

Ah, pero el meollo del asunto eran precisamente las diferencias que los separaban. Para ella, él era un macho que rompía totalmente la rutina. Una manifestación de rebeldía. Una criatura salvaje que la sacaría de su cómoda vida por una o dos horas Y aunque le resultaba doloroso, todavía pensaba que Bella era… adorable.

Z sintió detrás de él las campanadas de un reloj antiguo. Cinco en punto.

La puerta principal de la casa se abrió con un chirrido.

De manera silenciosa y veloz, Z sacó la daga negra de la funda que tenía en el pecho y se pegó a la pared. Inclinó un poco la cabeza para alcanzar a ver el corredor, hacia el vestíbulo.

Butch levantó las manos mientras entraba.

—Soy yo, Z.

Zsadist bajó la daga y la volvió a guardar.

El antiguo detective de homicidios era una anomalía en el mundo vampiro, el único humano que había sido admitido en el círculo más íntimo de la Hermandad. Butch era el compañero de casa de V, el compañero de pesas de Rhage en el gimnasio, el compinche de Phury en su gusto por la ropa. Y por sus propias razones, Butch estaba obsesionado por el secuestro de Bella, así que también tenía algo en común con Z.

—¿Qué pasa, policía?

—¿Vas para el complejo? —Aunque parecía una pregunta, la frase era más una sugerencia.

—Aún no.

—Va a amanecer.

«No me importa», pensó, pero dijo:

—¿Phury te mandó a buscarme?

—No, fue idea mía. Al ver que no regresabas tras disfrutar lo que pagaste, me imaginé que terminarías aquí.

Z cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Temes que haya matado a la mujer que llevé al callejón?

—No. La vi trabajando en el club antes de salir.

—Entonces, ¿por qué has venido?

Butch miró al suelo, como si estuviera pensando en lo que iba a decir; balanceó su peso sobre los caros mocasines reforzados que le gustaba usar, y se desabrochó el elegante abrigo de cachemira negro.

Ah… de manera que Butch estaba haciendo las veces de mensajero.

—Di lo que tengas que decir, policía.

El humano se pasó el pulgar por la ceja.

—Tú sabes que Tohr ha estado hablando con la familia de Bella, ¿no? ¿Y sabes también que el hermano de ella es un tipo muy impulsivo? Bueno, pues el tipo sabe que alguien ha estado viniendo aquí. Gracias al sistema de seguridad. Cada vez que lo apagan o lo encienden, él se da cuenta. Y quiere que esas visitas se acaben, Z.

Zsadist mostró los colmillos.

—¡Qué malo!

—Va a poner vigilantes.

—¿Y a él, por qué diablos le importa?

—Vamos, hombre, es la casa de su hermana.

—Quiero comprar la casa.

—Eso no va a pasar, Z. Tohr me ha dicho que la familia no piensa venderla. Quieren conservarla.

Z rechinó los dientes por un momento.

—Policía, hazte un favor y vete de aquí.

—Preferiría llevarte a casa. Ya se acerca el amanecer.

—Sí, realmente necesito que un humano me lo diga.

Butch refunfuñó, mientras soltaba el aire.

—Está bien, chamúscate si quieres. Pero no vuelvas aquí. Su familia ya ha tenido suficiente.

En cuanto la puerta se cerró, Z sintió que una ola de calor se apoderaba de su cuerpo, como si alguien lo hubiese envuelto en una manta eléctrica y subido la temperatura al máximo. Sintió gotas de sudor brotando de su cara y su pecho, y se le revolvió el estómago. Levantó las manos. Tenía las palmas húmedas y los dedos le temblaban.

«Las señales físicas del estrés», pensó.

Era evidente que estaba teniendo una reacción emocional, aunque no tenía idea de qué se trataba. Lo único que padecía eran los síntomas secundarios, pero por dentro no sentía nada, ninguna sensación que pudiera identificar.

Echó un vistazo a su alrededor y le dieron ganas de prenderle fuego a la casa, de quemarla para que nadie la pudiera tener. Eso era mejor que saber que no podría volver.

El problema era que quemar la casa era como hacerle daño a Bella.

Así que, si no podía convertirla en cenizas, quería llevarse algo. Mientras pensaba en qué podría llevarse que no fuera pesado, para que no le impidiera desmaterializarse, se puso la mano sobre la fina cadena que llevaba alrededor de la garganta.

La gargantilla, con sus pequeños diamantes incrustados, era de Bella. Z se la había encontrado la noche después de que había sido secuestrada, tirada en el suelo, debajo de la mesa de la cocina, en medio del desorden. Le había limpiado la sangre, había arreglado el broche y, desde ese día, la llevaba puesta en la garganta.

Y los diamantes eran eternos… Duraban para siempre. Al igual que sus recuerdos de ella.

Antes de marcharse, Zsadist le echó un último vistazo al acuario. Ya casi no había comida sobre el agua, pues la habían devorado las múltiples bocas que subían desde el fondo.

‡ ‡ ‡

John no supo cuánto tiempo estuvo en brazos de Wellsie, pero tardó un rato en volver a la realidad. Cuando finalmente se recuperó, ella le sonrió.

—¿Seguro que no quieres contarme qué has soñado?

Las manos de John comenzaron a moverse y ella las observó con atención, pues aún no conocía bien el lenguaje de signos. Como el chico sabía que iba demasiado rápido, se inclinó y tomó de la mesilla de noche una de sus libretas y un bolígrafo.

«No ha sido nada. Ya estoy bien. Gracias por despertarme».

—¿Quieres volverte a acostar?

Él asintió. Durante el último mes y medio no había hecho otra cosa que dormir y comer. Pero su hambre y su cansancio parecían no tener fin. Claro, tenía que compensar veintitrés años de insomnio e inanición.

Se deslizó entre las sábanas y Wellsie se sentó junto a él. Cuando estaba de pie, no se notaba que estaba embarazada, pero cuando se sentaba, se asomaba una barriguita por debajo de su camisa suelta.

—¿Quieres que encienda la luz del baño?

Él negó con la cabeza. Eso sólo haría que se sintiera todavía más desamparado, y no quería que Wellsie pensara que era un cobarde.

—Estaré en el estudio; llámame si me necesitas.

Cuando Wellsie salió, John experimentó una especie de alivio, lo cual hizo que se sintiera mal. Estaba avergonzado; un hombre no se comportaba como él acababa de hacerlo. Un hombre habría luchado contra el demonio de cabellos descoloridos del sueño, y habría ganado. Aunque estuviera aterrorizado, un hombre no se habría acobardado ni habría temblado como un chiquillo de cinco años cuando se despertó.

Claro que John no era un hombre. Al menos, todavía no. Tohr le había dicho que el cambio no llegaría hasta que estuviera acercándose a los veinticinco años y John estaba impaciente porque pasaran los próximos dos. Porque aunque ahora entendía por qué medía sólo un metro sesenta y ocho y apenas pesaba cincuenta kilos, seguía siendo difícil. Odiaba ver todos los días en el espejo ese cuerpo esquelético. Odiaba usar ropa de niño, aunque ya podía conducir, votar y beber legalmente. Se deprimía cuando pensaba que nunca había tenido una erección, ni siquiera cuando se despertaba de uno de sus sueños eróticos. Y tampoco había besado nunca a una mujer.

No, sencillamente no se sentía muy viril. En especial teniendo en cuenta lo que le había ocurrido hacía casi un año. ¡Dios! Ya se acercaba el aniversario de ese ataque… Cerró los ojos y trató de no pensar en esa sucia escalera, ni en el hombre que le había puesto un cuchillo en la garganta, ni en esos horribles momentos en que le habían arrebatado algo irrecuperable: su inocencia, que se había esfumado para siempre.

Obligándose a no entrar en esa espiral de recuerdos, se dijo que al menos ya tenía una esperanza. Pronto se convertiría en un hombre.

Apartó las mantas y fue hasta el armario. Cuando abrió las puertas, se volvió a sorprender al ver lo que había dentro. Aún no se había acostumbrado a esa abundancia. Nunca había tenido tantos pantalones ni camisas ni chaquetas en toda su vida, pero ahí estaban, tan nuevos e impecables. Con las cremalleras en buen estado, con todos los botones, intactos, sin rotos ni descosidos. Incluso tenía un par de zapatillas Nike.

Tomó una chaqueta y se la puso, y luego metió sus delgadas piernas en unos pantalones de dril. En el baño se lavó las manos y la cara y se peinó el cabello negro. Luego se dirigió a la cocina, pasando a través de habitaciones que tenían una línea limpia y moderna, pero que estaban decoradas con muebles de estilo renacentista italiano, tapices y obras de arte. Se detuvo cuando oyó la voz de Wellsie, que salía por la puerta del estudio.

—… Una especie de pesadilla. Y ¿sabes, Tohr? Estaba aterrado… No, no quiso responder cuando le pedí que me contara de qué se trataba, y preferí no insistir. Creo que es hora de que vaya a ver a Havers. Sí… Ajá, ajá. Primero debe ver a Wrath. Bueno. Te quiero. ¿Qué? ¡Dios, Tohr, yo siento lo mismo! No sé cómo hemos podido vivir sin él todo este tiempo… ¡Es una bendición tan grande!

John se recostó contra la pared del pasillo y cerró los ojos. Era gracioso que él sintiera lo mismo con respecto a ellos.