28
Zsadist se detuvo de repente a mitad del túnel, a medio camino entre la casa principal y la guarida de Vishous y Butch.
Cuando miró hacia atrás, no vio nada más que la fila de luces del techo. Y hacia delante sólo había más de lo mismo, una hilera de parches de luz que se extendían hasta el infinito. La puerta por la que había llegado al túnel y aquella por la que saldría no se alcanzaban a ver.
Bueno, ¿no era eso una perfecta representación de la vida?
Se recostó contra la pared de acero del túnel y se sintió atrapado, a pesar de que nada ni nadie lo detenía.
¡Ay, pero eso no era cierto! Bella lo tenía atrapado. Lo tenía encadenado. Lo tenía atado con su hermoso cuerpo y su tierno corazón y esa equivocada quimera de amor que brillaba en sus ojos de color zafiro. Atrapado… estaba atrapado.
De repente recordó la noche en que Phury lo liberó finalmente de la esclavitud.
Cuando la Señora apareció con otro hombre, el esclavo se quedó indiferente. Después de diez décadas, ya no le importaba sentir la mirada de otros hombres y las violaciones y los abusos no eran nada nuevo para él. Su existencia era un inmenso infierno siempre idéntico, y la única tortura real era la naturaleza infinita de su cautiverio.
Pero de pronto sintió algo extraño. Algo… diferente. Entonces volvió la cabeza y miró al desconocido. Lo primero que pensó fue que era un hombre gigantesco y que estaba vestido con ropa costosa, así que debía de ser un guerrero. Luego pensó que esos ojos amarillos que lo observaban contenían una terrible tristeza. En realidad, el desconocido que estaba de pie contra la puerta se había puesto tan pálido que su piel parecía de pergamino.
Cuando el olor del ungüento llegó hasta la nariz del esclavo, volvió a clavar la mirada en el techo, sin mostrar ningún interés en lo que sucedería después. Sin embargo, de pronto sintió que lo invadía una oleada de emoción. El esclavo volvió a mirar al hombre que estaba dentro de la celda y frunció el ceño. El guerrero estaba sacando una daga y miraba a su dueña como si la fuera a matar…
En ese momento se abrió la otra puerta y apareció uno de los hombres de la corte, que dijo algo con tono angustiado. Súbitamente la celda se llenó de guardias y armas y rabia. El hombre que lideraba el grupo agarró a la Señora con brusquedad y la lanzó lejos con tanta fuerza que la mujer se estrelló contra la pared de piedra. Luego el hombre se dirigió hacia el esclavo y desenfundó un cuchillo. El esclavo gritó cuando vio que la hoja del cuchillo se dirigía a su cara. Luego sintió un dolor agudo que se extendió por la frente, la nariz y la mejilla y perdió el conocimiento.
Cuando recuperó la conciencia estaba colgando del cuello, y el peso de los brazos, las piernas y el torso amenazaban con asfixiarlo. Era como si su cuerpo supiera que estaba a punto de morir y lo hubiese despertado con la remota esperanza de que la mente pudiera ayudarlo. Un intento fallido, pensó el esclavo.
Querida Virgen, ¿acaso no debería estar sintiendo un terrible dolor? Luego se preguntó si le habrían echado agua encima, pues tenía la piel mojada. Entonces se dio cuenta de que algo espeso le escurría sobre los ojos. Sangre. Estaba empapado en su propia sangre.
¿Y qué era todo ese ruido a su alrededor? ¿Espadas? ¿Un combate?
Mientras luchaba por respirar, levantó los ojos y durante una fracción de segundo se olvidó de la asfixia. El mar. Estaba mirando hacia el inmenso mar. El esclavo se sintió dichoso por un momento… y luego se quedó ciego y sin aire. Trató de parpadear y se desmayó, aunque se sentía agradecido por haber podido ver el océano una última vez antes de morir. Se preguntó vagamente si el Ocaso sería parecido a ese vasto horizonte, una extensión infinita que era a la vez un hogar y un sitio desconocido.
Justo cuando vio una luz blanca brillante delante de él, sintió que la presión sobre la garganta cedía y que alguien manipulaba su cuerpo con brusquedad. Oyó gritos y sintió movimientos fuertes, luego una carrera irregular, que terminó abruptamente. Entretanto, la agonía se apoderó de su cuerpo y penetró en sus huesos, golpeándolo con puños terribles.
Se oyeron dos disparos. Gruñidos de dolor que no habían salido de su boca. Y luego un grito y un golpe de viento sobre la espalda. Estaba cayendo… estaba en el aire, cayendo…
¡Ay, Dios, el océano! El pánico se apoderó de él. La sal…
Sintió el golpe contra el agua sólo un momento, antes de que la sensación del agua del mar sobre su carne viva nublara su mente. Se desmayó.
Cuando volvió en sí una vez más, su cuerpo no era más que un depósito de dolores. Se dio cuenta vagamente de que estaba helado por un lado, pero moderadamente caliente por el otro, así que se movió para ver qué pasaba. En cuanto lo hizo, sintió que el calor que sentía en su espalda también se movía… Alguien lo tenía abrazado. Había un hombre contra su espalda.
El esclavo se separó enseguida de ese cuerpo duro y se arrastró por el suelo. Aunque tenía la visión borrosa, alcanzó a distinguir una roca en medio de la oscuridad y se ocultó tras ella. Cuando se sintió protegido, respiró y tomó conciencia del dolor de su cuerpo y luego sintió el olor del mar y un hedor a pescado muerto.
También percibió un ligero aroma. Un agudo y ligero…
Miró por encima del borde de la roca. Aunque no veía muy bien, fue capaz de distinguir la figura del hombre que había entrado en la celda con la Señora. El guerrero estaba sentado contra la pared y su largo cabello le colgaba sobre los hombros. Tenía la ropa hecha jirones y sus ojos amarillos resplandecían de tristeza.
Ése era el otro olor, pensó el esclavo. La tristeza que el hombre estaba sintiendo tenía un olor.
Cuando el esclavo volvió a olfatear el aire, sintió un extraño tirón en la cara y se llevó los dedos a la mejilla. Tenía una herida allí, una línea rígida que le cortaba la piel… y le llegaba hasta la frente. Luego la siguió hacia abajo, hasta el labio superior. Y recordó el cuchillo acercándosele. Recordó haber gritado cuando sintió cómo lo cortaban.
El esclavo comenzó a temblar y se envolvió entre sus propios brazos.
—Deberíamos calentarnos mutuamente —dijo el guerrero—. De verdad, eso es lo único que trataba de hacer. No… no te voy a hacer nada. Sólo quisiera ofrecerte un poco de consuelo, si puedo.
Pero todos los hombres que llevaba la Señora siempre querían estar con el esclavo. Ésa era la razón por la cual los llevaba. Porque le gustaba observar…
Sin embargo, el esclavo recordó haber visto al guerrero levantando una daga y mirando a la Señora como si la fuera a destripar como a un cerdo.
El esclavo abrió la boca y preguntó con voz ronca:
—¿Quién es usted, señor?
Su boca no funcionaba como solía hacerlo y las palabras le salieron distorsionadas. Volvió a intentarlo, pero el guerrero lo interrumpió.
—He oído tu pregunta. —El ligero olor a tristeza se fue volviendo más fuerte, hasta que superó el hedor a pescado muerto—. Soy Phury. Yo soy… tu hermano.
—No, no. —El esclavo negó con la cabeza—. Yo no tengo familia, señor.
—No, no me… —El hombre se aclaró la garganta—. No me digas señor. Y siempre has tenido familia. Alguien te separó de nosotros. Llevo un siglo buscándote.
—Me temo que se equivoca.
El guerrero se movió, como si fuera a levantarse, y el esclavo dio un paso atrás, bajó los ojos y se cubrió la cabeza con los brazos. No podía soportar la idea de que lo golpearan otra vez, aunque mereciera un castigo por su insubordinación.
—No quería ofenderlo, señor —dijo rápidamente, aunque con dificultad—. Reconozco su superioridad y la respeto.
—¡Dulce Virgen Altísima! —Un sonido ahogado atravesó la cueva—. No te voy a golpear. Estás a salvo… Conmigo estás a salvo. Por fin te he encontrado, hermano mío.
El esclavo volvió a sacudir la cabeza, sin poder oír nada de lo que le decían, porque de repente se dio cuenta de lo que pasaría cuando anocheciera, lo que tenía que pasar. Él era propiedad de su dueña, lo cual significaba que tendrían que devolverlo.
—Le ruego —gimió— que no me devuelva a mi ama. Máteme ahora… No me devuelva, por favor.
—Preferiría matarnos a los dos antes que permitir que volvieras allá.
El esclavo levantó la mirada. Los ojos amarillos del guerrero ardían a través de la penumbra.
Durante un momento, se quedó observando ese brillo. Y luego recordó que hacía mucho, mucho tiempo, cuando despertó de su transición en cautiverio, la Señora le había dicho que le gustaban mucho sus ojos… sus ojos de color amarillo claro.
Había pocas personas de su raza que tuvieran los iris color oro.
Así que las palabras y los actos del guerrero comenzaron a penetrar en su cabeza. ¿Por qué un desconocido querría luchar para obtener su liberación?
El guerrero se movió, hizo una mueca de dolor y se levantó con las manos en uno de sus muslos.
La parte inferior de la pierna del hombre había desaparecido.
El esclavo abrió los ojos desmesuradamente, aterrorizado al ver la amputación. ¿Cómo había hecho el guerrero para sacarlo del agua con esa herida? Seguramente había tenido que hacer un gran esfuerzo para mantenerse a flote él mismo. ¿Por qué no había dejado que el esclavo se ahogara?
Sólo un lazo de sangre podía suscitar semejante generosidad.
—¿Tú eres mi hermano? —musitó el esclavo a través de su labio desfigurado—. ¿De verdad soy sangre de tu sangre?
—Sí, yo soy tu hermano gemelo.
El esclavo comenzó a temblar.
—No es cierto.
—Sí es cierto.
Un curioso pánico se apoderó del esclavo, helándole la sangre. Se agazapó como un animal, a pesar de tener la cara en carne viva, y se cubrió de la cabeza a los pies. Nunca se le había pasado por la cabeza que podía ser algo distinto de un esclavo, que podía tener la oportunidad de vivir de una manera diferente… vivir como un hombre libre, no como una propiedad.
El esclavo comenzó a mecerse sobre el suelo de tierra. Cuando se detuvo, volvió a mirar al guerrero. ¿Qué había pasado con su familia? ¿Por qué había ocurrido eso? ¿Quién era él? Y…
—¿Sabes si tengo un nombre? —susurró el esclavo—. ¿Me dieron un nombre alguna vez?
El guerrero tomó aire con dificultad, como si tuviera todas las costillas rotas.
—Tu nombre es Zsadist —dijo, luego fue soltando el aire poco a poco, hasta que acabó escupiendo las palabras—. Eres el hijo… de Ahgony, un gran guerrero. Y el amado hijo de nuestra… madre, Naseen.
El guerrero emitió un doloroso gemido y dejó caer la cabeza entre las manos.
Mientras lloraba, el esclavo lo observaba.
Zsadist sacudió la cabeza al recordar las horas de silencio que siguieron. Phury y él pasaron la mayor parte del tiempo sólo observándose fijamente. Los dos estaban en muy malas condiciones, pero Phury era el más fuerte, incluso con su pierna amputada. Recogió leña de la que traía el mar y fibras y algas y construyó una frágil balsa. Cuando el sol se puso, se arrastraron hasta el mar y flotaron a lo largo de la costa, hacia la libertad.
La libertad.
Pero Zsadist no era libre; nunca lo había sido. Esos años perdidos habían permanecido para siempre con él y la rabia que le producía lo que le habían robado y todo lo que le habían hecho estaba más viva que él mismo.
Recordó a Bella diciendo que lo amaba. Y sintió deseos de gritar.
Pero en lugar de eso comenzó a caminar hacia la guarida. No tenía ninguna virtud que lo hiciera valioso a los ojos de Bella, sólo tenía su sed de venganza, así que se pondría a trabajar. Quería ver a todos los restrictores aplastados frente a él, tirados en la nieve como troncos, a manera de testimonio de la única cosa que le podía ofrecer a Bella.
Y en cuanto al restrictor que la había secuestrado, el que le había hecho daño, le aguardaba una muerte especial. Z no tenía amor para darle a nadie. Pero por Bella sacaría todo el odio que tenía adentro y lo torturaría hasta que la última bocanada de aire abandonara sus pulmones.