26
Al abrirse la puerta del baño, Z levantó la vista y maldijo entre dientes. Bella estaba roja de los pies a la cabeza y tenía el pelo recogido en un moño. Olía a ese elegante jabón francés que Fritz insistía en comprar. Y esa toalla alrededor de su cuerpo sólo le hizo pensar en lo fácil que sería verla totalmente desnuda.
Dar un tirón era lo único que tenía que hacer para conseguirlo.
—Wrath ha accedido a decir que no estará disponible por un tiempo —dijo—. Pero eso sólo significa una demora de cuarenta y ocho horas, o algo así. Habla con tu hermano. Trata de convencerlo. Si no lo logras, Wrath tendrá que responder y realmente no puede decir que no, teniendo en cuenta tu linaje.
Bella se subió un poquito la toalla.
—Está bien… gracias. Gracias por hacer el esfuerzo.
Zsadist asintió y miró la puerta de reojo, mientras pensaba que debería regresar al plan A: correr hasta agotarse. O pedirle a Phury que le golpeara.
Pero, en lugar de marcharse, se puso las manos en las caderas y dijo:
—Sí lamento una cosa.
—¿Qué? ¿De qué se trata?
—Lamento que hayas tenido que ver lo que le hice a ese asesino. —Levantó una mano y luego la dejó caer, resistiendo el impulso de acariciarse la cabeza—. Cuando dije que no me iba a disculpar por eso, me refería a que nunca me pesa matar a esos bastardos. Pero yo no quería… no me gusta que te quedes con esa imagen en la cabeza. La borraría de tu recuerdo si pudiera. Borraría todo esto… soportaría todo por ti. Yo… lamento tanto que todo esto te haya pasado a ti, Bella… Sí, lamento todo este asunto, incluso… mi participación.
Zsadist se dio cuenta de que ésa era su despedida. Y como se le estaba acabando el valor, se apresuró a decir sus últimas palabras:
—Eres una mujer muy valiosa. —Dejó caer la cabeza—. Y sé que encontrarás…
«… un compañero», terminó de decir para sus adentros. Sí, una mujer como ella ciertamente encontraría un compañero. De hecho, en esa misma casa había uno que no sólo la deseaba sino que era el candidato perfecto. Phury estaba sólo a unas puertas de distancia.
Z levantó la mirada con la intención de salir enseguida de la habitación… y de pronto dio un salto contra la puerta.
Bella estaba justo frente a él. Tan pronto sintió su aroma tan cerca, el corazón comenzó a palpitarle como loco y a producirle un cosquilleo que le hizo sentirse mareado.
—¿Es verdad que limpiaste mi casa? —preguntó ella.
La única respuesta que tenía para esa pregunta era demasiado reveladora.
—¿Es cierto?
—Sí, lo hice.
—Voy a darte un abrazo.
Z se quedó tieso y, antes de que pudiera apartarse, Bella le pasó los brazos alrededor de la cintura y apoyó la cabeza contra su pecho desnudo.
El vampiro se quedó ahí, sin moverse, sin respirar, sin devolver el abrazo… Lo único que podía hacer era sentir el cuerpo de Bella. Ella era una mujer alta, pero, así y todo, él le llevaba unos buenos quince centímetros. Y aunque era delgado para ser un guerrero, pesaba por lo menos treinta kilos más que la vampira. Sin embargo, se sintió abrumado por Bella.
¡Dios, cómo olía de bien!
Bella emitió una especie de suspiro, y se apretó todavía más contra el cuerpo de Zsadist. Él sintió sus senos contra el torso y, al bajar la mirada, vio que la curva de su nuca era endemoniadamente tentadora. Además, estaba el problema de esa cosa que tenía entre las piernas. Esa maldita cosa se estaba endureciendo, hinchándose, alargándose otra vez. Rápidamente.
Zsadist le puso las manos sobre los hombros, pero sólo rozándole la piel, y dijo:
—Bueno, Bella… Me tengo que ir.
—¿Por qué? —Bella se acercó más. Movió las caderas contra las de Zsadist y él apretó los dientes al sentir que la parte inferior de sus cuerpos se tocaba.
¡Mierda, ella tenía que estar sintiendo esa cosa entre sus piernas! ¿Cómo podía pasarla por alto? Esa cosa dura le estaba haciendo presión contra el vientre y tampoco es que el pantaloncito de deporte pudiera ocultarla mucho.
—¿Por qué tienes que irte? —susurró Bella y Zsadist sintió el roce de su respiración contra los pectorales.
—Porque…
Él dejó la frase en el aire y ella murmuró:
—¿Sabes lo que te digo? Esto me gusta.
—¿Qué?
Bella le tocó uno de los piercings en forma de aro que tenía en los pezones.
—Esto.
Zsadist tosió suavemente.
—Ah, yo… Yo mismo los hice.
—Te quedan muy bien. —Bella dio un paso atrás y dejó caer la toalla.
Z se tambaleó. Era endiabladamente hermosa, esos pechos y ese vientre plano y esas caderas… Y esa elegante ranura entre las piernas, que ahora veía con deslumbrante claridad. Las pocas mujeres humanas con las que había estado tenían vello ahí, pero Bella era una vampira, de manera que no tenía ni un pelo, y era maravillosamente suave.
—De verdad que me tengo que ir —dijo con voz ronca.
—No huyas.
—Tengo que irme. Si me quedo…
—Quédate conmigo —dijo Bella y se volvió a abrazar a Zsadist. Luego se soltó el pelo y una cascada de rizos oscuros cayó sobre los dos.
Z cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, en un intento por no quedar totalmente sumergido en el aroma de Bella. Con voz ronca, dijo:
—¿De verdad sólo quieres follar, Bella? Porque eso es lo único que puedo ofrecerte.
—Tienes mucho más que ofrecer…
—No, no es cierto.
—Tú has sido muy tierno conmigo. Me has cuidado. Me has bañado y me has abrazado…
—Pero no querrás tenerme dentro de ti.
—Ya estás dentro de mí, Zsadist. Tu sangre ya forma parte de mí.
Hubo un largo silencio.
—¿No has oído lo que dicen de mí?
Bella frunció el ceño.
—Eso son tonterías sin importancia…
—¿Qué dice la gente sobre mí, Bella? Vamos, quiero oírlo de tus labios. Así sabré que lo entiendes. —A medida que Zsadist la presionaba, la tristeza de Bella era cada vez más palpable, pero él tenía que sacarla de la fantasía en la que estaba sumergida—. Sé que debes haber oído cosas sobre mí. Los chismes llegan incluso a tu nivel social. ¿Qué dice la gente?
—Algunos… algunos piensan que matas a mujeres sólo por entretenimiento. Pero yo no creo que…
—¿Sabes cómo me gané esa reputación?
Bella se cubrió los senos y dio un paso atrás, mientras negaba con la cabeza. Zsadist se agachó y le pasó la toalla, luego señaló la calavera que había en la esquina.
—Asesiné a esa mujer. Ahora, dime, ¿quieres estar con un hombre que pudo hacer algo como eso? ¿Que fue capaz de lastimar de esa manera a una mujer? ¿Quieres tener a esa clase de bastardo sobre ti, dentro de tu cuerpo?
—Era ella —susurró Bella—. Regresaste y asesinaste a tu dueña, ¿no es cierto?
Z se estremeció.
—Durante un tiempo pensé que eso podría curarme.
—Pero no sucedió.
—No me digas. —Zsadist pasó al lado de Bella y dio paseos nerviosos, mientras la presión se acumulaba dentro de él. Finalmente abrió la boca y las palabras simplemente salieron disparadas—. Un par de años después de liberarme, supe que ella… ¡Mierda! Supe que ella tenía otro hombre en esa celda. Yo… viajé durante dos días y entré a escondidas en la casa, justo antes del amanecer. —Z sacudió la cabeza. No quería hablar, realmente no quería hacerlo, pero su boca seguía moviéndose—. ¡Por Dios! Era un muchacho tan joven, tan joven, tal como era yo cuando ella me atrapó. Y no tenía intención de matarla, pero ella llegó justo cuando yo estaba saliendo con el esclavo. Cuando la vi… supe que, si no la atacaba, ella iba a llamar a los guardias. También sabía que después de un tiempo terminaría apresando a otro hombre y lo encadenaría y le haría… Ah, maldición. ¿Por qué demonios te estoy contando esto?
—Te amo, Zsadist.
Z entrecerró los ojos.
—No seas melodramática, Bella.
Zsadist salió de la habitación enseguida, pero no avanzó más de cinco metros por el pasillo.
Ella lo amaba. ¿Ella lo amaba?
¡Mentira! Ella pensaba que lo amaba. Y tan pronto como regresara al mundo real, se iba a dar cuenta de eso. ¡Por Dios, acababa de salir de una situación horrible y estaba viviendo en una especie de burbuja en la mansión! Nada de eso formaba parte de su vida y estaba pasando demasiado tiempo con él.
Y sin embargo… ¡Dios, quería estar con ella! Quería acostarse a su lado y besarla. Quería hacer incluso más que eso. Quería… hacérselo todo, besarla y tocarla y chuparla y lamerla. Pero ¿adónde exactamente pensaba que llevaría todo eso? Incluso si lograba aceptar la idea de penetrarla para tener sexo, no quería arriesgarse a eyacular dentro de ella.
Y eso era algo que nunca había hecho. ¡Demonios, él nunca había eyaculado, bajo ninguna circunstancia! Cuando era esclavo de sangre, nunca había estado realmente excitado sexualmente. Y después, cuando había estado con unas pocas prostitutas que había comprado para follar, no estaba buscando tener un orgasmo. Esos interludios anónimos sólo eran experimentos para ver si el sexo era tan malo como siempre le había parecido.
En cuanto a masturbarse, no soportaba tocarse esa maldita cosa ni para orinar, mucho menos cuando ella exigía su atención. Y nunca había querido tratar de aliviar la tensión con su propia mano, porque nunca había estado tan excitado, ni siquiera cuando esa cosa estaba dura.
¡Demonios, todo eso del sexo era tan jodido para él! Como si tuviera algún tipo de deficiencia en el cerebro.
De hecho, tenía varias deficiencias.
Zsadist pensó en todos los vacíos que tenía, los espacios en blanco de su vida, aspectos en que los demás sentían cosas y él no. Cuando llegaba la hora, él era como una pantalla, más vacía que sólida; las emociones lo atravesaban sin tocarlo, sólo la rabia permanecía y lo abrazaba.
Pero eso no era enteramente cierto… Bella le hacía sentir cosas. Cuando lo había besado antes en la cama, le había hecho sentirse… excitado y lleno de deseo. Muy masculino. Sexual, por primera vez en su vida.
Empujado por la desesperación, Zsadist comenzó a sentir que un eco de lo que había sido antes de que la Señora lo apresara quería salir otra vez a la luz. Se sorprendió deseando otra vez esa sensación que había experimentado cuando besó a Bella. Y también quería excitarla. Quería sentirla jadeando y ardiendo de deseo.
No era justo con ella… pero, después de todo, él era un hijo de puta y deseaba desesperadamente lo que ella le había dado antes. Y Bella se iría pronto. Así que sólo tenía ese día.
Zsadist abrió la puerta y regresó a la habitación.
Bella estaba acostada en la cama, y evidentemente se sorprendió al verlo regresar. Cuando la vio sentarse de un salto, Zsadist tuvo un postrer ataque de decencia. ¿Cómo diablos podía estar con ella? ¡Dios, ella era tan… hermosa, y él no era más que un asqueroso desgraciado!
Se quedó plantado en medio de la habitación. «Demuestra que no eres un bastardo y huye», pensó. «Pero antes, explica tu proceder».
—Yo también quiero estar contigo, Bella, pero no quiero follar simplemente. —Al ver que ella comenzaba a decir algo, Zsadist levantó una mano para detenerla—. Por favor, sólo escúchame. Yo quiero estar contigo, pero no creo tener lo que tú necesitas. Yo no soy el hombre para ti y definitivamente éste no es un buen momento.
Zsadist soltó el aire, pensando que era un imbécil. Aquí estaba, diciéndole que no, jugando al caballero… mientras que mentalmente le estaba arrancando las sábanas para cubrirla con su propia piel.
La cosa que colgaba de sus caderas se agitó como un martillo.
Zsadist se preguntó a qué sabría Bella en ese lugar dulce que había entre sus piernas.
—Ven aquí, Zsadist. —Bella levantó las mantas y le mostró a Zsadist su cuerpo desnudo—. Deja de pensar. Ven a la cama.
—Yo…
De repente le vinieron a los labios palabras que nunca le había dicho a nadie, una confesión especial, una traicionera revelación. Zsadist desvió la mirada y simplemente las dejó salir, sin tener una razón muy clara para hacerlo.
—Bella, cuando era esclavo, me hicieron… Ah, me hicieron muchas cosas. Cosas sexuales. —Debería detenerse. En este mismo momento—. Había hombres, Bella. Contra mi voluntad, había hombres.
Zsadist oyó una exclamación.
Eso era bueno, pensó, aunque se sintió horrorizado al oírla. Tal vez podría salvarla haciendo que ella sintiera asco de él. Porque ¿qué mujer querría estar con un hombre al que le habían hecho algo así? Ése no era el ideal heroico. Estaba muy lejos de serlo.
Zsadist se aclaró la garganta y clavó la vista en un agujero en el suelo.
—Mira, yo no… No quiero tu compasión. Al decirte esto no estoy buscando hacerte sentir mal. Es sólo que… yo estoy jodido. Es como si tuviera todos los cables cruzados cuando se trata de todo este asunto del… ya sabes, del sexo. Yo te deseo, pero eso no está bien. Tú no deberías estar conmigo. Tú eres pura, mereces mucho más que eso.
Se produjo un largo silencio. ¡Ah, tenía que mirarla! Cuando lo hizo, Bella se levantó de la cama, como si estuviera esperando que él alzara los ojos. Caminó hacia él desnuda, cubierta sólo por la luz de una única vela.
—Bésame —susurró en medio de la penumbra—. Sólo bésame.
—¡Por Dios! ¿Cuál es tu problema? —Al ver que ella se encogía, Zsadist agregó—: Quiero decir, ¿por qué? ¿Por qué yo, de todos los hombres que podrías tener?
—Te deseo a ti. —Bella se llevó la mano al pecho—. Es una respuesta normal, una respuesta natural hacia el sexo opuesto, ¿o no?
—Pero yo no soy normal.
—Lo sé. Pero tampoco eres impuro ni estás contaminado, y eres muy valioso. —Bella tomó las manos de Zsadist, que estaban temblando, y se las puso sobre los hombros.
Tenía una piel tan suave, que la idea de dañarla de alguna forma lo dejó frío. Al igual que la de meter dentro de ella esa cosa que tenía entre las piernas. No, no podía usar la parte inferior de su cuerpo, ¿o sí? Estaba desconcertado, lleno de dudas, de angustia.
De repente, tuvo una idea. Esto podía ser sólo para ella.
Con las manos sobre los hombros de Bella, Zsadist le dio la vuelta, haciendo que la espalda de ella quedara contra su cuerpo. Con lentitud, acarició las curvas de la cintura y las caderas. Cuando ella arqueó la espalda y suspiró, Zsadist alcanzó a ver las puntas de los senos por encima del hombro. Quería tocarla ahí… y se dio cuenta de que podía hacerlo. Movió las manos sobre las costillas de Bella, sintiendo cada uno de sus delicados huesos, hasta que las palmas envolvieron los pechos. Ella arqueó más la espalda y entreabrió la boca.
Al ver que se le ofrecía de esa manera, Zsadist tuvo el impulso instintivo de penetrarla de todas las formas posibles. En un acto reflejo, se pasó la lengua por el labio superior, mientras agarraba uno de los pezones entre el pulgar y el índice. Se imaginó cómo sería meter su lengua en la boca de Bella, entrar entre sus dientes y sus colmillos y poseerla de esa forma.
Como si supiera lo que él estaba pensando, Bella trató de darse la vuelta para quedar frente a él, pero Z se resistió; le parecía que estaban demasiado cerca… casi no podía creer que ella se le estaba entregando, que iba a permitir que alguien como él le hiciera cosas íntimas y eróticas a su cuerpo. Zsadist la detuvo, agarrándola de las caderas y apretándola con fuerza contra sus muslos. Rechinó los dientes cuando sintió el trasero de Bella contra esa cosa dura que hacía presión contra sus pantalones.
—Zsadist… déjame besarte. —Bella trató nuevamente de volverse, pero él se lo impidió.
A pesar de que ella forcejeó un poco, la mantuvo en su lugar con facilidad.
—Será mejor para ti de esta forma. Será mejor que no puedas verme.
—No, no lo será.
Zsadist apoyó la cabeza sobre el hombro de Bella.
—Si sólo pudiera lograr que aceptaras a Phury… Yo antes era igual que él… somos gemelos. Podrías pretender que se trata de mí.
Bella se zafó de las manos de Zsadist.
—Pero no serías tú. Y yo te deseo a ti.
Mientras lo miraba con expectativa femenina, Zsadist se dio cuenta de que se dirigían hacia la cama, que estaba justo detrás de ella. Y que iban a follar. Pero, Dios… él no tenía idea de cómo hacerlo de forma que ella se sintiera bien. Podría decirse que era casi virgen, a juzgar por lo poco que sabía sobre la manera de complacer a una mujer.
Tras asimilar esa terrible revelación, pensó en el otro compañero que Bella había tenido, ese aristócrata que, sin duda, debía de saber mucho más que él acerca del sexo. Y enseguida sintió brotar de la nada la necesidad totalmente irracional de buscar a ese antiguo amante y matarlo.
Zsadist cerró los ojos. Estaba horrorizado de sí mismo.
—¿Qué sucede? —preguntó Bella.
Ese tipo de violento impulso territorial era una de las características de los machos que han elegido compañera. De hecho, era lo que los identificaba.
Z levantó el brazo, puso la nariz contra su bíceps y aspiró con hondura… El aroma de los machos enamorados estaba comenzando a brotar de su piel. Todavía era suave, probablemente sólo él podía reconocerlo, pero ya estaba ahí.
¡Mierda! ¿Qué iba a hacer ahora?
Sus instintos respondieron por él y, mientras todo su cuerpo rugía, Zsadist levantó a Bella entre sus brazos y la llevó a la cama.