25
—¿Manzanas? ¿Y qué carajo me importan a mí las manzanas? —gritó O, mientras hablaba por el móvil. Estaba que echaba humo, estaba iracundo ¡y U hablando sobre unas malditas frutas!— Te acabo de decir que he encontrado a tres Betas muertos. ¡Tres!
—Pero hoy hubo un pedido de cincuenta cajas de manzanas a cuatro sitios diferentes…
O tuvo que comenzar a pasearse por la cabaña, ¡que Dios lo ayudara, porque sentía deseos de estrangularlo!
En cuanto volvió de su visita al Omega fue hasta la casa de Bella y vio que la puerta estaba destrozada. Al mirar por la ventana de la cocina, vio sangre negra y trozos de cristales por todas partes.
«¡Maldición!», se dijo, y se imaginó la escena. Estaba seguro de que eso era trabajo de un miembro de la Hermandad, porque, a juzgar por el desastre que había en la cocina, el restrictor que había sido eliminado allí fue descuartizado antes de ser apuñalado.
¿Estaría su esposa con el guerrero en ese momento? ¿O acaso había sido una visita de su familia, que quería llevarse sus cosas y el miembro de la Hermandad sólo estaba acompañándolos?
¡Malditos Betas! Esos tres inútiles malnacidos se habían dejado matar, así que O nunca sabría la respuesta. Hubiese estado presente, o no, su esposa, con seguridad no volvería allí en mucho tiempo, gracias a la pelea que había tenido lugar. Si es que seguía viva.
O volvió a oír la cantinela de U:
—… el día más corto del año, veintiuno de diciembre, es la próxima semana. El solsticio de invierno es…
—Tengo una idea —dijo de pronto O—. Deja de hablar del maldito calendario. Quiero que vengas aquí y recojas la Explorer que esos Betas dejaron en el bosque. Luego…
—Escucha lo que te estoy diciendo. Las manzanas son parte de la ceremonia de solsticio en honor de la Virgen Escribana.
Esas dos palabras, «Virgen» y «Escribana», captaron la atención de O.
—¿Cómo lo sabes?
—He estado aquí durante doscientos años —dijo U con tono seco—. Llevan… no sé, tal vez un siglo sin celebrar el festival. Se supone que las manzanas representan la próxima primavera. Semillas, crecimiento, toda esa mierda.
—¿Qué clase de festival es ése?
—En el pasado se reunían cientos de vampiros y supongo que entonaban algunos cantos y hacían rituales. Realmente no lo sé. En todo caso, llevamos años intentando controlar la compra de algunos productos en los mercados locales, durante épocas específicas del año. Manzanas en diciembre. Caña de azúcar en abril. Lo hemos hecho más por costumbre que por otra cosa, porque esos vampiros llevan mucho tiempo calmados.
O se recostó contra la puerta de la cabaña.
—Pero ahora tienen un nuevo rey. Así que probablemente están reviviendo las tradiciones antiguas. Y tienes que darle las gracias al sistema de códigos de barras. Es mucho más eficaz que andar preguntando por ahí, que es lo que hacíamos antes. Como te he dicho, distintos locales han recibido pedidos por una gigantesca cantidad de manzanas. Es como si estuvieran comprando manzanas por todas partes.
—Así que estás diciendo que, la próxima semana, una cantidad de vampiros se van a reunir en algún lugar. A entonar cantos y bailar un poco en honor de la Virgen Escribana.
—Sí.
—¿Y comen manzanas?
—Eso es lo que creo.
O se rascó la nuca. No se había atrevido a plantear la idea de convertir a su esposa en restrictora, cuando estuvo con el Omega. Primero necesitaba averiguar si estaba viva y luego tendría que buscar la manera de que eso fuera posible. Obviamente, el problema más grave era que ella era una vampira y la única manera de convencer a los suyos de que la aceptaran entre ellos era decirles que sería su arma secreta. ¿Una mujer de la propia especie de los vampiros? La Hermandad nunca se imaginaría eso…
Aunque, desde luego, eso sólo era una justificación para el Omega. Su esposa nunca lucharía con nadie distinto de él.
Sí, la propuesta iba a ser difícil de plantear, pero una cosa que lo favorecía era que al Omega le encantaba que lo adularan. Así las cosas, organizar un enorme sacrificio en su honor, ¿no sería una maravillosa manera de suavizarlo?
U todavía estaba hablando.
—… pensando que yo podría revisar los mercados…
Mientras U seguía con su monserga, O comenzó a pensar en la posibilidad de usar veneno. Una gran cantidad de veneno. Un barril de veneno.
Manzanas envenenadas. Parecía una idea surgida de Blancanieves, ¿no?
—¡O! ¿Estás oyéndome?
—Sí.
—Entonces voy a ir a los mercados para averiguar cuándo…
—No, ahora no. Voy a decirte lo que vas a hacer.
‡ ‡ ‡
Cuando Bella salió del estudio de Wrath estaba temblando de la ira, pero ni el rey ni Tohr trataron de detenerla o razonar con ella, lo cual probaba que eran hombres muy inteligentes.
Atravesó el pasillo descalza, y pisando con fuerza, hasta llegar a la habitación de Zsadist. Luego cerró la puerta de un golpe y se dirigió al teléfono, como si el aparato fuera un arma. Marcó el número del móvil de su hermano.
Rehvenge contestó con tono agresivo:
—¿Quién eres y cómo has conseguido este número?
—No te atrevas a hacerme esto.
Hubo un largo silencio. Luego Rehvenge dijo:
—Bella… Yo… Espera un segundo… —A través del teléfono se oyó el ruido de alguien moviéndose y luego la vampira oyó la voz de su hermano diciendo, con tono autoritario: «Será mejor que venga enseguida. ¿Está claro? Si tengo que ir a buscarlo, no le va a gustar lo que sucederá». Luego Rehvenge se aclaró la garganta y volvió a concentrarse en su conversación con ella—: Bella, ¿dónde estás? Déjame ir a recogerte. O, pídele a uno de los guerreros que te lleve a nuestra casa y hablamos allí.
—¿Acaso crees que quiero estar cerca de ti en estos momentos?
—Es mejor que la otra alternativa —dijo con voz sombría.
—¿Y qué alternativa es ésa?
—Que la Hermandad te traiga a casa a la fuerza.
—¿Por qué estás haciendo…?
—¿Por qué estoy haciendo esto? —La voz de Rehvenge adquirió ese tono de bajo profundo y airado al que ella estaba tan acostumbrada—. ¿Tienes alguna idea de lo que han sido para mí estas últimas seis semanas, sabiendo que estabas en manos de esas malditas cosas? ¿Saber que había puesto a mi hermana… a la hija de mi madre… en ese lugar?
—No fue culpa tuya…
—¡Deberías haber estado en casa!
Como siempre, Bella se sintió sacudida por el estallido de la furia de Rehv y entonces recordó que, en el fondo, su hermano siempre la había asustado un poco.
Pero luego lo oyó tomar aire profundamente. Después continuó hablando, pero ahora había un curioso tono de desesperación en su voz:
—¡Por Dios, Bella… sólo te pido que vengas a casa! Mahmen y yo te necesitamos. Te echamos de menos. Nosotros… yo necesito verte para creer que de verdad estás bien.
Ah, sí… Ésa era la otra faceta de su hermano, la faceta que ella amaba. El protector. El imprescindible. El macho brusco pero de corazón tierno, que siempre le había dado todo lo que ella había necesitado.
La tentación de someterse a Rehv era muy fuerte. Pero luego se vio a sí misma pasado un tiempo, sin poder salir nunca de la casa. Cosa que él era muy capaz de hacerle.
—¿Suspenderás la solicitud del estatus de sehclusion?
—Hablaremos de eso cuando estés durmiendo otra vez en tu propia cama.
Bella apretó el teléfono.
—Eso significa no, ¿verdad? —Hubo una pausa—. ¿Estás ahí? ¿Rehvenge?
—Sólo quiero que vuelvas a casa.
—Sí o no, Rehv. Dímelo ya.
—Nuestra madre no soportaría volver a pasar por algo así.
—¿Y tú crees que yo sí? —replicó ella—. ¡Perdóname, pero mahmen no fue la que terminó con el nombre del restrictor grabado en el estómago!
Bella soltó una maldición en cuanto esas palabras salieron de su boca. Sí, ése era exactamente el tipo de detalles que le iban a servir para convencerlo… ¡Vaya manera de negociar!
—Rehvenge…
—Te quiero en casa —dijo con una voz terriblemente fría.
—Acabo de salir de un cautiverio. No estoy interesada en volver a estar en prisión.
—¿Y qué vas a hacer?
—Sigue presionándome y lo verás.
Bella puso fin a la charla y tiró el teléfono inalámbrico contra la mesita de noche. «¡Maldito Rehv!».
Movida por un impulso irracional, agarró el auricular y dio media vuelta, lista para arrojarlo hasta el otro lado de la habitación.
—¡Zsadist! —Bella agarró nerviosamente el teléfono y lo apretó contra su pecho.
Zsadist estaba parado en silencio junto a la puerta, vestido sólo con un pantalón de deporte y sin camisa… Por alguna absurda razón, Bella notó que tampoco llevaba zapatos.
—Arrójalo si quieres —dijo Zsadist.
—No. Yo… ah… no. —Bella se volvió y puso de nuevo el auricular sobre el soporte, pero tuvo que hacer dos intentos para poder colocarlo bien.
Antes de volver a enfrentarse a Zsadist, lo recordó acurrucado encima de ese restrictor, golpeándolo hasta matarlo… Pero luego recordó también que él le había llevado algunas cosas de su casa… y la había rescatado… y le había permitido que bebiera de su vena. Bella se sintió atrapada en la red de Zsadist, atrapada entre la ternura y la crueldad.
Él rompió el silencio.
—No quiero que salgas corriendo como una loca en medio de la noche, sólo por lo que tu hermano quiere hacer. Y no me digas que no es eso lo que estás pensando.
¡Maldición, Zsadist era muy perspicaz!
—Pero ya sabes lo que quiere hacerme.
—Sí.
—Y por ley la Hermandad tiene que entregarme, así que no me puedo quedar aquí. ¿Crees que me gusta la única opción que tengo?
Sólo que ¿adónde podía ir?
—¿Por qué es tan malo regresar a casa de tu familia?
Bella lo fulminó con la mirada.
—Sí, realmente me muero de ganas de que me traten como a una incompetente, como a una niña, como… si fuera un objeto de propiedad de mi hermano. Eso me parece maravilloso. Claro.
Zsadist se pasó una mano por la cabeza.
—Eso de que la familia viva bajo el mismo techo tiene sentido. Es una época peligrosa para los vampiros civiles.
Lo último que ella necesitaba en este momento era que él estuviera de acuerdo con su hermano.
—También es una época peligrosa para los restrictores —murmuró Bella—. A juzgar por lo que le hiciste al de hoy.
Zsadist entrecerró los ojos.
—Si quieres que me disculpe por eso, no lo haré.
—Claro que no lo harás —replicó ella con tono tajante—. Tú nunca te disculpas por nada.
Zsadist negó lentamente con la cabeza.
—Quieres desahogarte discutiendo con alguien, pero estás hablando con el hombre equivocado, Bella. No te voy a complacer.
—¿Por qué no? Eres un experto en ponerte furioso.
El silencio que siguió hizo que a Bella le dieran ganas de gritarle. Quería sacarlo de sus casillas, algo que él no le negaba a nadie, y no podía entender por qué demonios Zsadist quería hacer una demostración de ecuanimidad cuando estaba con ella.
Zsadist levantó una ceja, como si hubiera entendido lo que la joven estaba pensando.
—Lo siento —dijo ella entre dientes—. Sólo te estoy provocando, ¿no? Lo siento.
Zsadist se encogió de hombros.
—Estar entre la espada y la pared es horrible. No te preocupes.
Bella se sentó en la cama. La idea de salir huyendo sola era absurda, pero se negaba a vivir bajo el control de Rehvenge.
—¿Tienes alguna sugerencia? —preguntó con voz suave. Cuando levantó los ojos, Zsadist estaba mirando al suelo.
Parecía tan controlado, recostado quieto contra la pared. Con ese cuerpo largo y delgado, parecía una grieta color carne en medio del yeso de la pared, una fisura que se hubiese abierto en la habitación.
—Dame cinco minutos —dijo. Luego se marchó del cuarto, todavía sin camisa.
Bella se dejó caer de espaldas sobre el colchón, pensando que cinco minutos no iban a cambiar la situación. Lo que necesitaba era tener otra clase de hermano esperándola en casa.
«Querida Virgen Escribana… Escapar de los restrictores debería haber cambiado las cosas para bien». Pero en lugar de eso, su vida todavía parecía estar más lejos de su control.
Claro, ahora podría elegir su propio champú.
Bella levantó la cabeza. Vio la ducha a través de la puerta del baño y se imaginó parada bajo un chorro de agua caliente. Eso sería agradable. Relajante. Refrescante. Además, así podría llorar de frustración sin sentirse avergonzada.
Se levantó, entró en el baño y abrió el grifo. El sonido del chorro le produjo alivio, al igual que la sensación del agua caliente, cuando se metió debajo. Finalmente no lloró. Sólo dejó caer la cabeza y permitió que el agua le corriera por el cuerpo.
Cuando salió, notó que alguien había cerrado la puerta del baño.
Probablemente Zsadist ya había regresado.
Se envolvió en una toalla y salió, aunque no tenía ninguna esperanza de que él hubiese hallado una solución.