24
Sentado al escritorio del estudio, John miraba fijamente lo que tenía enfrente. Sarelle tenía la cabeza agachada, mientras hojeaba uno de los libros antiguos, y el pelo le colgaba sobre la cara, de manera que sólo podía verle la barbilla. Los dos llevaban horas haciendo una lista de encantamientos para el festival de solsticio. Entretanto, Wellsie estaba en la cocina, pidiendo algunas cosas para la ceremonia.
Mientras Sarelle le daba la vuelta a otra página, John pensó que tenía unas manos muy bonitas.
—Listo —dijo Sarelle—. Creo que ése es el último.
Levantó la vista para mirarlo con sus ojos brillantes y fue como si lo golpeara un rayo: John sintió un golpe de calor y luego quedó un poco desorientado. Además, estaba seguro de que ahora también brillaba en la oscuridad.
Sarelle sonrió y cerró el libro. Se produjo un largo silencio.
—Entonces… mmmm, creo que mi amigo Lash está en tu clase.
¿Lash era amigo de ella? ¡Grandioso!
—Sí… y dice que tienes la marca de la Hermandad en el pecho. —Al ver que John no respondía, ella agregó—: ¿De verdad la tienes?
John se encogió de hombros y se puso a dibujar en el margen de la lista que había hecho.
—¿Puedo verla?
John cerró los ojos. ¡Como si tuviera ganas de que ella viera su pecho flacucho! ¡O esa marca de nacimiento que había resultado ser un verdadero dolor de cabeza!
—Yo no creo que te la hayas hecho tú mismo, como piensan ellos —dijo ella rápidamente—. Y no es que quiera investigar, ni nada por el estilo. Ni siquiera sé cómo es. Sólo tengo curiosidad.
Sarelle acercó su asiento al de John y él alcanzó a sentir el olor del perfume que usaba… o tal vez no era perfume. Tal vez sólo era… ella.
—¿En qué lado está?
Como si su mano le perteneciera a Sarelle, John se dio una palmada en el pectoral izquierdo.
—Desabróchate un poco la camisa. —Se inclinó hacia delante, con la cabeza ladeada para poder verle el pecho—. ¿John? ¿Puedo verla, por favor?
John miró hacia la puerta. Wellsie todavía estaba hablando por teléfono en la cocina, así que lo más probable era que tardara en regresar. Pero de todas maneras el estudio parecía un sitio demasiado público.
¡Pero en qué estaba pensando! ¿Realmente iba a hacerlo?
—¿John? Sólo quiero… ver.
Está bien, iba a hacerlo.
John se puso de pie e hizo señas con la cabeza hacia la puerta. Sin decir palabra, Sarelle lo siguió por el pasillo hasta su habitación.
Después de entrar, él cerró la puerta y se llevó las manos al botón superior de la camisa. Deseó que sus manos dejaran de temblar y juró cortárselas si seguían avergonzándolo. La amenaza pareció funcionar, porque pudo desabrocharse hasta el estómago sin mucho problema. Se abrió el lado izquierdo y desvió la mirada.
Cuando sintió un ligero contacto sobre la piel, dio un brinco.
—Lo siento, tengo las manos frías. —Sarelle se echó aire caliente en los dedos y volvió a tocar el pecho de John.
¡Mierda! Algo estaba pasando en su cuerpo, sentía una especie de inquietud debajo de la piel. Comenzó a respirar aceleradamente, con dificultad. Así que abrió la boca para poder tomar más aire.
—Es realmente genial.
John se sintió decepcionado cuando ella dejó caer la mano. Pero luego le sonrió.
—Entonces, ¿te gustaría salir conmigo algún día? Ya sabes, podemos ir al lugar donde se juega láser-tag. Eso puede ser divertido. O tal vez al cine.
John asintió, como el idiota que era.
—Bien.
Luego se miraron a los ojos. Ella era tan bonita que le entraban mareos con sólo mirarla.
—¿Quieres besarme? —susurró ella.
John abrió los ojos como platos. Como si hubiera estallado un globo detrás de su cabeza.
—Porque me gustaría que lo hicieras. —Sarelle se humedeció los labios—. De verdad que me gustaría.
«¡Caramba… la oportunidad de mi vida…! No te vayas a desmayar», se dijo a sí mismo. Desmayarse sería un desastre.
Enseguida John recordó todas las películas que había visto… pero no le sirvió de nada. Siendo un fanático del cine de terror, su cabeza se vio inundada de imágenes de Godzilla avanzando por Tokio y de Tiburón devorando la cola de Orca. ¡Vaya ayuda!
Entonces pensó en la mecánica del asunto. «Ladear la cabeza. Inclinarse hacia delante. Hacer contacto».
Sarelle miró a su alrededor y se sonrojó.
—Si no quieres, está bien. Sólo pensé que…
—¿John? —dijo de pronto la voz de Wellsie desde el pasillo. Se oía cada vez más cerca—. ¿Sarelle? ¿Dónde os habéis metido, chicos?
John pensó que si no aprovechaba ese momento, no lo haría nunca. Antes de perder el impulso, agarró la mano de Sarelle, le dio un tirón y le plantó un beso en la boca, apretando los labios contra los de ella. Sin lengua, pero la verdad es que no había tiempo y, probablemente, necesitaría maniobras de resucitación después de eso.
Luego la empujó hacia atrás. Y se preguntó cómo lo habría hecho.
Se arriesgó a mirarla. ¡Ay! Tenía una sonrisa radiante.
John pensó que el pecho le iba a estallar de felicidad.
Le estaba soltando la mano a Sarelle, cuando Wellsie asomó la cabeza por la puerta.
—Tengo que ir a… ¡Ay, lo siento! No sabía que vosotros dos…
John trató de esbozar una sonrisa, como si no pasara nada, y luego notó que Wellsie tenía los ojos fijos en su pecho. Bajó la vista. Tenía la camisa totalmente abierta.
Tratar de abrochársela sólo empeoró la situación, pero no pudo evitarlo.
—Será mejor que me vaya —dijo Sarelle—. Mi mahmen quiere que llegue temprano. John, me voy a conectar más tarde, ¿vale? Así pensaremos qué película iremos a ver. Buenas noches, Wellsie.
Mientras Sarelle avanzaba hacia el salón, John no pudo resistir la tentación de mirarla, a pesar de la presencia de Wellsie. Observó cómo descolgaba el abrigo del armario de la entrada, se lo ponía y sacaba las llaves del bolsillo. Momentos después se oyó el sonido de la puerta principal al cerrarse.
Hubo un largo silencio. Luego Wellsie soltó una carcajada y se echó el pelo hacia atrás.
—Yo, ay, no sé qué hacer… ni qué decirte… —dijo—. Excepto que ella me gusta mucho y que se ve que tiene buen gusto para los hombres.
John se restregó la cara con las manos, consciente de que estaba rojo como un tomate.
—Voy a dar un paseo —dijo con lenguaje de signos.
—Bueno, Tohr acaba de llamar. Va a pasar por la casa a recogerte. Pensó que tal vez querrías acompañarlo un rato en el centro de entrenamiento, pues tiene trabajo administrativo que hacer. En todo caso, puedes quedarte si quieres. Yo me voy a la reunión del Comité de los Principales.
John asintió con la cabeza, cuando Wellsie comenzó a dar media vuelta.
—Ah, John… —Wellsie se detuvo y miró por encima del hombro—. Tu camisa… está mal abrochada.
John bajó la mirada y comenzó a reírse. Aunque no emitió ningún sonido, sólo dejó salir su felicidad y Wellsie sonrió, obviamente feliz por él. Cuando se abrochó correctamente, sintió que nunca había querido tanto a esa mujer.
‡ ‡ ‡
Después de regresar a la mansión, Bella pasó horas sentada en la cama de Zsadist, con su diario en el regazo. Al principio no hizo nada con el querido cuaderno, pues estaba demasiado impresionada por lo que había sucedido en su casa.
¡Dios mío! No podía decir que le sorprendiera que Zsadist fuera exactamente tan peligroso como había pensado que sería. Y él la había salvado. Si ese restrictor que había matado le hubiera puesto las manos encima, ella habría terminado otra vez metida en un hueco en la tierra.
El problema era que no podía decidir si lo que Zsadist había hecho era muestra de su fuerza o de su brutalidad.
Cuando decidió que probablemente era una prueba de ambas cosas, se preocupó al pensar si estaría bien. Lo habían herido y sin embargo todavía estaba allí, probablemente tratando de encontrar más asesinos. ¡Dios! ¿Qué pasaría si…?
«¿Qué pasaría si…? ¿Qué pasaría si…?». Se llevó las manos a la cabeza. Iba a volverse loca si seguía pensando en él.
Desesperada por centrar su atención en otros asuntos, comenzó a mirar al azar lo que había escrito en su diario durante el año pasado. El nombre de Zsadist ocupaba un lugar importante en las entradas inmediatamente anteriores al secuestro. Estaba obsesionada con él y no podía decir que eso hubiese cambiado. De hecho, sus sentimientos por él eran tan fuertes ahora, incluso después de lo que había visto esa noche, que Bella se preguntó si no…
Lo amaría.
De repente sintió que no podía estar sola después de ese descubrimiento. No podía estar sola porque no quería seguir pensando… no quería descubrir adónde podían llevarla sus pensamientos.
Se cepilló los dientes y el pelo y bajó al primer piso, con la esperanza de encontrarse con alguien. Pero cuando iba por la mitad de las escaleras, oyó voces que salían del comedor y se detuvo. Estaban reunidos para la última comida de la noche, pero la idea de encontrarse con todos los hermanos, y con Mary y Beth, parecía demasiado abrumadora. Además, Zsadist debía de estar ahí. ¿Y cómo podría mirarle a la cara sin delatarse? No había manera de que ese hombre se tomara bien la idea de que ella lo amaba. De ninguna manera.
Pero no podía esquivarlo eternamente. Tendría que verlo tarde o temprano. Y ella no era de las que se escondían.
Cuando llegó al pie de las escaleras y salió al suelo de mosaico del vestíbulo, se dio cuenta de que había olvidado ponerse los zapatos. ¿Cómo podía entrar en el comedor del rey y la reina con los pies descalzos?
Miró hacia el segundo piso y se sintió terriblemente agotada. Demasiado cansada para subir y volver a bajar y demasiado incómoda para seguir adelante, sólo se quedó oyendo el bullicio de la cena: se oían voces masculinas y femeninas, charlando y riendo. Descorcharon una botella de vino. Alguien le dio las gracias a Fritz por traer más cordero.
Bella se miró los pies descalzos y pensó que era una tonta. Una tonta absolutamente destrozada. Estaba perdida debido a lo que el restrictor le había hecho. Y se estremecía al pensar en lo que ella había visto hacer a Zsadist. Además, se sentía muy sola, después de darse cuenta de sus sentimientos hacia ese hombre.
Estaba a punto de tirar la toalla y regresar arriba, cuando algo le rozó la pierna. Dio un salto y miró hacia abajo, para encontrarse con los ojos verdes de un gato negro. El felino parpadeó, ronroneó y se frotó la cabeza contra la piel de su tobillo.
Bella se agachó y acarició la piel del gato con manos temblorosas. El animal era increíblemente elegante, todo líneas esbeltas y graciosas y movimientos sinuosos. Y sin tener ninguna razón aparente, a Bella se le aguaron los ojos. Cuanto más conmovida estaba, más cerca se sentía del gato, hasta que se sentó en el último escalón de la escalera y el animal trepó a su regazo.
—Se llama Boo.
Bella soltó un grito de sorpresa y levantó la vista. Phury estaba frente a ella. Era un hombre gigantesco que ya se había despojado de su ropa de combate y ahora estaba vestido con cachemira y lana. Llevaba una servilleta en la mano, como si acabara de levantarse de la mesa, y olía realmente bien, como si se hubiera duchado y afeitado recientemente. Mientras lo miraba, Bella se dio cuenta de que toda la charla y los ruidos del comedor habían cesado, lo cual significaba que todo el mundo sabía que ella había bajado y se había quedado afuera.
Phury se arrodilló y le puso la servilleta de lino en la mano. En ese momento se dio cuenta de las lágrimas que le resbalaban por las mejillas.
—¿No quieres venir con nosotros? —dijo con voz suave.
Bella se secó la cara, todavía abrazada al gato.
—¿Hay posibilidades de entrar con él?
—Por supuesto. Boo siempre es bienvenido en nuestra mesa. Al igual que tú.
—No tengo zapatos.
—No importa. —Phury le ofreció la mano—. Vamos, Bella. Ven con nosotros.
‡ ‡ ‡
Cuando Zsadist entró al vestíbulo, estaba tan frío y rígido que el cuerpo le dolía. Le hubiera gustado quedarse en la casa de Bella hasta el amanecer, pero no se encontraba bien y decidió regresar para descansar un rato.
Aunque no iba a comer, se dirigió al comedor, pero se detuvo en las sombras. Bella estaba sentada a la mesa, al lado de Phury. Había un plato de comida frente a ella, pero le estaba prestando más atención al gato que tenía en el regazo. Estaba acariciando a Boo y siguió haciéndolo, mientras levantaba la vista para mirar a Phury, que acababa de decir algo. Bella sonrió y, cuando volvió a agachar la cabeza, Phury se quedó mirándola, como si quisiera grabar en su memoria su perfil.
Z se dirigió rápidamente a las escaleras, sin ganas de irrumpir en medio de esa escena. Estaba casi fuera de la vista, cuando Tohr salió de la puerta que había debajo de las escaleras. El hermano parecía preocupado.
—Oye, Z, espera.
Zsadist soltó una maldición y no precisamente entre dientes. No tenía ningún interés en que lo acosaran con un asunto de política o procedimiento, y eso era de lo único que hablaba Tohr últimamente. El hombre estaba apretando cada vez más a la Hermandad, organizando turnos y tratando de convertir en soldados a cuatro indisciplinados como V, Phury, Rhage y Z. Por eso no era de extrañar que siempre tuviese ojeras y cara de estar doliéndole la cabeza.
—Zsadist, he dicho que esperes.
—Ahora no…
—Sí, ahora. El hermano de Bella le ha enviado una solicitud a Wrath. Le pide que le asigne a Bella el estatus de sehclusion y que lo nombre a él como su ghardian.
Z se detuvo en seco. Si eso sucedía, Bella desaparecería del panorama por completo. No la volverían a ver nunca. Ni siquiera la Hermandad podía alejarla de su ghardian.
—¡Z! ¿Has oído lo que he dicho?
«Haz una señal de asentimiento, idiota», se dijo a sí mismo.
Apenas bajó la cabeza a manera de respuesta.
—Pero ¿por qué me lo dices a mí?
Tohr apretó la boca.
—¿Quieres portarte como si ella no te importara? Está bien. Sólo pensé que te gustaría saberlo.
Tohr se dirigió al comedor.
Z se agarró de la barandilla y se frotó el pecho, sintiéndose como si alguien hubiese reemplazado el oxígeno de sus pulmones por humo. Miró hacia arriba y se preguntó si Bella regresaría a su habitación antes de marcharse. Tenía que hacerlo, porque allá estaba su diario. Podía dejar la ropa, pero no ese diario. A menos, claro, que ya se hubiese mudado.
¡Dios! ¿Cómo iba a decirle adiós?
Los dos tenían una conversación pendiente. Z no podía imaginarse qué iba a decirle, en especial después de que ella lo había visto ejecutando su desagradable acto de magia con ese asesino.
Se dirigió a la biblioteca y usó uno de los teléfonos. Marcó el número del móvil de Vishous. Oyó cómo sonaba el teléfono a través del auricular y también al otro lado del vestíbulo. Cuando V respondió, le contó que había colocado su móvil en la Explorer.
—Estaré pendiente —dijo V—. Pero ¿dónde estás? Hay un eco extraño en el teléfono.
—Llámame si ese coche se mueve. Estaré en el gimnasio. —Colgó y se dirigió al túnel subterráneo.
Pensó que podría encontrar algo de ropa en el vestuario y hacer ejercicio hasta agotarse. Cuando sus muslos estuvieran gritando y sus pantorrillas se hubiesen vuelto de piedra y tuviera la garganta lastimada de tanto jadear, el dolor aclararía su mente, lo purificaría… Ansiaba el dolor más que la comida.
Cuando llegó al vestuario se dirigió a la taquilla que tenía asignada y sacó sus zapatillas deportivas y unos pantalones cortos de deportes. En todo caso, prefería estar sin camisa, en especial si estaba solo.
Se desarmó y estaba a punto de desvestirse, cuando oyó algo que se movía entre las taquillas. Siguiendo el ruido, dio un paso adelante y se atravesó en el camino de… un diminuto desconocido.
Cuando el pequeño cuerpo del extraño se estrelló contra una de las taquillas, se oyó un ruido metálico.
Mierda. Era el chico. ¿Cómo era su nombre? John… algo. Y el chico parecía como si estuviera a punto de desmayarse.
Z lo fulminó con la mirada desde lo alto de su estatura. Estaba en un pésimo estado de ánimo en este momento, negro y frío como la noche, pero la idea de desquitarse con el muchacho le pareció mal.
—Lárgate de aquí, chico.
John buscó algo afanosamente. Una libreta y un bolígrafo. Cuando tuvo las dos cosas en la mano, Z negó con la cabeza.
—No sé leer, ¿recuerdas? Mira, sólo lárgate. Tohr está arriba, en la casa.
Z dio media vuelta y se quitó la camisa. Cuando oyó un jadeo, miró por encima del hombro. John tenía los ojos fijos en su espalda.
—¡Por Dios Santo, chico! ¡Lárgate de aquí!
El muchacho salió corriendo, y entonces Z se quitó los pantalones y comenzó a ponerse la ropa de deportes. Cuando iba a calzarse las zapatillas, se le ocurrió la estúpida idea de pensar en cuántas veces había metido los pies en ellas para castigar su cuerpo, igual que pensaba hacer ahora. Luego pensó en el número de veces en que se había dejado lastimar en peleas con los restrictores. Y en el número de veces que le había pedido a Phury que lo golpeara.
No, no se lo había pedido. Se lo había exigido. Había veces que le exigía a su gemelo que lo golpeara una y otra vez, hasta que su cara desfigurada se hinchaba y lo único que sentía era el dolor de sus huesos. En realidad no le gustaba involucrar a Phury. Habría preferido que el dolor fuese privado y se habría hecho daño él mismo, de haber podido. Pero era difícil golpearse uno mismo hasta la inconsciencia.
Z bajó lentamente las zapatillas hasta el suelo y se recostó contra la taquilla, pensando en dónde estaba su gemelo. Arriba en el comedor. Junto a Bella.
Sus ojos se posaron en el teléfono que había en la pared. Tal vez debería llamar a la casa.
En ese momento, Z oyó un silbido suave junto a él. Se volvió y frunció el ceño.
El chico estaba ahí, con una botella de agua en la mano; se le fue acercando con pasos vacilantes, el brazo extendido y la cabeza vuelta hacia otro lado. Era como si estuviera tratando de hacerse amigo de una pantera y esperara salir de la experiencia con todas las extremidades en su sitio.
John puso la botella de agua a un metro de distancia de Z, sobre el banco. Luego dio media vuelta y huyó.
Z se quedó mirando la puerta por la que había salido el chico. Mientras se cerraba, pensó en otras puertas del complejo. Las puertas principales de la mansión, específicamente.
Bella también se marcharía pronto. Podía estar marchándose en ese momento.
En este preciso momento.