22
Esa noche, mientras la luna se elevaba en el cielo, O se levantó del suelo refunfuñando. Llevaba horas esperando, desde que el sol se puso, con la esperanza de que apareciera alguien… sólo que no había pasado nada. Al igual que los dos días anteriores. Bueno, pensaba que había visto algo el día anterior, poco antes del amanecer, una especie de sombra que se movía dentro de la casa, pero, fuera lo que fuera, la había visto sólo una vez y después había desaparecido.
Deseaba con todas sus fuerzas poder emplear todos los recursos de la Sociedad para perseguir a su esposa. Si enviara a todos los restrictores que tenía… Pero eso sería como ponerse una pistola en la sien. Seguramente alguien le iría al Omega con el cuento de que toda la atención había sido desviada hacia una civil sin importancia. Y entonces tendría muchos problemas.
Miró el reloj y lanzó una maldición. Hablando del Omega…
O tenía que presentarse obligatoriamente ante su amo esa noche y no podía hacer otra cosa que acudir a la maldita cita. Mantenerse en buenos términos con el jefe era la única manera de recuperar a su mujer, y no se iba a arriesgar a que lo aniquilaran por faltar a una cita.
Sacó el teléfono y llamó a tres Betas para que vigilaran la casa. Como era un conocido lugar de reunión de los vampiros, al menos tenía una excusa para asignarles esa misión.
Veinte minutos después llegaron los asesinos por el bosque, pero el ruido de sus pasos fue enmascarado por la nieve. El trío de hombres de huesos grandes acababa de pasar su iniciación, así que todavía tenían el cabello oscuro y la piel quemada por el viento. Era evidente que estaban felices por el hecho de haber sido llamados y estaban dispuestos a pelear, pero O les dijo que sólo debían vigilar. Si aparecía alguien, no debían atacar sino esperar a que quien hubiera entrado tratara de salir, para poder atrapar a los vampiros vivos, fuesen machos o hembras. Sin excepción. Si él fuera de la familia de su mujer, pensaba O, lo que haría sería enviar primero a alguien que tanteara la situación, antes de que ella se presentara en la casa. Y si estaba muerta y sus familiares estaban sacando sus pertenencias, entonces quería atrapar a su familia viva para poder encontrar la tumba.
Después de aclararles a los Betas que sus cabezas estaban en juego, O atravesó el bosque hasta la camioneta, que estaba escondida entre unos pinos. Cuando iba por la carretera 22, vio que los restrictores habían estacionado la Explorer en la que viajaban justo en la carretera, a menos de un kilómetro de la desviación hacia la granja.
Llamó a los idiotas y les dijo que usaran la maldita cabeza y escondieran el coche. Luego fue hasta la cabaña. Mientras conducía, varias imágenes de su mujer cruzaron por su mente, nublando su visión. La vio en la ducha, adorable, con el pelo y la piel mojados. Así se veía especialmente pura…
Pero luego tuvo otra visión. La vio desnuda y acostada debajo de ese asqueroso vampiro que se la había llevado. El hombre la estaba tocando… besándola… penetrándola… Y a ella le gustaba. A la maldita perra le gustaba. Tenía la cabeza hacia atrás y gemía como una ramera, pidiendo más.
O apretó el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Trató de calmarse, pero su rabia era como un perro furioso amarrado a una cadena de papel.
En ese momento supo, con absoluta claridad, que si ella no estaba muerta, la mataría en cuanto la encontrara. Lo único que tenía que hacer era imaginársela con el hermano que se la había llevado y su capacidad de raciocinio desaparecía por completo.
Pero eso situaba a O frente a un dilema. Vivir sin ella sería horrible y, aunque cometer un acto suicida después de que ella muriera resultaba muy atractivo, una maniobra como ésa sólo haría que volviera a encontrarse con el Omega, y esta vez tendría que permanecer con él para siempre. Después de todo, los restrictores regresaban a su amo cuando se extinguían.
Pero luego se le ocurrió una idea. Se imaginó a su mujer dentro de muchos años, con la piel descolorida, el cabello rubio casi blanco y los ojos del color de las nubes. Una restrictora como él. La solución era tan perfecta que levantó el pie del acelerador y la camioneta se detuvo en medio de la carretera 22.
De esa manera sería suya para siempre.
‡ ‡ ‡
Cuando la medianoche se fue acercando, Bella se puso unos vaqueros viejos y el suéter rojo que tanto le gustaba. Luego fue al baño, quitó las dos toallas del espejo y se miró. El reflejo que veía era el de la mujer que siempre había sido: ojos azules, pómulos salientes, labios grandes, abundante cabello oscuro.
Se levantó el borde del jersey y se miró el estómago. La piel estaba inmaculada y ya no quedaban rastros del nombre del restrictor. Se pasó la mano por el lugar donde estuvieron las letras.
—¿Estás lista? —preguntó Zsadist.
Bella levantó los ojos hacia el espejo. La imagen de él estaba detrás, vestido de negro y con el cuerpo lleno de armas. Tenía los ojos fijos en la piel que ella estaba examinando.
—Las cicatrices han desaparecido —dijo—. En sólo cuarenta y ocho horas.
—Sí. Me alegro.
—Tengo miedo de ir a mi casa.
—Phury y Butch vendrán con nosotros. Tienes mucha protección.
—Lo sé… —Se bajó el jersey—. Lo que pasa es que… ¿qué haré si no soporto estar allí?
—Entonces lo intentaremos otra noche. Todas las veces que haga falta. —Zsadist le dio la chaqueta.
Bella se la puso y dijo:
—Tú tienes mejores cosas que hacer que cuidarme.
—En este momento no. Dame la mano.
Los dedos le temblaban cuando estiró la mano. Bella pensó vagamente que era la primera vez que él le pedía que lo tocara y tuvo la esperanza de que ese contacto terminara en un abrazo.
Pero Zsadist no estaba interesado en eso. Cuando ella estiró la mano, le puso una pistola pequeña sobre la palma, sin siquiera tocarla.
Ella retrocedió con desagrado.
—No, yo…
—Tienes que cogerla…
—Espera, yo no…
—… así. —Zsadist le dio la vuelta a la pistola sobre la palma de Bella—. Aquí está el seguro. Abierto. Cerrado. ¿Lo has entendido? Abierto… cerrado. Tienes que estar muy cerca para matar a alguien con esto, pero está cargada con dos balas que podrán conmocionar al restrictor y darte tiempo para que puedas escapar. Sólo apunta y aprieta el gatillo dos veces. No necesitas recargarla ni nada. Y apunta al pecho, será un blanco más grande.
—No quiero esto.
—Y yo no quiero que la tengas. Pero es mejor que mandarte desprotegida.
Bella negó con la cabeza y cerró los ojos. A veces era horrible ese asunto de la vida.
—¿Bella? Bella, mírame. —Cuando Bella abrió los ojos, Zsadist dijo—: Guárdala en el bolsillo exterior de tu abrigo, en el lado derecho. Debes tenerla en la mano que usas más, por si tienes que utilizarla. —Ella abrió la boca, pero él siguió hablando—: Estarás con Butch y Phury. Y mientras estés con ellos, es extremadamente poco probable que necesites usarla.
—¿Dónde estarás tú?
—Por ahí. —Cuando Zsadist dio media vuelta, Bella notó que tenía un cuchillo en la parte de debajo de la espalda, además de las dos dagas que llevaba en el pecho y el par de pistolas de la cadera. Bella se preguntó cuántas más armas tendría encima, sin que ella pudiera verlas.
Zsadist se detuvo en el umbral, bajó la cabeza y dijo:
—Me voy a asegurar de que no tengas que sacar esa pistola, Bella. Te lo prometo. Pero no puedes ir desarmada.
Bella respiró hondo y deslizó el trozo de metal en el bolsillo de su abrigo.
Phury estaba esperando afuera, en el corredor, recostado contra la barandilla. También estaba vestido para el combate, con pistolas y esas dagas que se amarraban al pecho, y de su cuerpo emanaba una calma letal. Cuando ella le sonrió, él asintió y se puso su abrigo de cuero negro.
El móvil de Zsadist sonó.
—¿Estás ahí, policía? ¿Qué está pasando? —Tras colgar, hizo una señal con la cabeza—. Podemos irnos.
Los tres atravesaron el vestíbulo y salieron al patio. En medio del aire helado, los hombres agarraron sus armas y luego todos se desmaterializaron.
Bella reapareció frente a la puerta principal de su casa y observó la puerta roja y el aldabón de bronce. Podía sentir a Zsadist y a Phury detrás de ella, dos cuerpos masculinos enormes y llenos de tensión. Se oyeron unos pasos y ella miró por encima del hombro. Butch se estaba acercando. También había sacado el arma.
La idea de ir a su casa le pareció ahora un acto peligroso y egoísta. Abrió la puerta con la mente y luego entró.
El lugar seguía igual que siempre, a la mezcla de la cera de limón con la que limpiaba el suelo de tarima y las velas de romero que le gustaba encender.
Cuando oyó que la puerta se cerraba y la alarma de seguridad era desactivada, miró hacia atrás. Butch y Phury seguían detrás de ella, pero Zsadist ya no estaba por allí.
Bella sabía que no los había abandonado. Pero prefería que estuviese adentro, con ella.
Tomó aire y le echó un vistazo al salón. Con las luces apagadas, sólo vio sombras y formas que le resultaban conocidas, más la disposición de los muebles y las paredes que otra cosa.
—Todo está… ¡Dios, todo está exactamente igual!
Sin embargo descubrió una mancha clara sobre su escritorio, donde solía haber un espejo, un espejo que ella y su madre habían comprado juntas en Manhattan hacía cerca de una década. A Rehvenge siempre le había gustado. ¿Acaso se lo habría llevado? Bella no supo si sentirse conmovida u ofendida.
Cuando estiró la mano para encender una lámpara, Butch la detuvo.
—Sin luz. Lo siento.
Ella hizo un gesto de asentimiento. Mientras caminaba por la casa y veía cada vez más cosas, se sentía como si estuviese entre amigos muy antiguos que no había visto desde hacía muchos años. Era una sensación agradable y triste a la vez. Pero sobre todo era una sensación de alivio. Estaba segura de que se sentiría mal en la casa, y de momento todo estaba yendo mejor de lo que había pensado.
Bella se detuvo al llegar al comedor. Más allá del arco que había al fondo estaba la cocina. Sintió una oleada de pánico.
Se blindó contra el miedo y atravesó el comedor. Al ver todo tan limpio y ordenado, recordó la violenta lucha que había tenido lugar allí.
—Alguien ha limpiado… —murmuró Bella.
—Sí, Zsadist. —Butch se paró junto a ella, con el arma a la altura del pecho, e inspeccionó cuidadosamente el sitio con los ojos.
—¿Él… vino a limpiar?
—La noche después de que te secuestraran. Pasó horas aquí. La parte de abajo también está reluciente.
Bella trató de imaginarse a Zsadist con una fregona, limpiando las manchas de sangre y recogiendo los pedazos de vidrio.
«¿Por qué?», se preguntó.
Butch encogió los hombros.
—Dijo que era personal.
¿Acaso había hablado en voz alta? ¿Cómo la había oído Butch?
—¿Te explicó… a qué se refería?
Mientras que el humano negaba con la cabeza, Bella vio a Phury mirando atentamente hacia fuera.
—¿Quieres ir a tu habitación? —preguntó Butch.
Ella asintió, y Phury dijo:
—Yo me quedaré aquí arriba.
Abajo, en el sótano, Bella encontró todo en orden, arreglado… limpio. Abrió el armario, revisó los cajones de la cómoda, deambuló por el baño. Algunas cosas pequeñas captaron su atención. Una botella de perfume. Una revista de antes de que la secuestraran. Una vela que recordaba haber encendido junto a la bañera con patas en forma de garra.
Bella quería pasar horas… días, deambulando por ahí, tocándolo todo, deslizándose otra vez en su vida de una manera tranquila, profunda. Pero podía sentir que la tensión de Butch iba en aumento.
—Creo que ya he visto suficiente por hoy —dijo, aunque deseaba poderse quedar más tiempo.
Butch tomó la delantera, mientras regresaban al piso de arriba. Cuando entró a la cocina, miró a Phury.
—Está lista para marcharse.
Phury abrió su teléfono. Hubo una pausa.
—Z, hora de irnos. Arranca el coche.
Mientras Butch cerraba la puerta del sótano, Bella se acercó a su pecera y se preguntó si alguna vez volvería a vivir en aquella casa. Tuvo el presentimiento de que no sería así.
—¿Quieres llevarte algo? —preguntó Butch.
—No, creo que…
Afuera se oyó un disparo. Butch se puso delante de ella y la protegió con su cuerpo.
—No digas nada —le dijo al oído.
—Viene de allí —siseó Phury, señalando la puerta principal al tiempo que se ponía en cuclillas. Apuntó el arma hacia la puerta.
Otro disparo. Y otro. Se estaban acercando. Debían estar alrededor de la casa.
—Saldremos por el túnel —susurró Butch, mientras la empujaba hacia la puerta del sótano.
Phury miraba atentamente hacia la puerta principal, con el arma lista.
—Ahora os sigo.
Pero antes de que Butch tuviera tiempo de abrir la puerta del sótano, se oyó una fuerte detonación y todo pareció estallar en pedazos.
Las puertas de cristal que daban al jardín se rompieron en mil pedazos, cuando Zsadist las atravesó, empujado por una fuerza tremenda. Aterrizó en el suelo de la cocina y su cráneo se estrelló contra las baldosas con tanta fuerza que sonó como otro disparo. Luego el restrictor que lo había lanzado a través de la puerta le saltó al pecho con un grito horrible y los dos se deslizaron a través del cuarto, hacia las escaleras que llevaban al sótano.
Zsadist estaba inmóvil debajo del asesino. ¿Desmayado? ¿Muerto?
Bella gritó cuando Butch la apartó de un empujón. Lo único que podía hacer era esconderse detrás de la estufa, y Butch la empujó en esa dirección, protegiéndola con su cuerpo. Sólo que ahora estaban atrapados en la cocina.
Phury y Butch apuntaron sus armas contra la masa informe de brazos y piernas que había en el suelo, pero al asesino no le importó. El inmortal levantó el puño y golpeó a Zsadist en la cabeza.
—¡No! —rugió Bella.
Pero, curiosamente, el golpe pareció despertar a Zsadist. O tal vez fue la voz de Bella. Sus ojos negros se abrieron de repente y su rostro adquirió una expresión perversa. Metió las manos bajo las axilas del restrictor con un movimiento rápido y lo retorció con tanta fuerza que el torso del asesino se contorsionó formando un arco horrible.
En unos segundos Zsadist estaba encima, a horcajadas sobre el enemigo. Le agarró el brazo derecho y se lo torció hasta partirle los huesos. Luego le metió el pulgar debajo de la barbilla y lo hundió con tal fuerza que ya no se veía ni la mitad del dedo, mientras mostraba sus largos colmillos, que brillaron con un resplandor blanco y letal. Mordió al asesino en el cuello, atravesándole la laringe.
El asesino se sacudía de dolor, retorciéndose entre sus piernas. Pero eso fue sólo el comienzo. Luego Zsadist descuartizó a su víctima. Cuando vio que ya no se movía, se detuvo un momento jadeando y le metió los dedos entre el pelo oscuro, obviamente buscando verle las raíces blancas.
Pero Bella habría podido decirle que no era David. Suponiendo que hubiese tenido voz.
Zsadist maldijo y contuvo el aliento, pero se quedó encima de su presa, buscando señales de vida. Como si quisiera seguir.
Entonces frunció el ceño y levantó la vista, pues se dio cuenta de que la batalla había terminado y que había tenido testigos.
¡Era un terrible espectáculo! Tenía la cara llena se salpicaduras de la sangre negra del restrictor, y más manchas en el pecho y las manos.
Zsadist fijó sus ojos negros en los de Bella. Le estaban brillando, al igual que la sangre que había derramado para defenderla. Pero luego desvió la mirada rápidamente, como si quisiera ocultar la satisfacción que le producía matar.
—Acabé con los otros dos —dijo, todavía con la respiración agitada. Luego se sacó el borde de la camisa y se limpió la cara.
Phury se dirigió al corredor.
—¿Dónde están? ¿En el jardín?
—Búscalos en la puerta principal del Omega, si quieres. Los apuñalé a los dos. —Zsadist miró a Butch—. Llévala a casa. Ahora. Está demasiado impresionada para desmaterializarse. Y Phury, tú ve con ellos. Quiero que me llaméis en cuanto ella ponga un pie en el vestíbulo, ¿está claro?
—¿Qué vas a hacer tú? —preguntó Butch, al tiempo que empujaba a Bella alrededor del cadáver del restrictor.
Zsadist se puso de pie y desenfundó una daga.
—Haré desaparecer a éste y esperaré a que vengan otros. Cuando estos malnacidos no aparezcan, vendrán más.
—Regresaremos.
—No me importa lo que hagáis, con tal de que la llevéis a casa. Así que dejad de hablar y arrancad de una maldita vez.
Bella le tendió los brazos a Zsadist, por instinto, sin saber bien por qué lo hacía. Estaba horrorizada por lo que había visto y por el horrible aspecto que él tenía en ese instante: lleno de moratones y golpes, con la ropa empapada en su propia sangre y en la de los asesinos.
Zsadist hizo un gesto con la mano para rechazarla.
—Sacadla de aquí.
‡ ‡ ‡
John saltó del autobús, tan aliviado de estar en casa que estuvo a punto de caer. ¡Por Dios, si se podía juzgar el entrenamiento por los dos primeros días, los próximos dos años iban a ser un infierno!
En cuanto atravesó la puerta principal, silbó.
Enseguida se oyó la voz de Wellsie, procedente del estudio.
—¡Hola! ¿Qué tal te ha ido en tu primer día?
Mientras se quitaba el abrigo, silbó dos veces, lo cual quería decir «bien, más o menos».
—¡Me alegro! Oye, Havers vendrá dentro de una hora, o cosa así.
John se dirigió al estudio y se detuvo ante la puerta. Sentada en el escritorio, Wellsie estaba rodeada de una colección de libros viejos, la mayoría de los cuales estaban abiertos. Al ver todas esas páginas desplegadas, John pensó en entusiastas perros tumbados patas arriba, esperando una caricia en la barriga.
Wellsie sonrió.
—Pareces cansado.
—Voy a recostarme un rato antes de que llegue Havers —dijo con lenguaje de signos.
—¿Estás seguro de que estás bien?
—Claro. —John sonrió para respaldar la pequeña mentira. Odiaba decirle mentiras, pero no quería hablar de sus fracasos. Dentro de dieciséis horas tendría que desplegarlos nuevamente ante el mismo público y necesitaba un descanso.
—Te despertaré cuando llegue el doctor.
—Gracias.
Cuando John dio media vuelta, ella dijo:
—Espero que sepas que para nosotros todo seguirá igual, independientemente del resultado de los análisis.
John miró a Wellsie. Así que ella también estaba preocupada por los resultados.
John se le acercó rápidamente y la abrazó, luego se marchó a su habitación. Ni siquiera puso la ropa sucia en la cesta, sólo dejó caer al suelo su mochila y se tumbó en la cama. ¡Por Dios, ser el hazmerreír de todo el mundo durante ocho horas seguidas era algo agotador! ¡Estaba tan cansado que pensó que podría dormir una semana seguida!
Pero lo único en lo que podía pensar era en la visita de Havers. ¿Qué pasaría si todo era un error? ¿Qué pasaría si no se iba a convertir en algo fantástico y poderoso? ¿Si las visiones que tenía por las noches no eran más que el resultado de haber visto muchas películas de Drácula?
¿Qué pasaría si era primordialmente un humano?
Eso tendría cierto sentido. Aunque el entrenamiento acababa de empezar, estaba claro que él no era como los otros vampiros de la clase. Era un absoluto desastre en todos los ejercicios físicos, y, además, era mucho más débil que los otros. Tal vez la práctica ayudara, pero, la verdad, lo dudaba mucho.
John cerró los ojos y deseó tener un buen sueño. Un sueño que le diera un cuerpo grande, un sueño que lo volviera fuerte y…
La voz de Tohr lo despertó.
—Havers está aquí.
John bostezó y se desperezó, tratando de protegerse de la mirada de simpatía de Tohr.
—¿Cómo estás, hijo… quiero decir, John?
John sacudió la cabeza.
—Estoy bien, pero preferiría que me dijeras «hijo» —dijo por señas.
Tohr sonrió.
—Bien. Yo quiero lo mismo. Ahora, vamos a abrir el sobre con los resultados, ¿vale?
John siguió a Tohr hasta el salón. Havers estaba sentado en el sofá; parecía un profesor muy serio, con sus gafas de concha, su chaqueta oscura y su pajarita roja.
—Hola, John —dijo.
John levantó una mano y se sentó en el sillón que estaba más cerca de Wellsie.
—Ya tengo los resultados de tus exámenes de sangre. —Havers se sacó un papel del bolsillo interior de su chaqueta—. Al final, he tardado algo más de lo previsto porque me encontré con una anomalía que no esperaba.
John miró a Tohr. Luego a Wellsie. ¡Dios! ¿Qué pasaría si era totalmente humano? ¿Qué harían con él? ¿Tendría que irse…?
—John, eres un guerrero de pura cepa. Sólo hay un mínimo rastro de sangre humana en tu cuerpo.
Tohr estalló en una carcajada y aplaudió.
—¡Grandioso! ¡Eso es estupendo!
John comenzó a sonreír y fue riéndose con más ganas hasta soltar una carcajada.
—Pero hay algo más. —Havers se subió las gafas sobre la nariz—. Eres descendiente de Darius de Marklon. Tan cercano que podrías ser su hijo. Tan cercano… que debes de ser su hijo.
Un silencio fúnebre invadió el salón.
John miró a Tohr y a Wellsie alternativamente. Los dos estaban paralizados. ¿Era una buena noticia? ¿Una mala noticia? ¿Quién era Darius? A juzgar por la expresión de sus rostros, tal vez el tipo era un criminal o algo así…
Tohr se levantó de un salto y abrazó a John, apretándolo con tanta fuerza que casi se funden en un solo cuerpo. Mientras luchaba por respirar y tenía los pies colgando, John miró a Wellsie. Ella tenía las manos sobre la boca y estaba llorando.
De pronto Tohr lo soltó y dio un paso atrás. Tosió suavemente y dijo:
—Miradlo… —mientras lo contemplaba con ojos brillantes.
Carraspeó varias veces. Se frotó la cara. Parecía un poco mareado.
—¿Quién es Darius? —dijo John con lenguaje de signos, mientras se sentaba otra vez.
Tohr sonrió lentamente.
—Era mi mejor amigo, mi hermano de lucha, mi… me muero de ganas de hablarte de él. Y eso significa que tienes una hermana.
—¿Quién?
—Beth, nuestra reina. La shellan de Wrath…
—Sí, y me gustaría que habláramos de ella… —dijo Havers y miró a John—. No entiendo la reacción que tuviste al verla. Los resultados de tus escáneres están todos bien, al igual que el electrocardiograma y el análisis de sangre. Te creo cuando dices que ella fue la que causó las convulsiones, pero no tengo idea de cuál pueda ser la razón. Me gustaría que te mantuvieras alejado de Beth por un tiempo, para ver si sucede lo mismo en otro entorno, ¿te parece?
John asintió con la cabeza, aunque quería ver otra vez a la mujer, en especial si era de su familia. Una hermana. ¡Qué alegría…!
—Ahora, acerca de lo otro —dijo Havers con tono de énfasis.
Wellsie se inclinó hacia delante y le puso una mano a John en la rodilla.
—Havers quiere hablar contigo sobre algo.
John frunció el ceño.
—¿Qué? —dijo lentamente con lenguaje de signos.
El doctor sonrió, tratando de darle ánimos.
—Me gustaría que visitaras a un terapeuta.
John se quedó frío. Muerto de pánico, miró a Wellsie y luego a Tohr, mientras se preguntaba qué les habría dicho el doctor acerca de lo que le había sucedido hacía un año.
—¿Por qué tengo que ir? —preguntó por señas—. Estoy bien.
Wellsie respondió de manera neutral.
—Sólo se trata de ayudarte a hacer la transición a tu nuevo mundo.
—Y tu primera cita es mañana por la noche —dijo Havers, y bajó la cabeza. Luego lo miró por encima de las gafas y el mensaje era: «Si no vas, les contaré la verdadera razón por la cual debes ir».
John no pudo hacer nada y eso le molestó. Pero se imaginó que era mejor someterse a ese amable chantaje que dejar que Tohr y Wellsie se enteraran de lo que le habían hecho.
—Está bien. Iré.
—Yo te llevaré —dijo Tohr rápidamente. Luego frunció el ceño—. Quiero decir… podemos pedirle a alguien que te lleve… Butch te llevará.
John se puso rojo. Sí, no quería que Tohr estuviera cerca de ese terapeuta. De ninguna manera.
En ese momento sonó el timbre.
Wellsie sonrió.
—Ah, qué bien. Es Sarelle. Tenemos que preparar el festival de solsticio. John, ¿te gustaría ayudarnos?
¿Sarelle estaba otra vez aquí? No había mencionado nada cuando chatearon anoche.
—¿John? ¿Quieres trabajar con Sarelle?
John asintió con la cabeza y trató de hacerse el indiferente, aunque su cuerpo se había encendido como un letrero de neón. Sentía cosquillas de la cabeza a los pies.
—Sí. Puedo hacerlo.
Se puso las manos encima de las piernas y se las miró, tratando de contener una sonrisa.