21
Phury observaba a Butch con curiosidad, a través de la mesa de billar de la mansión, mientras que el policía estudiaba su próximo tiro. El humano tenía algo raro, pero seguía jugando tan bien como siempre, porque dio a tres bolas con el mismo movimiento.
—Por Dios, Butch. Cuatro buenas tacadas seguidas. Recuérdame, ¿por qué sigo jugando contigo?
—Porque la esperanza es eterna. —Butch terminó su escocés de un trago—. ¿Quieres jugar otra partida?
—¿Por qué no? No me puede ir peor.
—Ordena las bolas, mientras yo me sirvo otro trago.
Mientras Phury recogía las bolas, pensó en la actitud de su amigo. Cada vez que se daba la vuelta, Butch se quedaba mirándolo fijamente.
—¿Te preocupa algo, policía?
El hombre se sirvió una copa mediana de Lagavulin y le dio un sorbo largo.
—Nada especial.
—Mentiroso. No me has quitado los ojos de encima desde que regresamos de ZeroSum. ¿Por qué no me dices qué sucede?
Los ojos almendrados de Butch se clavaron en los de su amigo.
—¿Eres gay, hermano?
Phury dejó caer la bola que tenía en la mano y apenas la oyó estrellarse contra el suelo de mármol.
—¿Qué? ¿Por qué…?
—Oí que estabas intimando con el Reverendo. —Mientras que Phury maldecía, Butch recogió la bola negra y la echó a rodar sobre el fieltro verde—. Mira, no me importa que lo seas. En realidad me importa un bledo lo que hagas. Pero me gustaría saberlo.
«¡Ay, esto es increíble!», pensó Phury. No sólo deseaba a la mujer que deseaba a su hermano gemelo, sino que ahora se suponía que estaba liado con un maldito symphath.
Obviamente, esa mujer que había irrumpido en la oficina cuando él y el Reverendo estaban hablando tenía una boca muy grande y… ¡Por Dios! Butch ya debía de habérselo dicho a Vishous. Esos dos eran como un matrimonio mayor, no tenían secretos entre ellos. Y V le iría con el chisme a Rhage. Y una vez que Rhage se enterara, sería como anunciar algo a través de la agencia Reuters.
—¿Lo eres o no lo eres?
—No, no soy gay.
—No te sientas en la obligación de esconderte ni nada de eso.
—No es eso. Sencillamente, no soy gay.
—Entonces ¿eres bisexual?
—Butch, déjalo, por favor. Si alguno de los hermanos tiene una inclinación rara es tu compañero de casa. —Al ver la mirada de asombro del policía, Phury murmuró—: Vamos, a estas alturas ya debes de saber lo de V. Vives con él.
—Obviamente no… Ah, hola, Bella.
Phury se dio media vuelta. Bella estaba en el umbral, vestida con la bata de satén negro. Phury no pudo quitarle los ojos de encima. El resplandor de la salud había regresado a su hermosa cara y estaba… impresionante.
—Hola —dijo Bella—. Phury, ¿puedo hablar contigo un minuto cuando termines la partida?
—Butch, ¿te importa que nos tomemos un descanso?
—En absoluto. Nos vemos más tarde, Bella.
El policía salió, y Phury puso su taco en la vitrina con innecesaria precisión, deslizando con cuidado la madera clara y suave sobre el soporte.
—Tienes muy buen aspecto. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Mucho mejor.
Porque se había alimentado de Zsadist.
—Muy bien. ¿Qué quieres decirme? —preguntó Phury, tratando de no pensar en la imagen de Bella pegada a la vena de su gemelo.
Bella no respondió, sino que avanzó hacia la puerta de cristal, mientras que el extremo de la bata la seguía sobre el suelo de mármol como una sombra. A medida que caminaba, las puntas del pelo acariciaban la parte baja de su espalda y se mecían con el movimiento de sus caderas. Phury tuvo un ataque de deseo y rogó que ella no percibiera el olor.
—¡Ay, Phury, mira la luna, está casi llena! —Bella puso la mano sobre la ventana y acarició el vidrio—. Me gustaría poder…
—¿Quieres salir? Podría traerte un abrigo.
Bella le sonrió por encima del hombro.
—No tengo zapatos.
—También te puedo traer unos zapatos. Quédate aquí.
Segundos después regresó con un par de botas forradas en piel y una capa victoriana que Fritz, que era como una paloma mensajera, había encontrado en algún armario.
—Eres rápido —dijo Bella, mientras se envolvía en la capa de terciopelo color rojo sangre.
Phury se arrodilló frente a ella.
—Déjame ponerte las botas —dijo, y Bella levantó una rodilla.
Mientras le ponía las botas, Phury trató de no fijarse en lo suave que era la piel de su tobillo. Ni en cuánto lo excitaba el aroma de la hembra. Ni en cómo podría hacer a un lado la bata y…
—Ahora la otra —dijo con voz ronca.
Cuando Bella tuvo las botas puestas, él abrió la puerta y los dos salieron juntos, aplastando la nieve que cubría la terraza. Al llegar al lugar donde comenzaba el prado, Bella se subió el cuello de la capa y levantó la mirada. Su aliento formaba nubes de vapor blanco y el viento jugueteaba con el terciopelo rojo alrededor de su cuerpo, como si estuviera acariciando la tela.
—Pronto amanecerá —dijo Bella.
—Sí.
Phury se preguntó qué querría decirle Bella, pero luego adoptó una expresión muy seria y se imaginó cuál sería el tema de conversación. Zsadist, desde luego.
—Quiero preguntarte algo sobre él… —murmuró Bella—. Sobre tu gemelo.
—¿Qué quieres saber?
—¿Cómo se convirtió en esclavo?
Phury permaneció en silencio. No quería hablar del pasado.
—¿Phury? ¿Me lo dirás? Se lo preguntaría a él, pero…
En fin… Tendría que contárselo.
—Una criada se lo llevó. Lo sacó a escondidas de la casa cuando tenía siete meses. No pudimos encontrarlos por ninguna parte y, hasta donde pudimos averiguar, la mujer murió dos años después. Luego supimos que había sido vendido como esclavo.
—Debió de ser terrible para tu familia.
—Lo peor. La muerte de un ser querido, pero sin tener el cuerpo para darle sepultura.
—Y cuando… cuando era esclavo de sangre… —Bella respiró profundamente—. ¿Sabes qué le ocurrió?
Phury se frotó la nuca. Al ver que él vacilaba, Bella dijo:
—No estoy hablando de las cicatrices, o la obligación de darle su sangre a alguien. Quiero saber acerca de… las otras cosas que pudieron hacerle.
—Mira, Bella…
—Necesito saberlo.
—¿Por qué? —preguntó Phury, aunque conocía de sobra la respuesta. Porque quería estar con Z, probablemente ya lo había intentado. Ese era el porqué.
—Sólo necesito saberlo.
—Deberías preguntárselo a él.
—No me lo dirá, tú sabes que no lo hará. —Bella le puso una mano en el brazo—. Por favor, ayúdame a entenderlo.
Phury permaneció en silencio, mientras se decía que estaba respetando la intimidad de Z. Eso era básicamente cierto, pero, además, una parte de él tampoco quería ayudar a que Z aterrizara en la cama de Bella.
La mujer le apretó el brazo.
—Me dijo que estaba atado. Y que no podía soportar tener a una mujer encima cuando… —Bella se detuvo—. ¿Qué le hicieron?
No podía creerlo… ¿Zsadist había hablado con ella sobre su cautiverio?
Phury maldijo entre dientes.
—Además de su sangre, fue utilizado para otros fines. Pero eso es lo único que diré.
—Ay, por Dios. —Bella agachó la cabeza—. Sólo necesitaba oírlo de alguien más. Necesitaba tener la certeza de que así fue.
En el momento en que se levantó una brisa helada, Phury respiró hondo, pues sintió que estaba asfixiado.
—Deberías entrar antes de que pesques un resfriado.
Bella asintió con la cabeza y comenzó a caminar hacia la casa.
—¿No vienes?
—Antes voy a fumarme un cigarrillo. Ve tú.
No la vio entrar a la casa, pero oyó cómo se cerraba la puerta.
Phury se metió las manos en los bolsillos y observó el jardín cubierto de nieve. Luego cerró los ojos y pensó en el pasado.
En cuanto pasó su transición, Phury comenzó a buscar a su gemelo sin descanso y peinó todo el Viejo Continente, buscando en las casas que eran lo suficientemente ricas como para tener sirvientes. Después de un tiempo, oyó repetidos rumores acerca de un hombre del tamaño de un guerrero, que vivía cautivo en casa de una mujer muy encumbrada de la glymera. Pero no pudo localizarla.
Lo cual tenía sentido. En esa época, a comienzos del siglo XIX, la especie todavía disfrutaba de una cierta cohesión y las antiguas reglas y costumbres sociales se mantenían con mucha fuerza. Si se descubría que alguien tenía a un guerrero como esclavo de sangre, esa persona tendría que enfrentarse a una sentencia de muerte, de acuerdo con la ley. Ésa era la razón por la cual Phury tenía que ser muy discreto en su búsqueda. Si preguntaba abiertamente por esa mujer en una reunión de la aristocracia y hablaba sobre su gemelo, o lo descubrían tratando de encontrar a Zsadist, podía poner una daga en el pecho de su hermano: la mejor y única defensa del culpable sería matar a Zsadist y deshacerse de su cadáver.
A finales del siglo XIX casi se había dado por vencido. Para entonces sus padres habían muerto por causas naturales. La sociedad de los vampiros se había fragmentado en Europa y había comenzado la primera migración a América. Phury no tenía raíces y vagaba por los países europeos buscando a su hermano, aunque ya casi sin esperanzas, teniendo como pistas sólo rumores e insinuaciones… cuando súbitamente encontró lo que estaba buscando.
La noche que ocurrió estaba en suelo inglés. Asistía a una reunión muy exclusiva en un castillo, en los acantilados de Dover. Mientras estaba en un rincón oscuro del salón de baile, alcanzó a oír la conversación de dos hombres acerca de su anfitriona. Decían que tenía un esclavo de sangre increíblemente bien dotado y que le gustaba que la observaran y a veces, incluso, lo compartía.
Phury comenzó a cortejar a la mujer desde esa misma noche.
No le preocupaba que su cara lo delatara, cosa posible porque él y Zsadist eran gemelos idénticos. En primer lugar, se vestía como un hombre adinerado y nadie sospecharía que alguien de su posición estuviera buscando a un esclavo, que había sido comprado legalmente en el mercado cuando era un chiquillo. En segundo lugar, siempre tenía cuidado de mantener un disfraz. Se dejó crecer una barba corta que escondía sus rasgos y ocultaba los ojos tras unas gafas oscuras, que justificaba diciendo que tenía muy mal la vista.
El nombre de la mujer era Catronia. Aristócrata y rica, estaba casada con un comerciante mestizo, que hacía negocios en el mundo de los humanos. Evidentemente, pasaba mucho tiempo sola, porque su hellren viajaba mucho, pero, de acuerdo con el rumor, tenía el esclavo de sangre desde antes de casarse.
Phury le pidió que lo admitiera en su casa y, como era un hombre culto y atento, ella le permitió entrar, a pesar de que no había dado muchas explicaciones sobre su linaje. Las cortes vivían llenas de farsantes y, como la mujer se sentía atraída hacia él, obviamente estaba dispuesta a pasar por alto ciertas formalidades. Sin embargo, fue cautelosa. Transcurrieron varias semanas y, aunque pasaba mucho tiempo con él, nunca lo llevó a ver al esclavo que decían que poseía.
Phury aprovechaba todas las oportunidades que tenía para registrar la casa y los jardines, con la esperanza de encontrar a su gemelo escondido en algún lugar oculto. El problema era que había ojos por todas partes y Catronia siempre lo mantenía ocupado. Cada vez que su hellren salía de viaje, lo cual sucedía con bastante frecuencia, Catronia visitaba la casa de Phury y, cuanto más trataba él de evitar su contacto, más lo deseaba ella.
Pero lo único que se necesitó fue tiempo. Tiempo, unido a la incapacidad de la mujer para resistir la tentación de exhibir su tesoro, su juguete, su esclavo. Una noche, justo antes del amanecer, Catronia lo invitó a su habitación por primera vez. La entrada secreta que él había estado buscando estaba localizada en la antecámara, en el fondo del armario. Luego bajaron juntos una enorme escalera muy empinada.
Phury todavía podía recordar la gruesa puerta de roble que se abrió a su paso y la imagen de aquel hombre encadenado, desnudo y con las piernas abiertas, sobre una plataforma cubierta con un tapiz.
Zsadist observaba el techo y tenía el pelo tan largo que caía sobre el suelo de piedra. Estaba afeitado y acicalado, como si lo hubiesen preparado para la visita de su dueña, y olía a costosos perfumes. La mujer se dirigió enseguida al esclavo y lo acarició, mientras que sus rapaces ojos color café proclamaban el hecho de que le pertenecía.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Phury se llevó la mano a la daga. Como si hubiese percibido el movimiento, Zsadist volvió lentamente la cabeza y lo miró con ojos indiferentes. No pareció reconocerlo, sólo lo miró con odio reconcentrado.
Phury sintió que lo sacudía una oleada de rabia y dolor, pero mantuvo su atención en buscar una salida. Al otro lado de la celda había otra puerta, pero no tenía picaporte, sólo una pequeña ranura más o menos a un metro cincuenta de altura. Phury pensó que tal vez podría atravesar por…
En ese momento Catronia comenzó a tocar las partes íntimas de su hermano. Tenía una especie de ungüento en las manos y, mientras frotaba los genitales de su gemelo, decía cosas horribles sobre el tamaño que adquirirían. Phury dejó ver sus colmillos y levantó la daga.
Entonces, se abrió súbitamente la puerta por la que ellos habían entrado y apareció un cortesano afeminado, vestido con una bata de armiño, que le anunció a Catronia que su hellren había regresado de manera inesperada y la estaba buscando. Era evidente que había escuchado rumores sobre la relación de su esposa con Phury.
Éste se acurrucó, preparado para matar a la mujer y al cortesano, pero en ese instante se oyó el eco de muchas personas que se acercaban.
El hellren bajó por las escaleras secretas con su guardia privada e invadió la celda. Parecía estar muy asombrado y claramente se notaba que no sabía que su mujer tenía un esclavo de sangre. Catronia comenzó a hablar, pero él le dio una bofetada tan fuerte que la mandó contra la pared de piedra.
Reinó una terrible confusión. La guardia privada apresó a Phury y el hellren se acercó a Zsadist con un cuchillo.
Matar a todos los soldados de la guardia fue un proceso largo y sangriento y, cuando Phury finalmente acabó con el último de ellos, ya no había rastros de Zsadist, sólo un hilo de sangre que salía de la celda.
Phury salió corriendo por el corredor, a través de los pasadizos subterráneos del castillo, siguiendo el rastro de la sangre. Cuando llegó a la superficie, ya casi estaba amaneciendo, así que supo que tenía que encontrar a Zsadist con rapidez. Se detuvo un momento para ubicarse, cuando oyó el ruido de unos golpes rítmicos que cortaban el aire.
Latigazos.
Entonces fue hacia el lugar del que provenían los ruidos y vio a Zsadist, atado a un árbol que daba sobre el mar, mientras tres guardias lo azotaban salvajemente.
Phury atacó a los guardias y, aunque los hombres lo repelieron con fuerza, estaba como loco. Los asesinó y luego soltó a Zsadist, pero enseguida vio que venían cinco guardias más, que habían salido de la muralla.
Con el sol a punto de salir y la luz quemándole la piel, Phury sabía que no tenía mucho más tiempo. Se cargó a Zsadist sobre los hombros, tomó una de las pistolas de los guardias y se la metió en el cinto. Luego miró el precipicio y el océano abajo. No era la mejor ruta hacia la libertad, pero era mucho mejor que tratar de abrirse paso hasta el castillo. Comenzó a correr, con la esperanza de poder lanzarse al océano.
Una daga lo alcanzó en una pierna y se tambaleó.
No había manera de recuperar el equilibrio o detenerse, así que él y Zsadist rodaron hasta el borde del precipicio y comenzaron a caer rebotando entre las rocas, hasta que una bota de Phury quedó atrapada en una hendidura. Cuando su cuerpo quedó suspendido en el aire, Phury se esforzó por agarrar a Zsadist, pues sabía muy bien que su hermano estaba inconsciente y se ahogaría si caía al agua, sin nadie que lo ayudara.
La piel ensangrentada de Zsadist se fue escurriendo de las manos de Phury hasta que se soltó…
Phury alcanzó a agarrarlo de la muñeca en el último segundo y lo apretó con fuerza. Pero fue tan grande el tirón que sintió una terrible punzada de dolor en la pierna. Los ojos se le nublaron momentáneamente. Luego pareció volver en sí y se volvió a desmayar. Podía sentir el cuerpo de Zsadist balanceándose peligrosamente en el aire y amenazando con soltarse.
Los guardias se asomaron desde el borde y, protegiéndose los ojos con las manos, vieron que la luz del día era cada vez más clara. Soltaron una carcajada, enfundaron de nuevo sus armas y los dieron por muertos.
A medida que el sol subía en el horizonte, la fuerza de Phury iba disminuyendo y se dio cuenta de que no podría sostener a Zsadist durante mucho más tiempo. La luz era cada vez más abrasadora y se sumaba a la agonía que ya sentía. Además, su tobillo seguía atrapado, sin importar lo mucho que se esforzaba por liberarlo.
Phury buscó a tientas la pistola que se había puesto en el cinto y, respirando profundamente, apuntó el cañón hacia la pierna.
Se disparó debajo de la rodilla. Dos veces. El dolor era espantoso, como una bola de fuego dentro del cuerpo, y dejó caer el arma. Apretando los dientes, apoyó contra la roca el pie que tenía libre y empujó con todas sus fuerzas. Cuando la pierna se quebró y se desprendió, lanzó un grito.
Luego sintió que el vacío se lo tragaba.
El mar estaba helado, pero eso hizo que recuperara la conciencia y también le cauterizó la herida, impidiendo que se desangrara. Mareado, con náuseas y desesperado, sacó la cabeza por encima de las olas, mientras seguía sosteniendo a Zsadist de la muñeca. Arrastró a su hermano hasta agarrarlo con los dos brazos y nadó hasta la playa, mientras mantenía la cabeza de Zsadist fuera del agua.
Por fortuna había una cueva cerca del lugar del que se habían lanzado al agua y Phury usó la última reserva de energía que le quedaba para arrastrarse, y arrastrar a su gemelo, hasta la oscura boca de la cueva. Se resguardaron a tientas en el fondo de la gruta y ese abrigo de rocas natural fue el que los salvó, pues les proporcionó la oscuridad que necesitaban.
Lejos de la luz del sol, se escondieron entre las rocas. Phury abrazó a su hermano para mantenerlo caliente y se quedó mirando fijamente la oscuridad, completamente perdido.
Phury se frotó los ojos. ¡Por Dios, la imagen de Zsadist encadenado a esa plataforma…!
Desde el rescate había tenido una pesadilla recurrente, que nunca dejaba de horrorizarlo cada vez que su inconsciente la traía a colación. El sueño siempre era el mismo: se encontraba corriendo escaleras abajo por la entrada secreta y abriendo la puerta de par en par. Zsadist atado. Catronia parada en la esquina, riéndose a carcajadas. Tan pronto él entraba a la celda, Z se volvía a mirarlo con esos ojos negros y sin vida, en medio de una cara aún sin cicatrices, y le decía con voz recia: «Déjame aquí. Quiero quedarme… aquí».
Phury siempre se despertaba en ese momento, sudando.
—¿Qué pasa, hermano? —preguntó Butch con voz ronca pero amable.
Phury lo miró por encima del hombro.
—Estoy disfrutando del paisaje.
—Déjame darte un consejo. Eso está muy bien en una playa tropical, pero no en medio de este frío. Mira, entra y come con nosotros, ¿vale? Rhage quiere tortitas, así que Mary ha hecho una tonelada. Fritz está a punto de morder todos los muebles.
—Sí. Vamos. —Mientras entraban, Phury dijo—: ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro. ¿Qué quieres?
Phury se detuvo junto a la mesa de billar y tomó la bola número ocho.
—Cuando trabajabas en homicidios viste mucha gente jodida ¿no? Gente que había perdido a sus parejas… hijos. —Cuando Butch asintió con la cabeza, Phury siguió—: ¿Alguna vez supiste qué pasó con esa gente? Me refiero a los que sobrevivieron. ¿Sabes si alguna vez superaron el trauma?
Butch se pasó el pulgar por la ceja.
—No lo sé.
—Sí, ya suponía que no hacíais ese tipo de seguimiento…
—Pero puedo decirte que yo nunca he podido olvidarlos.
—¿Te refieres a que la imagen de esos cuerpos que viste se quedó grabada en tu memoria?
El humano negó con la cabeza.
—Te olvidas de los hermanos. Los hermanos y las hermanas.
—¿Qué?
—La gente pierde a su pareja, a sus hijos… y también pierde hermanas y hermanos. Yo perdí una hermana cuando tenía doce años. Dos chicos se la llevaron detrás de la cancha de béisbol de la escuela y abusaron de ella y la golpearon hasta matarla. Yo nunca lo superé.
—¡Por Dios…! —Phury se detuvo, pues se dio cuenta de que no estaban solos.
Zsadist permanecía en el umbral, desnudo de cintura para arriba. Estaba rojo y sudoroso de la cabeza a los pies, como si hubiera corrido un millón de kilómetros en el gimnasio.
Cuando Phury miró a su hermano, sintió una conocida sensación de abatimiento. Siempre ocurría lo mismo, como si Z impusiera un ambiente depresivo.
—Quiero que vosotros dos vengáis conmigo esta noche —dijo Z con brusquedad.
—¿Adónde? —preguntó Butch.
—Bella quiere ir a su casa, pero no me atrevo a llevarla sin contar con refuerzos. Necesito un coche, por si quiere traerse algo, y quiero que alguien inspeccione el lugar antes de que aterricemos allí. La buena noticia es que hay un túnel de escape que sale del sótano, por si la situación se pone fea. Lo revisé totalmente anoche, cuando fui a recoger algunas cosas.
—Cuenta conmigo —dijo Butch.
Los ojos de Zsadist se dirigieron al otro lado del salón.
—¿Tú también, Phury?
Después de un momento, Phury asintió con la cabeza.
—Sí, conmigo también.