20
Bella se despertó horas después, cuando sintió un ruidito. Miró hacia la ventana y observó cómo bajaba la persiana de acero. El amanecer debía de estar cerca.
Sintió un ataque de angustia en el pecho y miró hacia la puerta. Quería ver entrar a Zsadist, quería fijar sus ojos en él y asegurarse de que estaba sano y salvo. Aunque parecía estar normal cuando salió, Bella sabía que lo había sometido a una prueba muy dura.
Cerró los ojos y recordó cómo había aparecido Mary de repente. ¿Cómo había sabido Zsadist que necesitaba una amiga? Y, por todos los demonios, el hecho de que él hubiese ido a buscar a Mary y…
La puerta de la habitación se abrió de par en par sin ningún aviso.
Bella se sentó de un salto y se llevó las mantas a la garganta. Pero la sombra de Zsadist le produjo un asombroso alivio.
—Soy yo —dijo con tono brusco. Cuando entró, llevaba una bandeja y también le colgaba algo del hombro. Un maletín de lona—. ¿Te molesta que encienda alguna luz?
—Hola… —«Me alegra tanto que hayas regresado sano y salvo…», pensó—. En absoluto.
Zsadist encendió varias velas y ella parpadeó por el súbito cambio de iluminación.
—Te he traído algunas cosas de tu casa. —Puso la bandeja de comida sobre la mesita de noche y abrió la bolsa—. Es ropa, una chaqueta y alguna cosa más. También la botella de champú que estaba en la ducha. Un cepillo. Zapatos. Medias para calentarte los pies. También tu diario… Y no te preocupes, no lo he leído ni nada parecido.
—Me sorprendería que lo hubieras hecho. Sé que se puede confiar en ti.
—No, es que soy analfabeto.
Los ojos de Bella brillaron.
—En todo caso —siguió el vampiro con una voz tan dura como la posición de su mandíbula—, pensé que querrías tener algunas de tus pertenencias.
Cuando Zsadist puso el maletín sobre la cama, Bella sólo se quedó mirándolo hasta que, llena de emoción, estiró el brazo para tomarlo de la mano. Al ver que él retrocedía, se sonrojó y miró lo que le había llevado.
¡Dios… la ponía nerviosa ver sus cosas! En especial el diario.
Pero resultó muy reconfortante sacar su jersey rojo favorito, apoyar la nariz sobre él y sentir un halo del perfume que siempre había usado. Y… sí, era el cepillo, su cepillo, el que le gustaba, de cabeza ancha y cuadrada y con cerdas metálicas. Tomó el champú, lo destapó y aspiró. Ahh… Biolage. Totalmente distinto del olor de ese champú que el restrictor la obligaba a usar.
—Gracias. —La voz le tembló cuando sacó el diario—. Muchas gracias.
Bella acarició la tapa de cuero. No iba a abrirlo. Ahora no. Pero pronto…
Levantó la vista para mirar a Zsadist.
—¿Me… me llevarías a mi casa?
—Sí, puedo hacerlo.
—Me asusta ir allí, pero probablemente debería hacerlo.
—Sólo dime cuándo.
Bella reunió valor, pues de repente se sintió interesada en quitar del camino uno de los obstáculos más grandes, y dijo:
—Cuando se haga de noche. Quiero ir cuando anochezca.
—Está bien. Lo haremos. —Zsadist señaló la bandeja—. Ahora, come.
Bella hizo caso omiso de la comida y lo vio dirigirse al armario y quitarse todas las armas de encima. Era muy cuidadoso con ellas y las revisaba exhaustivamente; mientras tanto, ella se preguntaba dónde habría estado… qué habría hecho. Aunque tenía las manos limpias, había sangre negra en los antebrazos.
Prueba de que Zsadist había matado esa noche.
Bella supuso que debería sentir una especie de alegría al saber que había caído otro restrictor. Pero mientras veía a Zsadist caminar hacia el baño con unos pantalones de chándal sobre el brazo, pensó que le interesaba más que él estuviera bien.
Y… también pensó que estaba más interesada en el cuerpo de Zsadist. Se movía como un animal, en el mejor sentido: con un poder latente que se revelaba en cada uno de sus elegantes pasos. El deseo sexual que había despertado en ella desde la primera vez que lo vio, volvió a sacudirla. Lo deseaba.
Cuando la puerta del baño se cerró y la ducha empezó a funcionar, Bella se frotó los ojos y decidió que estaba completamente loca. El hombre había retrocedido con sólo sentir la amenaza de su mano sobre el brazo. ¿Realmente creía que querría estar con ella?
Enojada consigo misma, la vampira miró la comida. Era una especie de pollo a las hierbas, con patatas asadas y calabacín. Había un vaso de agua y otro de vino blanco, además de dos brillantes manzanas verdes y un trozo de tarta de zanahoria. Bella levantó el tenedor y comenzó a pinchar el pollo. Quería comerse lo que había en el plato, sólo porque él había tenido la consideración de llevárselo.
Cuando Zsadist salió del baño, vestido sólo con el pantalón de chándal, Bella se quedó helada y no pudo evitar quedarse mirándolo. Los aros de sus pezones brillaban con la luz de las velas, al igual que los músculos de su estómago y sus brazos. Al lado de la marca en forma de estrella de la Hermandad, había varios rasguños, y un moratón destacaba sobre su pecho desnudo.
—¿Estás herido?
Zsadist se acercó y miró el plato.
—No has comido mucho.
Bella no respondió, pues sus ojos quedaron atrapados por la curva de los huesos de las caderas de Zsadist, que sobresalían por encima de la pretina de los pantalones. ¡Por Dios… sólo un poco más abajo y podría verlo todo!
De repente recordó que lo había visto la noche anterior, cuando estaba restregándose con fuerza con la esponja, pues pensaba que estaba contaminado. Bella tragó saliva y pensó en todo lo que él habría sufrido, lo que le habrían hecho a su sexo. Desearlo, tal como ella lo hacía, parecía… inapropiado. Una invasión. Pero eso no cambiaba lo que sentía.
—No tengo mucha hambre —murmuró Bella.
Zsadist le acercó la bandeja.
—De todas maneras, come.
Cuando ella comenzó otra vez a pinchar el pollo, Zsadist tomó las dos manzanas y atravesó la habitación. Le dio un mordisco a una y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas y la mirada baja. Se puso un brazo sobre el estómago mientras masticaba.
—¿Has cenado abajo? —preguntó Bella.
Zsadist negó con la cabeza y le dio otro mordisco a la manzana.
—¿Eso es todo lo que vas a comer? —Cuando él se encogió de hombros en señal afirmativa, ella murmuró—: ¿Y eres tú el que me dice que coma?
—Sí, soy yo. Así que, ¿por qué no vuelves a tu trabajo, mujer?
—¿No te gusta el pollo?
—No me gusta la comida. —Zsadist tenía los ojos fijos en el suelo, como si no quisiera mirarla. Su voz sonaba cada vez más insistente—. Ahora, come.
—¿Por qué no te gusta la comida?
—No se puede confiar en ella —dijo tajantemente—. A menos que uno mismo la prepare, o pueda ver cómo la preparan, uno no sabe lo que contiene.
—¿Por qué crees que alguien alteraría…?
—¿Te he dicho alguna vez que detesto hablar?
—¿Dormirías a mi lado esta noche? —dijo Bella de manera apresurada, pensando que lo mejor sería tener una respuesta antes de que él se cerrara por completo.
Zsadist enarcó las cejas.
—¿De verdad lo quieres?
—Sí.
—Entonces, sí. Lo haría.
Mientras él mordisqueaba las dos manzanas y ella limpiaba el plato, el silencio no fue exactamente cómodo, pero tampoco fue horrible. Después de terminar el trozo de tarta de zanahoria, Bella fue al baño y se cepilló los dientes. Cuando regresó, Zsadist estaba terminando de pelar el corazón de la última manzana con sus colmillos, aprovechando los trocitos que todavía quedaban.
No podía entender cómo podía luchar con esa dieta. Tendría que comer más.
Y tuvo ganas de decir algo, pero en lugar de eso se deslizó en la cama y se acomodó, esperándolo. A medida que los minutos pasaban y lo único que él hacía era seguir mordisqueando la manzana, Bella sintió que no soportaba más la tensión.
«Es suficiente», pensó. Realmente debería irse a algún otro lugar de la casa. Estaba utilizando a Z en su propio beneficio, y eso no era justo.
Se estiró para apartar las mantas justo cuando él se levantó del suelo. Mientras caminaba hacia la cama, ella se quedó helada. Dejó los dos corazones de manzana junto al plato y luego cogió la servilleta que ella había usado para limpiarse la boca. Después de secarse las manos con la servilleta, tomó la bandeja y la sacó de la habitación. La dejó en el pasillo, al lado de la puerta.
Cuando regresó, Zsadist fue hasta el otro lado de la cama y se acostó. El colchón se hundió bajo su peso. Cruzó los brazos sobre el pecho, se acurrucó y cerró los ojos.
Las velas se fueron apagando, una por una. Cuando sólo quedaba una ardiendo, Zsadist dijo:
—La dejaré encendida para que puedas ver.
Bella lo miró.
—¿Zsadist?
—¿Sí?
—Cuando estaba… —Se aclaró la garganta—. Cuando estaba en ese agujero en el suelo, pensaba en ti. Quería que fueras a buscarme. Sabía que tú podrías rescatarme.
Zsadist arrugó la frente, aunque tenía los párpados cerrados.
—Yo también pensaba en ti.
—¿De verdad? —Zsadist movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo en señal de afirmación, pero ella volvió a decir—: ¿De verdad?
—Sí. Algunos días… eras lo único en lo que podía pensar.
Bella sintió que abría los ojos como platos. Se acercó a él y apoyó la cabeza en su brazo.
—¿En serio? —Al ver que no respondía, insistió—: ¿Por qué?
Zsadist respiró profundo.
—Quería que regresaras. Eso es todo.
¡Ay… así que sólo estaba haciendo su trabajo!
Bella dejó caer el brazo y le dio la espalda.
—Bueno… gracias por ir a rescatarme.
En medio del silencio, se quedó observando cómo la vela se consumía sobre la mesita. La llama en forma de lágrima ondulaba con tanta elegancia…
De pronto Zsadist dijo en voz baja:
—Detestaba la idea de que estuvieras asustada y sola. Que alguien te hiciera daño. No podía… dejar las cosas así.
Bella dejó de respirar y lo miró por encima del hombro.
—No dormí ni un minuto en esas seis semanas —murmuró Zsadist—. Cada vez que cerraba los ojos, sólo podía verte pidiendo ayuda.
¡Por Dios, aunque su cara tenía una expresión dura, la voz de Zsadist era tan suave y hermosa como la llama de la vela!
Zsadist volvió la cabeza hacia ella y abrió los ojos. Esa mirada negra parecía llena de emoción.
—No sabía cómo podrías sobrevivir tanto tiempo. Estaba seguro de que estabas muerta. Pero luego encontramos el lugar y te saqué de ese agujero. Cuando vi lo que te habían hecho…
Bella se dio la vuelta lentamente, pues no deseaba asustarlo.
—No recuerdo nada de eso.
—Bien, eso es bueno.
—Algún día… Necesitaré saberlo. ¿Me lo contarás?
Zsadist cerró los ojos.
—Si realmente necesitas conocer los detalles.
Se quedaron callados un rato y luego Zsadist se dio la vuelta hacia ella.
—Odio preguntarte esto, pero ¿qué apariencia tiene ese asesino? ¿Puedes recordar algo específico sobre él?
«Muchas cosas», pensó Bella. «Demasiadas».
—Él… se tiñe el pelo de marrón.
—¿Qué?
—Quiero decir que estoy bastante segura de que lo hace. Más o menos cada semana se metía al baño y yo podía oler el tinte. Y a veces se le notaban las raíces. Una pequeña línea blanca justo sobre el cuero cabelludo.
—Pero pensé que el proceso de decoloración era bueno, porque significaba que llevaban más tiempo en la Sociedad.
—No lo sé. Creo que él tenía… o tiene… una posición de poder. Por lo que podía oír desde el agujero, los otros restrictores parecían tenerle respeto. Y lo llamaban «O».
—¿Algo más?
Bella se estremeció, pues recordó la pesadilla que había vivido.
—Él me amaba.
Zsadist dejó escapar un gruñido profundo y terrible. A Bella le gustó. La hizo sentirse protegida. Le dio fuerzas para seguir hablando.
—El restrictor, él decía que… me amaba, y en realidad lo hacía. Estaba obsesionado conmigo. —Bella soltó lentamente el aire, en un intento por tranquilizar su corazón—. Al comienzo le tenía pavor, pero después de un tiempo comencé a usar esos sentimientos en su contra. Quería hacerle daño.
—¿Y lo hiciste?
—A veces, sí. Le hice… llorar.
Zsadist adoptó una extraña expresión. Como si sintiera… envidia.
—¿Y cómo te sentiste?
—No quiero decírtelo.
—¿Porque disfrutaste?
—No quiero que pienses que soy cruel.
—La crueldad es diferente de la venganza.
Bella se imaginaba que eso era cierto en el mundo de un guerrero.
—No estoy segura de estar de acuerdo.
Zsadist la miró fijamente.
—Hay personas que te van a ahvenge. Tú lo sabes, ¿verdad?
Bella se imaginó a Zsadist saliendo en medio de la noche a cazar al restrictor y no pudo soportar la idea de que le pasara algo. Luego pensó en su hermano, lleno de rabia y orgullo, también dispuesto a matar al asesino.
—No… No quiero que lo hagas. Ni tú, ni Rehvenge, ni nadie más.
De repente se sintió un viento helado que recorrió toda la habitación, como si hubiesen abierto una ventana. Bella miró a su alrededor y se dio cuenta de que el frío procedía del cuerpo de Zsadist.
—¿Tienes compañero? —preguntó abruptamente.
—¿Por qué lo preguntas?… Ah, no, Rehvenge es mi hermano. No mi compañero.
Los enormes hombros descansaron. Pero luego Zsadist frunció el ceño.
—¿Alguna vez has tenido uno?
—¿Un compañero? Sí, por poco tiempo. Las cosas no funcionaron.
—¿Por qué?
—Debido a mi hermano. —Bella hizo una pausa—. En realidad, eso no es verdad. Pero cuando el hombre no fue capaz de oponerse a Rehv, le perdí el respeto. Y luego… luego el tipo filtró algunos detalles de nuestra relación a la glymera y las cosas se volvieron… complicadas.
En realidad se volvieron horribles. La reputación del hombre permaneció intacta, desde luego, mientras que la de ella se hizo añicos. Tal vez ésa era la razón por la que se sentía tan atraída por Zsadist. A Z no le importaba lo que la gente pensaba de él. No recurría a subterfugios, ni modales engañosos para esconder sus pensamientos y sus instintos. Era honesto, y ese candor, aunque sólo sirviera para revelar su rabia, hacía que fuera muy fiable.
—¿Vosotros dos erais…? —Zsadist dejó la pregunta en el aire.
—Éramos ¿qué?
—¿Amantes? —En cuanto acabó de pronunciar esa palabra, Zsadist lanzó una maldición—. No importa, no es de mi…
—Ah, sí, lo éramos. Rehv lo descubrió y ahí fue cuando empezaron los problemas. Tú sabes cómo es la aristocracia. ¿Una mujer que se acuesta con alguien que no es su marido? Puedes estar seguro de que queda manchada para toda la vida. Quiero decir que siempre quise haber nacido en una familia común y corriente. Pero uno no puede elegir su linaje, ¿o sí?
—¿Amabas a ese hombre?
—Pensaba que sí. Pero… no. —Bella recordó la calavera que había junto al jergón de Zsadist—. ¿Alguna vez has estado enamorado?
Zsadist torció la boca en un gesto feroz.
—¿Tú qué crees?
Al ver que ella retrocedía asustada, él cerró los ojos.
—Lo siento. Quiero decir que no. Eso era un no.
Entonces, ¿por qué guardaba esa calavera? ¿De quién era? Bella estaba a punto de preguntar, cuando él la interrumpió.
—¿Tu hermano cree que va a atrapar a ese restrictor?
—Sin duda. Rehvenge es… Bueno, ha sido el jefe de la familia desde que mi padre murió, cuando yo era muy joven, y es muy agresivo. Extremadamente agresivo.
—Bueno, dile que se quede quieto. Yo te voy a ahvenge.
Bella lo miró a los ojos con angustia.
—No.
—Sí.
—Pero no quiero que lo hagas. —No podría vivir si resultaba muerto en el proceso.
—Y yo no me puedo contener. —Zsadist cerró los ojos—. Dios mío, no puedo respirar cuando pienso en que ese bastardo anda suelto por ahí. Tiene que morir.
El temor, la gratitud y algo inmensamente cálido se apoderaron del pecho de Bella y, de manera impulsiva, se inclinó y besó a Zsadist en los labios.
Él se echó hacia atrás con un silbido y los ojos más abiertos que si lo hubiese abofeteado.
¿Por qué había hecho eso?
—Lo siento. Lo siento. Yo…
—No, está bien. Todo está bien. —Zsadist se dio la vuelta hasta quedar otra vez de espaldas, y se llevó la mano a la boca. Se pasó los dedos por los labios, como si se estuviera limpiando el beso.
Cuando oyó que ella resoplaba con rabia, dijo:
—¿Qué sucede?
—¿Soy tan desagradable?
Zsadist dejó caer el brazo.
—No.
«¡Vaya mentira!».
—¿Quieres que te traiga una toalla húmeda?
Antes de que ella saltara de la cama, Zsadist la agarró del brazo.
—Ha sido mi primer beso, ¿vale? Simplemente, no lo esperaba.
Bella dejó de respirar. ¿Cómo era posible?
—Ay, mierda, no me mires así. —Zsadist la soltó.
Su primer beso… Era asombroso, no podía creerlo. Había sufrido más de lo que imaginaba.
—Zsadist.
—¿Qué?
—¿Me dejarías hacerlo otra vez?
Hubo una larga pausa. Ella se le acercó más, deslizándose por debajo de las sábanas y las mantas.
—No te tocaré en ninguna otra parte. Sólo mis labios. Sobre los tuyos.
«Vuelve la cabeza», deseó ella. «Vuelve la cabeza y mírame».
Y entonces él lo hizo.
Bella no se quedó esperando una invitación, ni que Zsadist cambiara de opinión. Apoyó sus labios sobre los de él con fuerza, y luego le hizo presión en la boca. Al ver que él no respondía, volvió a hacer contacto y esta vez lo acarició. Zsadist contuvo la respiración.
—¿Zsadist?
—Sí —susurró él.
—Afloja la boca.
Teniendo cuidado de no asustarlo, Bella se apoyó sobre los antebrazos y volvió a acercarse. Los labios de Zsadist eran increíblemente suaves, excepto en el lugar donde el superior estaba desfigurado. Para asegurarse de que él supiera que esa imperfección no le molestaba, Bella le prestó especial atención a ese lugar y volvía ahí una y otra vez.
Y de pronto sucedió: Zsadist comenzó a besarla. Fue sólo un ligero movimiento de la boca, pero ella lo sintió en el corazón. Cuando volvió a hacerlo, lo animó con un pequeño gemido y dejándolo tomar el control.
¡Era maravillosamente extraño, parecía tan inseguro, tanteando el camino a través de la boca de ella con la más suave de las caricias! Zsadist la besó con dulzura y con cuidado, y su boca sabía a manzanas y a hombre. Y el contacto entre ellos, aunque leve y lento, fue suficiente para excitarla.
Cuando Bella asomó la lengua y lo lamió, él se retiró de inmediato.
—No sé qué estoy haciendo aquí.
—Sí, sí lo sabes. —Bella se inclinó para mantener la conexión—. Claro que lo sabes.
—Pero…
Bella lo hizo callar con la boca y no pasó mucho tiempo antes de que él retomara el juego. Cuando ella sacó la lengua otra vez, él abrió los labios y su propia lengua se encontró con la de Bella, resbaladiza y caliente. Comenzó un pequeño remolino… y luego él estaba dentro de su boca, empujando, buscando.
La hembra sintió que Zsadist la deseaba, que el calor y los deseos de su enorme cuerpo estaban aumentando. Quería que extendiera los brazos y la arrastrara hacia él. Pero al ver que no lo hacía, se echó hacia atrás y lo miró. Zsadist tenía las mejillas encendidas y los ojos le brillaban. La deseaba, pero no hizo ningún movimiento para acercarse. Y ella tampoco iba a hacerlo.
—Quiero tocarte —dijo Bella.
Pero cuando levantó la mano, él se puso rígido y le agarró la muñeca con fuerza. El miedo tembló bajo la superficie de su piel y Bella pudo sentirlo activándose sobre su cuerpo como una red de alta tensión. Entonces esperó a que él se hiciera a la idea, no quería presionarlo.
Zsadist le fue soltando la muñeca lentamente.
—Sólo… ve despacio.
—Lo prometo.
Bella empezó con el brazo y deslizó los dedos hacia arriba y hacia abajo sobre la piel suave. Zsadist siguió el movimiento con los ojos y una expresión aprensiva que no la ofendió, mientras observaba cómo los músculos se estremecían y temblaban a medida que ella los tocaba. Bella lo acarició lentamente, permitiendo que él se acostumbrara a sentirla, y cuando estuvo segura de que se sentía cómodo, se inclinó hacia delante y apoyó los labios contra los bíceps. Luego el hombro. La clavícula. La parte superior de los pectorales.
Bella se dirigía al pezón con el piercing.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de aquel aro de plata con una bolita, levantó los ojos para mirarlo. Zsadist tenía los ojos muy abiertos, tan abiertos que la parte blanca se veía alrededor de los iris negros.
—Quiero besarte aquí —dijo Bella—. ¿Puedo?
Zsadist asintió con la cabeza y se humedeció los labios.
Cuando la boca de Bella hizo contacto, se sacudió como si alguien lo hubiera tirado al mismo tiempo de los brazos y las piernas. Pero ella no se amedrentó. Se metió el piercing en la boca y lo rodeó con la lengua.
Zsadist soltó un gemido que resonó como un rumor dentro de su pecho. Luego tomó aire de manera ruidosa. Tenía la cabeza contra la almohada, pero la mantenía en una postura que le permitía seguir vigilándola.
Cuando ella retorció el arito de plata y le dio un pequeño tirón, Zsadist arqueó el torso sobre la cama, doblando una pierna y clavando el talón en el colchón. Bella estimuló el pezón una y otra vez, hasta que él arrugó la colcha con sus puños.
—Ay… por Dios, Bella… —Zsadist respiraba con dificultad y su cuerpo emitía calor—. ¿Qué me estás haciendo?
—¿Quieres que me detenga?
—Eso o que lo hagas con más decisión.
—¿Qué tal un poco más?
—Sí… un poco más.
Bella lo fue estimulando con la boca, mientras jugueteaba con el aro, hasta que las caderas de Zsadist comenzaron a menearse.
Cuando miró hacia abajo, hacia el resto del cuerpo de Zsadist, Bella perdió el ritmo. Él tenía una erección enorme, que estaba haciendo presión contra el nailon de sus pantalones, y ella pudo verlo todo: la cabeza roma con sus elegantes bordes, el tallo grueso, los testículos debajo.
Zsadist era… enorme.
Bella sintió enseguida humedad entre sus muslos, y lo miró. Él todavía tenía los párpados y la boca abiertos, y su expresión se debatía entre el asombro, la impresión y el deseo.
Bella estiró la mano y le metió el pulgar entre los labios.
—Chúpame.
Zsadist succionó con fuerza, mientras la miraba y ella seguía en lo suyo. La hembra pudo sentir cómo comenzaba a apoderarse de él un cierto frenesí. La lujuria crecía dentro de él, convirtiéndolo en un barril lleno de explosivos y, ¿por qué negarlo?, eso era lo que ella deseaba. Quería que estallara sobre ella. Dentro de ella.
Bella le soltó el pezón, sacó el pulgar de su boca y volvió a inclinarse para embestirlo con la lengua entre los labios. Al sentir la invasión, el macho soltó un rugido salvaje y todo su cuerpo se sacudió contra la colcha, que tenía agarrada entre los puños.
Bella deseaba que él se relajara y la tocara, pero no podía esperar. Esa primera vez tendría que tomar el control. Así que empujó las mantas hacia un lado, deslizó la parte superior del tronco sobre el pecho de Zsadist y le pasó una pierna por encima de las caderas.
En cuanto sintió el peso de Bella sobre su cuerpo, Zsadist se quedó rígido y dejó de besarla.
—Zsadist, ¿qué pasa?
Se la quitó de encima con tanta fuerza que Bella rebotó contra el colchón.
Se levantó corriendo de la cama, jadeando y agotado, mientras su cuerpo se debatía entre el pasado y el presente, atrapado entre la espada y la pared.
Una parte de él quería más de lo que Bella le estaba haciendo. ¡Demonios, se moría por seguir explorando la novedosa sensación de estar excitado! Era increíble. Una revelación. Lo único bueno que había sentido en… toda su vida.
Santa Virgen del Ocaso, ahora entendía por qué los machos eran capaces de matar para proteger a sus compañeras.
Pero no podía soportar la idea de tener encima a una mujer, ni siquiera a Bella, y el pánico que sentía en este momento era peligroso. ¿Qué pasaría si la atacaba? ¡Por Dios, ya la había lanzado al otro lado de la maldita cama!
Zsadist la miró de reojo. Estaba increíblemente hermosa en medio de las sábanas revueltas y los almohadones diseminados por todas partes. Pero la verdad era que le tenía pánico y, debido a eso, tenía miedo de lo que le podía pasar a ella. A pesar de lo mucho que le habían gustado las caricias y los besos del comienzo, todo eso era un estímulo demasiado peligroso para él. Y no podía ponerse en una posición en la que pudiera perder el control.
—No volveremos a hacer eso nunca —dijo Zsadist—. Aquí no ha pasado nada.
—Pero te ha gustado —dijo Bella con voz suave pero firme—. He sentido las palpitaciones de tu sangre bajo mis manos.
—Sin discusión.
—Tu cuerpo está listo para mí.
—¿Acaso quieres resultar herida? —Al ver que ella se aferraba a un almohadón, Zsadist insistió—. Porque, para ser francos, el sexo y yo sólo funcionamos de una manera, y te aseguro que no quieres ser parte de eso.
—Me gustó la manera en que me besaste. Quiero estar contigo. Hacer el amor contigo.
—¿Hacer el amor? ¿Hacer el amor? —Zsadist abrió los brazos—. Bella… lo único que te puedo ofrecer es sexo. Y te aseguro que no te va a gustar. Además, francamente, a mí tampoco me gustaría follarte. Tú eres mucho mejor que las demás, mereces más que eso.
—Sentí tus labios sobre los míos. Fuiste tan gentil…
—Ay, por favor…
—¡Cállate y déjame terminar!
Z se quedó boquiabierto, como si Bella acabara de darle una patada en el trasero. Nadie había usado ese tono con él nunca. Y aunque eso ya era suficientemente extraño como para llamar su atención, el hecho de que ella fuera quien lo hiciera lo sorprendió aún más.
Bella se apartó el pelo detrás de los hombros.
—Si no quieres estar conmigo, está bien. Sólo dilo. Pero no te escondas detrás de la farsa de querer protegerme. ¿Crees que no sé que el sexo contigo será rudo?
—¿Por eso quieres hacerlo? —preguntó Zsadist con voz apagada—. ¿Acaso crees que, después de estar con ese restrictor, sólo mereces que te lastimen?
Bella frunció el ceño.
—En absoluto. Si sólo así puedo tenerte, entonces así es como te tendré.
Zsadist se pasó varias veces la mano por la cabeza, con la esperanza de que la fricción pusiera a trabajar su cerebro.
—Creo que estás confundida. —Clavó la mirada en el suelo—. No tienes idea de lo que estás diciendo.
—¡Maldito arrogante de mierda! —gritó ella.
Z levantó la cabeza enseguida. Bueno, acababa de recibir otra patada en el trasero…
—¿Perdón?
—Haznos a los dos un favor y no trates de pensar por mí, ¿vale? Porque siempre te vas a equivocar. —Luego se dirigió al baño y cerró la puerta de un golpe.
Zsadist parpadeó un par de veces. ¿Qué demonios había sucedido?
Miró alrededor de la habitación, como si los muebles o tal vez las cortinas pudieran ayudarlo. Luego su agudo sentido del oído percibió un sonido suave. Bella estaba… llorando.
Maldiciendo, Zsadist se dirigió al baño. No golpeó antes, sólo giró el picaporte y entró. Ella estaba de pie junto a la ducha, con los brazos cruzados y los ojos azules anegados en lágrimas.
¡Ay… Dios! ¿Qué se suponía que debía hacer un hombre en esa situación?
—Lo siento —murmuró Zsadist—. Si… herí tus sentimientos o algo así.
Ella lo miró con rabia.
—No estoy triste. Estoy furiosa y sexualmente frustrada.
Zsadist levantó la cabeza y siguió:
—Voy a decírtelo otra vez, Zsadist. Si no quieres estar conmigo, está bien, pero no trates de decirme que no sé lo que quiero.
Z se puso las manos en las caderas y miró el suelo de baldosines. «No digas nada, imbécil. Sólo mantén tu boca…».
—No es eso —dijo de manera atropellada, mientras se maldecía mentalmente. Hablar no era bueno. Hablar era una idea verdaderamente mala…
—No es ¿qué? ¿Quieres decir que sí me deseas?
Z pensó en esa cosa que todavía estaba tratando de salirse de sus pantalones. Bella tenía ojos. Podía verla.
—Tú sabes que te deseo.
—Entonces, si estoy dispuesta a estar contigo… a tu manera… —Bella guardó silencio un momento y él tuvo la sensación de que se ruborizaba—. Entonces, ¿por qué no podemos estar juntos?
Z contuvo la respiración hasta que los pulmones le ardieron y el corazón comenzó a palpitarle como loco. Se sentía como si estuviera mirando hacia abajo desde el borde de un precipicio. Por Dios, no podía decírselo… Pero lo hizo.
El estómago se le revolvió mientras las palabras salían de su boca.
—Ella siempre se ponía encima de mí. La Señora, mi dueña. Cuando ella… venía a verme, siempre se ponía encima. Tú… te apoyaste sobre mi pecho y… sí, así no puedo.
Zsadist se frotó la cara con las manos, tratando de esconderse de la mirada de Bella y para aliviar el dolor de cabeza que sintió de repente.
Oyó que alguien suspiraba y se dio cuenta de que era Bella.
—Zsadist, lo siento. No sabía…
—Sí… mierda… tal vez puedas olvidar lo que he dicho. —¡Dios, tenía que alejarse de ella antes de que su boca siguiera parloteando!—. Mira, voy a…
—¿Qué te hizo esa mujer? —preguntó Bella con una voz casi inaudible.
Zsadist la miró con rabia. «No te lo diré», pensó.
Bella se acercó.
—Zsadist, ¿acaso… te obligó a estar con ella en contra de tu voluntad?
Zsadist dio media vuelta.
—Voy al gimnasio. Te veré más tarde.
—Espera…
—Más tarde, Bella. No puedo… hacer esto.
Al salir, Z agarró sus zapatillas Nike y su MP3.
Lo que necesitaba en ese momento era una buena carrera. Una larga… carrera. ¿Qué importaba que no lo llevara a ninguna parte? Al menos podría tener la ilusión de escapar de sí mismo.