19
John mantuvo la cabeza gacha y trató de conservar la calma.
El vestuario estaba lleno de vapor, voces y del ruido de las toallas mojadas golpeando sobre los traseros desnudos. Los estudiantes se habían quitado el uniforme sudado y se estaban duchando, antes de comer algo e ir al salón de clases.
Se respiraba el ambiente normal de un vestuario de muchachos, pero el asunto era que John no quería desnudarse allí. Aunque todos eran de su mismo tamaño, la escena parecía salida de cualquier pesadilla de las que había tenido en secundaria, hasta que abandonó el sistema educativo cuando tenía dieciséis años. Y ahora estaba demasiado exhausto para lidiar con esa situación.
Se imaginaba que debía de ser medianoche, pero se sentía como si fueran las cuatro de la mañana… como si fuera el día siguiente. El entrenamiento había sido agotador para él. Ninguno de los otros era fuerte, pero todos podían mantener las posiciones que Phury y Tohr les habían enseñado. ¡Demonios, algunos lo hacían hasta con naturalidad! Pero John era un desastre. Sus pies eran lentos, siempre tenía las manos en el lugar equivocado, y a destiempo. No tenía coordinación física. ¡Sin importar lo mucho que se esforzara, no era capaz de encontrar el equilibrio! Su cuerpo era como una bolsa de agua gelatinosa; si se movía en una dirección, se caía de bruces.
—Será mejor que te des prisa —dijo Blaylock—. Sólo tenemos ocho minutos.
John miró hacia la puerta de las duchas. Las llaves todavía estaban abiertas, pero hasta donde podía ver no había nadie ahí. Se quitó rápidamente el uniforme y se metió en…
¡Mierda! Lash estaba en el rincón. Como si hubiese estado esperando.
—Oye, gigante —le dijo el chico cuando lo vio, arrastrando las palabras—. La verdad es que no pareces…
Lash dejó de hablar y sólo se quedó mirando el pecho de John.
—Tú, maldito… —dijo. Y luego salió de las duchas.
John bajó la vista hacia la marca circular que tenía sobre el pectoral izquierdo, con la cual había nacido… la que Tohr le había contado que recibían los miembros de la Hermandad durante su iniciación.
¡Genial! Ahora podía añadir esa marca de nacimiento a la lista de cosas sobre las que no quería hablar con sus compañeros.
Cuando salió de la ducha con una toalla alrededor de la cintura, todos los chicos, incluso Blaylock, estaban juntos. Mientras lo observaban como si fueran un solo individuo, John se preguntó si los vampiros tendrían instintos gregarios, como los lobos o los perros.
Al ver que lo seguían mirando, pensó: «Ah, sí. Eso parece una respuesta afirmativa».
Bajó la cabeza y fue hasta su taquilla. Estaba deseando que ese día terminara.
‡ ‡ ‡
Alrededor de las tres de la mañana, Phury caminaba rápidamente por la calle 10 hacia ZeroSum. Butch estaba esperando a la entrada, ante la puerta cromada del club, caminando despreocupadamente, a pesar del frío. Estaba muy atractivo con su abrigo largo de cachemira y su gorra de los Medias Rojas sobre los ojos.
—¿Qué tal ha ido todo? —preguntó Butch, cuando se estrecharon las manos.
—Fatal, no sabemos nada de los restrictores. Nadie ha averiguado nada. Oye, hermano, gracias por la compañía, la necesito.
—De nada. —Butch se caló la gorra todavía más. Al igual que los hermanos, se esforzaba por pasar desapercibido. Cuando era detective de homicidios había ayudado a encarcelar a varios traficantes de drogas, así que prefería que no le reconocieran en ciertos ambientes.
Dentro del club la música tecno era insoportable. Igual que las luces, y los humanos. Pero Phury tenía sus razones para querer ir allí, y Butch estaba siendo amable. Más o menos.
—Este sitio es una mierda —dijo el policía, mientras miraba a un tipo vestido de rosa y con el maquillaje a juego con la ropa—. ¡Prefiero mil veces a un grupo de patanes tomando cerveza que esta mierda!
Cuando llegaron a la sección VIP, les abrieron la cuerda de satén que hacía de barrera para que pudieran pasar.
Phury le hizo un gesto con la cabeza al vigilante y miró a Butch.
—No tardaré mucho.
—Sabes dónde encontrarme.
Mientras el policía avanzaba hacia la mesa, Phury caminó hasta el fondo de la zona VIP y se detuvo frente a los dos negros que custodiaban la puerta privada del Reverendo.
—Le diré que está usted aquí —dijo el de la izquierda.
Un segundo después lo dejaron entrar. La oficina era una cueva mal iluminada y de techo bajito y el vampiro que estaba detrás del escritorio dominaba el espacio, en especial cuando se puso de pie.
El Reverendo medía casi dos metros y la cresta con que se peinaba le sentaba tan bien como los trapos italianos con que se vestía. Tenía una expresión despiadada e inteligente, que cuadraba a la perfección con el peligroso negocio en que se movía. Sus ojos, sin embargo… no encajaban con el resto de su persona. Eran curiosamente hermosos, del color de las amatistas, un púrpura oscuro que brillaba.
—Regresaste muy pronto —dijo el Reverendo con un tono profundo, un poco más duro de lo normal.
«Dame la mercancía y muévete», pensó Phury.
Sacó el fajo de dinero y retiró tres billetes. Los puso sobre la tapa de cromo del escritorio.
—El doble de lo usual. Y la quiero en cuartos.
El Reverendo sonrió con indiferencia y se dirigió a alguien a quien Phury no podía ver.
—Rally, tráele al hombre lo que necesita. Y llena esas onzas. —Un secuaz salió de entre las sombras y se metió por una puerta diminuta que había en el rincón.
Cuando se quedaron solos, el Reverendo caminó alrededor del escritorio lentamente, como si tuviera aceite en las venas, lleno de un poder sinuoso. Se acercó lo suficiente como para que Phury deslizara una mano en su chaqueta y agarrara una de sus armas.
—¿Estás seguro de que no podemos llamar tu atención hacia algo más fuerte? —dijo el Reverendo—. Ese humo rojo es para principiantes.
—Si quisiera algo más, lo pediría.
El vampiro se detuvo junto a él. Muy cerca.
Phury frunció el ceño.
—¿Hay algún problema?
—Tienes un cabello hermoso, ¿lo sabías? Es como el de una hembra. Todos esos colores distintos. —La voz del Reverendo sonaba extrañamente hipnótica y sus ojos púrpura brillaban con una luz engañosa—. Hablando de hembras, he oído que no aprovechas lo que mis damas te ofrecen. ¿Es cierto eso?
—¿Qué te importa?
—Sólo quiero estar seguro de que atendemos tus necesidades. La satisfacción del cliente es tan importante… —El hombre se acercó todavía más y señaló con la cabeza el brazo de Phury, el que había desaparecido en la chaqueta—. Tienes la mano sobre el gatillo de un arma, ¿no es cierto? ¿Acaso me tienes miedo?
—Sólo quiero estar seguro de que puedo encargarme de ti.
—Ah, ¿de verdad?
—Sí.
El Reverendo sonrió y sus colmillos brillaron.
—¿Sabes? He oído un rumor… acerca de un miembro de la Hermandad que es célibe. Sí, imagínate, un guerrero con votos de castidad. Y también he oído otras cosas sobre ese hombre. Sólo tiene una pierna. Tiene un gemelo sociópata y con la cara cortada. ¿Por casualidad sabes algo de ese hermano?
Phury negó con la cabeza.
—No.
—Ah, qué gracioso. Te he visto con un tipo que parece que llevara puesta una máscara de Halowen. De hecho, te he visto con un par de tipos que coinciden con las descripciones que he oído. No crees que…
—Hazme un favor y tráeme mi mercancía. Estaré afuera esperando. —Phury dio media vuelta. Para empezar, no estaba de buen humor: se sentía frustrado por no haber tenido una pelea y estaba sangrando por dentro por el rechazo de Bella. No era el momento para inventarse un conflicto. Estaba al borde de un ataque.
—¿Eres célibe porque te gustan los machos?
Phury miró por encima del hombro.
—¿Qué es lo que te pasa hoy? Siempre eres raro, pero hoy estás hecho un idiota.
—¿Sabes? Tal vez sólo necesitas dar el primer paso. No tengo hombres, pero estoy seguro de que podemos encontrar uno que sea complaciente.
Por segunda vez en las últimas veinticuatro horas, Phury perdió el control. Atravesó la oficina, agarró al Reverendo de las solapas del vestido Gucci y lo tiró contra la pared.
Phury se inclinó sobre el pecho del Reverendo.
—¿Por qué diablos me estás provocando? ¿Quieres pelearte conmigo?
—¿Vas a besarme antes de tener sexo? —murmuró el Reverendo, todavía en broma—. Me refiero a que es lo menos que puedes hacer, teniendo en cuenta que sólo nos conocemos en el terreno profesional. ¿O acaso no estás excitado?
—Vete a la mierda.
—¡Vaya, ésa sí que es una respuesta original! Esperaba algo más interesante de ti.
—Muy bien. ¿Qué tal esto?
Phury le dio un puñetazo en la boca y el pretendido beso no fue más que un golpe, nada remotamente sexual. Y lo hizo sólo para quitarle la expresión de burla a ese bastardo. Funcionó. El Reverendo se quedó tieso y gruñó, y Phury supo que había acabado con su farsa. Pero, sólo para asegurarse de que había aprendido la lección, le cortó el labio inferior con un colmillo.
En cuanto la sangre tocó su lengua, Phury se echó hacia atrás y abrió la boca. Impresionado, dijo:
—Vaya, mira qué sorpresa, devorador de pecados.
Al oír esa expresión, el Reverendo se puso muy serio. En medio del silencio que siguió, parecía estar considerando la posibilidad de negarlo.
Phury negó con la cabeza.
—Ni siquiera lo intentes. Puedo sentirlo.
Los ojos de amatista se entrecerraron.
—El término políticamente correcto es symphath.
Phury apretó las manos en un acto reflejo. «¡Mierda, un symphath!». Aquí en Caldwell y viviendo entre los vampiros. Tratando de hacerse pasar por un simple civil.
¡Dios, era una información crucial! Lo último que Wrath necesitaba era otra guerra civil entre la especie.
—Me gustaría dejar clara una cosa —dijo el Reverendo con voz suave—. Si me delatas, perderías a tu proveedor. Piensa en eso. ¿Dónde vas a conseguir lo que necesitas si yo salgo del juego?
Phury miró fijamente aquellos ojos púrpura, mientras seguía considerando las implicaciones del descubrimiento. Iba a contárselo a los hermanos enseguida, y vigilaría al Reverendo muy de cerca. En cuanto a delatarlo… La discriminación que los symphaths habían soportado a lo largo de la historia siempre le había parecido injusta, le parecía que debía ser tratados como los demás, mientras no empezaran a sacarse trucos de la manga. Y el Reverendo llevaba al menos cinco años al frente del club sin que hubiese habido ningún problema relacionado con un comportamiento symphath.
—Vamos a hacer un pequeño trato —dijo Phury, mirando fijamente los ojos violeta—. Yo me quedo callado y tú sigues como hasta ahora, sin llamar la atención sobre tu condición. Además, no volverás a molestarme nunca más. No voy a permitir que escarbes en mis emociones, que era lo que estabas haciendo hacía un momento, ¿no es cierto? Querías que me irritara porque estabas ávido por sentir esa emoción.
El Reverendo iba a decir algo, pero en ese momento la puerta de la oficina se abrió de par en par. De pronto apareció una vampiresa que se quedó inmóvil cuando vio lo que, sin duda, debía de ser un cuadro muy llamativo: dos machos muy juntos, el labio del Reverendo sangrando y Phury con sangre en la boca.
—Lárgate de aquí —gritó el Reverendo.
La mujer retrocedió tan rápidamente que se tropezó y se golpeó el codo con el marco de la puerta.
—Entonces, ¿tenemos un trato? —dijo Phury cuando la mujer se fue.
—Si admites que eres un hermano.
—No lo soy.
Los ojos del Reverendo brillaron.
—Sólo que no te creo.
De repente, Phury se dio cuenta de que no era accidental que lo de la Hermandad hubiese salido a la luz esta noche. Se inclinó sobre el hombre con brusquedad.
—Me preguntó cómo te iría si se supiera lo de tu identidad.
—Está bien. —El Reverendo tomó aire—. Tenemos un trato.
‡ ‡ ‡
Butch levantó la vista cuando regresó la mujer que había enviado a ver si Phury estaba bien. Por lo general, la compra de mercancía era bastante rápida, pero hoy ya llevaba más de veinte minutos.
—¿Mi amigo todavía está allí? —preguntó Butch, mientras notaba casualmente que la mujer se estaba frotando el codo, como si le doliera.
—Ah, claro que está ahí dentro. —Cuando ella le lanzó una sonrisa forzada, Butch se dio cuenta de que era una vampira. Esa sonrisita era un gesto que todos hacían cuando estaban entre humanos.
Y era más o menos atractiva, supuso Butch, con ese cabello rubio largo y la ropa de cuero negro y esos senos y esas caderas. Cuando la mujer se deslizó en el reservado junto a él y él sintió su aroma, Butch pensó vagamente en el sexo por primera vez en… Bueno, desde que conoció a Marissa en el verano.
Le dio un sorbo largo a su copa y terminó el escocés que había en el vaso. Luego miró los senos de la mujer. Sí, estaba pensando en sexo, pero más como un reflejo físico que como otra cosa. El interés no era ni remotamente parecido a lo que había sentido con Marissa. En ese caso la necesidad había sido… desgarradora. Imponente. Importante.
La vampiresa que estaba a su lado le lanzó una mirada, como si adivinara la dirección de sus pensamientos.
—Tu amigo puede quedarse allí dentro un buen rato.
—¿Sí?
—Apenas estaban comenzando.
—Con la compra.
—Con el sexo.
Butch levantó bruscamente la cabeza y miró a la vampira a los ojos.
—¿Perdón?
—Ay, caramba… —Ella frunció el ceño—. ¿Acaso vosotros dos estáis juntos o algo así?
—No, no estamos juntos —contestó Butch de manera tajante—. ¿De qué diablos estás hablando?
—Sí, en realidad tú no pareces de ésos. Te vistes bien, es cierto, pero no irradias esa clase de energía.
—Y a mi amigo tampoco le gustan los hombres.
—¿Estás seguro?
Butch pensó en el asunto del celibato y comenzó a hacerse preguntas.
En fin. Necesitaba otro trago; no se iba a meter en los asuntos de Phury. Levantó el brazo y le hizo señas a una camarera, que se acercó corriendo.
—Otro escocés doble —dijo. En un acto de cortesía, se volvió hacia la vampira que estaba a su lado—. ¿Quieres algo?
La mano de la mujer aterrizó en sus piernas.
—De hecho, sí quiero algo. Pero ella no me lo puede dar.
Cuando la camarera se fue, Butch se echó hacia atrás en el reservado y abrió los brazos. La mujer aceptó la invitación, se inclinó sobre él y movió la mano hacia abajo. Su cuerpo reaccionó enseguida… la primera señal de vida que daba en meses, y Butch pensó fugazmente que tal vez podría sacarse a Marissa de la cabeza si follaba con alguien.
Mientras la mujer lo acariciaba a través del pantalón, Butch la observaba con interés clínico. Ya sabía cómo iba a acabar todo. Terminaría tirándosela en uno de los baños privados. Le llevaría diez minutos, a lo sumo. Se la quitaría de encima, terminaría su asunto y luego se alejaría de ella.
¡Por Dios, había ejecutado esa rutina cientos de veces durante el curso de su vida! Y en realidad no era más que masturbación disfrazada de sexo a dos. Nada importante.
Pensó en Marissa… y sintió que se le saltaban las lágrimas.
La mujer que tenía al lado se movió y sus senos terminaron sobre el brazo de Butch.
—Vamos atrás, papaíto.
Butch puso la mano sobre la de ella, se la llevó a la entrepierna y ella le ronroneó en el oído. Al menos hasta que él le retiró la mano.
—Lo siento. No puedo.
La mujer se echó hacia atrás y lo miró como si él estuviera jugando. Butch le devolvió la mirada.
Con seguridad, no entendía por qué Marissa le había afectado de esa manera. Lo único que sabía era que ese viejo patrón de tirarse a cualquier mujer por ahí ya no le funcionaba. NO podría hacerlo nunca más.
Súbitamente la voz de Phury atravesó el ruido del club.
—Oye, policía, ¿te vas o te quedas?
Butch levantó la mirada. Hubo una breve pausa, mientras hacía especulaciones sobre su amigo.
Los ojos amarillos del hermano se entrecerraron mientras lo miraba.
—¿Qué sucede, policía?
—Estoy listo para irme —dijo Butch, para cortar el tenso silencio.
Cuando se puso de pie, Phury le lanzó una mirada tremenda a la rubia. Una mirada que decía: «cierra la boca o…».
«¡Qué cosas…!», iba diciéndose Butch, mientras avanzaban hacia la puerta. Así que Phury realmente era gay.