16
Cuando Phury se despertó, eran las tres y cuarto de la tarde. Había dormido muy mal, pues todavía estaba tan molesto por lo que había pasado la noche anterior que sus glándulas suprarrenales estaban muy alteradas, lo cual no ayudaba a conciliar el sueño.
Buscó un porro y lo encendió. Mientras aspiraba el humo rojo y éste penetraba en sus pulmones, trató de dominar el impulso de ir hasta la habitación de Zsadist para despertarlo con un golpe en la mandíbula. Pero esa fantasía resultaba muy atractiva.
¡Maldición! No podía creer que Z hubiese tratado de abusar de Bella de esa manera, y realmente odiaba a su hermano por semejante depravación. También se odiaba a sí mismo por haber sido tan estúpido de sorprenderse. Durante mucho tiempo había creído que algo había logrado sobrevivir a la esclavitud de Z, que todavía quedaba en él una pizca de alma. Pero, después de lo visto anoche, ya no tendría más dudas sobre la naturaleza cruel de su hermano. Ninguna.
Y, mierda, lo que más le remordía la conciencia era saber que había decepcionado a Bella. Nunca debió dejarla en la habitación de Z. No podía soportar la idea de haber sacrificado la seguridad de Bella por su necesidad de creer.
Bella…
Pensó en la manera en que la mujer se había dejado abrazar. En esos fugaces momentos en que se había sentido poderoso, capaz de protegerla de un ejército de restrictores. Durante esos instantes, ella lo había transformado en un verdadero hombre, alguien que tenía un propósito en la vida y era indispensable.
¡Qué revelación, ser algo distinto de un imbécil que siempre estaba pendiente de un loco suicida y destructivo!
Deseaba desesperadamente pasar la noche con ella y se había marchado sólo porque era lo correcto. Él no era de fiar. Ella estaba exhausta y, a pesar de sus votos de castidad, él no era de fiar. Quería socorrerla con su cuerpo. Quería adorarla y curarla con su propia piel y sus huesos.
Pero no podía pensar así.
Phury aspiró el porro profundamente y siseó un poco. Al retener el humo adentro, sintió que la tensión de sus hombros cedía. Mientras se dejaba invadir por la calma, miró su reserva de humo rojo. Ya se le estaba terminando y, a pesar de lo mucho que detestaba ir a ver al Reverendo, necesitaba más.
Sí, teniendo en cuenta los sentimientos que despertaba su gemelo en él, iba a necesitar mucho más. En realidad, el humo rojo sólo era un relajante muscular suave, nada como la marihuana ni ninguna de esas otras sustancias peligrosas. Pero Phury dependía de esos porros para mantenerse equilibrado, al igual que otra gente utilizaba el alcohol. Si no fuera porque tenía que recurrir al Reverendo para conseguirlo, diría que era un pasatiempo absolutamente inofensivo.
Absolutamente inofensivo y el único consuelo que tenía en la vida.
Cuando terminó el cigarro, apagó la colilla en un cenicero y se levantó. Después de ponerse la prótesis, fue al baño para bañarse y afeitarse; luego se puso unos pantalones y una de sus camisas de seda. Por último, metió el pie de verdad y el que no podía sentir en un par de mocasines.
Se miró al espejo. Se alisó un poco el pelo. Respiró profundamente.
Fue a la habitación de al lado y golpeó suavemente. Cuando vio que no obtenía respuesta, volvió a llamar, y luego abrió la puerta. La cama estaba deshecha, pero vacía, y Bella tampoco estaba en el baño.
Mientras regresaba al pasillo, se encendió una alarma en su cabeza. Antes de darse cuenta, estaba corriendo. Pasó frente a las escaleras y atravesó el corredor de las estatuas. No se molestó en golpear a la puerta de Z, sólo la abrió.
Phury se quedó frío.
Lo primero que pensó fue que Zsadist se iba a caer de la cama. El cuerpo de Z estaba sobre la colcha y justo en el borde del colchón, tan lejos como era posible. ¡Por Dios! La postura parecía infernalmente incómoda. Tenía los brazos alrededor del pecho desnudo, como si tuviera que abrazarse para mantenerse en una pieza, y las piernas dobladas y vueltas hacia un lado, con las rodillas suspendidas en el aire.
Pero tenía la cabeza vuelta en la otra dirección. Hacia Bella. Sus labios deformados estaban apenas abiertos, y no con una sonrisa maliciosa, y su frente, que normalmente estaba arrugada en una expresión agresiva, se veía relajada.
Z tenía una expresión de somnolienta reverencia.
La cara de Bella estaba inclinada hacia el hombre que estaba a su lado, con una expresión tan serena como un atardecer. Y su cuerpo estaba acurrucado junto al de Z, tan cerca como se lo permitían todas las sábanas y las mantas que la cubrían. ¡Demonios, era obvio que si pudiese estar abrazada a él, lo estaría! Y era igualmente obvio que Z había tratado de alejarse lo más posible.
Phury maldijo en voz baja. Fuera lo que fuese lo que hubiese ocurrido la noche anterior, ciertamente no se había tratado de ningún ataque por parte de Z. De ninguna manera. Resultaba evidente ver cómo estaban los dos en ese momento.
Phury cerró los ojos y después la puerta.
Como un lunático, consideró por un momento la posibilidad de regresar y enfrentarse con Zsadist para disputarle el derecho a estar acostado junto a Bella. Podía verse a sí mismo luchando cuerpo a cuerpo con su hermano, sosteniendo un anticuado cohntehst con su gemelo, para saber quién debía tenerla.
Pero éstos no eran los tiempos antiguos. Y las mujeres tenían derecho a elegir a quién buscaban. Con quién dormían. Con quién se apareaban.
Y Bella sabía dónde estaba Phury. Él le había dicho que su habitación estaba al lado. Si ella hubiese querido, habría recurrido a él.
‡ ‡ ‡
Mientras se despertaba, Z se dio cuenta de una extraña sensación: tenía calor… ¿Acaso había olvidado apagar la calefacción después de que Bella se marchara? Debía de ser eso. Sólo que notó algo más. No estaba en el jergón. Y llevaba unos pantalones. Movió las piernas, tratando de entender el porqué y pensando que siempre dormía desnudo. Al sentir el roce del pantalón de algodón, Z se dio cuenta de que tenía el pene duro. Duro y grueso. ¿Qué demonios…?
Abrió los ojos como platos. Bella. Estaba en la cama con Bella.
Se echó hacia atrás enseguida…
Y se cayó del colchón, aterrizando sobre el trasero.
Bella se incorporó de inmediato.
—¿Zsadist?
Al agacharse, la bata se abrió y los ojos de Z cayeron sobre el seno que quedó al aire. Era perfecta, con su suave piel clara y ese pezoncito rosado… ¡Dios, Z sabía que el otro era exactamente igual, pero por alguna razón necesitaba verlo de todas maneras!
—¿Zsadist? —Bella se agachó todavía más; el pelo se le deslizó por encima del hombro y cayó sobre el borde de la cama, formando una espléndida cascada color caoba.
Esa cosa que tenía entre las piernas se agitó, impulsada por los latidos de su corazón.
Z dobló las rodillas y encogió las piernas con los muslos muy juntos, pues no quería que ella se diera cuenta.
—Tu bata —dijo bruscamente—. Ciérrala. Por favor.
Ella bajó la mirada y luego se cerró las solapas, ruborizándose. ¡Ay! Ahora tenía las mejillas tan rosadas como los pezones, pensó Z.
—¿Vienes otra vez a la cama? —preguntó la mujer.
La parte decente de él, esa que permanecía tan bien escondida, señaló que no era una buena idea.
—Por favor —susurró Bella y se metió el pelo detrás de la oreja.
Zsadist estudió el arco del cuerpo de la muchacha y la seda negra que cubría su piel y la protegía de las miradas, y esos ojos grandes y azules como zafiros, y la esbelta columna de su garganta.
No… realmente no era una buena idea tenerla cerca justo en este momento.
—Apártate un poco —dijo Zsadist.
Mientras que ella se movía hacia atrás, él bajó la mirada hacia la tela de sus pantalones. ¡Por Dios, la maldita cosa que tenía entre las piernas estaba enorme! Parecía como si tuviera otro brazo entre los pantalones. Y para esconder semejante tronco necesitaría una armadura.
Z miró la cama y saltó entre las sábanas con un movimiento rápido.
Lo cual fue una idea mala y dolorosa. Tan pronto estuvo bajo las mantas, Bella se amoldó a sus ángulos hasta convertirse en otra manta. Una manta suave, calentita y viva…
El antiguo esclavo tuvo un ataque de pánico. Ella lo recubría de tal manera que él no sabía qué hacer. Quería quitársela de encima. Pero también quería sentirla más cerca. Quería… ¡Por Dios! Quería montarla. Quería poseerla. Quería penetrarla.
El impulso del instinto era tan fuerte que se vio teniendo sexo con ella: acostándola sobre el vientre, levantando sus caderas de la cama y penetrándola desde atrás. Se vio metiendo su cosa dentro de ella y moviendo las caderas…
¡Por Dios, era repugnante! ¿Quería meter esa cosa asquerosa dentro de ella? Sería como meterle en la boca un cepillo de limpiar el inodoro.
—Estás temblando… —dijo Bella—. ¿Tienes frío?
Bella se le arrimó más y Z sintió el roce de sus senos, suaves y cálidos, contra la parte posterior del antebrazo. Esa cosa se retorció enloquecida y se sacudió contra los pantalones.
¡Mierda! Tenía la sensación de que eso significaba que estaba peligrosamente excitado.
¡Demonios, la cosa estaba palpitando y las pelotas que tenía debajo le dolían y Z se veía embistiendo a Bella como un toro! Pero lo único que lo excitaba era el temor de una mujer y Bella no estaba asustada. Entonces, ¿qué estaba ocasionando esa reacción en él?
—Zsadist —dijo Bella con voz suave.
—¿Qué?
Las cuatro palabras que ella dijo a continuación hicieron que el pecho de Z se convirtiera en un bloque de hormigón y la sangre se le congelara. Pero al menos todo lo demás se evaporó.
‡ ‡ ‡
Cuando la puerta de su cuarto se abrió inesperadamente, Phury apretó la camiseta que se estaba metiendo por la cabeza.
Zsadist estaba en el umbral, desnudo de la cintura para arriba, y sus ojos negros resplandecían.
Phury maldijo en voz baja.
—Me alegra que hayas venido. Acerca de anoche… Te debo una disculpa.
—No quiero oírla. Ven conmigo.
—Z, me equivoqué al…
—Ven conmigo.
Phury acabó de ponerse la camiseta y miró el reloj.
—Tengo que dar una clase en media hora.
—No tardaremos.
—Ah… bueno, está bien.
Mientras seguía a Z por el pasillo, pensó que podía seguir con la disculpa por el camino.
—Mira, Zsadist, de verdad que siento mucho lo de anoche. —No se sorprendió al ver que su gemelo se quedaba callado—. Estaba equivocado. Sobre Bella y tú. —Z comenzó a caminar todavía más rápido—. He debido saber que nunca le harías daño. Te ofrezco un rythe.
Zsadist se detuvo y miró por encima del hombro.
—¿Para qué diablos?
—Te ofendí. Anoche.
—No, no me ofendiste.
Phury sólo pudo negar con la cabeza.
—Zsadist…
—Yo estoy enfermo. Soy desagradable. No soy de fiar. El hecho de que tengas la inteligencia suficiente para darte cuenta de eso no significa que tengas que lamerme el culo con una disculpa.
Phury quedó boquiabierto.
—Por Dios… Z. Tú no eres…
—¡Maldición! ¿Puedes apresurarte?
Z avanzó hacia su habitación y abrió la puerta.
Bella estaba sentada en la cama, con las solapas de la bata contra el cuello. Parecía estar totalmente confundida. Y demasiado hermosa para describirla.
Phury miró primero a Bella y luego a Z. Después se concentró en su gemelo.
—¿Qué es esto?
Z clavó sus ojos negros en el suelo.
—Ve con ella.
—¿Perdón?
—Necesita alimentarse.
Bella parecía avergonzada.
—No, espera, Zsadist, yo te deseo… a ti.
—A mí no me puedes tener.
—Pero yo quiero…
—Ni lo pienses. Me voy.
Phury sintió que su hermano lo empujaba hacia adentro y luego cerraba la puerta. Durante el silencio que siguió, no estaba seguro de si quería gritar de felicidad por el triunfo o… simplemente gritar.
Respiró hondo y miró hacia la cama. Bella estaba completamente encogida, con las rodillas contra el pecho.
¡Por Dios, nunca había permitido que una mujer tomara sangre de él! Nunca había querido arriesgarse debido a su celibato. Teniendo en cuenta sus necesidades sexuales y su sangre de guerrero, siempre había tenido temor de que, si dejaba que una mujer bebiera de su vena, no pudiera controlarse e intentara poseerla. Y si se trataba de Bella, sería mucho más difícil mantener la neutralidad.
Pero ella necesitaba beber. Además, ¿qué gracia tenía una promesa si era fácil de cumplir? Esto podía ser como una prueba de fuego para él, una oportunidad de poner a prueba su disciplina bajo las condiciones más extremas.
Se aclaró la garganta.
—Te ofrezco mi sangre.
Cuando Bella levantó los ojos para mirarlo, Phury sintió como si su piel no alcanzara a contener su esqueleto. Eso era lo que sentía un macho frente al rechazo. Como si se encogiera.
Phury desvió la mirada y pensó en Zsadist, a quien podía sentir al otro lado de la puerta.
—Es posible que él no sea capaz de hacerlo. Tú eres consciente de su… pasado, ¿no es cierto?
—¿Es muy cruel por mi parte pedírselo? —dijo Bella con una voz tensa y profunda, que revelaba el conflicto interno que estaba sufriendo—. ¿Lo es?
«Probablemente», pensó Phury.
—Sería mejor si usaras a alguien más. —«Dios, ¿por qué no puedo ser yo? ¿Por qué no puedes necesitarme a mí y no a Z?»—. No creo que fuera apropiado pedírselo a Wrath o a Rhage, pues ellos tienen compañera. Tal vez podría decirle a V…
—No… Yo necesito a Zsadist —dijo Bella y se llevó una mano temblorosa a la boca—. Lo siento mucho.
Él también lo sentía.
—Espera.
Cuando salió al pasillo, Phury encontró a Z junto a la puerta. Tenía la cabeza entre las manos y los hombros encorvados.
—¿Ya has terminado?, ¿tan rápido? —preguntó, y dejó caer los brazos.
—No. No ha pasado nada.
Z frunció el ceño y miró hacia adentro.
—¿Por qué no? Tienes que hacerlo. Ya oíste a Havers…
—Ella te quiere a ti.
—Entra allí y ábrete una vena…
—Bella sólo aceptará tu sangre.
—Necesita alimentarse, así que sólo…
Phury levantó la voz.
—¡No la voy a alimentar!
Z cerró la boca y entornó los ojos.
—¡Maldición! Vas a hacerlo por mí.
—No, no lo haré.
«Porque ella no me dejará hacerlo»…
Z avanzó y agarró a Phury de los hombros.
—Entonces lo harás por ella. Porque es lo mejor para ella y porque te sientes atraído hacia ella y porque quieres hacerlo. Hazlo por ella.
¡Por Dios! Mataría por hacerlo. Se moría de ganas de regresar a la habitación de Z, rasgarse la ropa, caer sobre el colchón y dejar que Bella se encaramara sobre su pecho y hundiera sus colmillos en su cuello, absorbiéndolo con sus labios y lo que tenía entre las piernas.
Las fosas nasales de Z temblaron.
—¡Dios… puedo oler lo mucho que la deseas! Así que ve. Ten sexo con ella, aliméntala.
—Ella no me quiere a mí, Z. Ella quiere… —dijo Phury con voz quebrada.
—Ella no sabe lo que quiere. ¡Acaba de salir del infierno, por todo el fuego del infierno!
—Tú eres el elegido. Para ella, eres el único. —Cuando los ojos de Zsadist se deslizaron hacia la puerta cerrada, Phury presionó un poco más, a pesar de lo doloroso que le resultaba—. Escucha lo que te estoy diciendo, hermano. Ella te quiere a ti. Y tú puedes hacerlo por ella.
—¡Claro que no puedo!
—Z, hazlo.
Z negó con su cabeza casi calva.
—Vamos, lo que corre por mis venas está envenenado. Tú lo sabes.
—No, no lo está.
Z soltó un gruñido, se echó hacia atrás y extendió sus muñecas, mostrando las bandas de esclavo de sangre tatuadas sobre las venas.
—¿Quieres que ella coma a través de esto? ¿Puedes soportar la idea de que su boca toque esto? Porque yo no puedo, te lo aseguro.
—¿Zsadist? —se oyó decir a Bella desde atrás. Sin que ellos se dieran cuenta, se había levantado y había abierto la puerta.
Al ver que Z cerraba los ojos, Phury susurró:
—Ella te quiere a ti.
—Estoy contaminado. Mi sangre la matará —dijo Z, con voz apenas audible.
—No. No la matará.
—Por favor… Zsadist —dijo Bella.
El sonido de esa humilde solicitud, llena de anhelo, hizo que a Phury se le congelara el pecho. Luego vio, como si estuviera anestesiado, el momento en que Z se volvía lentamente hacia ella.
Bella retrocedió un poco, pero sin dejar de mirarlo.
Los minutos se volvieron días… décadas… siglos. Y luego Zsadist entró a la habitación y la puerta se cerró.
Phury dio un paso atrás y se alejó por el corredor, con la mirada borrosa.
¿Acaso no tenía que estar en algún lado?
Una clase. Sí, iba a… dar una clase ahora.