14
Mientras estaba en la cama, Bella prestó atención a los sonidos que la rodeaban: rítmicas voces masculinas en el pasillo, roncas y de tonos graves… el viento golpeando contra la mansión, caprichoso e irregular… los crujidos del suelo de madera, rápidos y agudos.
Se obligó a cerrar los ojos.
Un minuto después estaba levantada y paseándose descalza sobre la suave alfombra oriental que cubría el suelo. Nada de la elegancia que la rodeaba parecía tener sentido y se sentía como si tuviera que transcribir lo que veía. La vida normal y la seguridad que la rodeaban eran para ella como una lengua desconocida, un idioma que había olvidado y que ya no sabía hablar ni leer. ¿O acaso todo era un sueño?
En un rincón de la habitación, un inmenso reloj de péndulo marcó las cinco de la mañana. ¿Cuánto tiempo llevaba libre en realidad? ¿Cuánto hacía que la habían rescatado los hermanos y la habían sacado de la tierra para devolverla al aire? ¿Ocho horas? Tal vez, sólo que parecían minutos. ¿O tal vez años?
La naturaleza confusa del tiempo era como su visión borrosa, algo que la aislaba y la asustaba.
Bella se apretó la bata de seda. ¿Qué le pasaba? Debería estar feliz. Después de Dios sabía cuántas semanas metida en un tubo en la tierra, con ese restrictor rondándola, debería estar llorando de alivio. Pero en lugar de eso, todo lo que la rodeaba le parecía falso e insustancial, como si estuviera en una casa de muñecas de tamaño natural, conviviendo con muñecos de papel.
Se detuvo frente a una ventana y se dio cuenta de que sólo había una cosa que le parecía real. Y Bella deseó estar con él.
Debió de ser Zsadist el que se acercó a la cama cuando se despertó. Ella estaba soñando que se encontraba de nuevo en el hoyo, con el restrictor. Cuando abrió los ojos, lo único que vio fue una inmensa figura negra, y por un momento no fue capaz de separar la realidad de la pesadilla.
Eso todavía le costaba trabajo.
¡Dios, quería ir con Zsadist, quería regresar a su habitación! Pero en medio de todo el caos que se había armado después de que ella gritara, él no había impedido que ella se fuera. Tal vez prefería que estuviera en otra parte.
Bella ordenó a sus pies que comenzaran a moverse de nuevo y diseñó una especie de circuito: alrededor de la cama enorme, otra vez hasta la silla, una vuelta por las ventanas, luego un recorrido por la cómoda, la puerta que daba al corredor y el escritorio antiguo. El circuito también pasaba por la chimenea y las estanterías llenas de libros.
Caminó. Y caminó. Y caminó.
Después de un rato entró en el baño. No se detuvo frente al espejo, no quería saber cómo tenía la cara. Lo que estaba buscando era un poco de agua caliente. Quería ducharse cientos de veces, miles de veces. Quería quitarse la capa superior de la piel y afeitarse el cabello que ese restrictor tanto amaba, y cortarse las uñas y limpiarse las orejas y restregarse las plantas de los pies.
Abrió la llave de la ducha. Cuando el agua salió caliente, se quitó la bata y se metió debajo del agua. En cuanto el agua entró en contacto con su espalda, se cubrió, movida por el instinto, y colocó un brazo sobre los senos y la otra mano protegiendo el vértice de los muslos… Hasta que se dio cuenta de que no necesitaba esconderse. Estaba sola. Aquí tenía intimidad.
Se enderezó y se obligó a poner las manos a los lados, con la sensación de que había pasado una eternidad desde la última vez que se había bañado en privado. El restrictor siempre estaba ahí, observando o, peor aún, ayudándola.
Gracias a Dios nunca había tratado de tener sexo con ella. Al principio, uno de sus grandes temores era ser víctima de una violación. Estaba aterrorizada, segura de que iba a forzarla, pero luego descubrió que el restrictor era impotente. Fuera cual fuese la intensidad con que la mirara, su cuerpo siempre permanecía flácido.
Bella se estremeció y tomó la pastilla de jabón, se enjabonó las manos y las pasó por sus brazos. Se enjabonó el cuello y luego los hombros, y luego fue bajando…
La mujer frunció el ceño y se inclinó hacia delante. Tenía algo extraño en el vientre… unos rayones. Rayones que… ¡Ay, por Dios! Eso era una D ¿no es así? Y lo siguiente… era una A. Luego una V y una I y otra D.
Bella dejó caer el jabón y se cubrió el vientre con las manos. Tenía el nombre del restrictor grabado en el cuerpo. Marcado en la piel. Como una abominable parodia del mayor ritual de apareamiento de su especie. Ella realmente era su esposa…
Salió de la ducha dando tumbos, se deslizó por el suelo de mármol, agarró una toalla y se envolvió en ella. Luego tomó otra toalla e hizo lo mismo. Habría usado tres, cuatro… cinco, si hubiese tenido más.
Temblando y con náuseas, fue hasta el espejo, que estaba cubierto de vapor. Tomó aire, quitó el vapor con el codo y se miró.
‡ ‡ ‡
John se limpió la boca y, sin darse cuenta, dejó caer la servilleta. Maldiciendo, se agachó para recogerla… y lo mismo hizo Sarelle, que la atrapó primero. Él moduló la palabra «gracias» cuando ella se la entregó.
—De nada —dijo la chica.
¡Dios, le encantaba su voz! Y le encantaba su olor, como a lavanda. Y le encantaban sus largas manos delgadas.
Pero John lo pasó mal durante la cena. Wellsie y Tohr hablaron todo el tiempo por él y le dieron a Sarelle una versión coloreada de su vida. Lo poco que él había escrito en la libreta había sonado superfluo.
Cuando levantó la cabeza, Wellsie le estaba sonriendo. Pero luego se aclaró la garganta, como si estuviera tratando de hacerse la indiferente.
—Entonces, como estaba diciendo, en los tiempos antiguos un par de mujeres de la aristocracia solían dirigir la ceremonia del solsticio de invierno. A propósito, la madre de Bella era una de ellas. Quiero reunirme con ellas, asegurarme de que no olvidemos nada.
John dejó que la conversación siguiera su curso, sin prestarle mucha atención, hasta que Sarelle dijo:
—Bueno, supongo que será mejor que me vaya. Faltan treinta y cinco minutos para que amanezca. A mis padres les va a dar un ataque.
Movió el asiento hacia atrás y John se puso de pie, al igual que todo el mundo. Mientras tenían lugar las despedidas, trató de esconderse entre las sombras. Al menos hasta que Sarelle lo miró directamente.
—¿Me acompañas afuera? —preguntó ella.
John miró hacia la puerta. ¿Acompañarla hasta la puerta? ¿Hasta el coche?
De repente, una especie de instinto masculino inundó su pecho con tal fuerza que se estremeció. La palma de la mano le empezó a picar y bajó los ojos para mirársela, pues sentía como si tuviera algo en ella, como si estuviera sosteniendo algo…
Sarelle se aclaró la garganta.
—Bueno…
John se dio cuenta de que lo estaba esperando y se sacudió para salir de su pequeño trance. Dio un paso al frente e indicó con la mano el camino hacia la puerta.
Cuando salieron, ella dijo:
—Entonces, ¿estás preparado mentalmente para el entrenamiento?
John asintió con la cabeza y descubrió que sus ojos inspeccionaban los alrededores, buscando entre las sombras. Sintió cómo se ponía en tensión y cómo volvía a picarle la palma de la mano derecha. No estaba seguro de qué era exactamente lo que estaba buscando. Sólo sabía que tenía que protegerla a toda costa.
Las llaves tintinearon cuando Sarelle las sacó del bolsillo.
—Creo que un amigo mío va a estar en tu clase. Se suponía que se iba a inscribir hoy. —Sarelle abrió la puerta del automóvil—. En todo caso, tú ya sabes la verdadera razón por la que estoy aquí, ¿no?
John negó con la cabeza.
—Creo que ellos quieren que te alimentes de mí. Cuando comience tu transición.
John sufrió un ataque de tos por la impresión y tuvo la sensación de que los ojos se le habían salido de las órbitas.
—Lo siento. —Sarelle sonrió—. Supongo que no te lo han dicho.
Desde luego, de lo contrario, él habría recordado esa conversación.
—Yo estoy de acuerdo —dijo ella—. ¿Y tú?
«¡Ay, por Dios!».
—¿John? —Ella se aclaró la garganta—. Te diré lo que haremos. ¿Tienes algo para escribir?
Ofuscado, negó con la cabeza. Se había dejado la libreta en la casa. ¡Idiota!
—Dame tu mano. —Cuando él extendió la mano, ella sacó un bolígrafo de algún lado y se inclinó sobre la palma de John. La punta del bolígrafo se deslizó con suavidad sobre su piel—. Ésta es mi dirección de correo electrónico y éste mi apodo en el Messenger. Estaré en línea más o menos dentro de una hora. Escríbeme, ¿vale? Hablaremos un poco.
John miró lo que ella le había escrito. Se quedó mirándolo fijamente.
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, claro que no tienes que hacerlo si no quieres. Sólo… ya sabes. Pensé que podríamos llegar a conocernos por esa vía. —Hizo una pausa, como si estuviera esperando una respuesta—. Mmm… pero haz lo que quieras. No tienes ninguna obligación… Quiero decir…
John le agarró la mano, le quitó el bolígrafo y la hizo extender la palma.
«Quiero hablar contigo», escribió.
Luego la miró directamente a los ojos e hizo la cosa más asombrosa y temeraria que había hecho nunca.
Le sonrió.