12

—¿Quieres algo de comer, hombre? —le preguntó Phury a John, cuando entraron en la mansión. El muchacho parecía agotado, como lo hubiera estado cualquiera en su lugar. Eso de dejarse pinchar y examinar no era fácil. Phury mismo también estaba un poco cansado.

John negó con la cabeza y, tan pronto se cerró la puerta del vestíbulo, Tohr bajó corriendo las escaleras, con cara de padre preocupado, a pesar de que Phury lo había llamado para darle un informe, cuando volvían de camino a casa.

En general, la visita a Havers había sido satisfactoria. Independientemente del ataque, John gozaba de buena salud y los resultados del análisis de sangre pronto estarían disponibles. Con suerte eso les daría una pista sobre su linaje y ayudaría a John a encontrar a su familia. Así que no había razón para preocuparse.

Sin embargo, cuando Tohr le pasó el brazo por los hombros, el chico pareció aliviado. Enseguida tuvo lugar una cierta comunicación sin palabras y Tohr dijo:

—Creo que te llevaré a casa.

John asintió con la cabeza y dijo algo con lenguaje de signos. Tohr levantó la vista.

—Dice que había olvidado preguntarte cómo está tu pierna.

Phury levantó la rodilla y se golpeó la pantorrilla.

—Mejor, gracias. Cuídate, John.

Luego se quedó observando a los dos hombres hasta que desaparecieron tras la puerta debajo de la escalera.

«¡Qué buen chico!», pensó. Y menos mal que lo encontraron antes de su transición…

De repente un grito de mujer irrumpió en el vestíbulo, como si el sonido estuviera vivo y se hubiese lanzado en picado desde el balcón.

Phury se quedó helado. Bella.

Saltó hasta el segundo piso y atravesó el corredor de las esculturas. Cuando abrió la puerta de Zsadist, el cuarto se llenó de luz y la escena quedó instantáneamente grabada en su memoria: Bella estaba en la cama, encogida contra la cabecera, aferrada a las sábanas. Z estaba arrodillado frente a ella, desnudo de cintura para abajo.

Phury perdió el control y se abalanzó sobre Zsadist, agarrando a su gemelo de la garganta y lanzándolo contra la pared.

—¿Qué te pasa? —gritó, al tiempo que Z se estrellaba contra la pared de yeso—. ¡Maldito animal!

Z no reaccionó cuando Phury volvió a golpearlo. Y lo único que dijo fue:

—Llévatela. Llévatela a otro sitio.

Rhage y Wrath entraron a la habitación corriendo. Los dos comenzaron a hablar, pero Phury no podía oír nada debido al zumbido que sentía en los oídos. Nunca antes había sentido odio por Z. Era muy tolerante con su gemelo por todo lo que le había pasado. Pero abusar de Bella…

—Maldito enfermo —siseó Phury y volvió a golpear a su hermano contra la pared—. ¡Maldito enfermo… me das asco!

Z sólo lo miró fijamente, con sus ojos negros e impenetrables como el asfalto.

De repente los enormes brazos de Rhage los agarraron y los acercaron en una especie de abrazo triturador. Susurrando, el hermano dijo:

—Chicos, Bella no necesita esto ahora.

Phury soltó a Z. Respirando con dificultad, dijo:

—Lleváoslo de aquí hasta que la movamos.

¡Estaba temblando! Y la rabia no disminuyó, ni siquiera cuando Z salió de manera voluntaria, con Rhage pisándole los talones.

Phury se aclaró la garganta y miró a Wrath.

—Mi señor, ¿me concederías permiso para atenderla en privado?

—Sí —dijo Wrath con un gruñido, al tiempo que se dirigía a la puerta—. Y nos aseguraremos de que Z no regrese en un buen rato.

Phury miró a Bella. Estaba temblando, al tiempo que parpadeaba y se limpiaba los ojos. Cuando él se le acercó, ella se encogió contra los almohadones.

—Bella, soy Phury.

El cuerpo de Bella pareció relajarse un poco.

—¿Phury?

—Sí, soy yo.

—No puedo ver nada —dijo con voz quebrada—. No puedo…

—Lo sé, pero es por una pomada que te ha puesto el doctor. Traeré algo para quitártela.

Entró en el baño y regresó con una toalla mojada, pues se imaginó que en este momento ella necesitaba más ver dónde estaba que tener puesta la pomada.

Bella se encogió cuando él le puso la mano en la barbilla.

—Tranquila, Bella… —cuando puso la toalla sobre los ojos, la mujer se sacudió y luego lo arañó.

—No, no… aparta tus manos. Yo me lo quito.

Phury obedeció, y Bella lo miró durante un rato, sin ver.

—¿Phury? —dijo al fin con voz ronca—. ¿De verdad eres tú?

—Sí, soy yo —se sentó en el borde de la cama—. Estás en el complejo de la Hermandad. Llevas aquí cerca de siete horas. Tu familia ha sido informada de que estás bien y, cuando lo desees, puedes llamarlos.

Cuando ella le puso la mano sobre el brazo, él se quedó frío. Palpando con la mano, Bella subió por el hombro hasta el cuello; luego le tocó la cara y, finalmente, el pelo. Sonrió al sentir las espesas ondas y luego se llevó un mechón a la nariz. Respiró profundamente y le puso la otra mano sobre la pierna.

—Realmente eres tú. Recuerdo el olor de tu champú.

La cercanía y el contacto penetraron a través de la ropa y la piel de Phury hasta llegar a su sangre. Se sintió como un depravado por tener deseos sexuales, pero no pudo controlar su cuerpo. En especial cuando ella bajó la mano por el pelo hasta tocar sus pectorales.

Phury abrió los labios y comenzó a respirar aceleradamente. Quería abrazarla contra su pecho y apretarla con fuerza. Pero no movido por un deseo sexual, aunque era cierto que su cuerpo deseaba eso de ella. No, en este momento sólo necesitaba sentir el calor de Bella y convencerse de que estaba viva.

—Déjame limpiarte los ojos —dijo.

Cuando ella asintió con la cabeza, Phury le limpió los párpados con cuidado.

—¿Qué tal ahora?

Bella parpadeó. Sonrió un poco. Le puso la mano en la cara.

—Ahora te puedo ver mejor —frunció el ceño—. ¿Cómo salí de allí? No puedo recordar nada, excepto… que ayudé a escapar al otro vampiro y David regresó. Y luego venía en un coche. ¿O fue un sueño? Soñé que Zsadist me rescataba. ¿Fue así?

Pero Phury no se sentía capaz de hablar ahora de su gemelo, ni siquiera tangencialmente. Se levantó y puso la toallita sobre la mesilla de noche.

—Vamos, vamos a tu habitación.

—¿Dónde estoy ahora? —miró a su alrededor y luego abrió la boca—. Ésta es la habitación de Zsadist.

¿Cómo diablos lo sabía?

—Vamos.

—¿Dónde está él? ¿Dónde está Zsadist? —su voz tenía un tono de urgencia—. Necesito verlo. Necesito…

—Voy a llevarte a tu habitación…

—¡No! Quiero quedarme…

Estaba tan agitada que Phury decidió dejar de tratar de hablar con ella. Retiró las sábanas para poder levantarla…

¡Estaba desnuda! Volvió a cubrirla.

—¡Ay!, lo lamento… —se pasó una mano por el pelo. Nunca olvidaría la elegante línea del cuerpo de Bella—. Voy a… mm, voy a traerte algo que ponerte.

Fue hasta el armario de Z y se asombró de ver lo vacío que estaba. Ni siquiera había una bata para cubrirla y no estaba dispuesto a ponerle una de las camisas que su gemelo usaba para pelear. Se quitó el gabán de cuero y volvió a acercarse a Bella.

—Me daré la vuelta mientras te pones esto. Te buscaremos una bata…

—No me alejes de él —dijo Bella con voz quebrada y tono de súplica—. Por favor. El que estaba al lado de la cama era él. Yo no lo sabía porque no podía ver. Pero debe de haber sido él.

Claro que era él. Y el desgraciado estaba desnudo y listo para saltarle encima. Teniendo en cuenta todo lo que ella había pasado, lo que había estado a punto de suceder era horrible. Hacía algunos años Phury había visto a Z follando con una prostituta en un callejón. No había sido agradable y la idea de que Bella fuera sometida a eso le causaba náuseas.

—Ponte el gabán —Phury dio media vuelta—. No te vas a quedar aquí —cuando por fin oyó los crujidos del colchón y del cuero, respiró hondo—. ¿Ya estás visible?

—Sí, pero no me quiero ir.

Phury miró por encima del hombro. Bella estaba metida en el gabán que él usaba todo el tiempo y ese largo cabello color caoba le caía alrededor de los hombros, con las puntas tiesas, como si se le hubiese secado sin haber sido cepillado. Se la imaginó en la bañera, con el agua limpia rodando por su piel clara.

Y luego vio a Zsadist cerniéndose sobre ella, observándola con esos ojos negros y sin alma, con deseos de follarla, probablemente sólo porque estaba asustada. Sí, el miedo de la muchacha sería para él motivo de excitación. Era bien sabido que lo que más lo excitaba en una mujer era el terror, no algo hermoso o tierno o valioso.

«Sácala de aquí», pensó Phury. «Ahora».

—¿Puedes caminar? —le preguntó con voz temblorosa.

—Estoy mareada.

—Yo te llevaré —se le acercó y, aunque no podía creer que estuviera a punto de poner sus brazos alrededor del cuerpo de Bella, lo hizo… Deslizó las manos por detrás de la cintura y luego las separó, bajando una hasta llegar a las rodillas. Phury apenas se dio cuenta del peso, pues sus músculos parecían llevarla sin esfuerzo.

Cuando comenzó a avanzar hacia la puerta, ella se relajó contra él, apoyó la cabeza sobre su hombro y le agarró la camisa.

¡Oh… Dios! Se sentía muy bien.

Phury la llevó al otro lado de la casa, hasta la habitación que estaba junto a la suya.

‡ ‡ ‡

John seguía a Tohr sin ser consciente de nada, como un autómata. Salieron del centro de entrenamiento y cruzaron el aparcamiento donde habían dejado el Range Rover. El eco de sus pasos rebotaba contra el techo de cemento y resonaba en el espacio vacío.

—Sé que tienes que volver a por el resultado —dijo Tohr, mientras se montaban en la camioneta—. Cuando lo hagas, te acompañaré.

En realidad, John deseaba ir solo.

—¿Qué sucede, hijo? ¿Te molesta que no te haya llevado esta noche?

John le puso una mano a Tohr en el brazo y negó con la cabeza.

—Está bien, sólo quería estar seguro.

John desvió la mirada, con deseos de no haber ido nunca a ver al médico. O, al menos, de haber mantenido la boca cerrada cuando estuvo allí. ¡Qué estúpido era! No debería haber dicho ni una palabra sobre lo que le había ocurrido hacía casi un año. El problema fue que, después de contestar tantas preguntas sobre su salud, tenía ganas de hablar. Así que cuando el doctor le preguntó sobre su actividad sexual, mencionó lo de enero pasado. Pregunta. Respuesta. Como todas las otras… siempre lo mismo.

Por un momento sintió un gran alivio. Nunca había ido al médico ni nada parecido, y en el fondo siempre había pensado que debería haberlo hecho. Se imaginó que, si por lo menos lo mencionaba, podrían hacerle un examen completo y acabar con la historia del ataque cuanto antes. Pero en lugar de eso el médico comenzó a sugerirle una terapia y a insistir en la necesidad de hablar acerca de esa experiencia.

¡Como si quisiera revivirla! Había pasado meses tratando de olvidar el maldito ataque, así que no tenía intención de hurgar en esa herida. Le había costado mucho trabajo cerrarla.

—Hijo, ¿qué sucede?

De ninguna manera iba a ir a ver a un terapeuta. No era más que un trauma del pasado.

John sacó la libreta y escribió: «Sólo estoy cansado».

—¿Estás seguro?

Asintió con la cabeza y miró a Tohr, para que el hombre pensara que no estaba mintiendo. Entretanto, se moría de angustia por dentro. ¿Qué diablos pensaría Tohr si supiera lo que había ocurrido? Los hombres de verdad no permiten que les hagan eso, sin importar qué clase de arma les pongan en la garganta.

John escribió:

—La próxima vez quiero ir a ver a Havers solo, ¿de acuerdo?

Tohr frunció el ceño.

—Ah… en realidad no es una buena idea, hijo. Necesitas protección.

—Entonces tiene que ser otra persona. Tú no.

John no se sintió capaz de mirar a Tohr, mientras le mostraba el papel. Hubo un largo silencio.

—Está bien. Eso es… ah, está bien. Tal vez Butch pueda llevarte —dijo Tohr en voz baja.

John cerró los ojos y soltó el aire. Quienquiera que fuese Butch, estaría bien.

Tohr puso el coche en marcha.

—Será como quieras, John.

«John. No… hijo», pensó.

Mientras salían, lo único en lo que podía pensar era: «¡Querido Dios, por favor nunca dejes que Tohr lo sepa!».