10

John se despertó en el suelo y vio que Tohr y Wrath estaban junto a él y lo observaban con atención.

¿Dónde estaba la mujer de pelo negro? Trató de sentarse inmediatamente, pero unas manos fuertes se lo impidieron.

—Descansa un poco más, hombre —dijo Tohr.

John estiró el cuello para buscarla, y entonces la vio. Miraba con angustia desde la puerta. Tan pronto la vio, cada neurona de su cabeza comenzó a arder y la luz blanca regresó. Comenzó a temblar y su cuerpo se sacudió contra el suelo.

—¡Mierda, otra vez tiene convulsiones! —murmuró Tohr, mientras se inclinaba para tratar de controlar el ataque.

John se sentía como si algo le estuviera arrebatando el aliento. Estiró la mano hacia la mujer de pelo negro, tratando de alcanzarla.

—¿Qué necesitas, hijo? —La voz de Tohr parecía ir y venir en ondas, como una emisora de radio sin buena señal—. Te lo traeremos…

La mujer…

—Acércate, Leelan —dijo Wrath—. Tómale la mano.

La mujer de pelo negro se acercó y en cuanto sus manos se tocaron, todo se volvió negro.

Cuando volvió en sí, Tohr estaba diciendo:

—… de todas maneras lo voy a llevar a ver a Havers. Hola, hijo. Ya has vuelto…

John se sentó, pero la cabeza le daba vueltas. Se llevó las manos a la cara, como si eso lo ayudara a mantenerse consciente, y miró hacia la puerta. ¿Dónde estaba la mujer? Tenía que… John no sabía lo que tenía que hacer. Pero había algo que tenía que hacer. Algo relacionado con ella…

De manera frenética, dijo algo con lenguaje de signos.

—Se ha ido, hijo —dijo Wrath—. Vamos a mantenerlos alejados hasta que tengamos alguna idea de lo que sucede.

John miró a Tohr y comenzó otra vez a hacer señas, pero esta vez más lentamente. Tohr tradujo:

—Dice que necesita cuidarla.

Wrath se rió con suavidad.

—Creo que ése es mi trabajo, hijo. Ella es mi compañera, mi shellan, tu reina.

Por alguna razón John pareció relajarse al oír eso y poco a poco volvió a la normalidad. Quince minutos después se puso de pie.

Wrath le clavó a Tohr una mirada intensa.

—Quiero hablar contigo de estrategia, así que te necesito aquí. Sin embargo, Phury va a ir a la clínica esta noche. ¿Por qué no le pides que lleve al muchacho?

Tohr vaciló un momento y miró a John.

—¿Te parece bien, hijo? Mi hermano es un buen tipo. En todos los aspectos.

John asintió con la cabeza. Ya había causado suficientes problemas cayéndose al suelo como si sufriera de desmayos. Después de eso, estaba dispuesto a cualquier cosa.

¡Dios! ¿Qué sería lo que tenía esa mujer? Ahora que se había marchado, ya no podía recordar qué era lo que le había llamado tanto la atención. Ni siquiera podía recordar su cara. Era como si tuviera una amnesia repentina.

—Déjame llevarte al cuarto de mi hermano.

John le puso una mano en el brazo a Tohr. Cuando terminó de decir algo con lenguaje de signos, miró a Wrath.

Tohr sonrió.

—John dice que ha sido un honor conocerte.

—A mí también me ha encantado conocerte, hijo —el rey regresó al escritorio y se sentó—. Y, Tohr, cuando regreses, trae también a Vishous.

—Claro.

‡ ‡ ‡

O le dio una patada tan fuerte al Taurus de U que su bota dejó una abolladura en el guardabarros trasero.

El maldito cacharro estaba aparcado a un lado de la carretera, en una zona desierta. En un lugar cualquiera de la carretera 14, a unos cuarenta kilómetros del centro.

El sistema de seguimiento de U era bastante bueno, pero estaba bloqueado y O había tardado más de una hora en localizar el coche. Cuando el maldito transmisor apareció por fin en la pantalla, el Taurus se movía rápidamente. Una vez localizado, O se montó en su camioneta para perseguirlo. Pensó que necesitaba ayuda, le hubiera venido bien que alguien rastreara en la pantalla mientras él iba en busca del coche, pero U estaba de cacería en el centro, y distraerlo a él o a cualquiera del patrullaje habría llamado mucho la atención.

Y O ya tenía suficientes problemas… problemas que volvieron a manifestarse cuando su móvil sonó por enésima vez. Había empezado a sonar hacía cerca de veinte minutos y, desde entonces, las llamadas no paraban. Sacó el Nokia de su chaqueta de cuero. El identificador de llamadas decía que no podía rastrear el número. Probablemente era U o, peor aún, el señor X.

Ya debían de saber que el centro había sido quemado.

Cuando el móvil por fin se calló, O marcó el número de U. Tan pronto como respondieron, dijo:

—¿Me estás buscando?

—¡Por Dios! ¿Qué ha pasado? ¡El señor X dice que ya no queda nada del centro!

—No sé qué ha podido pasar.

—Pero tú estabas allí, ¿no? Dijiste que ibas para allá.

—¿Eso le dijiste al señor X?

—Sí. Y, escucha, será mejor que tengas cuidado. El jefe está muy molesto y te está buscando.

O se recostó contra la fría carrocería del Taurus. No tenía tiempo para tonterías. Su esposa estaba en algún lugar lejos de él, y ya siguiera viva o la estuvieran enterrando, sin importar en qué estado estuviera, necesitaba tenerla de nuevo. Luego tenía que ir tras ese hermano lleno de cicatrices que se la había robado y acabar con ese asqueroso bastardo. Sin ninguna consideración.

—¿O? ¿Estás ahí?

Pensó que debería haber arreglado las cosas de modo que los demás hubieran pensado que había muerto en el incendio. Podría haber dejado allí la camioneta y haber atravesado el bosque a pie. Sí, pero luego ¿qué? Sin dinero, ni vehículo, ni refuerzos para atacar a la Hermandad jamás habría podido atrapar al bastardo de la cicatriz. Además, la Sociedad habría acabado descubriéndolo… No, era mejor así. Al menos, de esa manera podría contar con ayuda para matar al hijo de perra que había secuestrado a su esposa.

—¿O?

—Realmente no sé lo que pasó. Cuando llegué, el lugar ya estaba convertido en cenizas.

—El señor X piensa que tú lo incendiaste.

—Claro. Esa suposición le resulta muy conveniente, aunque yo no tuviera ningún motivo para hacerlo. Mira, te llamo más tarde.

Cerró el teléfono y se lo metió en el bolsillo de la chaqueta. Luego lo volvió a sacar y lo apagó.

Mientras se frotaba la cara, no podía sentir nada en absoluto, pero no era debido al frío.

¡Mierda, estaba metido en un buen lío! El señor X necesitaría culpar a alguien por el incendio y O era el más adecuado. Si no había muerto en la conflagración, el castigo que le esperaba iba a ser severo. Dios sabía lo que había ocurrido la última vez que había recibido una reprimenda, casi había muerto a manos del Omega. ¡Maldición! ¿Qué opciones tenía?

Cuando se le ocurrió la solución, sintió un estremecimiento, pero el estratega que llevaba dentro se sintió complacido.

El primer paso era tener acceso a los manuscritos de la Sociedad, antes de que el señor X lo encontrara. Eso significaba que necesitaba una conexión a Internet. Lo que implicaba que regresaría a la casa de U.

‡ ‡ ‡

John salió del estudio de Wrath y dobló por el pasillo hacia la izquierda, caminando cerca de Tohr. Cada tres metros aproximadamente había una puerta sobre la pared que quedaba frente al balcón, como si el lugar fuera un hotel. ¿Cuánta gente vivía allí?

Tohr se detuvo y golpeó en una de las puertas. Al ver que no había respuesta, volvió a golpear y dijo:

—Phury, hermano, ¿tienes un segundo?

—¿Me estás buscando a mí? —dijo una voz profunda desde atrás.

Un hombre que tenía una espléndida cabellera venía caminando por el pasillo. La melena tenía todo tipo de colores y caía sobre su espalda en ondas. Sonrió a John y luego miró a Tohr.

—Oye, hermano —dijo Tohr. Los dos comenzaron a hablar en lengua antigua, mientras que el otro abría la puerta.

John miró hacia adentro. Había una cama enorme y antigua, con dosel y almohadones alineados contra una cabecera labrada. Muchos objetos sofisticados de decoración. El lugar olía a café.

Cuando Tohr acabó su explicación, el hombre de la melena miró a John con una sonrisa.

—John, soy Phury. Creo que los dos vamos a ir al médico esta noche.

Tohr puso una mano sobre el hombro de John.

—Entonces nos vemos más tarde, ¿te parece bien? Tienes mi número de móvil. Mándame un mensaje de texto si necesitas algo.

John asintió con la cabeza y vio cómo Tohr se marchaba. Al ver desaparecer esos hombros enormes, se sintió muy solo.

Al menos hasta que Phury dijo con voz suave:

—No te preocupes. Él nunca está lejos y yo te voy a cuidar bien.

John levantó la vista hacia unos ojos amarillos muy cálidos. ¡Caramba, eran del color del plumaje de un jilguero! Mientras se relajaba, recordó el nombre. Phury… Éste era el tipo que se encargaría de parte de su entrenamiento.

«¡Qué bien!», pensó John.

—Vamos, entra. Acabo de regresar de hacer un recado.

Cuando John cruzó la puerta, el olor a café se volvió más fuerte.

—¿Alguna vez has estado en el consultorio de Havers?

John negó con la cabeza, luego vio un sillón junto a la ventana y fue a sentarse.

—Bueno, no tienes de qué preocuparte. Nos aseguraremos de que te trate bien. Creo que están buscando alguna pista sobre tu linaje, ¿no es cierto?

John asintió con la cabeza. Tohr había dicho que le harían un examen de sangre y un examen físico, lo cual probablemente era una buena idea, teniendo en cuenta el desmayo y las convulsiones que acababa de sufrir en la oficina de Wrath.

Sacó su libreta y escribió: «¿Por qué vas tú al médico?».

Phury se acercó y miró los garabatos. Con un sencillo movimiento de su inmenso cuerpo, levantó una bota enorme y la puso en el borde del sillón. John se echó hacia atrás, mientras que el hombre se subía un poco los pantalones de cuero.

Se quedó impresionado al ver la pierna de Phury. Era un amasijo de clavos y tornillos.

John estiró la mano para tocar el metal y luego levantó la mirada. No se dio cuenta de que se estaba tocando la garganta hasta que Phury sonrió.

—Sí, yo sé muy bien qué se siente cuando a uno le falta algo.

John volvió a mirar la pierna artificial y levantó la cabeza.

—¿Quieres saber cómo ocurrió? —al ver que John asentía con la cabeza, Phury vaciló y luego dijo—: Me disparé.

De pronto se abrió la puerta de par en par y una gruesa voz masculina atravesó la habitación.

—Necesito saber…

John volvió la cara al oír las palabras. Luego se encogió en el sillón.

El hombre que estaba parado en el umbral tenía el cuerpo lleno de cicatrices y una marca que le desfiguraba completamente el rostro y se lo partía en dos. Pero eso no fue lo que hizo que John quisiera desaparecer. Los ojos negros que brillaban en medio de ese rostro desfigurado eran como las sombras de una casa desierta, estaban llenos de malos presagios de dolor y destrucción.

Y para completar el cuadro, el hombre tenía sangre fresca en el pantalón y en la bota derecha.

Esa mirada maléfica pareció centrarse en John y golpeó la cara del muchacho como una bocanada de aire helado.

—¿Qué estás mirando?

Phury bajó la pierna.

—Z…

—Te he hecho una pregunta, niño.

John se apresuró a escribir algo en la libreta. Garabateó algo rápido y le pasó el papel al otro, pero en cierta manera eso empeoró la situación.

El hombre levantó su espantoso labio superior y dejó ver unos colmillos aterradores.

—Sí, no importa, chico.

—Atrás, Z —interrumpió Phury—. No tiene voz. No puede hablar —Phury se acercó la libreta a los ojos para poder ver bien—. Se está disculpando.

John resistió el impulso de esconderse detrás del sillón, mientras lo examinaban de cabo a rabo. Pero luego la agresividad que parecía irradiar del hombre disminuyó.

—¿No puedes hablar ni un poco?

John negó con la cabeza.

—Bueno, yo no sé leer. Así que estamos jodidos, tú y yo.

John escribió rápidamente. Cuando le mostró la libreta a Phury, el hombre de la mirada oscura frunció el ceño.

—¿Qué ha escrito?

—Dice que no hay problema. Él sabe escuchar y tú puedes hablar.

Los ojos desalmados desviaron la mirada.

—No tengo nada que decir. Ahora, ¿a qué maldita temperatura pongo el termostato?

—Ah, a veintiún grados —Phury atravesó la habitación—. El botón debe de estar aquí. ¿Lo ves?

—No lo he subido lo suficiente.

—Y tienes que asegurarte de que el interruptor que está en la parte inferior de la unidad esté totalmente movido a la derecha. Si no, no importa qué temperatura pongas, la calefacción no se pondrá en marcha.

—Sí… está bien. ¿Y puedes decirme qué dice aquí?

Phury miró un trozo de papel.

—Es la dosis para la inyección.

—No me digas. Entonces, ¿qué debo hacer?

—¿Está inquieta?

—En este momento no, pero quiero que me prepares esto y me digas qué hacer. Necesito tener lista una dosis, por si le vuelve el dolor y Havers no puede venir.

Phury tomó el frasquito y sacó la jeringuilla del paquetito estéril.

—Está bien.

—Hazlo bien —cuando Phury terminó de preparar la jeringa, volvió a ponerle la tapa y los dos hablaron un momento en lengua antigua. Luego el tipo terrible preguntó—: ¿Cuánto tiempo estarás fuera?

—Tal vez una hora.

—Entonces, hazme antes un favor. Llévate ese coche en que la traje.

—Ya lo he hecho.

El hombre de la cicatriz asintió con la cabeza y se marchó. La puerta se cerró de un golpe.

Phury se llevó las manos a la cadera y clavó la mirada en el suelo. Luego fue hasta una caja de caoba que tenía sobre una mesita y sacó lo que parecía un porro. Tomó el cigarro entre el pulgar y el índice, lo encendió, le dio una calada profunda y cerró los ojos. Cuando espiró, el humo tenía un olor como a granos de café tostado, combinados con chocolate caliente. Delicioso.

Cuando los músculos de John se relajaron, se preguntó qué sustancia sería. Ciertamente no era marihuana. Pero tampoco era un cigarrillo común.

«¿Quién es él?», escribió, y le enseñó la libreta a Phury.

—Zsadist. Mi hermano gemelo —Phury se rió al ver que John se quedaba boquiabierto—. Sí, lo sé, no nos parecemos mucho. Al menos, ya no. Escucha, él es un poco difícil, así que lo mejor es que no te le acerques.

«No me digas», pensó John.

Phury se ajustó la correa de la pistolera antes de meter en el bolsillo de la derecha una pistola y en el de la izquierda una daga de hoja negra. Luego, fue hasta el armario y regresó con un gabán de cuero negro.

Dejó el porro, o lo que fuera, en un cenicero de plata que había junto a la cama.

—Muy bien, vámonos.