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Jane había estado en el apartamento de Manny Manello una o dos veces. Muy rara vez, en todo caso. Pasaban mucho tiempo juntos, pero siempre en el hospital.

Vaya, aquél era definitivamente el apartamento de un tío. Un tío muy deportista. Si llega a tener más accesorios deportivos, hubiera pensado que estaba en una tienda especializada.

El lugar le recordaba un poco a la Guarida.

Jane dio una vuelta por la sala y se fijó en los DVD, los CD y las revistas que tenía Manello. Sí, se entendería a las mil maravillas con Butch y V: evidentemente llevaba toda una vida suscrito a Sports Illustrated, igual que ellos. Y le gustaba beber, aunque Manello era un hombre de Jack, y no parecía que le gustase el Goose ni el Lag.

Mientras se inclinaba hacia delante, Jane concentró su energía para poder levantar el número más reciente de la revista y se dio cuenta de que llevaba exactamente un día como fantasma. Sólo hacía veinticuatro horas que había aparecido en la habitación de V con la Virgen Escribana.

Las cosas estaban funcionando bien. Como miembro de los inmortales, seguía disfrutando tanto del sexo como cuando vivía. De hecho, ella y V habían quedado de encontrarse en el ático al final de la noche. V quería hacer un poco de ejercicio, como él decía, y los ojos le brillaban ante aquella expectativa. Y Jane estaba más que dispuesta a complacer a su compañero.

Por supuesto.

Dejó la revista sobre la mesa y se paseó un poco más. Luego decidió esperar junto a la ventana.

Esto iba a resultar difícil. Decir adiós era difícil.

Ella y V habían discutido acerca de cómo iban a controlar su salida del mundo de los humanos. El accidente automovilístico que él había preparado explicaría en parte su desaparición. Claro que nunca encontrarían el cadáver, pero la zona en la que había caído el Audi era boscosa y montañosa. Con suerte, la policía sencillamente cerraría el expediente después de hacer una búsqueda y, en todo caso, las consecuencias no importaban, pues ella nunca iba a regresar.

En cuanto a sus pertenencias, la única cosa valiosa que había en su casa era una fotografía de ella y de Hannah. V ya la había recuperado. El resto de las cosas serían vendidas por el abogado que ella había designado desde hacía dos años en su testamento para administrar sus propiedades. Y el producto de la venta sería para el Saint Francis.

Jane creía que iba a echar de menos sus libros, pero V le había dicho que le conseguiría unos nuevos. Y aunque no era exactamente lo mismo, Jane tenía fe en que, al cabo de un tiempo, desarrollaría una relación cercana con sus nuevos libros.

Manny era el único cabo suelto que quedaba…

En ese momento se oyó el tintineo de un manojo de llaves que se incrustaba en la cerradura y la puerta se abrió.

Jane se ocultó entre las sombras. Manny entró, dejó su maletín de Nike en el suelo y se dirigió a la cocina.

Parecía exhausto. Y apesadumbrado.

Su primer impulso fue acercarse de inmediato, pero Jane sabía que lo mejor sería esperar a que se durmiera… Ésa era la razón de haber venido tan tarde, pues tenía la esperanza de encontrarlo dormido. Pero era evidente que Manello estaba trabajando hasta que ya no podía sostenerse en pie.

Cuando volvió a salir al salón, se estaba tomando un vaso de agua. Luego miró hacia donde ella estaba con una expresión de desconcierto… pero siguió hacia la habitación.

Jane oyó la ducha. Pasos y una maldición entre dientes, como si se estuviera estirando en la cama y le doliera la espalda.

Jane espero un poco más… hasta que finalmente se acercó a la habitación.

Manny estaba en la cama, envuelto en una toalla que le cubría de las caderas para abajo, con los ojos fijos en el techo.

No parecía que se fuera a dormir pronto.

Así que Jane decidió avanzar hasta el rayo de luz que proyectaba la lámpara que estaba sobre la cómoda.

—Hola.

Manello giró la cabeza con brusquedad y luego se incorporó de un salto.

—¿Qué…?

—Estás soñando.

—¿De verdad?

—Sí. Tú sabes que los fantasmas no existen.

Manello se frotó la cara con las manos.

—Pero parece real.

—Claro que parece real. Así son los sueños. —Jane se envolvió entre sus brazos—. Quería que supieras que estoy bien. De verdad. Estoy bien y feliz de haber terminado donde estoy.

No había necesidad de mencionar que todavía estaba en Caldwell.

—Jane… —comenzó a decir Manello, pero se le quebró la voz.

—Ya lo sé. Yo me sentiría igual si tú hubieses… desaparecido.

—No puedo creer que hayas muerto. No puedo creer que tú… —Manello comenzó a parpadear con rapidez.

—Escucha, todo va bien. Te lo prometo. La vida… bueno, siempre termina bien, de verdad. Me refiero a que he visto a mi hermana. A mis padres. A algunos de los pacientes que hemos perdido en el hospital. Ellos siempre están a nuestro alrededor, sólo que no podemos verlos… Es decir, tú no puedes verlos. Pero todo va bien, Manny. No debes tener miedo a la muerte. En realidad sólo es una transición.

—Sí, pero tú ya no estás aquí. Y yo voy a tener que vivir sin ti.

Jane sintió un dolor terrible al oír el tono de tristeza de la voz de Manny y saber que no había nada que pudiera hacer para aliviar su sufrimiento. También le dolía el hecho de haberlo perdido a él.

—De verdad, te voy a echar de menos —dijo Jane.

—Yo también. —Manello volvió a frotarse la cara—. Me refiero a que… ya te estoy echando de menos. Y me siento morir. En cierta forma… demonios, yo siempre pensé que tú y yo íbamos a terminar juntos. Me parecía que ése era nuestro destino. Mierda, tú eras la única mujer que conocía que era tan fuerte como yo. Pero, sí… supongo que no estaba previsto de esa manera. Los planes de los hombres son una mierda.

—Probablemente haya alguien por ahí que sea aun mejor que yo.

—¿Ah, sí? Dame el número antes de regresar al cielo.

Jane sonrió y luego se puso seria.

—No irás a hacer nada estúpido, ¿verdad?

—¿Te refieres a suicidarme? No. Pero no te puedo prometer que no me vaya a emborrachar como una cuba en los próximos dos meses.

—Hazlo en privado. Tienes una reputación de hijoputa que debes mantener.

Manello esbozó una sonrisa.

—¡Qué pensarían en el departamento!

—Exacto. —Luego hubo un largo silencio—. Será mejor que me vaya.

Manello la miró desde la cama.

—Dios, parece que realmente estuvieras aquí.

—No lo estoy. Esto sólo es un sueño. —Jane comenzó a desvanecerse. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. Adiós, Manny, mi querido amigo.

Manny levantó la mano y dijo, haciendo un esfuerzo:

—Vuelve a verme algún día.

—Tal vez.

—Por favor.

—Ya veremos.

Mientras se terminaba de desvanecer, Jane tuvo la curiosa sensación de que realmente iba a volver a verle otra vez.

Sí, fue una sensación extraña. Como aquella vez que supo que iba a sufrir un accidente de coche y que se iba a marchar del Saint Francis, al despedirse de Manny Manello, Jane tuvo la certeza de que sus caminos volverían a cruzarse otra vez.

Esa sensación le brindó un poco de consuelo. Realmente odiaba la idea de despedirse de él. De verdad la odiaba.