45
Jane estaba sentada en la mesa de su cocina, con una taza vacía ante ella. Al otro lado de la calle se podía ver que el sol estaba comenzando a salir y sus rayos se metían por entre las ramas de los árboles. Vishous se había marchado hacía cerca de veinte minutos y, antes de irse, le había preparado el cacao que ella acababa de terminar.
Jane sentía una nostalgia inexplicable, teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que habían pasado juntos durante la noche. Después de hablar con Manny, V había vuelto asegurándole que su jefe todavía estaba vivo y con todas las extremidades en su sitio. Luego la envolvió con sus brazos y la apretó contra él… y le hizo el amor. Dos veces.
Pero ya se había marchado y Jane pensaba que, antes de que pudiera volver a verlo, el sol tenía que caer detrás de la tierra como una piedra.
Desde luego que existían los teléfonos, el correo electrónico y los mensajes de texto y también volverían a verse por la noche. Pero Jane pensaba que eso no era suficiente. Ella quería dormir junto a V y no sólo durante las escasas horas que tenían antes de que él tuviera que irse a combatir o regresar a su casa.
Y hablando de logística… ¿Qué iba a hacer con la oportunidad de Columbia? Eso significaría alejarse todavía más de él, pero ¿acaso eso importaba? V podía desplazarse a cualquier lugar en segundos. Sin embargo, no parecía muy buena idea estar más alejados. Después de todo, ya le habían pegado un tiro una vez. ¿Qué sucedería si él la necesitaba? Ella no se podía desmaterializar para correr a su lado.
Pero, entonces, ¿qué pasaba con la idea de ser su propio jefe? La necesidad de dirigir su propio departamento era algo que llevaba en la sangre, e ir a Columbia seguía siendo la mejor opción, aunque podrían pasar cinco años o más antes de poder acceder a la jefatura.
Si es que todavía querían entrevistarla. Si es que conseguía el trabajo.
Jane miró la taza vacía, manchada de chocolate.
De pronto se le ocurrió una idea absurda. Absolutamente descabellada. Así que trató de apartarla de su mente pensando que era una pequeña muestra de que su cabeza todavía no funcionaba por completo.
Se levantó de la mesa, dejó la taza en el lavavajillas y se fue a duchar y a vestir. Media hora después estaba saliendo de su garaje y, cuando arrancó, vio una furgoneta que entraba a la casa de al lado.
Una familia. Genial.
Por fortuna, el recorrido hasta el centro fue muy tranquilo. Había poco tráfico por la calle Trade y pilló todos los semáforos en verde hasta que llegó al que estaba frente a las oficinas del Caldwell Courier Journal.
Cuando se detuvo, sonó su teléfono móvil. Seguramente era del hospital.
—Whitcomb.
—Qué tal, doctora. Habla su hombre.
Jane sonrió. De oreja a oreja.
—Hola.
—Hola. —De fondo oyó un ruido de sábanas, como si V se estuviera acomodando en la cama—. ¿Dónde estás?
—Camino del trabajo. ¿Dónde estás tú?
—Acostado.
Ay, Dios, Jane se imaginó en el estupendo aspecto que tendría sobre esas sábanas negras.
—Entonces… ¿Jane?
—¿Sí?
—¿Qué llevas puesto? —preguntó V con tono sensual.
—Traje de cirugía.
—Mmmmm. Eso es muy sexy.
Jane soltó una carcajada.
—Es apenas un poco más sofisticado que ponerse un saco encima.
—No, en tu caso no.
—¿Y tú? ¿Qué llevas puesto?
—Nada… y adivina dónde está mi mano, doctora.
El semáforo cambió y Jane tuvo que concentrarse en conducir.
—¿Dónde? —preguntó con voz entrecortada.
—Entre mis piernas. ¿Puedes adivinar sobre dónde se apoya?
Ay… Virgen… santa.
—¿Sobre qué? —dijo Jane, acelerando.
Al oír la respuesta de V, Jane casi se estrella contra un coche que estaba aparcado.
—Vishous…
—Dime qué hacer, doctora. Dime qué hacer con mi mano.
Jane tragó saliva, se apartó hacia un lado… y le dio instrucciones precisas.
‡ ‡ ‡
Phury echó un poco de tabaco rojo sobre un papel de fumar, mojó el papel con saliva y lió el porro. Mientras lo encendía, se recostó contra las almohadas. Se había quitado la prótesis, que estaba apoyada contra la mesilla de noche, y llevaba puesta una bata de seda azul y roja. Su favorita.
El hecho de haber hecho las paces con Bella lo había tranquilizado. Estar de vuelta aquí lo había tranquilizado. Y el humo rojo lo había tranquilizado.
Lo que no lo había tranquilizado era tener que lidiar con la directrix.
Aquella mujer había aparecido en la mansión media hora después de que él y Cormia llegaran del Otro Lado y estaba como loca diciendo que una de las Elegidas se había perdido. Phury la llevó a la biblioteca y le explicó, delante de Wrath, que todo iba bien: sencillamente había cambiado de opinión y quería volver aquí durante un tiempo.
La directrix no se puso precisamente contenta. Con un tono altanero que no sonó muy bien, informó a Phury de que, como representante de las Elegidas, exigía entrevistar a Cormia sobre lo ocurrido en el templo, con el fin de confirmar que la ceremonia del Gran Padre se hubiera completado.
En ese momento Phury decidió que ella definitivamente no le gustaba. Sus ojos traicioneros le decían que ella sabía que no había habido sexo, y Phury tenía la clara impresión de que aquella mujer sólo quería detalles porque estaban buscando acabar con Cormia.
Como si él fuera a permitir que eso sucediera. Con una sonrisa en los labios, Phury le recordó a aquella bruja que, en su calidad de Gran Padre, él no tenía por qué rendirle cuentas a ella y que él y Cormia regresarían al Otro Lado cuando a él le diera la gana. Ni un minuto antes.
La mujer se puso roja de la rabia, pero él tenía la sartén por el mango y ella lo sabía. Cuando le hizo la reverencia, antes de desmaterializarse, sus ojos irradiaban odio.
Que se vaya a la mierda, pensó Phury, calibrando seriamente la posiblidad de despedirla. No estaba seguro de cómo podía hacer semejante cosa, pero no quería que nadie como ella estuviera encargada de las Elegidas. Aquella mujer era mezquina.
Le dio una calada al porro y contuvo el aire. No sabía cuánto tiempo más tendría a Cormia en la mansión. Por Dios, le daba la sensación de que ella ya quería regresar. Pero lo único que sabía con certeza era que Cormia era la única que podría decidir cuándo hacerlo; él no iba a permitir que ninguna de aquellas locas de las Elegidas la obligara a hacer algo que no quería.
Y ¿qué pasaba con él? Bueno… una parte de él todavía quería huir de la mansión, pero Cormia era una especie de escudo. Además, en algún momento tendrían que regresar al Otro Lado y quedarse allí.
Soltó el aire y se frotó distraídamente el muñón de la pierna derecha, que terminaba debajo de la rodilla. Tenía dolor, pero eso era normal al final de la noche.
De pronto le sorprendió un golpecito en la puerta.
—Adelante.
Phury pudo adivinar quién era por la manera de abrirse la puerta: lentamente y apenas una rendija.
—¿Cormia? ¿Eres tú? —Phury se sentó, echándose la colcha sobre las piernas.
Entonces apareció la cabeza rubia de Cormia.
—¿Estás bien? —preguntó Phury.
Ella negó con la cabeza y dijo en lengua antigua:
—Si no es impertinente por mi parte, ¿puedo entrar a su habitación, excelencia?
—Por supuesto. Y no tienes que ser tan formal.
Cormia entró tímidamente y cerró la puerta. Parecía tan frágil envuelta con aquella tela blanca, casi como una niñita, en lugar de una hembra que ya había pasado la transición.
—¿Qué sucede?
En lugar de responder, Cormia permaneció en silencio, con los ojos bajos y los brazos envolviendo su cuerpo.
—Cormia, háblame. Dime qué sucede.
Cormia hizo una venia y habló desde esa posición.
—Excelencia, yo…
—Sin formalidades. Por favor. —Phury comenzó a levantarse de la cama, pero cayó en la cuenta de que no tenía puesta su pierna. Así que se volvió a recostar, pues no estaba seguro de lo que ella podría sentir al enterarse de que a él le faltaba una parte del cuerpo—. Sólo dime, ¿qué necesitas?
Ella carraspeó.
—Yo soy tu compañera, ¿no es cierto?
—Hummm… sí.
—Entonces, ¿no debería estar contigo en tu habitación?
Phury abrió los ojos.
—Pensé que sería mejor para ti tener tu propia habitación.
—Ah.
Phury frunció el ceño. Estaba seguro de que ella no quería quedarse con él.
Mientras el silencio se extendía, Phury pensó que parecía que quería quedarse con él.
—Supongo que, si quieres… puedes quedarte aquí —dijo con cierta incomodidad—. Me refiero a que podemos hacer que traigan otra cama.
—¿Qué sucede con la que tienes?
¿Acaso ella quería dormir con él? ¿Por qué…? Ah, claro.
—Cormia, no tienes que preocuparte por la directrix ni por el hecho de que ninguna de las otras piense que no estás cumpliendo con tu deber. Nadie va a saber lo que haces aquí.
O lo que no haces, en este caso.
—No es eso. El viento… al menos creo que es el viento… está sacudiendo la casa, ¿no es cierto?
—Bueno, sí, hay una especie de tormenta. Pero estamos rodeados por una muralla de piedra.
Phury se quedó esperando a que ella continuara y al ver que no decía nada más, de pronto se dio cuenta. Por Dios, era un absoluto imbécil. Había sacado a esa muchacha del único ambiente que conocía en la vida y la había traído a un mundo completamente nuevo. Ella estaba asustada por cosas que a él le parecían totalmente normales. ¿Cómo podría sentirse Cormia segura cuando no sabía qué ruidos eran peligrosos y cuáles no?
—Escucha, ¿quieres quedarte aquí? No hay problema. —Phury miró a su alrededor, tratando de encontrar un sitio para colocar un colchón—. Hay mucho espacio para una colchoneta.
—La cama está bien para mí.
—Sí, yo dormiré en la colchoneta.
—¿Por qué?
—Porque prefiero no dormir en el suelo. —Había un espacio perfecto entre dos ventanas y podría pedirle a Fritz que…
—Pero la cama es suficientemente ancha para los dos.
Phury se giró a mirarla lentamente. Luego parpadeó.
—Ah… sí.
—Podemos compartirla. —Cormia todavía tenía los ojos clavados en el suelo, pero había un intrigante tono de decisión en su voz—. Y así por lo menos podré decirles que me acosté a tu lado.
Ah, entonces era eso.
—Muy bien.
Cormia asintió con la cabeza y se dirigió hasta el otro lado de la cama. Tras deslizarse entre las sábanas, se encogió como un ovillo y se acomodó ante él. Toda una sorpresa. Al igual que el hecho de que no cerrara los ojos y fingiera que se iba a dormir.
Phury apagó su porro en el cenicero y pensó que lo mejor para los dos sería que él durmiera sobre las mantas. Pero necesitaba ir al baño antes de dormir.
Mierda.
Bueno, tarde o temprano ella tendría que enterarse de que le faltaba una pierna.
Apartó las mantas, se puso la prótesis y se levantó. Notó que la muchacha dejaba escapar una exclamación casi inaudible y sintió su mirada fija en él. Phury pensó, «Dios, debe de estar aterrada». Al ser una Elegida, ella estaba acostumbrada a la perfección.
—Me falta la parte inferior de la pierna. —Bueno, así es—. Pero no me molesta.
Siempre y cuando su prótesis se ajustara correctamente y funcionara bien.
—Vuelvo enseguida. —Fue todo un alivio cerrar la puerta del baño. Tardó más tiempo del normal cepillándose los dientes y haciendo sus abluciones. Cuando comenzó a reorganizar los bastoncillos de algodón y el Motrín y las otras medicinas del armarito, se dio cuenta de que era hora de volver a la habitación.
Abrió la puerta.
Ella seguía en el mismo sitio donde la había dejado, en el borde de la cama, frente a él, con los ojos abiertos.
Al dirigirse hacia la cama, Phury pensó que le gustaría que ella dejara de mirarlo. Sobre todo mientras se quitaba la pierna y se acostaba encima de la colcha. Phury se echó sobre las piernas la parte de colcha que colgaba por el lado de la cama y trató de acomodarse.
Pero eso no iba a funcionar. Tenía frío y no iba a poder dormir con el torso descubierto.
Con una mirada rápida, Phury calculó la distancia que los separaba. Era tan grande como un campo de fútbol. Estaban tan lejos que parecía como si ella estuviera en otra habitación.
—Voy a apagar la luz.
Cuando ella dejó caer la cabeza sobre la almohada… Phury apagó la lámpara… y se metió dentro de las mantas.
En medio de la oscuridad, se acostó completamente recto junto a ella. Por Dios… nunca había dormido con nadie. Bueno, aparte de aquella vez durante el periodo de fertilidad de Bella, cuando se quedó dormido con V y Butch, pero todos estaban borrachos. Además, eran hombres, mientras que… bueno, Cormia definitivamente no era un hombre.
Phury respiró hondo. Sí, el aroma a jazmín de Cormia era inconfundiblemente femenino.
Luego cerró los ojos, pensando que estaba seguro de que ella estaría tan tensa e incómoda como él. Vaya, aquél iba a ser un largo día. Debería haber insistido en la idea de la colchoneta.