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Tal vez aquélla no era la mejor idea del mundo, pensó Phury, al detenerse un segundo en el umbral de la habitación contigua a la de él, en la mansión de la Hermandad. Al menos la casa no estaba totalmente ocupada, así que todavía no había tenido que hablar con nadie. Pero, demonios, las cosas no estaban muy bien.

Mierda.

Al otro lado de la habitación, Cormia estaba sentada en el borde de la cama, con la cortina aferrada a sus senos. Sus ojos parecían dos esferas de mármol en un jarrón de cristal. Tenía una expresión tan miserable que Phury tuvo ganas de volver a llevarla al Otro Lado, pero lo que la esperaba allí tampoco era mejor. Phury no quería que ella tuviera que enfrentarse al pelotón de fusilamiento de la directrix.

No iba a permitir que le hicieran daño.

—Si necesitas algo, estoy en la puerta de al lado. —Phury se inclinó hacia fuera, señalando hacia la izquierda—. Supongo que te puedes quedar aquí durante un par de días y descansar un poco. Tener un poco de tiempo para ti. ¿Te parece bien?

Cormia asintió con la cabeza y su cabellera rubia le cubrió los hombros.

Casi sin darse cuenta, Phury notó que Cormia tenía el cabello de un color muy bonito, que adquiría un atractivo especial a la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Era un amarillo intenso y brillante, como el de la madera de pino lacada.

—¿Te gustaría comer algo? —preguntó Phury. Al ver que ella negaba con la cabeza, él se acercó al teléfono y le puso una mano encima—. Si tienes hambre, sólo marca asterisco-cuatro y te comunicarás con la cocina. Ellos te traerán lo que quieras.

Cormia miró el teléfono y luego volvió a clavar los ojos en él.

—Estás a salvo, Cormia. Aquí no te puede pasar nada malo…

—¿Phury? ¿Has vuelto? —Desde el umbral, la voz de Bella resonaba con una mezcla de sorpresa y alivio.

Phury sintió que el corazón le dejaba de latir. Lo habían pillado. Y precisamente la persona a quien más temía explicarle todo ese lío. ¡Ella le intimidaba más que Wrath, por Dios santo!

Phury trató de calmarse antes de mirarla.

—Sí, he vuelto durante unos días.

—Pensé que ibas a… Ay, hola. —Antes de sonreírle a Cormia, Bella le lanzó una mirada de extrañeza a Phury—. Ah, me llamo Bella. Y tú eres…

Al ver que Cormia no respondía, Phury dijo:

—Ella es Cormia. Es la Elegida con quien yo… me apareé. Cormia, ella es Bella.

Cormia se puso de pie e hizo una reverencia tan pronunciada que su pelo casi roza el suelo.

—Excelencia.

Bella se puso la mano en el vientre.

—Cormia, es un placer conocerte. Y, por favor, en esta casa no somos tan formales.

Cormia se enderezó y asintió con la cabeza.

Luego se produjo un silencio tan amplio que aquello parecía un cementerio.

Phury carraspeó. Bueno, aquélla sí que era una situación incómoda.

‡ ‡ ‡

Mientras observaba a la otra hembra, Cormia comprendió toda la historia sin tener que oír ni una palabra más. Así que ésa era la razón para que el Gran Padre no quisiera aparearse. Ésta era la hembra que él realmente deseaba: su deseo resultaba evidente en la forma en que sus ojos contemplaban la figura de aquella mujer, en cómo su voz se hacía más profunda, en la forma en que su cuerpo se excitaba.

Y estaba embarazada.

Cormia miró al Gran Padre. Ella estaba embarazada, pero el hijo no era de Phury. La expresión con que él la miraba estaba llena de nostalgia y anhelo, no transmitía un sentido de propiedad.

Ah, sí. Así que ésta era la razón de que él hubiese decidido reemplazar a su hermano, cuando cambiaron las circunstancias del hijo del Sanguinario. El Gran Padre quería alejarse de esta mujer porque la deseaba y no podía tenerla.

Phury cambió de postura, mirando a Bella, de pie, al otro extremo de la habitación. Luego esbozó una sonrisa.

—¿Cuántos minutos te quedan?

La mujer… Bella… también sonrió.

—Once.

—Y aún te falta un tremendo viaje por el corredor de las estatuas. Deberías empezar ya.

—No voy a tardar tanto tiempo.

Los dos se miraron a los ojos. Los de ella brillaban con afecto y tristeza. Y ese ligero rubor en las mejillas del Gran Padre sugería que estaba convencido de que lo que sus ojos contemplaban estaba más allá de la perfección.

Cormia tiró del borde de la cortina hasta la barbilla para taparse el cuello.

—¿Qué te parece si te acompaño a tu habitación? —dijo Phury, acercándose a la mujer y ofreciéndole su brazo—. De todas formas, quiero ver a Z.

La mujer entornó los ojos.

—Eso sólo es una excusa para meterme en la cama.

Cormia frunció el ceño al oír que el Gran Padre se reía y murmuraba:

—Sí, es cierto. Y ¿qué tal está funcionando?

La mujer se rió entre dientes y cogió el brazo que le tendía el Gran Padre.

—Está funcionando muy bien —dijo con una voz ligeramente ronca—. Como suele suceder siempre contigo… está funcionando muy bien. Me alegro tanto de que estés aquí durante… durante el tiempo que sea.

Ese rubor en las mejillas del Gran Padre se encendió un poco más. Luego miró de reojo a Cormia y dijo:

—Voy a acompañarla hasta su cuarto y luego estaré en mi habitación, si necesitas algo, ¿vale?

Cormia asintió con la cabeza y luego vio que la puerta se cerraba, detrás de los dos.

Tras quedarse sola, se volvió a sentar en la cama.

¡Virgen santa… se sentía diminuta! Se sentía diminuta en aquel inmenso colchón. En medio de aquella habitación enorme. En comparación con todos los colores y las texturas que la rodeaban.

Pero eso era exactamente lo que ella quería. Durante la ceremonia de presentación eso era exactamente lo que había deseado.

Sólo que ser invisible no resultaba tan maravilloso como había imaginado.

Al mirar a su alrededor, Cormia se sentía incapaz de comprender dónde estaba y echaba de menos su pequeña celda blanca del Otro Lado, que parecía una especie de útero.

Cuando llegaron del Otro Lado se materializaron en la habitación contigua, que él había identificado como su habitación. Lo primero que ella pensó era que le encantaba el olor de ese lugar. Olía un poco a humo, con ese exquisito toque a oscuras especias que Cormia identificaba con él. Luego pensó que el impacto del color, las texturas y las formas era abrumador.

Y eso había sido antes de que salieran al pasillo y ella se sintiera completamente anonadada. Parecía que él vivía en un palacio. El pasillo era más amplio que el templo más grande del Otro Lado. Los techos eran tan altos como el cielo y sus cuadros de guerreros en medio de una batalla resplandecían con la misma intensidad que las piedras preciosas que tanto le había gustado contemplar. Cuando puso sus manos sobre la barandilla del balcón y se asomó, sintió la atracción del suelo de mosaico del vestíbulo y la invadió un ligero mareo.

Estaba totalmente fascinada cuando él la condujo a la habitación en que se encontraba ahora.

Sin embargo, la sensación de asombro y reverencia ya había desaparecido. Ahora se sentía agobiada por la cantidad de estímulos sensoriales. El aire era extraño en este lado, estaba lleno de olores extraños, que le resecaban la nariz. También se movía constantemente. Aquí las corrientes de aire rozaban su cara y movían su cabello, estrellándose contra la cortina que envolvía su cuerpo.

Cormia miró hacia la puerta. También se oían ruidos extraños. La mansión crujía y a veces llegaban hasta ella voces lejanas.

Mientras se encogía más y metía los pies debajo de su cuerpo, miró hacia la elegante mesilla que había a la derecha de la cama. No tenía hambre, pero aunque quisiera comer algo, no sabría qué pedir. Y tampoco tenía ni idea de cómo usar ese objeto que él había dicho que se llamaba teléfono.

De repente, oyó un rugido al otro lado de las ventanas y giró la cabeza enseguida. ¿Habría dragones en este lado? Cormia había leído sobre los dragones, y aunque creía a Phury cuando decía que estaba a salvo allí, le preocupaban los peligros que no podía ver.

Aunque quizá fuese sólo el viento. Cormia también había leído sobre el viento, pero no estaba segura.

Luego estiró la mano y cogió uno de los cojines de satén con borlas en las esquinas. Se abrazó a él y comenzó a acariciar los hilos de seda de las borlas, tratando de calmarse con el roce de los hilos sobre su mano.

Éste era su castigo, pensó Cormia, notando que la habitación la oprimía y embotaba sus sentidos. Éste era el resultado de querer marcharse del Otro Lado y encontrar su propio camino.

Ahora se encontraba donde quería.

Y lo único que deseaba era regresar a casa.