42

En el Otro Lado, Phury bajó de la colina hacia el anfiteatro, flanqueado por Z y Wrath. La Virgen Escribana y la directrix estaban esperando en el centro del escenario, las dos de negro. La directrix no parecía muy feliz, tenía los ojos entrecerrados, los labios apretados y aferraba con sus manos un medallón que colgaba de su cuello. ¿Y la Virgen Escribana? No había forma de vislumbrar su estado de ánimo. Tenía la cabeza tapada con la capucha de su vestido, pero aunque se le pudiera ver la cara, Phury no creía que fuera posible saber lo que estaba pensando.

Phury se detuvo ante el trono dorado, pero no se sentó. Aunque probablemente habría sido una buena idea. Se sentía como si estuviera flotando, su cuerpo parecía moverse a la deriva, no sobre sus pies, y le parecía que tenía la cabeza en un sitio que no era encima de los hombros. ¿Sería el efecto de las toneladas de porros que se había fumado?, pensó. ¿O quizá el hecho de que estaba a punto de contraer matrimonio con más de tres docenas de mujeres era el causante de su malestar?

Por Dios santo.

—Wrath, hijo de Wrath —dijo la Virgen Escribana con voz solemne—. Acércate a saludarme.

Wrath se dirigió hasta el borde del escenario y se puso de rodillas.

—Excelencia.

—Tienes algo que pedirme. Hazlo ahora, pero controla tus palabras.

—Si no es demasiado impertinente, te pido que permitas que Phury se rija por las mismas condiciones que habías autorizado para Vishous con respecto a seguir combatiendo. Necesitamos guerreros.

—Me inclino a conceder ese permiso por ahora. Podrá vivir allí…

En ese momento fue interrumpida por Phury con un «No» tajante. Al ver que todo el mundo se giraba a mirarlo con sorpresa, añadió:

—Viviré aquí. Seguiré peleando, pero viviré aquí. —Phury hizo una ligera inclinación para tratar de compensar su impertinencia—. Si no es inconveniente.

Zsadist abrió la boca con una expresión de qué-mierda-estás-pensando en su cara marcada por la cicatriz, pero la sonrisa inmediata de la Virgen Escribana le obligó a guardar silencio.

—Que así sea. Las Elegidas preferirán eso, al igual que yo. Ahora, levántate, Wrath, hijo de Wrath, y comencemos.

Cuando el rey se puso de pie, la Virgen Escribana se quitó la capucha.

—Phury, hijo de Ahgony, te pido que aceptes el papel de Gran Padre. ¿Aceptas?

—Acepto.

—Sube a la tarima y arrodíllate frente a mí.

Phury dio unos pasos y subió unos cuantos escalones, pero sin sentir los pies. Tampoco notó el mármol sobre el que se apoyaron sus rodillas al postrarse ante la Virgen Escribana. Cuando la mano de la Virgen Escribana aterrizó sobre su cabeza, no tembló ni pensó nada, ni parpadeó. Le daba la sensación de ir en un coche, en el asiento del copiloto, y de estar sometido a los caprichos del conductor en cuanto a la velocidad a la que viajaban y el destino al que se dirigían. Así que entregarse era lo más apropiado.

Resultaba extraño, porque al fin y al cabo, él había elegido aquel destino, ofreciéndose voluntariamente.

Sí, pero sólo Dios sabía adónde le llevaría semejante decisión.

Las palabras que la Virgen Escribana pronunció mientras él estaba postrado resonaban con el eco de la lengua antigua, pero Phury no pudo concentrarse en ellas.

—Ponte de pie y levanta los ojos —ordenó la Virgen Escribana al final—. Te presento a tus compañeras, sobre las que tienes pleno dominio, sus cuerpos te pertenecen y todas deberán obedecerte y servirte.

Cuando Phury se puso de pie vio que la cortina se había abierto y que todas las Elegidas estaban en fila, con vestidos rojo sangre, brillando como rubíes en medio de aquella blancura. Como si fueran una, todas se inclinaron ante él al mismo tiempo.

Diablos Realmente lo había hecho.

De repente, Z saltó al escenario y lo agarró del brazo. ¿Qué demo…? Ah, bueno. Phury se balanceaba como un barco. Probablemente habría caído redondo y no habría dado muy buena imagen.

Entonces se oyó la voz de la Virgen Escribana, que resonó con todo su poder.

—Y así concluye la ceremonia. —Luego levantó su mano resplandeciente y señaló un templo en la colina—. Sube ahora a la cámara y toma a la primera de todas, como lo hace un macho.

Zsadist le apretó el brazo.

—Por Dios… hermano…

—Basta —siseó Phury—. Todo va a ir bien.

Phury se zafó de su gemelo, les hizo una reverencia a la Virgen Escribana y a Wrath, bajó las escaleras tambaleándose y comenzó a subir la colina. Mientras avanzaba, sentía la suavidad del césped bajo sus pies y esa extraña luz del Otro Lado que le rodeaba. Pero ninguna de las dos cosas parecía ofrecerle alivio. Podía sentir los ojos de todas las Elegidas clavados en su espalda y el hecho de sentirse el objeto del deseo de todas esas mujeres le heló la sangre, incluso en medio de la nube de humo rojo en que se encontraba.

El templo que estaba sobre la colina era de estilo romano, con columnas blancas y un balcón en lo alto. Sobre sus inmensas puertas dobles había dos nudos dorados a modo de pomos. Phury giró el de la derecha, empujó la puerta y entró.

Su cuerpo se endureció enseguida debido al aroma que flotaba en el aire, una mezcla dulce y ahumada de jazmín e incienso, que lo atraía y lo excitaba sexualmente. Como se suponía que debía hacerlo. Al frente había una cortina blanca iluminada por el resplandor titilante de cientos de velas que se encendieron de repente.

Cuando Phury corrió la cortina, lo que vio le hizo retroceder y perder parte de la excitación.

La Elegida con la que debía aparearse estaba acostada sobre una plataforma de mármol que tenía encima una especie de colchón. Una cortina caía desde el techo a la altura de su garganta y se arremolinaba sobre la cabeza, de forma que no se le podía ver la cara. Tenía las piernas abiertas y atadas a la plataforma con cintas de seda, al igual que los brazos. Un velo transparente envolvía su cuerpo desnudo.

La idea básica del ritual era evidente. Ella era el cáliz ritual, una representante anónima de las otras. Él era el portador del vino que llenaría su cuerpo. Y aunque eso resultaba absolutamente imperdonable por su parte, por una fracción de segundo Phury pensó en saltar sobre ella y poseerla.

«Mía», pensó. De acuerdo con la ley y la tradición y todo lo que se había dicho, ella era tan suya como sus dagas, o como el cabello que crecía de su cabeza. Y Phury quería entrar dentro de ella. Quería eyacular dentro de ella.

Pero eso no iba a suceder, pues la parte decente de su personalidad controló enseguida a sus instintos y los aplastó contra el suelo. La muchacha estaba absolutamente aterrorizada y sollozaba silenciosamente, como si para tratar de esconder el sonido de su llanto se estuviera mordiendo el labio. Temblaba con tanta fuerza que sus extremidades sonaban como un metrónomo.

—Tranquilízate —dijo Phury en voz baja.

La muchacha se sobresaltó. Luego el temblor volvió con más fuerza.

Phury se sintió indignado de inmediato. Era espantoso que le ofrecieran a aquella pobre mujer para su uso como si fuera un animal y aunque a él lo iban a usar de la misma forma, al menos había elegido libremente colocarse en esa posición. Pero tenía serias dudas de que ése fuera el caso de la muchacha, teniendo en cuenta que en las dos ocasiones había estado atada.

Phury estiró el brazo, agarró la cortina que escondía la cara de la muchacha y la arrancó…

Por todos los diablos. La muchacha no se estaba mordiendo el labio para reprimir sus sollozos; estaba amordazada y atada a la cama por medio de una correa que le pasaba por la frente. Tenía la cara empapada en lágrimas y estaba colorada e hinchada. Los músculos de su cuello estaban tensos y prominentes, pues estaba gritando aunque sin poder producir ningún sonido. Y los ojos parecían querer salirse de las órbitas a causa del terror.

Phury le quitó enseguida lo que tenía en la boca, aflojó la correa, sacándole la mordaza.

—Tranquilízate…

La muchacha jadeaba, aparentemente incapaz de hablar, y como Phury creía en que una acción vale más que mil palabras, se dedicó a quitarle la correa que le oprimía por la frente hasta que la desenredó de su largo cabello rubio.

Cuando le liberó los brazos, la muchacha se cubrió enseguida los senos y el pubis. De manera impulsiva, Phury agarró la cortina que había arrancado y se la echó encima, antes de quitarle las correas de los pies. Luego se alejó de ella y se dirigió al otro lado del templo, contra la pared. Pensaba que tal vez así ella se sentiría más segura.

A pesar de que clavó los ojos en el suelo, Phury sólo la veía a ella: la Elegida era blanca y rubia y sus ojos eran verde jade. Tenía rasgos finos que le recordaban una muñeca de porcelana y olía a jazmín. Dios, era una criatura demasiado delicada para que la torturaran de esa manera. Era una criatura muy valiosa para tener que soportar las vejaciones de un desconocido.

Por Dios. ¡Qué desastre!

Phury dejó que el silencio se instalara en el ambiente, con la esperanza de que ella se acostumbrara a su presencia, mientras él pensaba en qué iba a hacer después.

Con seguridad, el sexo estaba fuera de discusión.

‡ ‡ ‡

Jane no cantaba muy bien, pero parecía toda una Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas, acostada en la cama, mirando cómo V trataba de encontrar su ropa. Joder, estar enamorado realmente hacía que uno quisiera abrir los brazos y dar vueltas bajo el sol, con una inmensa y estúpida sonrisa de felicidad. Además, Jane ya tenía el cabello rubio y corto, así que el papel no le venía mal. Aunque definitivamente no estaba dispuesta a transigir con los pantalones tiroleses.

Sólo había un pequeño problema.

—Dime que no le vas a hacer daño —dijo Jane, observando cómo V se ponía los pantalones de cuero—. Dime que mi jefe no va a terminar con las dos piernas rotas.

—En absoluto. —V se puso una camisa negra y se tapó los pectorales—. Sólo me voy a asegurar de que no recuerde nada y que esa foto de mi corazón ya no ande por ahí.

—¿Me contarás cómo sale todo?

V la miró con suspicacia y una sonrisa malévola en los labios.

—¿Acaso no confías en que sepa tratar a tu enamorado?

—Tanto como confío en que soy capaz de derribarte.

—Eres una mujer muy sabia. —V se acercó y se sentó en el borde de la cama, con sus ojos de diamante brillando gracias a la satisfacción sexual que sentía—. En lo que te concierne, ese cirujano debe andarse con pies de plomo.

Jane le agarró la mano buena, pues sabía que V detestaba que ella se acercara a su mano enguantada.

—Manny sabe a qué atenerse conmigo.

—¿De verdad?

—Hablé con él. Después del fin de semana. Aunque yo no podía recordarte, sencillamente no me sentía bien al pensar en estar con él.

V se inclinó y la besó.

—Volveré después de hablar con él. ¿Vale? De esa manera podrás mirarme a los ojos y saber que el tipo todavía respira. Y, escucha, quiero que te tomes esto muy en serio. Quiero enviar a Fritz esta tarde con material para cablear la casa e instalar alarmas de seguridad. ¿Tienes otro mando a distancia de la puerta del garaje?

—Sí, en la cocina. En el cajón que está debajo del teléfono.

—Bien. Me lo voy a llevar. —V le pasó el dedo por el cuello y trazó un círculo alrededor del último sitio donde la había mordido—. Todas las noches, cuando vuelvas a casa, yo estaré aquí. Todas las madrugadas, antes de regresar al complejo, estaré aquí. Todas las noches que tenga libres, estaré aquí. Vamos a sacar tiempo para estar juntos siempre que podamos y estaremos en contacto telefónico todo el tiempo que no estemos juntos.

Como en cualquier relación normal, pensó Jane, y la idea de que todo tuviese un lado prosaico le pareció agradable. Eso los sacaba de esa inmensa superestructura paranormal y los incluía de lleno en la realidad: eran dos personas que estaban comprometidas con su relación. Y eso era lo mínimo que se le podía pedir a la persona de la que uno estaba enamorado.

—¿Cuál es tu nombre completo? —murmuró Jane—. Acabo de darme cuenta de que sólo te conozco como V.

—Vishous.

Jane le apretó la mano.

—¿Perdón?

—Vishous. Sí, ya sé que resulta extraño para…

—Espera, espera, espera… ¿Cómo lo escribes?

—V-i-s-h-o-u-s.

—¡Por… Dios… santo!

—¿Qué?

Jane carraspeó.

—Eh, hace mucho, mucho tiempo… hace toda una vida, me senté una noche con mi hermana en mi habitación, siendo una niña. Teníamos una güija y le estábamos haciendo preguntas. —Jane miró a Vishous—. Tú fuiste mi respuesta.

—¿A qué pregunta?

—Con quién… Por Dios, con quién me iba a casar.

V esbozó una sonrisa amplia y confiada, la sonrisa de un hombre cuando se siente absolutamente satisfecho.

—Entonces, ¿te quieres casar conmigo?

Jane soltó una carcajada.

—Sí, claro. Vamos corriendo a conseguir un vestido blanco y a buscar una iglesia…

Pero V se puso serio.

—Estoy hablando en serio.

—Ay… Dios.

—¿Debo suponer que eso es un sí?

Jane se incorporó en la cama.

—Yo… Yo nunca pensé que me casaría.

V frunció el ceño.

—Sí, muy bien, pero ésa no era exactamente la respuesta que estaba esperando…

—No… Quiero decir que me sorprende… lo fácil que me resulta.

—¿Fácil?

—La idea de ser tu esposa.

V comenzó a sonreír, pero luego se quedó serio.

—Podemos hacer la ceremonia según mi tradición, pero no será oficial.

—¿Porque no soy de tu especie?

—Porque la Virgen Escribana me detesta, así que no habrá ninguna presentación ante ella. Pero podemos hacer todo el resto. —Luego V sonrió con picardía—. Especialmente el grabado.

—¿El grabado?

—Tu nombre. En mi espalda. Me muero de ganas de hacerlo.

Jane dejó escapar un silbido.

—¿Y tengo que hacerlo yo?

V soltó una carcajada.

—¡No!

—Vamos, soy cirujana. Soy buena con los cuchillos.

—Mis hermanos lo harán… Bueno, en realidad supongo que tú también podrías hacer una letra. Hummm, eso me excita. —V le dio un beso—. Dios, realmente eres mi tipo de chica.

—¿Y a mí también me graban algo?

—Demonios, no. Sólo se hace en los machos, para que todo el mundo sepa a quién pertenecemos.

—¿A quién pertenecéis?

—Sí. Estaré a tus órdenes. Tú serás mi dueña y señora. Y podrás hacer conmigo lo que quieras. ¿Crees que serás capaz de asumirlo?

—Ya lo hice, ¿recuerdas?

V bajó los ojos y dejó escapar un gruñido.

—Sí, a cada minuto. ¿Cuándo podemos volver a mi ático?

—Dime cuándo y allí estaré. —Y la próxima vez podría ponerse algo de cuero—. Oye, ¿y me darás un anillo?

—Si quieres, te compraré un diamante del tamaño de tu cabeza.

—Ah, claro. Como si me fuera a volver glamurosa de repente. Pero ¿cómo hará la gente para saber que estoy casada?

V se inclinó y le acarició la garganta con la nariz.

—¿Sientes mi olor?

—Dios… claro que sí. Me fascina.

V le rozó la barbilla con los labios.

—Tú hueles toda a mí. Mi olor está dentro de ti. Así es como mi gente sabrá quién es tu compañero. También es una advertencia.

—¿Una advertencia? —preguntó Jane, jadeando, al tiempo que una sensación de languidez inundaba su cuerpo.

—Para los otros machos. Así saben quién los saldrá a perseguir con una daga si te tocan.

Muy bien, eso no debería ser erótico en lo más mínimo. Pero lo era.

—Vosotros os tomáis muy en serio lo de la pareja, ¿no es cierto?

—Los machos enamorados somos peligrosos —explicó V y su voz fue apenas un ronroneo en el oído de Jane—. Matamos para proteger a nuestras hembras. Así es como son las cosas. —De pronto V le quitó las mantas de encima, se bajó los pantalones y le abrió las piernas con las manos—. También marcamos nuestro territorio. Y como no te voy a ver en doce horas, creo que voy a dejar un poco más de mi olor sobre ti.

Se abalanzó sobre ella con toda la fuerza de sus caderas y Jane gimió. Ya lo había tenido dentro de ella muchas veces, pero el tamaño del pene de V siempre le producía un impacto. Luego V le echó hacia atrás la cabeza tirándole del pelo y su lengua entró como un rayo dentro de la boca de Jane, al tiempo que se sacudía sobre ella.

Sólo que de repente se detuvo.

—Celebraremos la ceremonia esta noche. Wrath la presidirá. Butch y Marissa serán los testigos. ¿También quieres una ceremonia religiosa?

Jane soltó una carcajada. Los dos eran un par de obsesivos controladores. Por fortuna, Jane no se sentía inclinada a llevarle la contraria esta vez.

—No me importa que no haya servicio religioso. De hecho, no creo en Dios.

—Deberías creer.

Jane clavó las uñas en las caderas de V y arqueó el cuerpo.

—Éste no es momento para un debate teológico.

—Pero deberías creer, Jane.

—El mundo no necesita otra fanática religiosa.

V le quitó el pelo de la cara.

—No hay que ser religioso para creer —dijo, moviéndose dentro de ella.

—Y se puede vivir muy bien siendo ateo. Créeme. —Jane metió las manos por debajo de la camisa de V y comenzó a acariciarle la espalda—. ¿Acaso crees que mi hermana está en el cielo, sentada en una nube comiéndose su caramelo favorito? No. Su cuerpo fue enterrado hace años y ya no debe quedar mucho de ella. Yo he visto la muerte. Sé lo que pasa una vez que nos vamos y no hay Dios que nos salve, Vishous. Yo no sé quién o qué es tu Virgen Escribana, pero estoy completamente segura de que ella no es Dios.

V esbozó apenas una sonrisa.

—Me va a encantar demostrarte que estás equivocada.

—¿Y cómo vas a probarlo? ¿Me vas a presentar a mi creador?

—Voy a amarte tanto y durante tanto tiempo que te vas a convencer de que ninguna cosa terrenal pudo haber unido nuestros destinos.

Jane le tocó la cara, pensó en el futuro y maldijo.

—Yo voy a envejecer.

—Igual que yo.

—Pero no al mismo ritmo. Ay, Dios, V, voy a…

V la besó.

—No quiero que pienses en eso. Además… hay una manera de reducir el ritmo de envejecimiento. Aunque no estoy seguro de que te guste.

—Ay, caramba, déjame pensar. Ah… sí, sí me gusta.

—No sabes de qué se trata.

—No me importa. Si es algo que puede prolongar mi vida contigo, soy capaz de comer carroña.

V sacudió las caderas y se retiró.

—Va contra las leyes de mi raza.

—¿Es una perversión? —Jane volvió a arquear el cuerpo contra él.

—¿Para los de tu especie? Sí.

Jane se imaginó de qué se trataba incluso antes de que V se llevara la muñeca a la boca.

—Hazlo —dijo, al ver que se detenía.

V se clavó los colmillos y luego puso las dos incisiones sobre los labios de Jane. Ella cerró los ojos y abrió la boca y…

Madre mía.

La sangre de V sabía a oporto y el impacto que tuvo sobre ella fue como el de diez botellas de vino. La cabeza comenzó a darle vueltas desde el primer sorbo. Pero Jane no se detuvo. Chupó y chupó, como si la sangre de V fuera a mantenerlos juntos, mientras su cuerpo rugía y V comenzaba a bombear dentro de ella, emitiendo una serie de gruñidos salvajes.

Ahora V estaba dentro de Jane de todas las maneras posibles: en su cerebro, por medio de sus palabras; en su cuerpo, por medio de su erección; en su boca, por medio de su sangre y en su nariz, por medio de su olor. Jane era suya de la cabeza a los pies.

Y él tenía razón. Era una experiencia divina.