40

Al anochecer, Phury se puso el traje de seda blanca para la ceremonia del Gran Padre. Casi no notaba la tela sobre la piel, y no precisamente a causa de la delicadeza del material sino porque que llevaba dos horas fumando porros sin parar y estaba bastante colocado.

Aunque no estaba tan aturdido como para no saber quién estaba llamando a su puerta.

—Adelante —dijo, sin dejar de mirarse al espejo que estaba sobre la cómoda—. ¿Qué estás haciendo fuera de la cama?

Bella soltó una risilla. O tal vez fue un sollozo.

—Una hora al día, ¿recuerdas? Me quedan cincuenta y dos minutos.

Phury cogió el medallón dorado del Gran Padre y se lo puso alrededor del cuello. El peso del medallón sobre el pecho fue como si alguien le hubiese puesto la mano sobre los pectorales y estuviese presionando. Con fuerza.

—¿Estás seguro de esto? —dijo ella con voz suave.

—Sí.

—¿Me imagino que Z irá contigo?

—Es mi testigo. —Phury apagó el porro y lió otro, que encendió al instante.

—¿Cuándo volverás?

Phury negó con la cabeza y echó el humo.

—El Gran Padre vive en el Otro Lado.

—Pero Vishous no iba a vivir allí.

—Dispensa especial. Yo seguiré combatiendo, pero quiero quedarme allí.

Al ver que Bella ponía una expresión de sorpresa, Phury se quedó mirando su reflejo en el espejo antiguo. Tenía el pelo mojado y enredado en las puntas, así que agarró un cepillo y comenzó a peinarse con fuerza.

—Phury, ¿qué estás…? No puedes ir a la ceremonia calvo… Basta. Dios, te estás arrancando el pelo. —Bella se acercó a él desde atrás, le quitó el cepillo de la mano y señaló la silla que estaba al pie de la ventana—. Siéntate. Déjame hacerlo a mí.

—No, gracias. Yo puedo…

—Te estás arrancando el pelo de la fuerza con que te peinas. Vamos, ya. —Bella le dio un pequeño empujón—. Déjame hacerlo a mí.

Sin poder esgrimir ninguna razón a favor y sí muchas en contra, Phury se dirigió hasta la silla y se sentó. Luego cruzó los brazos sobre el pecho y se preparó para lo que le esperaba. Bella empezó por el extremo de la melena, ocupándose primero de las puntas y subiendo luego con el cepillo hasta que Phury sintió que llegaba a la coronilla y volvía a bajar suavemente otra vez. Bella seguía los movimientos del cepillo con la mano que tenía libre e iba alisando y acariciando. El sonido de las cerdas del cepillo pasando por su pelo, la presión sobre la cabeza y el aroma de Bella en su nariz fueron como un cóctel de placeres agridulces que lo dejaron indefenso.

Sintió que sus ojos se humedecían. Parecía tan cruel el hecho de haberla conocido, de haber visto lo que deseaba, pero no haber podido tenerlo nunca. Aunque eso parecía apropiado, ¿verdad? Su vida había transcurrido persiguiendo cosas que estaban fuera de su alcance. Primero se había pasado décadas buscando a su gemelo, percibiendo que Zsadist estaba vivo en algún sitio pero sin poder rescatarlo. Tras la liberación de su hermano, descubrió que Z seguía siendo inalcanzable. El siglo transcurrido después de la huida de ambos de las garras de la mujer que tenía a Z como esclavo, Phury vivió un infierno diferente, esperando un día tras otro a que Z perdiera definitivamente el control, intercediendo cada vez que lo hacía y con el temor permanente de estar inmerso en una situación crítica.

Luego llegó Bella y los dos se enamoraron de ella.

Bella era la nueva imagen de la misma tortura. Porque el destino de Phury era desear lo inalcanzable, estar fuera mirando hacia dentro, ver el fuego pero no poder acercarse lo suficiente a él para calentarse.

—¿Volverás algún día? —preguntó Bella.

—No lo sé.

El cepillo se detuvo un momento.

—Tal vez ella te guste.

—Tal vez. No te detengas, por favor. Por favor… todavía no.

Phury se frotó los ojos al sentir que el cepillo volvía a acariciarlo. Ese momento de tranquilidad era su despedida y Bella lo sabía. Ella también estaba llorando. Phury podía sentir en el aire el penetrante olor a lluvia fresca.

Sólo que ella no estaba llorando por la misma razón que él. Bella estaba llorando porque lo compadecía por el futuro que le esperaba, no porque lo amara y sintiera ganas de morir ante la idea de no volver a verlo nunca más. Ella lo iba a echar de menos, sí. Se preocuparía por él, por supuesto. Pero no anhelaría estar con él. Nunca lo había hecho.

Y todo esto debería haber roto la cadena y haberlo obligado a cortar con ese estúpido sufrimiento, pero Phury no podía. Estaba demasiado inmerso en su tristeza.

Volvería a ver a Zsadist en el Otro Lado, seguramente. Pero a ella… no se la podía imaginar yendo a visitarlo. Y en realidad, tampoco sería apropiado que él, siendo el Gran Padre, tuviera audiencias privadas con una mujer del más allá, aunque fuera la shellan de su gemelo. El Gran Padre tenía que comprometerse a respetar la monogamia con sus Elegidas en obra, pensamiento y apariencia.

Sin embargo, en ese momento a Phury se le ocurrió pensar en el bebé. Nunca podría conocer al bebé de Bella y Z. Excepto, tal vez, por fotos.

El cepillo se metió por debajo del pelo y subió por su nuca. Phury cerró los ojos y se entregó al rítmico movimiento del cepillo sobre su cabeza.

—Quiero que te enamores —dijo Bella.

«Ya estoy enamorado».

—Vale.

Bella se detuvo y se colocó ante él.

—Quiero que ames a alguien de verdad. No como crees que me amas a mí.

Phury frunció el ceño.

—No te ofendas, pero tú no puedes saber lo que yo…

—Phury, en realidad tú no…

Phury se puso de pie y miró a Bella a los ojos.

—Por favor, no me insultes al pensar que conoces mis emociones mejor que yo.

—Tú nunca has estado con una mujer.

—Anoche estuve con una.

Eso hizo que Bella se callara por un instante.

—Que no haya sido en el club. Por favor, que no haya sido en… —dijo finalmente.

—En un baño del fondo. No estuvo mal. Claro que la mujer era una prostituta profesional. —Ahora se estaba portando como un canalla.

—Phury… no.

—¿Podrías devolverme mi cepillo? Creo que ya estoy bien peinado.

—Phury…

—El cepillo. Por favor.

Tras un instante que pareció un siglo, Bella estiró el brazo con el cepillo en la mano. Cuando él lo cogió, estuvieron unidos durante un segundo a través del mango de madera, pero luego ella dejó caer el brazo.

—Te mereces algo mejor que eso —susurró Bella—. Eres mejor que eso.

—No, no lo soy. —Ay, por Dios, tenía que alejarse de esa expresión de tristeza que Bella tenía en la cara—. No dejes que tu compasión me convierta en un príncipe, Bella.

—Esto es autodestructivo. Todo esto.

—No creo. —Phury se dirigió al escritorio, cogió su porro y le dio una calada—. Yo quiero todo esto.

—¿De verdad? ¿Ésa es la razón de que lleves toda la tarde fumando porros? Toda la mansión está inundada de humo.

—Fumo porque soy un adicto. Soy un drogadicto sin voluntad, Bella, un drogadicto que anoche estuvo con una puta en un lugar público. Deberías condenarme, no compadecerme.

Bella negó con la cabeza.

—No trates de enfangarte ante mí. No va a funcionar. Tú eres un hombre muy válido…

—Por Dios santo…

—… que ha sacrificado muchas cosas por sus hermanos. Probablemente demasiadas.

—Bella, basta.

—Un hombre que renunció a su pierna para salvar a su hermano gemelo. Que ha luchado valerosamente por su raza. Que está renunciando a su futuro por la felicidad de su hermano. Es imposible ser más noble que eso. —Bella lo miró con unos ojos duros como una piedra—. No vengas a decirme quién eres tú. Te veo con mucha más claridad de la que tú te ves a ti mismo.

Phury comenzó a pasearse por la habitación, hasta que se encontró de nuevo junto a la cómoda. Esperaba que no hubiese espejos en el Otro Lado. Él odiaba ver su reflejo. Siempre lo había hecho.

—Phury…

—Vete —dijo Phury con brusquedad—. Por favor, vete. —Al ver que ella no se movía, dio media vuelta—. Por Dios santo, no me hagas desmoronarme delante de ti. Necesito mi orgullo en este momento. Es la única cosa que me mantiene en pie.

Bella se llevó una mano a la boca y parpadeó rápidamente. Luego se colocó ante él y dijo en lengua antigua:

—Que tengas suerte, Phury, hijo de Ahgony. Que tus pies te lleven por un buen camino y la noche caiga con suavidad sobre tus hombros.

Phury hizo una reverencia.

—Lo mismo te deseo a ti, Bella, amada nalla de mi hermano de sangre Zsadist.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Phury se desplomó en la cama, llevándose el porro a los labios. Echando un vistazo a la habitación que había ocupado desde que la Hermandad se había mudado al complejo, se dio cuenta de que aquélla nunca había sido su casa. Era sólo una habitación de invitados… una lujosa y anónima habitación de invitados… cuatro paredes llenas de hermosos cuadros, alfombras y cortinas lujosas, como el vestido de fiesta de una mujer.

Sería agradable tener una casa.

Él nunca había tenido ninguna. Tras el secuestro de Zsadist siendo un bebé, su mahmen se encerró en una habitación subterránea y su padre se marchó a buscar a la nodriza que se había llevado a su hijo. Mientras crecía, Phury vivió entre las sombras de la casa. Todas las personas de su entorno, incluso los doggen, siguieron haciendo sus quehaceres, pero sin vida. Allí no había risas. No había felicidad. No había celebraciones.

Ni abrazos.

Phury aprendió a guardar silencio y a mantenerse entre las sombras. Después de todo, era lo más amable que podía hacer. Él era la réplica de lo que se había perdido, el recuerdo permanente del dolor que todo el mundo tenía dentro. Le dio por usar sombreros para esconder su cara y caminaba arrastrando los pies y encogiéndose para tratar de ser más pequeño, para no llamar la atención.

Tan pronto como pasó la transición, se marchó a buscar a su gemelo. Nadie le dijo adiós. No hubo despedidas. La desaparición de Z había agotado la capacidad de sufrimiento de todos los miembros de la casa, y ya no quedaban reservas de nostalgia para echar de menos a Phury.

Aunque tenía que reconocer que eso había sido bueno. Le había facilitado todo mucho más.

Casi diez años después, se enteró a través de un primo lejano que su madre había muerto mientras dormía. Regresó a casa de inmediato, pero ya la habían enterrado. Su padre murió ocho años más tarde. Al terminar el funeral, Phury pasó su última noche en la casa familiar. Al poco tiempo, la propiedad fue vendida, los doggen se dispersaron y fue como si sus padres nunca hubiesen existido.

Esa sensación de desarraigo no era nueva. La había sentido desde el primer momento en que tuvo conciencia, siendo niño. Siempre fue un vagabundo y el Otro Lado no le iba a servir de base. No podía instalar su casa allí porque no podía tener una casa sin su gemelo. Ni sus hermanos. Ni…

Phury se detuvo. Se negó a pensar en Bella.

Cuando se levantó y notó el peso de su prótesis, pensó que era irónico que a un nómada como él le faltara una pierna.

Después de apagar el porro, se guardó unos cuantos en el bolsillo. Estaba casi en la puerta, cuando se detuvo y dio media vuelta. De cuatro zancadas llegó hasta el vestidor, donde abrió una puerta metálica mediante una clave y sacó una daga negra.

La introdujo en su cartuchera, notando el peso perfecto del arma y la precisión con que se ajustaba a sus pectorales. Vishous se la había hecho… ¿hacía cuánto tiempo? Setenta y cinco años… sí, ese verano se cumplirían setenta y cinco años de su vinculación a la Hermandad.

Examinó la hoja de la daga a la luz. Setenta y cinco años matando restrictores y no tenía ni un arañazo. Luego sacó la otra daga que usaba. Era igual. V era un artesano maravilloso, sí.

Al mirar sus armas y notar su peso, Phury recordó la imagen de Vishous esa misma noche, cuando vino para contarle que la Virgen Escribana iba a permitir la sustitución del Gran Padre. A pesar de que siempre había sido distante y frío, esa noche había vida en sus ojos. Vida y esperanza, junto a un brillante propósito.

Phury se metió una de las dagas en el cinturón de satén y devolvió la otra a la caja de seguridad. Después avanzó hasta la puerta con el acero sobre su espalda.

Al salir de la habitación, Phury pensó que valía la pena hacer un sacrificio por amor. Aunque no fuera su amor.

‡ ‡ ‡

En ese momento, Vishous se materializó en la esquina frente a la casa de Jane. No había luces encendidas y tuvo la tentación de entrar, pero se quedó oculto entre las sombras.

Maldición, tenía la cabeza hecha un lío. Se sentía culpable por lo que iba a pasar con Phury. Estaba aterrorizado pensando en lo que diría Jane. Le preocupaba cómo sería la vida con una humana. Mierda, estaba preocupado hasta por la pobre Elegida, que arrastraba sobre sus hombros el peso de tener que sacrificarse por el resto de sus compañeras.

Miró el reloj. Ocho en punto. Jane debía de estar a punto de llegar…

De repente se oyó un chirrido y la puerta del garaje de la casa vecina se abrió, saliendo marcha atrás una camioneta realmente destartalada. Los frenos chirriaron cuando terminó la maniobra de salida y luego el conductor puso primera y arrancó.

V frunció el ceño, pues sus instintos se alertaron sin razón aparente. Entonces olfateó el aire, pero como estaba en dirección opuesta a la del viento, no pudo percibir ningún olor.

Genial, ahora también se había vuelto paranoico… y sumado a la ansiedad y al comportamiento narcisista que había adoptado últimamente, significaba que ya había cubierto la mayor parte del Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales.

Volvió a mirar el reloj. Demonios. Apenas habían pasado dos minutos.

Cuando sonó su móvil, respondió con una sensación de alivio pues necesitaba consumir tiempo.

—Me alegro de que seas tú, policía.

—¿Estás en casa de Jane? —preguntó Butch con tono nervioso.

—Sí, pero ella no está. ¿Qué sucede?

—Hay algo extraño en tus ordenadores.

—¿Qué pasa?

—Alguien está tratando de seguir uno de los rastros que dejaste en el hospital. Consultaron el historial clínico de Michael Klosnick.

—No hay problema.

—Fue el jefe de cirugía. Manello.

Joder, V detestaba hasta el nombre de ese hombre.

—¿Y?

—Estuvo buscando en su ordenador las fotografías de tu corazón. Sin duda está buscando el archivo que Phury estropeó cuando te estábamos sacando de allí.

—Interesante. —V se preguntó qué podría haber atraído la atención del médico… ¿tal vez alguna fotografía que tuviera impresos el día y la hora en que fue tomada? Aunque no hubiese datos sobre el paciente, ese Manello probablemente era lo suficientemente inteligente como para rastrear la foto hasta quirófano y averiguar quién estaba en la mesa de operaciones de Jane. Por un lado, no era nada grave, porque el historial médico decía que Michael Klosnick había salido del hospital después de la operación, en contra de las recomendaciones médicas. Pero de todas maneras…—. Creo que tendré que hacerle una visita al buen doctor.

—Ajá, sí, supongo que hay que hacer algo al respecto. ¿Por qué no me dejas a mí?

—Porque tú no sabes borrar recuerdos, ¿o sí?

Hubo una pausa.

—Púdrete. Pero tienes razón.

—¿El tipo está conectado ahora mismo?

—Sí, está en su despacho.

No era buena idea tener una confrontación en un lugar público, aunque fuera tan tarde, pero sólo Dios sabía qué más podía descubrir ese tal Manello.

«Mierda», pensó V. Eso era lo que le podía ofrecer a Jane: secretos. Mentiras. Riesgos. Él no era más que un egoísta, un egoísta de mierda y, lo que era peor, estaba arruinando la vida de Phury sólo para poder arruinar la de Jane.

De pronto, un coche giró por la calle y, al pasar debajo de una farola, V vio que era el Audi de Jane.

—Mierda —dijo.

—¿Acaba de llegar?

—Yo me encargaré de Manello. Pero más tarde.

Cuando colgó, V pensó que no estaba seguro de poder hacerle esto a Jane. Si se marchaba ahora, todavía tendría tiempo de llegar al Otro Lado, antes de que Phury hiciera el juramento que lo convertiría en Gran Padre.

Demonios.